Capítulo 3
EL
NUEVO BOLÍVAR
Venezuela resultaba ser el país de inestabilidad social por
excelencia; su historia se hallaba marcada por más de medio
centenar de revoluciones y golpes de estado. Este amplio tajo
geográfico sudamericano, paraíso de sol y de flores, flotaba
en un mar de petróleo, con vastos depósitos de hierro. El oro
negro era procesado en su mayor parte en las paradisíacas
isletas de Curazao y Aruba, donde se localizaba la mayor
refinería del mundo occidental.
Cuando Castro asume el poder en Cuba, los
sindicatos venezolanos recién sucumbían al control de los
marxistas, que al igual que el de Panamá, se había subordinado
siempre a las orientaciones del viejo partido comunista de
Cuba. La mano de Blas Roca, el jerarca marxista cubano, había
resuelto el viejo faccionalismo comunista venezolano,
eligiendo una troika compuesta por Juan Bautista Fuenmayor,
Gustavo Machado y Pedro Ortega.
La victoria de Castro estremeció la tierra
de Bolívar. La juventud social demócrata y comunista, aburrida
de las consignas y discursos vacíos de sus políticos, bien
pronto abrazó el castrismo. Entre los más descollantes en sus
inicios figuraban el ex-oficial Douglas Bravo, Eloy Torres y
Teodoro Petkoff; este último se había destacado en el
conflicto contra la dictadura del general Marcos Pérez
Jiménez.
La visita de Castro a Caracas en 1959, que
provocó un cisma político en ese país, se produjo en el
momento de máximo auge carismático del entonces hombre fuerte
venezolano, de franca tendencia izquierdista, Wolfgang
Larrazabal. Los grupos democráticos inclinados a un quehacer
reformista, encabezados por Rómulo Betancourt, un político
astuto de conciencia reflexiva, se vieron arrinconados ante la
nueva ola de revolución total a lo Castro.
Pero, el pueblo venezolano optó por las
urnas, y el triunfo electoral de Betancourt, con un programa
enfilado a la clase media, fue un revés para Castro que sabía
que Betancourt no sería un aliado contundente en su campaña
anti norteamericana. Así y todo, Castro no cede, y continúa
esforzándose en cimentar un eje político con Venezuela en
contra de Estados Unidos que Betancourt rechaza, junto a un
pedido de $300 millones para la compra de petróleo; el
caraqueño se sacude del cubano argumentándole que sus
colaboradores estaban conversando con banqueros en Nueva York
para contratar un empréstito a corto plazo de $200 millones,
porque el tesoro público estaba exhausto y desfalcado1.
Después de la frustrada turné de Castro a
Caracas, Betancourt denegó las visas a una misión oficial, que
remitía el mandatario cubano, encabezada por el Che Guevara y
Raúl Castro. Dos desaires consecutivos no hacen desistir a
Castro en sus propósitos y en mayo de 1960, propone nuevamente
la alianza; así fleta al entonces presidente de Cuba, Osvaldo
Dorticós con el mandato de intercambiar azúcar por petróleo y
cristalizar una política ligada que aislase a los Estados
Unidos del sistema interamericano.
Oscuras nubes se ciernen sobre el húmedo
trópico venezolano. Con el revés de la comisión, Dorticós
culmina la luna de miel gestada en La Habana la cual se
precipita a financiar, con todas sus fuerzas, los grupos pro
castristas opositores a Betancourt, que merodeaban en la
tierra del Orinoco. Castro contaba a la sazón con dos
baluartes en Venezuela, el Partido Comunista y la mafia de
activistas juveniles, reunidos en el Movimiento de Izquierda
Revolucionaria (MIR).
LA LUCHA CLANDESTINA
Los cubanos iniciaron un amplio esquema de
captación en las universidades y en el ejército. El aparato
cubano invadió con propaganda las instituciones oficiales y
universitarias, desatando una campaña paralela que fue
abrazada por la juventud, donde se exhibía a la llamada
izquierda tradicional del continente (Figueres, Bosch, Muñoz
Marín, Arévalo, Victor Raúl Haya de la Torre, Cárdenas,
etcétera) como un obstáculo que frenaba el inevitable proceso
de cambios.
El reciente ejemplo en Perú, donde el joven
Luis de la Puente Uceda, con gran explosión de gloria había
cortado sus lazos con el partido de Haya de la Torre y se
había internado en las selvas bajo el grito de guerra lanzado
en La Habana, tuvo resonancia en Venezuela; tanto, que la
izquierda optó por retirarse del gobierno suscitando una
crisis en el gabinete de Betancourt.
La consolidación del eje Habana-Moscú
preocupó sobremanera a Betancourt, que se sabía enemigo
público número uno de Castro. Luego de una recepción de Raúl
Castro en la URSS, se decide la convocatoria de un congreso de
juventudes latinoamericanas en La Habana, para unificar
fuerzas radicales continentales y dar al traste con el
gobierno caraqueño.
Comenzaron las tensiones Caracas-La Habana y
la expulsión de agentes cubanos, detención de conspiradores,
incautación de alijos de armas. A mediados de 1960, se
trasladó a La Habana un extraño grupo, para ser instruido en
acciones clandestinas comando, integrado, entre otros, por
Simón Mérida, dirigente del MIR, la actriz Astrid Fisher y el
libanés Miguel Tanus.
En julio, es desenmascarado el proyecto cubano que trataba de
crear dificultades a la Iglesia venezolana, para precipitarla
al ruedo político. Los detenidos por el asalto a la catedral
de Caracas, confesaron que el gobierno de Castro era el
instigador de los hechos. El 26 de julio de 1960, el
diplomático cubano, Guillermo León Antich, encabezó una
manifestación en Caracas. La Catedral fue apedreada y las
estupefactas autoridades caraqueñas pudieron comprobar quién
había sido el autor de estos disturbios. El 24 de agosto,
descubren a León Antich, con las manos en la masa, cuando
entregaba $400,000 a elementos de la oposición para fomentar
una revuelta contra Betancourt2.
Ello no fue óbice para que Castro
decidiera continuar con sus rocambolescos escándalos contra
Betancourt. En noviembre, la policía venezolana, en una ronda
de rutina, detiene nada menos que a dos miembros de la
inteligencia cubana, Francisco Chacón y Natalio Pernas, en
plena faena subversiva dentro del país. En diciembre, cunde la
alarma en la administración Betancourt, cuando la vigilante
atención de la seguridad venezolana da con un cuantioso
cargamento de armas, originario de Cuba, introducido por
varios puntos de las llanuras costeras venezolana y por un
aeródromo abandonado.
La consolidación de los vínculos de Cuba con
los focos comunistas y radicales venezolanos se fortalecían a
través de su poderosa embajada en Caracas, nutrida de agentes
especiales que manipulaban capillas estudiantiles, sostenían
periódicos y servían de enlace con el Partido Comunista, el
MIR y con las flamantes guerrillas.
El 11 de enero de 1961, en plena Sierra
Maestra3, Castro consumó una reunión confidencial
con un conglomerado de dirigentes latinoamericanos, para
analizar la forma de precipitar una cruzada bélica en todo el
continente, partiendo de un foco venezolano. El juicio de
Castro consistía en alistar una brigada internacional, al
estilo de la que se instituyó en la guerra civil española.
El conjunto era una mezcolanza de
guatemaltecos, guadalupeños, sindicalistas paraguayos y demás,
despuntando entre ellos los comunistas colombianos Tancredo
Errante y Luis Sánchez, el costarricense Carlos Luis Falla,
que había conducido la guerra en 1948 contra el ex presidente
Figueres, y un nutrido grupo de venezolanos, entre ellos Simón
Mérida y Manuel Marcano. Un voluminoso contingente de
latinoamericanos formó el famoso Batallón-331 de milicias al
mando del guerrillero cubano Dermidio Escalona, que participó
en los combates de Bahía de Cochinos4 y en la
batida contra los grupos armados anti-castristas en la Sierra
del Escambray5.
Castro decide desatar su flamante plan
Camilo Cienfuegos en Venezuela. En abril de 1961, el país se
estremece ante los pronunciamientos en las unidades militares
en Caracas, Maracaibo y Cumaná, los cuales son aplastados
sangrientamente. El papel de la embajada cubana en estos
disturbios salió rápidamente a la luz. Para colmo, en junio de
ese año, las fuerzas de seguridad venezolana incautan un
voluminoso cargamento de ametralladoras de manufactura
checoslovaca, enviado tranquilamente desde Cuba, por vía
aérea, al estado Zulia.
En noviembre, el gobierno de
Betancourt, mostrando a la prensa internacional innumerables
pruebas de la ingerencia directa de Castro en la
desestabilización del país, rompe relaciones diplomáticas con
Cuba, con el propósito además de terminar con la labor de
espionaje cubana. Ya en 1962, el PC de Venezuela,
prácticamente bajo tutela de La Habana, había propuesto la
idea de la insurrección armada.
En momentos que se debatía en un asfixiante
duelo económico con Estados Unidos, y entraba en una relación
peligrosa con la URSS, Castro necesita una Venezuela marxista
a ultranza, que le propicie la ayuda petrolera requerida y la
posibilidad de negar estas cuencas de hidrocarburos a
Washington. Para ello, había llegado a un pacto oculto de
no-agresión con el dictador dominicano Trujillo, acuerdo que
fue negociado en La Habana por el general trujillista Arturo
Espaillat.
Trujillo y Castro recién habían sido
expulsados de la OEA, y la prensa oficial dominicana tronaba
contra el "imperialismo norteamericano" y comenzaba a
coquetear con un ideario socialista a la cubana. Betancourt se
hallaba al corriente de esta alianza, que prometía ser
problemática para su gobierno.
El socorro de Cuba a la insurrección en
Venezuela se guiaba especialmente hacia el llamado Frente
Chirinos que dirigían Fabricio Ojeda, Petkoff y el ex oficial
Bravo. Existían otros focos guerrilleros, como el liderado por
Juan Vicente Cabezas y el llamado Simón Bolívar, encabezado
por Tirso Pinto y Germán Lairet. Castro recurre nuevamente al
golpe militar, quizás ojeando que una lucha guerrillera en
Venezuela no sólo tomaría largo tiempo, sino que era de dudoso
resultado. Así fue cómo en mayo de 1962 se originaron los
alzamientos castrenses en las bases de Carúpano, y luego en
Puerto Cabello, dirigidos por elementos que respondían a Cuba,
como Petkoff; pero nuevamente, ambas intentonas fueron
aplastadas violentamente.
Si bien La Habana había logrado desatar la
insurrección en Venezuela y se sucedían alzamientos, ataques
contra cuarteles, sabotajes, asaltos, etc., los insurrectos
pro-castristas pensaban en una victoria guerrillera relámpago
al estilo de Cuba; pero el ejército no les daba tregua e
impedía la extensión del foco en otras latitudes del
territorio nacional.
En octubre de ese año, cayó en manos de las
autoridades de Betancourt la prueba que Castro en persona
había ordenado volar cuatro centrales eléctricas en el lago
Maracaibo. A pesar de que la policía y las fuerzas armadas
venezolanas estaban alertas, el 3 de noviembre, un comando
venezolano preparado en Cuba, logra dinamitar dos oleoductos y
un gasoducto en pleno puerto de La Cruz.
En enero de 1963, Betancourt le devuelve el
golpe a Fidel con creces, al ser descubierto en Caracas el
principal almacén de armas que Cuba disponía para los
insurrectos venezolanos, así como una documentación
comprometedora no sólo para La Habana, sino para las
guerrillas y las redes urbanas clandestinas, lo que desató una
recia batida de la tropa a los rebeldes castristas en la zona
de Falcón.
Ante los golpes de las fuerzas armadas
de Betancourt, Castro determinó unificar los divergentes
frentes guerrilleros venezolanos en un mando central y
comprometer secretamente al bloque soviético en tal
insurrección. A mediados de 1963 se conforma el Frente de
Liberación Nacional con sostén de Cuba y logística recibida,
en menor escala, de China y la URSS. Era la época en que
Ojeda, sumo pontífice de las FALN, Juan Vicente Cabeza, del
Partido Comunista, Petkoff y Gregorio Lunar Márquez se
destacan como los máximos caciques insurrectos.
El 25 de mayo de 1963, con un intento de
asalto al aeropuerto de La Carlota, se inició un vasto
proceso terrorista para festejar la fecha del 26 de Julio en
el que fueron volados puentes mientras grupos guerrilleros
atacaban poblaciones y se producían disturbios. En agosto
fueron dinamitados el gasoducto de Arrecifes y el oleoducto de
Ulcamay; se ocuparon armas, propaganda y un detallado plan
cubano contra la vida de los presidentes de Venezuela y
Colombia. En Falcón, fue sorprendido un agente cubano, José
Alfonso, que dirigía un grupo terrorista. Anzoátegui, las
fábricas Dupont, los almacenes Sears y otras
propiedades norteamericanas fueron los próximos asaltos6.
LA
DERROTA
Pero la guerrilla comienza a confrontar una
amarga realidad al no ver materializado el concurso del
pueblo, por lo que a Castro no le queda más remedio que
realizar constantes transfusiones de hombres y armas. El 4 de
noviembre, el ejército de Venezuela sorprende un desembarco
oriundo de Cuba, en la península de Paraguaná, donde se
decomisó un alijo bélico de 3 toneladas. Semanas después, en
varios encontronazos con los guerrilleros, se ocuparon armas
de manufactura belga, con el escudo cubano.
Para fines de ese mes, en un lacónico
discurso, el presidente Betancourt anunció que disponía de
pruebas tan abrumadoras de la promoción de la violencia urbana
y guerrillera por Castro, que sólo restaba a su país solicitar
una reunión de emergencia de todos los países del continente
americano para analizar las medidas a tomar, colectivamente,
ante la constante violación de la soberanía venezolana por
parte de La Habana. Las elecciones a finales de ese año, con
el voto masivo popular y la victoria de Raúl Leoni, un
protegido de Betancourt, demostraron el grado de aislamiento
de la lucha armada y la incapacidad de Castro de sabotear el
proceso democrático en Venezuela.
La consolidación democrática caraqueña había
irritado a Castro y había desconcertado a la guerrilla y al PC
venezolano. Por lo tanto, era de esperar la desgarradura que
se provocó entre la militancia ortodoxa, encabezada por
Pompeyo Márquez, Jesús Farías y Alberto Rangel, y los jefes
guerrilleros pro-castristas, que aspiraban en ese momento a
dirigir la organización política.
La tensión entre Caracas y La Habana
amenazaba con llegar incluso a un choque bélico; Betancourt
fortalecía su tropa, pero Castro era armado por el bloque
soviético a niveles insospechables. Ante cada protesta
venezolana, los cubanos respondían con una acción. El año 1964
se demostró políticamente desfavorable para Castro en todo el
Hemisferio y se aguardaba que Cuba, ante la presión de todo el
continente, desistiera de sus intentos intervencionistas. En
enero de ese año, una pequeña flotilla de ocho pesqueros zarpó
del puerto de La Habana, con banderas cubana y soviética, y
vació armas no sólo en la Guyana británica y las islas Mujeres
(que fueron luego portadas por las guerrillas venezolanas)
sino igualmente en las costas de ese país7.
En febrero de 1964 la OEA condenó al
régimen de Castro en el caso de Venezuela, documentando las
masivas remesas de propaganda subversiva, preparativos de
guerrilleros y terroristas, costeo de actividades subversivas,
introducción de pertrechos bélicos y la infiltración de espías
cubanos. En mayo, el PC venezolano comienza a romper su cordón
umbilical con la insurrección, mostrando interés por iniciar
un diálogo con el gobierno, respaldado por algunos partidos
comunistas latinoamericanos que no hacían causa común con el
fovismo castrista.
La renuncia del ala ortodoxa comunista a la
maquinación guerrillera, ratificada en el año 1965, suscitó
una reacción virulenta de aquellos comunistas insurrectos, que
como Bravo, estaban patrocinados desde La Habana. Esta
ambivalencia del PC venezolano repercutió en las posiciones
que Castro y el Che Guevara asumieron poco después en Bolivia,
no confiando en el Partido Comunista boliviano de Mario Monje
para fomentar el foco guerrillero.
Castro determinó arrogarse una mayor
responsabilidad logística en la guerrilla venezolana y a tal
efecto amarró los pormenores con Bravo y Ojeda. El primer
fruto sería el desembarco combinado de cubanos y venezolanos
en julio de 1965, con participación de Petkoff que auxiliado
por un asalto terrorista haría estallar valiosos oleoductos de
la Gulf Oil, Mobil Oil, Texas Petroleum y la Socony
Oil en la región oriental del país.
El gobierno replicó ordenando el arresto de
todos los miembros del Partido Comunista y del MIR. En agosto,
la seguridad venezolana consiguió desarticular un amplio
diseño conspirativo, que los cubanos conducían desde París, al
detener a Silvia Agüero y Elsa Braun, sus contactos claves en
Venezuela. En marzo de 1967 se produjo el asesinato del doctor
Julio Iribarren, hermano del canciller venezolano, por un
comando que sostenía relaciones directas con La Habana. Luego
de cometido el crimen, el diario habanero Granma publicó las
declaraciones del jefe guerrillero de las FALN, Elías Manuitt
Camero, cuya organización se arrogaba la acción. El presidente
Leoni expuso que la preparación del asesinato y de otros actos
de violencia que le antecedieron se realizó con el
consentimiento del gobierno de Cuba8.
El ministro del interior de Venezuela, y
luego presidente, Carlos Andrés Pérez declaró que la
responsabilidad de toda esta situación la tenía Castro, con
sus métodos en Venezuela; y anunciaba que era hora de que
Venezuela y todos los países latinoamericanos se decidieran a
hacer algo frente a Cuba9. Héctor Mujica capo
del PC Venezolano condenó enérgicamente el crimen del doctor
Iribarren y criticó la política cubana10. El punto
prominente de la controversia entre Castro y los comunistas
venezolanos tradicionales tuvo lugar en los momentos de la
gran euforia habanera, resultado de las operaciones
guerrilleras que el Che Guevara estaba desencadenando en
Bolivia.
El 8 de mayo de 1967, el buque cubano
Sierra Maestra zarpó del puerto de Santiago de Cuba
descargando un dispositivo guerrillero en las ensenadas de
Venezuela, en un lugar entre Machurrucutú y Jinarapo. La
fuerza invasora cubana fue descubierta y aniquilada por
unidades del ejército. En la pelea fueron hechos prisioneros
los militares cubanos Antonio Briones Montoto, Manuel Gil y
Pedro Cabrera, quien se suicidó en la prisión. Montoto pereció
ahogado a manos de sus interrogadores, cuando era torturado.
El gobierno venezolano acabó con lo que restaba de la
infraestructura urbana de la guerrilla.
La tensión entre los estalinistas y
castristas venezolanos fue un reflejo de las disparidades
tácticas entre Moscú y La Habana referente a la toma del poder
político. Castro acusó de traición a los comunistas
venezolanos al no querer asistir a la reunión de la OLAS en La
Habana. El descalabro del foco guerrillero en África y en
Bolivia y la invasión de Estados Unidos a República
Dominicana, determinó la suerte de los insurrectos
venezolanos.
Castro comenzó a asumir una actitud
internacional menos estridente y más condicionada por el
Kremlin. Su aprobación a la invasión soviética en
Checoslovaquia provocó el cisma definitivo con los
guerrilleros latinoamericanos; y tanto el proyecto de Caamaño
en República Dominicana como el de los rebeldes de Bravo
fueron engavetados.
En junio de 1967, prestó declaración ante
una comisión especial de la OEA el venezolano Marcano, quien
daría pormenores de la subversión cubana en Venezuela. Marcano,
entrenado por los servicios secretos cubanos, participó en
numerosos actos de sabotaje y terrorismo contra su país11.
Según Marcano, Castro organizó dentro del ejército cubano, en
los años 1960-1962, una unidad venezolana que participó en las
operaciones en las lomas del Escambray contra los opositores
de Castro. Los venezolanos, junto a otros latinoamericanos
tomaron cursos en las escuelas de guerra cubanas.
Marcano atestiguó que Castro en persona les
expresó que era decisivo golpear en la zona de Maracaibo donde
se hallaban los más grandes oleoductos, para crear
dificultades al gobierno; asimismo, que era imprescindible
volar los transportes de abastecimientos para dar la sensación
de una situación incontrolable en el país. Marcano fue elegido
para coordinar en Europa y América los corredores clandestinos
insurreccionales.
En marzo de 1964, Marcano salió de Cuba con
pasaporte falso a nombre de José Escobar, por la vía de Gander
con destino a Praga, donde fue recibido por una checa, (con el
seudónimo de María) que había trabajado por muchos años en la
embajada de ese país en Uruguay. María sustituyó el pasaporte
cubano de Marcano por uno boliviano. Marcano debía crear
corredores en la frontera colombo-venezolana, porque los de
Pompeyo Márquez estaban vetados. Los cubanos le organizaron un
recorrido Praga-Roma, para crearle una leyenda; luego visita
Turín, como ex-alumno salesiano, donde se hace de una carta
que le posibilita visitar el Vaticano para solicitar unas
indulgencias que debían ser consignadas al hotel Torquemada.
Siguiendo el plan cubano, Marcano fue a
Madrid donde tomaría un vuelo Nueva York-Perú, ingresando
luego como boliviano en La Paz. De Bolivia, Marcano pasó a
Colombia, donde hizo contacto con una red de espionaje cubana
administrada por el arquitecto Luis Espinosa y por el
veterinario español comunista Paulino García, director del
diario España Democrática. De regreso, emergió
en México y de allí a La Habana.
Meses después, Marcano fue designado para
llevar a cabo otra encomienda cubana, coordinada con el
secretario general del MIR venezolano, Américo Martín. Marcano
volvió a utilizar la misma ruta, acompañado de Stefan Nube
Adler y de los secuestradores del Anzoátegui. De Praga pasó a
Londres, hizo un corredor entre Ámsterdam y la capital
británica, se desplazó luego a Jamaica, donde mediante soborno
adquirió una visa colombiana. En Colombia, y siguiendo
instrucciones de los cubanos, Marcano se puso en contacto con
el contrabandista Luis Pérez Lupe, que tenía en sus manos casi
todo el comercio ilícito de mercancías, armas y drogas en la
costa atlántica. Luis Pérez aceptó trabajar para La Habana y
propuso hacer un puente desde Aruba a las costas venezolanas,
con el lanchero de bandera venezolana Nelson Sosa, que debía
mover un fardaje de hombres y armas.
Luego de esto, Marcano entró en Venezuela
por Maicao, empleando el famoso camino verde sugerido
por la inteligencia cubana, y que era transitado por gente de
toda calaña: contrabandistas, ladrones, traficantes de drogas
y tratantes de blancas. Allí, Marcano alcanzó a instalar el
primer equipo de comunicación con Cuba, en la zona del estado
Miranda, con la artista Astrid Fisher. Sin embargo la
operación fue paralizada porque los soviéticos, que auxiliaban
estas comunicaciones, notificaron que la CIA las había
detectado. Marcano señaló que para la fecha los cubanos habían
constituido a lo largo de todo el Pacífico el coro marxista
Espártaco, compuesto de chilenos y peruanos. Asimismo, detalló
cómo La Habana había establecido grupos en Ecuador, Brasil y
Bolivia.
A principios de 1965, los cubanos
citaron en París a su agente venezolano. Piñeiro, jefe del
espionaje castrista, le enviaba dinero e instrucciones para
ampliar un aparato embrión de servicios secretos, ajeno al
Partido Comunista, que pudiese controlar toda la frontera
venezolana tras la toma del poder. Marcano destacó que los
cubanos feriaban armas en el mercado negro que fluye del
Amazonas hacia Manaos y que en esa región existía una fábrica
clandestina de armamentos, donde incluso ensamblaban
ametralladoras. Señaló que en la faja venezolana de Garabato,
los cubanos colocaron una mini-fábrica de armamentos que luego
fue descubierta por el gobierno venezolano.
El corredor de Aruba, utilizado a fondo por la
Habana y controlado por Marcano, funcionó a la perfección. Por
allí se evadió en un barco bananero el dirigente del MIR,
Américo Martín, con rumbo al Point Charlie inglés en
Berlín. Otro importante corredor clandestino creado por La
Habana fue el de la costa atlántica colombiana, empleando
patanas francesas que trabajaban en los bananares de Santa
Marta, las cuales podían trasladar hasta diez personas y hacer
un recorrido directo hasta Hamburgo; de allí, los infiltrados
viajaban a Frankfurt, con una cobertura turística, para luego
trasladarse a Berlín.
Los cubanos aprovecharon que el Point
Charlie inglés en el Berlín Occidental era escasamente
inspeccionado; el único requisito resultaba presentar el
pasaporte y realizar el cambio de marcos federales por los de
Alemania Oriental. Una vez en el Este, se utilizaba a la
embajada Checoslovaca para obtener una visa a Praga y de allí
volar a La Habana.
En 1966, Marcano fue designado oficial
de información de la inteligencia cubana para ejercer su labor
en el dispositivo internacional de espionaje cubano hacia
América Latina. Se le instruyó que reclutara diplomáticos
venezolanos en el exterior y fue puesto a cargo de una red que
no sólo cubrió Venezuela, sino también a Chile y otros países
del sur. En octubre de ese año, viajó a Méjico donde recibió de
manos del agente cubano Reginaldo Cepeda, claves de comunicación
secreta creadas por los soviéticos; documentación falsa para
entrar en Venezuela e infiltrarse en los medios oficiales, para
conseguir cartas tácticas de las costas venezolanas, como
lugares estratégicos, bases del ejército y puntos militarmente
vulnerables.
En su deposición, Marcano manifestó que en
Méjico suministró dinero al periodista Menéndez, de la revista
Sucesos, por varios reportajes favorables a La Habana y
reveló cómo los cubanos costeaban la revista Política, así como
un conjunto de publicaciones en Francia.
El último viaje de contacto de Marcano, para
consultar con sus patrones, resultó una odisea y tuvo que
trasladarse con rapidez de Madrid a París y de allí
precipitadamente hacia Berlín, debido al acoso que los servicios
occidentales mantenían sobre los agentes cubanos. En Praga,
finalmente pudo entrevistarse con sus superiores de la DGI que
le entregaron $250,000, dinero que Martín, del MIR, había
solicitado a Castro. Este dinero había sido adjudicado a otra
organización armada, el FLN, perteneciente al Partido Comunista;
Castro, además, se comprometió con regularizar al MIR una ayuda
de $25,000 mensuales.
Marcano aceptó una encomienda directa de
Castro de trasmitir a los insurrectos en Venezuela de no recabar
fondos en ningún país socialista europeo, puesto que Cuba
resolvería cualquier necesidad financiera. Los servicios cubanos
le exigieron que secuestrara al cabecilla de la
contrarrevolución cubana exilada, Manuel Artime, que iba a
menudo a Venezuela, y que lo trasladara a la guerrilla de El
Bachiller para “ablandarlo” y luego transportarlo a la isla
Margarita, y de ahí a Cuba bajo la acción de sedantes. Castro le
solicitó igualmente que su dispositivo de inteligencia penetrase
a los militares venezolanos que participaban en la Junta
Latinoamericana de Defensa.
No obstante sus intentos, la subversión
guerrillera castrista en Venezuela, si bien fue la de mayor
envergadura en el Continente, no logró sus fines y el país, a
partir de Betancourt, prosiguió por una vía electoralista.
Juan F.
Benemelis nació en Cuba (1942); es diplomado en
derecho internacional y en historia. Fue diplomático y
asesor gubernamental en diversos países africanos. Autor
de varios libros; en 1978 obtuvo un premio de la Unión de
Escritores y Artistas de Cuba por el ensayo
África: visión histórica;
y en 1979 fue galardonado por la Asociación
de la Amistad Cubano-Árabe por La
Arabia feliz. Es
conferencista invitado en universidades americanas y
colaborador en diversas publicaciones de Puerto Rico,
Estados Unidos e Italia. |
El
Cartel de La Habana (I)
El
Cartel de La Habana (II)
|