A
mediados de los ochenta, el término narcoterrorismo se
transformó en algo concreto. Un desempeño especial en este
nuevo engendro lo tuvo uno de los jefes máximos del Cartel de
Medellín, Pablo Escobar. El temido colombiano llegó a un
arreglo con Castro, mediante el cual el Cartel recibía bases
para sus operaciones a cambio del suministro de amplios fondos
a las guerrillas del M-19 colombiano. Además, el gobierno
cubano suministrará al Cartel de Medellín equipos y material
químico como acetona y éter etílico, que adquiere en Hamburgo,
Alemania. Estas sustancias son ingredientes básicos para
producir el clorhidr ato de cocaína.
Bajo la
protección de la marina cubana, Escobar estableció sus
cuarteles generales en Paredón Grande, en la costa norte de
Cuba. El funcionario cubano exilado Oscar Valdés, hermano de
Ramiro Valdés, miembro del buró político del PCC, ha declarado
que él mismo le sirvió de guía a Escobar cuando éste visitó a
Castro en Cuba1. A raíz de la liquidación de Escobar en una
operación de rastreo del gobierno colombiano en 1994, se
incautó una grabación donde el narcotraficante aludía a una
reunión que había coordinado entre comerciantes de la droga y
Raúl Castro.
El
segundo al mando de las operaciones entre Escobar y Castro era
el fugitivo norteamericano Robert Vesco. Figueres, ex
presidente de Costa Rica, había dado refugio en ese país al
estafador y narcotraficante Vesco, quien había huido de
Estados Unidos en 1973 con $212 millones de dólares. Con
posterioridad, Figueres intercedería con Castro para que
aceptase la estadía de Vesco en Cuba cuando las autoridades de
Las Bahamas lo estaban presionando para que abandonase el país.
Vesco era
utilizado desde 1978 por Castro en actividades de narcotráfico.
Vesco residía en el puerto de Barlovento cerca de La Habana.
En Barlovento tiene Castro fondeado uno de sus yates
personales, el Yagüaramas, en el que sale de pesquería
frecuentemente con Vesco a las aguas del Caribe. Los contactos
de Vesco eran el tenebroso personaje chileno Carlos Alfonso
(Max Marambio) y el funcionario cubano José Luis Padrón.
Los
sandinistas también se beneficiaron del arreglo entre Cuba y
el Cartel. En sus viajes a Managua, Escobar utilizaba aviones
de la fuerza aérea cubana; siempre se mostraba generoso con
los cubanos a los que hacía regalos frecuentemente, como el
millar de pistolas checoslovacas que les envió en la Navidad
de 1984.
En el
juicio contra el general Ochoa, según la acusación del fiscal,
se sostuvo en La Habana una reunión con enviados de Escobar
donde se había hablado de instalar una fábrica de cocaína en
Angola, y de montar una operación de falsificación de dinero a
través de ese gobierno, el cual tendría que obtener el papel.
También reza en la acusación que los colombianos habían
decidido abrir una empresa en Panamá que les diese cobertura
para el movimiento del barco Jennipher en todo el
contexto caribeño.
En el
careo durante el juicio Ochoa-de LaGuardia salió a relucir la
solicitud hecha por el zar del cartel colombiano Pablo Escobar
al gobierno de Cuba en cuanto a adquirir alrededor de 10
equipos lanzacohetes tierra-aire, y la posibilidad de que se
le mantuviera un avión de reserva en caso de urgencia2. De
acuerdo con el fiscal, la estrategia aérea también fracasa por
el descontento de Escobar, que sospecha que los cubanos le
habían estafado en varios cargamentos. Se relató la forma en
que Tony de LaGuardia había recibido un avión cargado de
drogas en la base militar de Santa Clara, y cómo el primer
cargamento de cocaína fue desembarcado en la pequeña área
militar del aeropuerto de Varadero.
En marzo
de 1984, el Ministro de Defensa de Colombia, Gustavo Matamoros,
expresó que la "pasta" entraba en Colombia de contrabando
desde Bolivia y Perú para ser convertida en cocaína que luego
se transportaba por avión a Cuba. Matamoros declaró
explícitamente que era de conocimiento público que los aviones
salen de Colombia llenos de cocaína y regresan de Cuba
cargados de armas para las guerrillas del M‑19, y que Cuba
recibía en pago por esta operación el 10 porciento del
embarque.
Asimismo,
un operativo cubano fue establecido en El Salvador para ayudar
en el traspaso de armas. El general checo Sejna recuerda que
en una conferencia celebrada en Moscú donde se discutía el
grado de ayuda que se brindaría al Partido Comunista
salvadoreño, los soviéticos solicitaron a los cubanos que
proveyesen recursos de los fondos que ya se obtenían de las
operaciones de narcotráfico en El Salvador3.
El ex
sandinista Pastora describió la actitud de Castro hacia el
tráfico internacional de drogas, a partir de su actual apoyo
al mismo, como parte del objetivo de desestabilizar la
sociedad americana. Apuntó Pastora que Castro recomendaría a
los sandinistas a que siguieran su ejemplo4 "cuando Tomás
Borge y otros miembros del Directorio Nacional estábamos en
Cuba en 1982, Fidel Castro realizó algunos comentarios
concernientes a las drogas y a su tráfico. Antes, los cubanos
capturaban a los traficantes y los entregaban, ahora, nos dijo
Fidel, ellos pueden ir y hacer lo que quieran, mientras nos
dejen algún dinero. [V]amos a blanquear a esa gente con
cocaína; y Castro encomendó a Tomás [Borge] que hiciera lo
mismo".
El
testimonio de Pastora también arrojó que en la Isla de Maíz,
cerca de la costa nicaragüense, existía un intenso tráfico de
drogas con Colombia. Pastora admitió haber presenciado los
aviones que allí aterrizaban para hacer el trueque de droga
por armamentos, y recordó haber visto a Humberto Ortega en una
ocasión enviar saquitos de cocaína y píldoras de LSD a
ese aeropuerto.
Según
declaraciones del convicto narcotraficante Lehder, tras la
disputa de mayo de 1984 entre el Cartel y Noriega sobre el
laboratorio de Darién, Cuba instruyó a Piñeiro de hacer los
arreglos necesarios para que él, Escobar y otros miembros del
Cartel moviesen sus bases hacia Nicaragua5. Y, añadió Lehder6
"los cubanos estaban a cargo de la operación de la cocaína en
Nicaragua y los nicaragüenses no movían un dedo si no se lo
decían (los cubanos)".
En agosto
de 1984, el ex diplomático nicaragüense Antonio Farach
testimonió ante un subcomité del senado norteamericano que los
altos niveles del gobierno nicaragüense estaban envueltos en
el narcotráfico a través de la conexión colombiana y boliviana,
permitiendo incluso el uso del aeropuerto de Managua y
otorgando pasaportes nicaragüenses a los traficantes. Farach
reveló también que las embajadas nicaragüenses tenían
instrucciones de proporcionar cobertura y apoyo a
organizaciones terroristas, como el M-19, la FARC y la OLP.
Según reza en su testimonio, la primera vez que supo de tales
sucesos fue en septiembre de 1981 durante una visita de Raúl
Castro, cuyos objetivos secretos conoció.
De acuerdo
a Farach, los cubanos, ya con experiencia y conexiones en el
tráfico de drogas, buscaban garantizarle a sus socios una vía
razonable y segura de tránsito por Nicaragua. Farach apuntó
que Humberto Ortega fue designado como hombre clave en los
operativos de contrabando de drogas hacia los Estados Unidos.
La oficina de inmigración y naturalización de Nicaragua,
controlada en su totalidad por cubanos, se encargó de
suministrar la documentación necesaria.
Entre los
traficantes que sostenían relaciones con altas figuras
sandinistas estaba James Herring, un norteamericano que servía
de asesor en el establecimiento de la producción y el
transporte de la cocaína. Herring había sido reclutado y
presentado a los cubanos y a los nicaragüenses nada menos que
por Vesco, y viajaba entre ambos países acompañado siempre por
altos funcionarios de La Habana o de Managua.
Otro
protagonista era Ubi Dekker, seudónimo de un traficante
europeo de hashish, fugitivo de la INTERPOL,
quien enseñó a los sandinistas rutas ilegales entre Nicaragua
y Europa. Luego de su arresto, Dekker testificó que el
gobierno cubano resolvía la seguridad, facilidades, recursos
humanos y todo lo necesario para el tráfico de drogas, y que
existía una estrecha vinculación entre Cuba y Nicaragua. Otro
destacado personaje en el narcotráfico sandinista era Alvaro
Baldizón, miembro de la inteligencia nicaragüense.
En 1981,
el narcotraficante Guillot-Lara sostuvo una reunión en Méjico
con guerrilleros del M-19 en la que recibió también una visa
nicaragüense que le posibilitó abandonar Méjico. Poco después,
a principios de 1982, los sandinistas negociaban la venta de
un avión DC-6 al cartel de Medellín. La operación que encausó
a Guillot-Lara en 1984 fue dirigida contra la organización de
contrabando de drogas Gómez‑Zapata, cuyo cuartel general se
hallaba en Barranquilla. A fines de julio de 1983, las
autoridades canadienses arrestaron al diplomático nicaragüense
Rodolfo Palacios, por posesión de cocaína. La policía comprobó
que Palacios era parte de una amplia red de traficantes cuyos
contactos llegaban hasta el mismo Ministro del Interior
sandinista Borge.
Un espía
de la DEA7 infiltrado como piloto en el Cartel, realizó viajes
de Colombia a Managua en que transportó 1,500 libras de
cocaína. Allí fue recibido por Federico Vaughan, alto oficial
del Ministerio del Interior y asistente de Borge, y por
Escobar, que disfrutaba de la hospitalidad nicaragüense. El 25
de junio de 1984, el mismo agente realiza otro viaje de
Managua a Miami con cocaína, en el curso del cual pudo
fotografiar a Vaughan.
La
documentación fotográfica determinó que a mediados de julio de
1984, un Gran Jurado Federal en Miami aportase pruebas
incontrastables contra once personas, entre ellas el
nicaragüense Vaughan, Borge, y los colombianos Escobar y Jorge
Luis Ochoa. El piloto traficante, transformado en agente de la
DEA, declaró haber recibido del propio Borge dos aviones para
los vuelos hacia Estados Unidos. También presentó pruebas de
un laboratorio de cocaína en Nicaragua a disposición del
Cartel.
Si aún
cabía duda del papel nicaragüense en todo este engranaje
diabólico, un hecho fortuito vino a confirmarlo; el 19 de
abril de 1985, la estación costarricense Radio Impacto anunció
que las guerrillas anti-sandinistas habían destruido la Casa
Colorada, antigua mansión de Somoza en el área del Crucero. En
la villa habían hallado un enorme laboratorio de cocaína.
Lehder,
el colombiano del Cartel que desde Las Bahamas había
establecido un tráfico de cocaína, testificaría, el 20 de
noviembre de 1991 en el juicio de Noriega que altos ejecutivos
del gobierno de Cuba, entre ellos el Ministro de Defensa Raúl
Castro, habían ayudado a los esfuerzos del Cartel de Medellín
para introducir la cocaína en los Estados Unidos durante la
década de los ochenta. Lehder denunció ante el jurado que él
mismo realizó varios viajes a Cuba entre los años 1981-1983, y
que en dos ocasiones se entrevisto con Raúl Castro y con el
coronel Tony de LaGuardia.
La
inteligencia cubana obtendría mediante los contactos del
traficante Carlos Lehder aviones para el uso personal de
Castro, que estarían estacionados en el aeropuerto habanero
José Martí8. En su testificación ante las autoridades
norteamericanas Lehder explicó que había donado un avión a
Raúl Castro, y que había pagado a funcionarios cubanos por el
permiso de sobrevolar el espacio aéreo y poder utilizar Cayo
Largo como punto de reabastecimiento9. Lehder también
testificó que sostuvo entrevistas personales con Vesco en Cuba
y en Nicaragua en sus esfuerzos por establecer una ruta a
través de ambos países. En mayo de 1984 Lehder tuvo que
refugiarse en Nicaragua, junto con otros cuatro miembros del
Cartel, tras haber sido implicados en el asesinato del
Ministro de Justicia de Colombia, Rodrigo Lara. Las
conexiones en Nicaragua las facilitó Vaughn. Por último,
Lehder declaró que el principal contacto entre el gobierno de
Colombia y el Cartel era López Michelsen, jefe del Partido
Liberal, cuyas campañas políticas el Cartel había financiado.
Fue precisamente el testimonio público de Lehder en 1987 lo
que desencadenó los procesos en Cuba mediante los cuales
Castro trataría de salvar su responsabilidad del narcotráfico
ante las posibles acusaciones de un alto miembro del Cartel.
Castro usaría de chivo expiatorio al general Ochoa.
El 25 de
octubre de 1985, el Diario de Las Américas informó
acerca de la existencia en Colorado, al oriente de Cuba, de
una planta de procesamiento de drogas adquirido en Alemania
Oriental. En esa instalación el gobierno cubano procesaba
cocaína, qualudes y otras sustancias tóxicas. Aseveró
el diario que la materia prima era transportada casi siempre
en aviones cubanos para ser procesada en Cuba.
El diario
expresaba que Cuba se había convertido en "el Banco" del
tráfico de drogas en América Latina. El Banco ha
funcionado como una institución financiera y los productores
giran contra él en operaciones que pueden implicar armas o
dinero. En ciertas embajadas claves se tramitan las órdenes de
compras y se cierran las operaciones. El Banco entrega
la mercancía en la forma que requiera el distribuidor, y
cuenta con sucursales en Panamá, en Nicaragua y en Perú. Uno
de sus dirigentes es el uruguayo Alberto Fresne, quien
desempeñó un papel determinante en la decisión de su gobierno
de restablecer relaciones diplomáticas con La Habana. Junto a
ese personaje forman parte de la directiva de El Banco
los altos funcionarios cubanos Aragonés, Cienfuegos, Aníbal
Velaz y Antonio (Pupo) Padrón.
EL
CONTRABANDO
Si bien era
conocida la colaboración cubana en el narcotráfico, y era
rastreado por algunas agencias especiales del gobierno
norteamericano, ello no era del dominio público. Desde el
encauzamiento en Miami del grupo de funcionarios cubanos, un
manto de silencio se había tendido sobre la isla de Cuba.
Hasta un día de agosto de 1986 en que el general John R.
Galvin, director del comando sur de Estados Unidos,
expresaba10 "según mis convicciones personales, basadas en
informaciones que he tenido, Cuba se halla implicada en el
narcotráfico, aún cuando Fidel Castro diga que no".
Las
autoridades de aeronáutica civil de la Florida informaron
entonces que en 1987, alrededor de 300 vuelos ilegales se
habían encaminado a La Habana. En abril de 1987 la revista
US News & World Report se lanzó a un reportaje con
detenimiento donde señaló que el gobierno de Cuba accedió a
procesar cocaína en 1984 para el narcotraficante colombiano
Lehder.
Otro
hecho vino a alertar a los medios publicitarios
norteamericanos. En noviembre de 1985 se desmantela una red de
contrabando de cocaína en Estados Unidos conectada al M‑19
colombiano. En la requisa efectuada en un almacén de la
barriada de Pembroke Park, en el Condado de Broward, se
encontrará una lista de sesenta y dos páginas con unas 1,000
frecuencias radiales usadas por diversas entidades de Estados
Unidos, que incluían los escuadrones caza de la Fuerza Aérea,
el Servicio Secreto, los sitios de pruebas de cohetes
experimentales del gobierno, el avión del presidente Reagan
-Air Force One- y su limusina, así como los canales del
Departamento de Justicia reservados para la protección del
presidente11.
El
hallazgo era muy inquietante: el hecho de que grabaciones tan
delicadas pudieran estar en manos de delincuentes sólo podía
explicarse involucrando a Cuba, único país en este hemisferio
capaz de propiciar tales informaciones a la guerrilla del M‑19
y a los narcotraficantes.
Durante
el juicio "Ochoa-la Guardia" salieron a relucir operaciones de
narcotráfico donde incuestionablemente estaba implicada la
alta dirigencia del gobierno cubano por las áreas donde se
realizaron. El aeropuerto militar de Varadero; la zona de
Villa Tortuga en Varadero, reservada para una mansión de
Castro y ultra-controlada; la marina Barlovento, reservada al
turismo extranjero, que es objeto de una vigilancia especial
por la seguridad del estado12.
Entre
tales operaciones figuraron las siguientes: En abril de 1987,
400 kilos de coca fueron descargadas de un avión por Varadero,
almacenadas en una mansión de Villa Tortuga y luego
reembarcadas a una embarcación. A fines de 1987 un avión
aterrizó en Varadero con 500 kilos de coca, y realizó la
transferencia de la carga en tres embarcaciones que se
dirigieron a Estados Unidos. En febrero de 1989 fueron
lanzadas por un avión 500 kilos de coca a 14 millas del faro
Cruz del Padre; el avión aterrizó en Varadero para
reabastecerse de combustible mientras dos embarcaciones
rápidas atendían la operación de recogida y trasbordo en Punta
Hicacos. En marzo de 1989 unos 400 kilos de coca fueron
lanzadas por un avión a veinte millas de la bahía de Cádiz. En
abril de 1989 arribó una embarcación con un cargamento de coca
en las aguas territoriales del norte de Cuba; luego de recibir
reparación en la marina de Barlovento, se dirigió a Varadero
donde realizó el trasbordo de la carga en un pequeño islote13.
En enero
de 1988, Blandón, ayudante del general Noriega pide asilo en
Estados Unidos, y presenta pruebas documentales de la
concurrencia directa de Castro en el tráfico de drogas. El 16
de ese mismo mes un jurado federal en Miami abrió una causa
contra 17 traficantes; en el mismo Cuba aparecía como punto de
tráfico intermedio del contrabando de cocaína desde Colombia.
En 1988 la banda había sido infiltrada por agentes secretos
norteame ricanos que se hicieron pasar por compradores y
lograron grabar en audio y video sus entrevistas. El
traficante Reinaldo Ruiz y su hijo Rubén aparecen en el video
expresándole a un agente encubierto de la DEA cómo Cuba
garantiza el tránsito de los cargamentos de cocaína a través
de la Isla. Ruiz habla, además, de lo que había que pagarle a
Castro.
El
expediente relata con detalles dos ocasiones en las cuales
Rubén Ruiz había volado desde Colombia hasta el aeropuerto
militar de Varadero con 500 kilos cada vez. En la primera
ocasión de la visita de Ruiz a Cuba en abril de 1987, la droga
había sido descargada por personal militar y luego
transportada a un muelle y cargada en un barco de nombre
Florida que fue escoltado por guardacostas cubanos hasta que
salió de las aguas territoriales de Cuba. El 9 de mayo, Ruiz
hizo otro vuelo similar durante el cual su avioneta cargada de
cocaína fue escoltada por un MiG cubano hasta que aterrizó en
el aeropuerto de Varadero. En una de las conversaci ones
grabadas se dice textualmente que el dinero de este último
cargamento había ido a parar a las manos de Castro.
En las
grabaciones se descubrió cómo el servicio de guardafronteras
de Cuba vigilaba los estrechos entre la isla y la Florida,
para asegurarse que los traficantes pudiesen evadir las
lanchas patrulleras de Estados Unidos. Se documentó también
cómo la Fuerza Aérea y los guardacostas cubanos brindaban
protección a los traficantes que realizaban la transferencia
de la droga en puntos de la Isla para su remisión a los
Estados Unidos.
Se hacían
cuatro operaciones quincenales. El tráfico involucra un
creciente número de pequeños aviones que surcan el espacio
aéreo cubano rumbo al sur de la Florida escoltados por las
fuerzas aéreas cubanas. De regreso toman tierra en Varadero
para abaste cerse de combustible. Algunos aviones aterrizan
directamente en las bases militares cubanas.
Otras
avionetas lanzan la droga en bolsas fosforescentes
impermeables que son recogidos por lanchas rápidas que luego
se dirigen hacia los Estados Unidos. La droga viene encubierta
en cajas de cigarrillos Marlboro, o cajas de
computadoras Epson. Luego se reenvasa en Cuba en cajas
de tabaco por la facilidad de ese comercio ilegal. El
intercambio se realiza cerca de la bahía de Cienfuegos y del
puerto de El Mariel. Asimismo se han utilizado los fondeaderos
de las tropas especiales del Ministerio del Interior en
Jaimanitas y también en Barlovento.
Los
lancheros se mueven libremente en las provincias occidentales
de Cuba. En el juicio de "Ochoa-LaGuardia" salió a relucir que
muchos de ellos eran autorizados para ir a visitar a sus
familiares en la isla, y que en algunos casos se les permitió
transportar a familias que introdujeron ilegalmente en Estados
Unidos.
En 1988,
el papel de Cuba en el comercio de narcóticos quedó nuevamente
expuesto con las declaraciones de dos altos oficiales de los
servicios secretos cubanos: Juan A. Rodríguez Menier quien
había roto con La Habana mientras prestaba servicios
diplomáticos en Hungría, y el mayor de la contrainteligencia
Azpillaga que había desertado en Austria. Menier detalló como
el gobierno de Cuba participaba en el narcotráfico a través de
las Tropas Especiales. A su vez apuntó que en una ocasión el
Jefe de la Inteligencia, general Germán Barreiro, le dijo que
las drogas resultaban "una de las mejores maneras para
destruir a los Estados Unidos".
En agosto
de 1989, Menier hizo declaraciones nuevamente donde acusó a
Castro de estar personalmente al tanto del negocio de la droga.
Apuntó además que la corporación CIMEX resultaba el
instrumento por el cual Castro recibía el 80 porciento de los
beneficios en moneda convertible.
A
principios de los ochenta, el centro turístico de Cayo Largo
al sur de Cuba fue acondicionado para estas operaciones bajo
la dirección del coronel Armando Urra, quien fungiría como
contacto principal con los narcotraficantes. Bajo la dirección
de José Abrantes, el entonces Ministro del Interior, Urra
había suministrado protección a los narcotraficantes desde
1978.
Comenta
Azpillaga que en Cayo Largo se estableció también el centro
operacional del fugitivo norteamericano Vesco, desde donde se
realizaron las negociaciones con los narcotrafi cantes. El
mayor Azpillaga expuso cómo las actividades de droga eran
fiscalizadas personalmente por Castro y ejecuta das por
Abrantes, por el coronel Urra y por el general Pascual
Martínez Gil.
Azpillaga
expresó que Abrantes y su viceministro Martínez Gil lo
asignaron en la contrainteligencia para operar un transmisor
en La Habana a través de una banda radial de onda corta y
usando claves convencionales, para mantener comunicación
directa con grupos de traficantes en Colombia y así evitar que
Estados Unidos captara las señales radiales entre los cubanos
y los narcotraficantes.
En abril
de 1989, durante la causa en su contra en las cortes federales
de Jacksonville, Florida, Lehder mencionará con persistencia
la relación comercial de Castro con varios narcotraficantes
conocidos, como Vesco. La confesión de Lehder dejaban en
evidencia el uso del territorio cubano: ya no podían existir
más dudas de la actividad de un nutrido grupo de altos
funcionarios cubanos en el tráfico de drogas hacia Estados
Unidos, ni tampoco del conocimiento tácito de Fidel y Raúl
Castro sobre estas actividades.
Existían
ya presiones exteriores por parte de Estados Unidos, por
algunos países de la América Latina, y también de la Unión
Soviética para que Fidel Castro pusiera fin a su participación
en el narcotráfico con el Cartel de Medellín. Todo parece
indicar que Washington solicitó al entonces presidente de la
Unión Soviética, Gorbachov que intercediese con Castro.
Gorbachov llevó a la agenda de su viaje a La Habana, en
febrero de 1989, el espinoso punto del trafico de drogas en el
Caribe.
Antes de
la visita del mandatario soviético, su portavoz oficial,
Guennadi Guerasimov, declaró en conferencia de prensa que
tanto Gorbachov como Castro tratarían en las conversaciones,
además de los temas normales de las relaciones
cubano-soviéticas y la crisis latinoamericana de la deuda
exterior, el tema del tráfico de drogas.
El 12 de
mayo, Estados Unidos anunció que boicotearía la celebración
del Octavo Congreso de la ONU sobre prevención de crímenes,
trafico de drogas y lavado de dinero a realizarse en Cuba. A
principios de junio el gobierno de Londres había entregado a
funcionarios norteamericanos copias de documentos financieros
del Banco de Crédito y Comercio Internacional que no sólo
mostraban transacciones relacionadas con el narcotráfico, sino
también involucrab an al panameño Noriega.
Para
1989, además, culminaba una operación limpieza de las
autoridades colombianas contra los narcotraficantes como
respuesta al asesinato del candidato presidencial Luis Carlos
Galán. En una barrida en la ciudad de Medellín fueron
arrestados 27 cubanos que portaban falsos pasaportes
costarricenses. Por otra parte, gracias al trabajo realizado
por un doble agente infiltrado por Estados Unidos, existían
grabaciones y fotos de satélite donde se mostraba el uso de
los guardacostas y de la aviación de guerra cubana en
operaciones de transferencia de droga; así como documentos
bancarios que probaban la extensa participación del gobierno
de Castro con el trafico de estupefacientes.
A través
de medios diplomáticos, Castro sabrá de la existencia de
pruebas en poder de los Estados Unidos que lo implicaban en el
narcotráfico. Y, como si esto fuese poco, su cerrada defensa
del panameño Noriega le estaba haciendo perder prestigio en
los grupos de poder de la América Latina.
OPERACION
GALGO
El
Comisionado de Aduanas de los Estados Unidos, William Von Raab,
aseveró que Raúl Castro estaba involucrado en el trafico de
drogas y de armas. Von Raab alegó que el Ministro de las
Fuerzas Armadas de Cuba trataba de subvertir al gobierno
colombiano ofreciéndole apoyo a las guerrillas del Movimiento
19 de Abril en dicho contrabando14. Leyendo de un documento
marcado secreto y confidencial Von Raab informó a los
senadores sobre la “operación Galgo”, una investigación del
Servicio de Aduana que, según dijo, puede haber sido el
catalizador del arresto del general Ochoa. Valiéndose de
cubanos exilados involucrados en el trafico de drogas, el
Servicio de Aduanas había recopilado datos de que las tropas
de seguridad interna de Cuba protegían a los contrabandistas.
La
Operación Galgo fue dirigida por el agente especial de aduanas
Dave Urso y tuvo como objetivo tender una celada a altas
figuras del régimen cubano, especialmente al Ministro del
Interior Abrantes. La operación utilizaría conexiones de
traficantes, previamente trabajadas, introduciéndolas en
territorio marítimo cubano. Así, el fin era realizar las
negociaciones y atraer al ministro Abrantes u otros altos
jefes al punto de transferencia de la mercancía en alta mar y
allí apresarles en plena operación.
Para tal
objeto se había concebido la utilización de un submarino, un
equipo especial de los famosos comandos marinos SEAL,
la cobertura aérea de cazas F-16, y un destructor Spruance,
cosa de contrarrestar la aviación y marina cubana. El agente
aduanero Urso se había destacado en el desmantelamiento de una
red colombiana en Cayo Largo y contaba con el apoyo del Jefe
de Aduanas de Isla Morada, Luis Rivera.
Los
servicios cubanos estaban aprovechando una brecha en los
sistemas de radares de los Estados Unidos, una especie de
vacío en un perímetro de 5,000 millas cuadradas de océano
entre el norte de Cuba y Cayo Sal hasta Isla Morada, en una
plataforma coralina de aguas poco profundas. En ese dédalo de
islotes se estacionaban con botes rápidos los contrabandistas
de drogas. Allí esperaban que avionetas atestadas de
estupefacientes lanzaran su carga en tierra firme, bajo el ojo
protector de los funcionarios cubanos15.
Los
buques del Servicio de Guardacostas de los Estados Unidos no
podían dar alcance a los rápidos botes de los traficantes; la
fuerza aérea, con sus helicópteros Blackhawk y cazas
Citation, se mantenía a una distancia prudencial de la
superior flotilla de MiGs cubanos. Pero, la aviación y la
marina cubanas resultaban un valladar insuperable para la
guardia costera norteamericana, propiciando las operaciones de
los contrabandistas a los que incluso escoltaban mar adentro.
La intención de la “operación Galgo” era recorrer por primera
vez hasta el final la red de narcotráfico que engrampaba a
Colombia, a Cuba y a la Florida. Thomas Mulvhill, fiscal
federal que rastreaba la pista cubana, propició un encuentro
entre representantes del FBI y de la agencia antidroga, la DEA,
con el agente Urso. Se necesitaba un narcotraficante que
cooperase e introdujese a Urso en la red.
Se
determinó, entonces, utilizar al cubano Gustavo Fernández,
conocido en el narcomundo como "papito". En la década del
sesenta Papito Fernández había sido entrenado por la CIA, como
miembro de las famosas Aguilas Doradas y había
realizado varias infiltraciones dentro de Cuba, incluyendo
actos de sabotaje. En los momentos que se planificaba esta
operación, papito Fernández estaba en una cárcel
norteamericana cumpliendo una larga condena16.
Papito
accedió a colaborar en la operación, conjuntamente con su hijo
Pablo Fernández, llegado por El Mariel en 1980, y quien se
hallaba conectado con la red del narcotráfico cubano. Tanto
papito como su hijo consideraron que era muy probable que
pudiesen apresar al general Abrantes. Urso recabó el apoyo de
la Agencia de Inteligencia de Defensa (DIA), para la cobertura
aérea.
Urso
posaría como contrabandista canadiense. Rivera, el jefe de
aduanas de Isla Morada, fue encargado de monitorear la
operación. Participarían en la misma papito Fernández, su hijo
Pablo; Kevin Power como segundo al mando; y Eddie Agrait,
quien protegería a papito Fernández en sus negociaciones con
los narcotraficantes. Se determinó utilizar el yate
Hatteras17. Pese a que el plan contaba con el apoyo del
Comisionado Federal de Aduanas, Von Raab, los jefes de Urso en
Miami tenían sus dudas sobre el éxito de la operación. Por
otro lado, los engranajes burocráticos dejaron a la operación
casi sin fondos, y papito Fernández tendría que buscar fondos
a través de sus propios contactos. Papito Fernández comenzó a
realizar las averiguaciones convenientes para desarrollar el
trabajo.
La carnada
para atraer al general Abrantes consistía en una lista de
artículos de alta tecnología: información de vuelos sobre Cuba
de los satélites con capacidad infrarroja que podía penetrar
el follaje de la selva. O sea, el canje sería de secretos por
cocaína. Pablo, el hijo de papito Fernández, que en Cuba había
sido reclutado directamente por el general Abrantes en una
fiesta para trabajar en la red de narcotráfico, accedió llevar
la lista al general. La respuesta fue positiva: el ministro se
había interesado por las informaciones y accedía al
intercambio.
Para
evitar cualquier sospecha, se concibió una operación previa de
drogas con los militares cubanos; la red de Pablo trajo de
Cuba una tonelada de cocaína que fue desembarcada en los
bancos de Cayo Sal. La transacción con el general Abrantes fue
concebida para darse en aguas internacionales. Se tensaron
todos los medios aéreos y navales para su éxito.
El 12 de
junio se citó una reunión en Isla Morada con Urso y Power para
revisar los planes. Papito Fernández se quedó custodiado con
un sólo hombre. Mientras almorzaba cerca del refugio bajo
vigilancia, dos hombres se acercaron a su mesa y ante los ojos
de su custodio, sería desaparecido con rapidez18. Tras algunas
horas de espera, se desencadenó la búsqueda. Papito Fernández
no tenía razones para huir, ya que se le había prometido por
su participación la libertad19. La coincidencia de los sucesos
en torno a la Operación Galgo, la misteriosa desaparición de
Papito Fernández, con los acontecimientos de Cuba y el arresto
del general Abrantes resulta en extremo evidente.
EL REPOSO
DEL GUERRERO
El general
Ochoa, artífice de las operaciones de guerra más brillantes
del régimen en los escenarios bélicos africanos, se había
mostrado en extremo criticó durante los últimos tiempos con
respecto a la guerra en Angola20. Ya a esas alturas las
contradicciones del general Ochoa con la plana mayor militar
de Raúl Castro se harán patentes. Se hizo patente que Castro
no dejaría impune la insubordinación del general Ochoa. La
inconcebible ausencia del general Ochoa en las negociaciones
militares que llevaron a los acuerdos de paz en el Cono Sur
africano, sólo se explica asumiendo que desde entonces Fidel y
Raúl Castro habían decidido su suerte.
La casa
del general Ochoa, en Cuba, se transformaría en un centro de
reunión de veteranos de las guerras africanas, descontentos e
inquietos con su situación personal y con el deterioro
económico y social del país. Castro percibió que dentro de la
élite de dirección aumentaba el estado de opinión
favorab le a las reformas que se estaban produciendo en otros
países del bloque soviético y decidió neutrali z ar todo lo
que pudiera posibilitar el surgimiento de cualquier movimiento
en favor de cambios políticos o hacia un forcejeo por el poder.
Es
entonces que Castro golpea el círculo de hierro que hasta
ahora constituía su base de sustentación: el MININT. El tema
de la droga le permite a Castro una jugada política y
propagandística múltiple: de un plumazo destruía moralmente a
sus críticos, se desligaba ante el mundo de toda
responsabilidad con el narcotráfico, y encubría un operativo
contra el creciente descontento de sus oficiales en las
Fuerzas Armadas y en el Ministerio del Interior que le
permitirá recuperar la iniciativa política.
Castro,
decidió inculpar al general Ochoa del narcotráfico cubano,
presionado por las acusaciones que se hacían sobre las
vinculaciones de Cuba en el narcotráfico y del caso de
Reinaldo Ruiz21 que se ventilaba en Miami, en el que se habían
detallado nombres, rangos y circunstancias de la participación
cubana en el mismo. Al referirse al tema, Castro tuvo que
admitir el conocimiento por parte de las autoridades
norteamericanas, de la actividad de narcotráfico de su
gobierno22 "es evidente que los órganos de inteligencia de
Estados Unidos conocían que desde el primer semestre de 1987,
aunque bastante espaciadamente, aviones con drogas procedentes
de Colombia estaban realizando aterrizajes en el aeropuerto de
Varadero con la complicidad de oficiales cubanos".
El 15 de
julio de 1989, diplomáticos occidentales destacados en La
Habana informaron que la Sección de Intereses de Estados
Unidos en Cuba había realizado por lo menos ocho contactos con
este gobierno, entre 1988 y 1989, en que se discutió la
participación oficial castrista en la confabulación. Mucho
antes de iniciarse las investigaciones sobre el supuesto papel
del general Ochoa en el narcotráfico ya existían informaciones
que Castro no podía desconocer23.
"Varios
rumores que llegaban por boca de amigos de Cuba señalaban
afirmaciones de narcotraficantes que aseguraban contar con la
cooperación de funcionarios cubanos. Se hablaba incluso de
algunas quejas por pérdidas de mercancías. Esto se unía a
crecientes imputaciones desde Estados Unidos sobre operaciones
de narcotráfico a través de Varadero y de las aguas
jurisdiccionales cercanas a ese punto, que llegaban a
mencionar lanzamiento por aire de paquetes que contenían droga".
Al
parecer, junto a las operaciones de narcóticos autorizad as
por Castro a Tony de LaGuardia, otros funcionarios del régimen
estaban realizando diferentes operaciones de contrabando de
dinero, de narcotráfico, y de extorsión. Los fondos derivados
de estas operaciones eran guardados en el exterior, hecho que
Castro desconocía y que implicaba a sus ojos una evidente
oposición. Castro pudo haberse enterado de estas operaciones a
través de sus relaciones a más alto nivel con el Cartel de
Medellín, o con Solís Palma, el entonces presidente de Panamá
quien realizó una visita sorpresiva a Cuba dos días antes de
los primeros arrestos.
No cabe
duda que todo el proceso de narcotráfico montado en contra el
general Ochoa y los mellizos de LaGuardia no fue más que un
manto protector ideado por Castro para desvincular a la alta
cúpula del régimen cubano de la culpabilidad corroborable en
las causas del narcotráfico. El Departamento MC (Moneda
Convertible)no era el único envuelto en el tráfico de
narcóticos; es más, ni siquiera había sido el instrumento
fundamental de este negocio ilícito. El hombre clave de Cuba
con el Cartel de Medellín y con Panamá no era Tony de
LaGuardia, había muchos más implicados.
Tony de
la Guardia será el hombre de las misiones imposibles en el
Medio Oriente, en África, y América Latina; durante la crisis
de los cohetes, en 1962, se hallaba en Nueva York con la
misión de dinamitar el puente de Brooklyn en caso de estallar
la guerra; estuvo al lado de Allende hasta el último minuto24;
luego se integraría con los palestinos en plena guerra del sur
del Líbano, y posteriormente organizará el frente sur
sandinista. Finalmente el propio Castro lo ubicó al frente de
un Departamento de inteligencia, el MC con el fin de burlar el
embargo norteamericano y obtener, de diferentes sectores
industriales y farmacéuticos, la tecnología y los productos
norteamericanos. Esta actividad implicaba la conexión de Tony
de la Guardia con los bajos fondos panameños, colombianos y de
todo el continente, bajo una "licencia de corsario" otorgada
por el propio Castro25.
Cuando la
colaboración cubano-soviética entra en crisis con Gorbachov y
Boris Yeltsin, el departamento MC de Tony de la Guardia devino
imprescindible, montándose diversas empresas comerciales
registradas bajo nacionalidad panameña u otras, para operar en
la zona franca de Colón y servir de cobertura a otras
actividades ilegales. Una de tales empresas sería Merbar, que
compraba lotes de mercancías y material electrónico, incluso
de los mercados negros, y los revendía en los países
africanos26.
Según el
propio Tony de LaGuardia, en abril de 1989 él ya había
ordenado personalmente la suspensión de las operaciones de
narcotráfico, no porque en Cuba se hubiera iniciado una
investigación, sino porque el problema del narcotráfico ahora
estaba en público. No obstante, Tony de LaGuardia declaró su
conocimiento de otros bombardeos de cocaína en 1988 en la
provincia central de Las Villas, en los que insistió que nunca
se vio envuelto su departamento MC.
Quedó
evidente en el juicio cuán extensas y abarcadoras eran las
operaciones ilegales que realizaba la inteligencia cubana.
Asimismo, se hizo patente que el departamento MC dirigido por
Tony de LaGuardia se autofinanciaba con pequeñas operaciones
de narcotráfico, evidencia que fue utilizada para montar el
juicio. El monto de las operaciones de drogas -la prueba
central- del Departamento MC era de pequeña magnitud y no
podía representar el nivel exacto del compromiso cubano con el
narcotráfico.
En su
testimonio ante el juicio, el general Ochoa haría referencia
constante a un "amigo extranjero" que había propuesto a Cuba
la venta y transporte de narcóticos. En comentarios íntimos
después del juicio, Castro expresó que era interés de Cuba el
mantener la identidad del extranjero en secreto. La verdadera
razón era que el extranjero se mantenía activo realizando
operaciones conjuntamente con La Habana. Pero Masetti,
operativo del Departamento América que en 1991 desertó en
Europa, ha revelado que el susodicho extranjero era el
venezolano Luben Petkoff, quien en la década del sesenta había
encabezado un movimiento guerrillero dentro de su país, el ELN,
con el apoyo de La Habana27. En ocasión de la conferencia de
Castro con los presidentes de México, Colombia y Venezuela en
Cozumel, el 27 de octubre de 1991, Petkoff se entrevistó con
la delegación cubana28.
Dos años
después de los hechos, Maida González, viuda del general
Ochoa, rompió el silencio sobre el caso de su esposo
concediendo una entrevista al diario español El Mundo.
En ella expresó que su esposo había sido inocente de casi
todos los cargos que se le imputaron29 "Dicho tráfico siempre
estuvo en conocimiento de Fidel y Raúl Castro, quienes lo
alentaron.... el único delito de mi esposo fue decirle a Fidel
y a su hermano Raúl que la guerra de Angola era una locura".
Sin
embargo, no quedó estable cida la conexión de Ochoa con el
narcotráfico, al no poderse citar un sólo éxito o
participación en las supuestas operaciones. El fiscal no
lograría armar un "corpus" coherente de evidencia con las
respuestas de los acusados sobre el cuándo y el cómo habían
comenzaron las operaciones de narcotráfico. En las confesiones
resultó evidente que los acusado habían sido asignados, por
niveles superiores dentro de la jerarquía, a operar en el área
del narcotráfico.
La
participación de Castro en el tráfico de drogas ha sido más
voluminosa de lo que se pensaba. Se estima que Castro obtuvo
anualmente por dichos conceptos entre $200 y $250 millones de
dólares. Castro hizo depender el tráfico del Cartel de
Medellín y del lavado de dinero vía Noriega a su control. El
mayor del ejército cubano y veterano de las guerras africanas
Luis Galeana desertaba en España en octubre de 1991,
realizando declaraciones que estremecerían a la cúpula
castrista. Galeana había actuado dentro de la sección naval
del Ministerio del Interior como agente reclutado por la DEA
norteamericana30.
El doble
agente Galeana disponía de evidencias de que Castro continuaba
inmerso en el trafico de drogas hacia los Estados Unidos. En
su poder obraban pruebas sobre recientes envíos de cocaína
refinada realizados en los dos años posteriores al juicio
contra el general Ochoa, narcóticos que Cuba fue introduciendo
en los Estados Unidos a través de Tejas y Luisiana, utilizando
a México como trampolín. Según Galeana, Castro ha ampliado su
papel como punto de trasbordo de los narcotraficantes31.
Con
Gorbachov, los servicios de inteligencia cubano comenzaron a
retraerse de su tutelaje soviético, disminuyendo el
intercambio de información, al punto que ello provocó la
visita del entonces jefe de la KGB Viktor Chebrikov para
restaurar la alianza en esta área sensitiva y poder mantener
en servicio la estación de espionaje en Lourdes. Con la caída
de la alianza de inteligencia del bloque soviético, la DGI
cubana fue privada de acceso al sistema integrado de datos de
inteligencia y a las computadoras de Alemania Oriental. A
partir de estos acontecimientos, el otrora apoyo internacional
a su revolución se va desmoronado en una dinámica sin
retroceso. La ejecución del general Arnaldo Ochoa, vencedor de
sus guerras, conmocionó a toda su élite y cerró toda opción de
reforma interna y de acomodo internacional.
Pese a que
la era del imperialismo soviético y el colosal edificio del
comunismo euroasiático fue condenado por la marcha de la
historia, Castro, con una economía en quiebra, no deja de
estar siempre presto a desencadenar una terrible explosión de
violencia, como principal sujeto de su política exterior. La
Habana sigue siendo una urbe tórrida, inundada de siniestros
blocaos de hormigón y sometida a extensos niveles de crueldad
por una casta convencida de su superioridad, cuyos despachos
están adornados con cabezas de tigres con ojo de vidrio,
trofeos de guerras en las junglas tercermundistas.
Nadie en
la historia de Cuba o de Hispanoamérica ha desatado una
vorágine de violencia ni ha sembrado el pánico Castro ha hecho
con su revolución. Su sueño imperial de convertirse en un
Bolívar continental estrena una etapa de subversión y de
terrorismo que ha llegado hasta nuestros días. Mientras
exista Castro como gigantesco brasero de la Gran Antilla, la
democracia no se cimentará en América Latina y las
posibilidades de conflictos se mantendrán latentes.