A propósito, del artículo escrito por Teódulo López Melendez
"La confusión de los tiempos"
El
enemigo es en parte la retórica fácil: esa que da dividendos
a corto plazo.
Es algo que,
parecido al populismo, sólo se puede defender por la
necesidad ulterior de salir inmediatamente, cueste lo que
cueste, de algo patentemente dañino (como eventualmente es
el caso de hoy).
Pero el
verdadero enemigo es el atavismo político, la falta de
renovación, la cementación de lo “viablemente conocido” en
sustitución del desafío que implica una nueva visión.
El gobierno de
Chávez es experto en atavismo, experto en populismo, experto
en la no renovación de ideas.
¿Podremos
desbancar sus escaños utilizando la misma retórica que la
sustenta? ¿O será necesario romper y crear algo nuevo que
tenga que ver con evolución, con renovación, con algo que no
existe pero que vamos a hacer que exista?
Parece que da
miedo hablar de creatividad administrativa y social; y
preferimos quedarnos en lo anquilosado, en lo conocido, en
lo vendible, en lo obviamente establecido.
Sin el ímpetu
voraz de una creatividad libre de prejuicios sociopolíticos,
sólo lograremos repetir copias rematadas de la realidad
anterior y actual; mientras que las necesidades del siglo
XXI, que hacen antesala para florecer tanto en Venezuela
como en el planeta entero, sufrirán el retardo aletargado de
una inercia ladina, reaccionaria y retrógrada, que se
empecina en entorpecer el subsiguiente desarrollo de una
verdadera avanzada social y democrática.
Salir de Chávez,
sin salir de la retórica que hizo posible su funcionalidad,
es como querer salir del infierno sin tener ni siquiera un
esbozo del paraíso. No como sucede con lo escatológico que,
contrariamente, no desaparece sin que primero desaparezca la
idea de infinitud (y ni Chávez, ni Rosales, ni Rauseo son
infinitos, aunque alguno de ellos crea lo contrario).
Es indiscutible
que los seres humanos somos propensos a la influencia de la
retórica.
La retórica
implica la utilización de un lenguaje especialmente diseñado
para convencer a terceros. Es ese conocimiento, el de la
aplicación de la retórica en relación a una meta, el que nos
hace entender que existe una responsabilidad lingüística
que nos exige mantener una revisión constante y exhaustiva
que nos permita distinguir las consecuencias de la inercia
que la misma conlleva (quiero decir en este caso, la
demagogia verbal que las retóricas populistas sostienen).
No es que
estemos pecando de las mismas faltas (pienso en la oposición
con su imperante necesidad de trascender una realidad
palpablemente dañina), pero estamos muy cercanos a las
tentaciones que las mismas brindan.
Entre las
contradicciones que se hacen manifiestas hoy se encuentran
las que existen entre lo colectivo y lo individual, entre la
propiedad privada y la colectiva, entre una solución
estrictamente colectiva o una solución estrictamente
centrada en la individualidad.
¿Será siempre lo
colectivo encontrado con lo individual? ¿Tener que definirse
por una filosofía política basada en una solución colectiva,
o en una solución basada en la individualidad? ¿Soy o no
soy?
He aquí el
dilema como bien manifestó Shakespeare en su monólogo: ser o
no ser; ¿Ó…?
Aunque siempre
la responsabilidad recaerá sobre nuestros políticos (con
nuestra ayuda), es materia universal (de todos) el
interpretar y dilucidar la ecuación que más convenga para
auxiliar el adelanto ulterior de una nueva solución
democrática de desarrollo social.
Lo que sí es
cierto es que sin nuevas formas de interpretar la realidad
quedaremos estancados en las masticadas y probadas retóricas
de un pretérito que pretendemos eliminar.