En
mi nota pasada,
¿Cuál es el enemigo?, arremeto contra retóricas viciadas
de atavismo (refiriéndome a la oposición); así como si yo
sustentara alguna portentosa verdad reveladora. La
posibilidad de ser mal interpretado me obliga a tratar de
explicarme mejor, queriendo dejar explícito, al mismo
tiempo, mi respeto por aquellos que lanzados al ruedo
enfrentan en carne y hueso los concretos peligros de una
lucha política desigual.
Cuando escribimos y criticamos tal o cual
forma de utilización de lenguaje político y hablamos de una
nueva manera de interpretar la realidad, lo que hacemos es
tratar de rechazar la influencia de las cosas anteriores en
aras de lograr tirar la escalera que nos ha ayudado a subir
al altar del pensamiento lógico (Ludwig Wittgenstein,
Tractatus § 6.54); y tratar de entender, desde el mundo del
vacío, alguna abstracción que nos permita volcar nueva luz
sobre la realidad que nos circunda.
Es cierto que la historia nos ayuda a
detectar similitudes con la actualidad, y por ende a
profetizar un resultado previsto. Pero en ese mismo acto de
importar los fantasmas de un pretérito escrito y analizado
por algunos otros (y en otro momento), importamos también
una vieja manera (nacida de algo ajeno) de explicar una
nueva realidad.
Si partimos de cero y no comparamos lo
actual con lo ya discurrido, nos encontraremos ante un “aquí
y ahora” concreto y limpio de prejuicios explicativos; una
realidad desnuda de sus posibles causas, tanto desnuda de
causas triunfantes (en el caso de haber logrado resultados
de realidad feliz) como de cualquiera otra culposa causa del
devenir actual, del desastre que vivimos hoy en Venezuela.
Un esqueleto sin músculos (perdonen la
redundancia) puede ser siempre un buen punto de partida a la
hora de comenzar una exploración que pretenda esclarecer al
menos algo de la esencialidad estructural que conforma tanto
a un cuerpo como a una sociedad. De eso se trata.
¿Y con qué se come eso? será seguramente la
pregunta vernácula que algunos se harán ante este tipo de
reflexión.
Ante eso, no puedo sino responder de una
sola manera: se come con la introspección que logremos
forjar tras un ayuno filológico premeditado.
Mi negra, la cesta ticket oficialista o el
plan de emergencia de mediados del siglo pasado (siempre más
de lo mismo), parecen haber sido cortados con la misma
tijera (una tijera atormentada de añejas culpas, de culpas
que hemos necesitado expiar auque fuera abusando del
narcótico mecanismo de las dádivas institucionalizadas).
¿Lograremos explicar el por qué mañana será
diferente?
Es exactamente aquí (en la forma de
explicar), donde se halla la necesidad de una nueva manera
de interpretar la realidad.