La
traición internacional a Venezuela
Aníbal
Romero
viernes,
17 diciembre 2004 |
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La
abyecta actitud del gobierno salvadoreño, en el caso de los
Comisarios policiales venezolanos a quienes recientemente les negó
asilo, a pesar de la clara motivación política de la persecución
en su
contra, es sólo otra evidencia de la actitud genuflexa de buena
parte de
la comunidad internacional ante el régimen chavista, y de la
traición
hemisférica ante la destrucción de la libertad en Venezuela.
Lo sorprendente no es el egoísmo, la miopía y la
mezquindad de esa
comunidad internacional, y de la interamericana en particular. Lo
sorprendente es que no pocos venezolanos esperásemos alguna
solidaridad de parte de pueblos y gobiernos por cuyas libertad y
democracia Venezuela realizó tantos esfuerzos en el pasado.
Es un error esperar gratitud en las relaciones
internacionales, y
confío que estas experiencias arrojen para nosotros inolvidables
enseñanzas al respecto. Lo que predomina es una cruda y calculada
primacía del interés cortoplacista, concebido de manera estrecha y
casi
siempre en términos materiales, por encima de cualquier
consideración
principista.
Sin embargo, es justo decir que la política exterior
venezolana durante los cuarenta años de democracia, previos al
chavismo, si bien no fue en todo momento altruísta, se caracterizó
por un compromiso
democrático que se ubicó más allá de los limitados intereses de
los
gobiernos de turno. Venezuela dió la cara en los años sesenta
contra la
tiranía castrista y su intento de expansión continental. Volvió a
darla
en los setenta frente a las dictaduras militares en Brasil y el
Cono
Sur. También lo hizo en los ochenta y noventa, especialmente
mediante su participación en la crisis centroamericana, y en su
entrega generosa a
la causa de la paz de la región.
Esa política exterior venezolana no sólo ayudó de manera
abierta
a los países, instituciones y partidos políticos democráticos en
Centroamérica, Suramérica y el Caribe, sino que también abrió las
puertas de nuestro país a miles de refugiados, les acogió con
desprendimiento, y comprometió recursos materiales y morales para
respaldar a los perseguidos, y contribuír a la
institucionalización de naciones que venían de sufrir terribles
guerras y sombrías dictaduras.
¿Cómo nos pagan ahora? Pues cediendo al chantaje petrolero
del régimen chavista, arrodillándose ante el caudillo --como
ocurrió también en España--, volteando la mirada a otro lado para
desentenderse de la
progresiva erosión de las libertades en el país, y arrojándoles la
puerta en el rostro a personas que han intentado buscar la
protección de
Embajadas antes amigas, que ahora compiten para ganar los favores
y
contratos del gobierno venezolano.
Fuimos ingenuos al esperar la gratitud de El Salvador, de
Guatemala, de Honduras, de Costa Rica, de Argentina, de Brasil, de
Chile, de Uruguay, de Perú, de la Comunidad Europea y de varios
otros Estados y gobiernos que ahora, en nuestro momento de
necesidad, han sido incapaces de enfrentarse a la descarnada
realidad venezolana, y han optado por refugiarse en mentiras y
eufemismos para congraciarse con Chávez.
No cabe duda que, además del petróleo, a este último le
favorece ser percibido como un hombre de izquierda, amigo de los
pobres en combate contra la "oligarquía". Es bien conocida la
debilidad de los europeos por cualquier presunto revolucionario
que en Latinoamérica use una boina y defienda a Fidel Castro. No
obstante, los latinoamericanos no tienen derecho a equivocarse
sobre lo que está pasando en Venezuela, y su actitud indigna les
traerá a la larga más desventajas que beneficios. La
Venezuela democrática no debe olvidar la abyección y desverguenza
de
parte de nuestros presuntos "hermanos" en la OEA.
En cuanto a los Estados Unidos, al menos el Presidente
Bush ha evadido encontrarse con Chávez, pero la excesiva
tolerancia y la ambiguedad hacia la situación venezolana tampoco
han sido dignas. Entiendo que Washington ya ha visto demasiados
demagogos en América Latina, y que existe una inmensa brecha entre
la retórica antiimperialista de Chávez y la realidad de los
contratos petroleros. No obstante, insisto, lo de Chávez no es
cosa de juego, y Washington pagará cara su actitud de relativo
desdén hacia la destrucción de la libertad en Venezuela.
Los venezolanos estamos sólos, y aún así debemos seguir
luchando hasta vencer. No debemos esperar nada de países a los que
en el pasado otorgamos nuestro respaldo y afecto. El izquierdismo
de Chávez le gana de entrada la simpatía de europeos y de muchos
latinoamericanos por igual, así como el trato condescendiente de
la prensa "liberal" (de izquierda) norteamericana. Estamos sólos,
pero aún así es imperativo vencer.
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