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Sucesión ¿una alternativa posible?
por Pedro Corzo
  

El pensamiento y la acción de un amplio sector del pueblo cubano que se opone al totalitarismo han ido evolucionando con el tiempo hacia pautas que establecen como premisa para la solución de cualquier diferendo, el dialogo y la concertación. Probablemente ese cambio es consecuencia de los fracasos de todas las formulas anteriormente usadas para acabar con el régimen, derivados quizás de una toma de conciencia de que la realidad moderna rechaza la confrontación, o simplemente el oportunismo ramplón de quienes creen que cualquier medio justifica los fines que hagan posible acabar con una pesadilla que ha marcado el ser cubano de forma indeleble.

El propósito inicial de la oposición al totalitarismo era la ruptura, destruir el sistema, por ese motivo en una época se opuso a la violencia oficial la violencia de los oprimidos. Cuando la violencia que promovía la oposición internamente no fue posible tratamos de exportarla y generar así nuevas crisis al régimen, que al no concretarse hizo posible que el Poder asumiese el monopolio de la fuerza, la que ha usado en todas las variantes a su alcance de forma indiscriminada durante estos 47 años.

El poder omnímodo, el abuso sistemático y permanente de un sector de la ciudadanía contra los herejes e indiferentes, aquellos que no se incorporaban al nuevo orden, ahondo la brecha estableciendo un sistema en el que los victimarios depredaban a su antojo y las victimas sufrían del ostracismo y la discriminación, cuando no eran ejecutadas o encarceladas. El dominio genero riquezas y privilegios, una nueva clase celosa de sus prerrogativas que rechaza instintivamente cualquier cambio.

Después de años de esfuerzos, de lucha en soledad en la que muchos no querían ver ni escuchar, una fracción de la oposición planteo la necesidad de impulsar un dialogo con el gobierno, pero la nomenclatura permaneció sorda. Los requiebros para sostener una discusión que terminara con la crisis nacional no tuvieron respuesta. El régimen guardo silencio y los hombres de buena fe que propusieron una alternativa que excluía la violencia fueron fuertemente criticados por sus propios aliados, llegando a ser calificados, en el mejor de los casos, de ingenuos.

Esta situación se extendió por años y en tanto la familia se dividió y los amigos se perdieron. Un día cualquiera, el oficialismo siguiendo un guión con el que pretendían desmentir actuaciones pasadas, permitió recordar la familia hereje y admitió que el amigo podía volver a serlo, siempre y cuando se abstuviera de promover sus ideas o atentar contra el Paraíso. Este contacto y la voluntad de reducir los espacios que nos separan impulso a muchos, mas allá del pensamiento político, a debatir sobre la posibilidad de una Reconciliación, de un encuentro en las diferencias que demandaba, eso sí, el reconocimiento de los errores y la admisión de excesos y abusos contra la dignidad humana.

La reconciliación propuesta no sería olvido, pero proponía incluir en el debate nacional la aceptación del concepto de rivalidad sin que significara que continuarían asesinándose lo unos a los otros. Sería estar concientes que las diferencias deberían ser debatidas democráticamente y el resultado respetado por las partes. Llevaría implícito acatar que aunque el tránsito de una sociedad de arbitrariedades, torturados, desaparecidos y fusilados a una de respeto, equilibrio y derechos es una tarea muy difícil, también era muy urgente iniciarla.

Sin embargo esa Reconciliación en la medida que la demanda el país continúa siendo una quimera. Las autoridades gubernamentales cubanas impiden el contacto necesario para que el pleno conocimiento del pasado posibilite la construcción de un futuro-presente donde todos y cada uno ocupemos el espacio que nos corresponde.

La reconciliación y la alternancia de poderes, la sustitución de las ideas dominantes y en consecuencia la constitución de otro sistema social no implica la transformación del hombre, pero si demanda que deje de ser victima sin convertirse en victimario. Procurar el cambio de nosotros mismos, explorar en la mejora de nuestra condición humana y aprender a vivir en una sociedad de respeto y derecho.
Arribar a esta certeza es fundamental. Solo el esfuerzo por un entendimiento humano previo, como alternativa a un eventual proceso judicial, puede favorecer la gestación y desarrollo de cualquier otro proceso que demande la Cuba de mañana, evitando así reeditar errores históricos.

Estas generosas propuestas de Dialogo y Reconciliación que se originó en aquellos que no tenían poder político pero a los que paradójicamente la realidad histórica les daban toda la razón, no prosperaron, porque era imprescindible que las partes en conflictos se pusiesen de acuerdo para sostener aunque fuese un primer encuentro, lo que al no suceder demostró una vez mas que la voluntad de uno, nunca hace una pareja.

En el presente numerosos cubanos de las dos orillas que están a favor de la democracia y del respeto a la dignidad del hombre se han abocado a trabajar intensamente por una Transición Política en Cuba. Un empeño, que merece todo el apoyo posible pero que demanda al igual que en su momento lo necesitaran el Dialogo y la Reconciliación, una transformación en la manera de pensar y hacer de los actores a los que les corresponda representar los roles contrarios en la escena final del totalitarismo porque el cambio de mentalidad de una de las partes no es suficiente para montar la obra. La transición es el preámbulo de un cambio, reformas negociadas, sin rupturas, que de manera escalonada conducen a un régimen diferente.

Las transiciones, son consecuencias de acuerdos de facciones en conflictos, por eso demandan, sea política o de cualquier otra índole, disposición al debate y a la búsqueda de soluciones del diferendo. La transición implica concertación, y la certeza previa de que el “status quo” hace difícil el gobernar, y no menos complicado hacer efectivo el deseado cambio de autoridad. Una transición política pretende evitar la descomposición del orden establecido, por eso procura involucrar a todos los factores esenciales presentes en el diferendo, mas la desactivación paulatina de la estructura de poder sobre la que se sostiene el régimen en discusión.

Las transiciones solo se producen cuando la parte que detenta el poder político estima que puede perder todas, o gran parte de sus prerrogativas, y el adversario tiene la certeza que no cuenta con los medios necesarios para lograr una capitulación incondicional. Los valores sobre los que sustentan su actuación las partes en pugnas, pueden o no cambiar, pero es fundamental que la oposición haga sentir al Poder lo precaria que es su situación. Sin esa sensación de vulnerabilidad no hay posibilidades de dejación de lo que se detenta.

El requisito básico para una transición es el dialogo político. El debate abierto y franco de las diferencias. Pero a ese dialogo solo se llega cuando hay elementos suficientes para imponerlo, o el Poder considera necesaria una legitimación de su pasado que le posibilite ser factor en el presente y el futuro. La necesidad de legitimidad, a excepción del uso de la fuerza o la conciencia de que el régimen esta en un franco proceso de descomposición, es el único factor que puede determinar que la nomenclatura cubana acepte compartir el poder.

Considerando las casi inexistentes posibilidades de la oposición para desestabilizar al régimen, y que el régimen no cree que este en riesgo su capacidad para conservar el poder, hace pensar que Cuba esta mas próxima a un proceso de sucesión que de transición. La intransigencia gubernamental niega espacios a la oposición, pero también, aparentemente a aquellos que dentro del Poder pretenden en alguna medida transgredir el pensamiento oficial.

El mesianismo de Fidel Castro, su figura de conductor indiscutible de un proceso que se extiende por mas de medio siglo, anula en gran medida las supuestas posibilidades de cambio que puedan albergar sectores dentro del gobierno, o fuera de este. El proceso que tenga lugar en Cuba a partir de la sustitución, por las razones que sean, de la figura del Caudillo habrá de generar cambios en la jerarquía régimen, pero también en el discurso ideológico y político del aparato gubernamental. Entonces sí es de esperar que el liderazgo emergente al perder el iluminismo de Castro muestre disposición, en procura de una legitimidad que le posibilite seguir siendo en alguna medida protagonista, a la transacción, a la configuración de una realidad nacional menos ortodoxa.

No se aprecia que en Cuba se puedan producir transiciones similares a la de Augusto Pinochet en Chile, a la Sandinista en Nicaragua o a la de la Junta Militar de Argentina. Todos estos regimenes celebraron elecciones en sociedades, que aunque autoritarias, habían permitido el desarrollo de una sociedad civil que disfrutaba de una relativa legitimidad y capacidad de acción. Tampoco creo posible que la experiencia española se repita en la isla. Las diferencias sociales y económicas entre el régimen franquista, particularmente en el periodo que muere Francisco Franco, y el presente castrista, son muy profundas, sin extendernos a otras consideraciones que nos desviarían del objetivo de este trabajo.

Por otra parte, el totalitarismo cubano es mesiánico, completamente diferente al de los países del extinto bloque soviético u otras dictaduras totalitarias, a excepción de la de Adolfo Hitler y Benito Mussolini. En esos estados el “aparato sostenía al régimen”, en Cuba, todo parece indicar que el liderazgo de Fidel Castro es el fundamento de la estructura del poder en todas sus expresiones.

Considerando lo anteriormente expuesto es de esperar que en la Isla tenga lugar un proceso de Sucesión, salvo que después de la desaparición de quien encarnó el proceso se produzca una ruptura, causada por las pugnas de quienes detentan el poder de las que tal vez no sean ajenas sectores de la oposición en el interior y en el extranjero, pero ya este sería un acontecer completamente opuesto a una transición política.

La Sucesión política, con todo lo que incluye, es lo más previsible en el futuro próximo de Cuba. La lectura del presente, especulación aparte, solo permite apreciar que los intereses de sobrevivencia de la Nomenclatura están por encima de las lógicas diferencias de clanes. Hasta este momento no se aprecia un desmoronamiento de las estructuras. No hay deserciones capitales, ni purgas radicales y todo parece indicar que Castro, a pesar de su evidente deterioro físico y mental, disfruta de una aparente lealtad entre aquellos que esperan sucederle.
Cuando desaparezca quien encarna el último régimen totalitario-mesiánico del mundo es de esperar que el escenario se parezca en gran medida al que en un primer momento se presento en Corea del Norte, después de la muerte de Kil Il Sung. Es de prever que todo esta preparado para que no haya Rupturas pero tampoco para que se produzca una Transición que afecte el control sobre el gobierno de quienes detentan el poder. Sin duda que habrán nuevos favoritos, cambios en algunos escenarios políticos pero nunca un andar resuelto hacia formas democráticas de gobierno, esa nueva ruta seguirá siendo un compromiso de la oposición y de aquellos que, aun en el gobierno, se percaten de lo nefasto que ha sido el régimen para el país.

Hasta el momento en Corea del Norte todo sigue aparentemente igual sin embargo, en Cuba la situación podría tener otra dinámica ya que son numerosos los agentes ajenos al oficialismo los que pueden ejercer influencias:
El fuerte movimiento contestatario que opera al interior, las especiales características del exilio y factores internacionales que por un motivo u otro siempre están pendientes de lo que ocurre en la mayor de las Antillas.

Estos elemento y otros muchos que puedan incidir en un eventual proceso de Sucesión tal vez pueda determinar que se inicie una Transición que posibilite, como dijera Juan Pablo Segundo, durante su visita a La Habana, que “Cuba se abra con todas sus magnificas posibilidades al mundo y que el mundo se abra a Cuba”.

 
 
 
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