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Castro el infiel
por
Elizabeth Burgos
- El Nacional
8
octubre, 2003
Plutarco,
en la introducción a la vida de Alejandro, establece una
diferencia entre biografía y narración de vida. Admite que
en sus "Vidas Paralelas" en lugar de Historias optó por
escribir Vidas, pues "no es en las acciones ilustres que se
da a la luz la virtud o el vicio; un acto pequeño, una
palabra, una bagatela, expresan mejor un carácter que los
combates mortales, los enfrentamientos importantes o el
sitio de ciudades".
No es de extrañar que Serge Raffy se haya inspirado en la
máxima del ilustre clásico, en su recién publicada biografía
de Fidel Castro. "Castro l'infidèle" (Editorial Fayard,
2003) reconstruye el proceso de cómo se forja un autócrata.
El autor se adentra en las facetas primigenias, en los
orígenes que determinaron la infancia del hombre que rige
los destinos de Cuba, y en gran medida, los de América
latina desde hace más de cuatro decenios.
El autor no se apoya en las grandes gestas de la
historiografía oficial, sino en la intimidad de los hechos,
en el contexto que rodea las pequeñas facetas de una vida
que según las circunstancias y el imaginario de quien las
vive, oscilan luego entre miseria y grandeza.
Comprender la personalidad transgresora de Fidel Castro,
exige remontarse al origen de su nacimiento. Circunstancias
en las que germinará el resentimiento que le llega de la
mano de la humillación por las heridas que un niño sufre,
cuando aún no alcanza a comprender los determinismos
sociales. De allí se origina el aliciente que lo ha guiado
en su propósito de resarcimiento de su origen bastardo.
Desde entonces, toda su vida se ha orientado hacia una
búsqueda sin tregua de compensación; proceso que propició en
él una verdadera vocación: llegará a ser el escultor de su
propia estatua: y el poder absoluto, la materia sobre la
cual modelará las formas de su obra. Domador de su propia
voluntad, la dirigirá exclusivamente a la realización de la
idea única que lo habitó desde siempre: su realización
personal en el horizonte del poder. La suerte del mundo lo
tiene sin cuidado, los seres humanos son figurantes,
necesarios como público, como carne de cañón, como palmas
para al aplauso. El goce del poder por el poder: el poder
únicamente para él, sin visión alguna de futuro, ni de la
perennidad a través de otro. Todo comenzó con él y terminará
con él: nadie le sucederá. Ese ha sido su único proyecto. Un
caso único de modalidad de narcisismo.
Los autócratas siempre han legitimado su acción apoyándose
en un proyecto, bien sea de conquista o de imposición de un
credo. Si vamos a los casos más recientes: sin las
instituciones fundadas por Napoleón, Francia no sería hoy lo
que es, ni tampoco Europa; el proyecto de Hitler era el de
imponer el poderío de la raza aria exterminando pertenencias
étnicas; el de Stalin, forjar un imperio comunista para
vencer el capitalismo; Franco, pese a haberle fallado en el
modelo ideológico que se propuso para perennizarlo, fue
gracias a su iniciativa de organizar su sucesión que se
abrió la vía a la España de hoy; hasta Bin Laden, con su
terrorismo, aboga por imponer un Califato Universal.
La última justificación que les queda a los aún admiradores
del caudillo caribeño, como proyecto que justifique la
dictadura cubana, es el manido derecho a la salud y a la
educación, que son logros vigentes en todos los países
democráticos, alcanzados mediante la aplicación de normas
administrativas, sin necesidad de recurrir a gestas heroicas
ni a la "justicia revolucionaria".
Y en cuanto a política internacional, la suya ha consistido
en mantener un estado de guerra latente, sin que nunca se
haya llegado a un desenlace que merezca el esfuerzo. De
Fidel Castro quedará una manera de imponerse y la tan
peculiar de ejercer el poder, pues si algún proyecto
político tuvo, fue rebasado por su voluntarismo cegador, que
vuelve incoherente todo lo que emprende. En lugar de
competencia, lo suyo es el ejercicio de un poder de
seducción inigualable, que ha despertado la fascinación del
mundo.
En el empleo de la astucia en lugar de la inteligencia, ha
radicado la clave de su éxito: elemento bastante pobre como
para asegurarle la perennidad en la memoria de los siglos.
Si hubiese optado por el teatro, tal vez se hubiese
convertido en un verdadero monstruo sagrado.
Desafortunadamente escogió por escenario el mundo, y a los
cubanos, como súbditos de la sed desmedida de imponer su
voluntad. Narrar la historia de una seducción requiere
herramientas históricas que se confunden con la psicología y
la ficción.
Fue hurgando en lo que suele desechar la historia, que Serge
Raffy encontró hechos claves que ayudan a explicar el
fenómeno de una personalidad orientada hacia un propósito
desmedido de legitimidad, dotándose de una capacidad
excepcional para la creación de imágenes. En ese sentido,
debemos reconocer que Castro inauguró la era del vasallaje
de la política ante la imagen.
Pero su fuerza radica en su capacidad de perform: él es
carnal; nunca llegará a convertirse en mito. Cuando ya su
presencia se haya esfumado, su imagen será simplemente eso:
imagen, fotografías sin vida, de alguien que alguna vez
vivió.
Sueños de grandeza ¿Qué sueños de grandeza remotos
arrastraba consigo, inscritos en una suerte de memoria
anterior, aquel niño que para alcanzar la certidumbre de sí
mismo necesitó realizarse, no como ser humano, sino como ser
único, excepcional, convirtiendo su ansia de poder en su
sustancia vital?
Todo comenzó en un ambiente similar al de la célebre novela
radiofónica de Félix B. Caignet, "El Derecho de Nacer". El
nacimiento en un bohío de un niño bastardo, hijo de una de
las criadas, engendrado por el patrón, no es nada
excepcional en América latina; pero el niño vino
predestinado y dotado del poder de doblegar voluntades, que
puso al servicio de vengarse de las élites que lo excluían.
Ángel Castro, español, gallego, quien según la costumbre,
mediante pago reemplazó a un señorito y así hizo su servicio
militar en la Isla durante la guerra de independencia,
regresa a España llevando a cuestas la derrota del imperio
español vencido por el norteamericano, que ya despuntaba
como tal. Luego regresa a la Isla para hacer fortuna. Su
ambición de salir de la pobreza lo lleva a ejercer toda
clase de oficios. Gracias a un colono canario, Fidel Pino
Santos, logra alquilarle parcelas a la United Fruit. Va
adquiriendo tierras hasta llegar a convertirse en
terrateniente y comienzan a llamarlo don Ángel. Se convierte
en un patrón implacable y violento. Su amigo y cómplice,
Fidel Pino Santos, le sugiere que ya es tiempo de que
aprenda a leer y a escribir, y le presenta a la maestra
María Luisa Argota, quien se encarga de la tarea. Como en
las novelas, el analfabeto se casa con la maestra de la
escuela americana a la que asistían los hijos de la alta
sociedad de Banes; la pareja se instala en la propiedad que
tiene Ángel Castro en Birán (No es difícil imaginar de dónde
proviene la obsesión de alfabetizar de Fidel Castro). Dos
hijos nacen de esa unión. Un día llega una mulata con una
hija de la misma edad que su hija Lidia, Lina Ruz, de 14
años, y la emplea como criada. Al primer embarazo de Lina,
la maestra cierra los ojos. Nace una niña, Ángela, que es
llevada al bohío que ocupa la madre de Lina. Nace un segundo
hijo, Ramón, que también va a acompañar a su hermana al
bohío. El asunto debe permanecer en secreto, pero María
Argota no acepta más la situación: abandona la casa de Birán
perdida en las montañas y se instala en Santiago de Cuba con
sus dos hijos. Lina se impone como la nueva patrona y da a
luz a un tercer hijo, al que don Ángel da el nombre de su
mejor amigo y cómplice: Fidel. María Argota exige una
separación legal. La posición jurídica de don Ángel es
difícil: adúltero, y además mantiene una familia
clandestina. Corre el riesgo de perder gran parte de su
patrimonio. Simula la ruina y le traspasa legalmente sus
bienes a su amigo Fidel Pino Santos. Oficialmente arruinado
es jurídicamente intocable. Pero la situación de los hijos
ilegítimos sigue en suspenso. Lina, para sacarlos del
ambiente hostil que los rodea, y para hacerlos olvidar como
prueba de delito --pues la esposa legítima exige la mitad de
las tierras-- decide enviar a sus hijos a casa de un amigo
en Santiago. El pequeño Fidel apenas tiene 4 años. Luis
Hipólito Alcides Hibbert, cónsul de Haití, suerte de negrero
proveedor de mano de obra haitiana para los hacendados de la
región, y su esposa, Emerciana Feliú, toman los niños a su
cargo. Fidel Pino Santos, por agradecimiento, porque don
Ángel financió su campaña electoral para diputado, remunera
a Luis Hipólito por el cuidado de los niños. El pequeño vive
entonces la experiencia de la humillación en el colegio La
Salle, donde está interno, y tiene que soportar el mote de
"judío" por no estar bautizado.
En aquel medio de niños burgueses, su bastardía y el
analfabetismo de su madre constituyen una lastra. Cuando
cumple 8 años, Fidel Pino Santos convence a un sacerdote que
le debe favores para que bautice al niño. Los tutores
haitianos son los padrinos. En el acta de bautismo el chico
aparece bajo el nombre de Fidel Hipólito, hijo de Lina Ruz:
el nombre de Ángel Castro no aparece mencionado, pero no
importa, lo que cuenta es poder volver al internado y seguir
estudiando. No será sino hasta 1940 que Ángel Castro y Lina
Ruz podrán regularizar su unión. Fidel Ruz ya podrá llamarse
Fidel Castro. Ángel Castro lo reconoce como hijo suyo el 11
de diciembre de 1943 y "se le puso por nombre Fidel
Alejandro", reza el documento. Que no quepa la menor duda
que a los 17 años, el adolescente, apasionado de lectura,
sabía perfectamente quién era Alejandro Magno, y que la
decisión de descartar el Hipólito del padrino haitiano y
tomar el del guerrero macedonio, fue suya. Ahora ya puede
acceder a Belén, el prestigioso colegio jesuita de La
Habana, en donde comienza la irresistible ascensión del
joven rural, quien ya revela sus ansias desmedidas de éxito.
Allí coincide con un conocido de Banes, el joven Rafael
Díaz-Balart, de quien se hace amigo y con cuya hermana se
casa, llegando así a formar parte de la familia. Rafael
Díaz-Balart es aliado político de Batista y tras el golpe de
Estado, llega a formar parte de su gobierno.
De Banes son los personajes que van a decidir la historia de
Cuba en la segunda mitad del siglo XX. De Banes es oriundo
Fulgencio Batista, que como Ángel Castro, de familia muy
pobre, le debe todo a la United Fruit. De Banes también son
los Díaz-Balart, familia a la cual accede por alianza Fidel
Castro, tras el matrimonio con Mirta Díaz-Balart, hermana de
Rafael. Y hoy, desde el Senado de Estados Unidos, un Díaz-Balart
es uno de los opositores más sistemáticos de Fidel Castro.
Las modalidades de la irrupción del joven Fidel Castro en el
panorama político de la Isla, eran las que reinaban en la
época: violencia, y gangsterismo político. Un hecho
excepcional que determinará el futuro político de Fidel
Castro, según Serge Raffy, es el encuentro con Fabio Grobart.
Según el biógrafo, la colaboración de Fidel Castro con el
horizonte soviético dataría de esa época. Corre el año 1948.
Fabio Grobart, judío polaco, cuyo nombre verdadero es
Abraham Semjovitch, como jefe de la "red del Caribe"
suplente del Komintern, ha recibido la orden de Moscú para
reclutar "hombres nuestros", agitadores antiimperialistas,
cuya particularidad es que no militen en los partidos
comunistas; antes por el contrario, deben aparecer como
visceralmente anticomunistas. El KGB precisa de hombres de
acción y no de militantes.
Fidel Castro corresponde al perfil requerido: "de reputación
'gangsteril', sus métodos brutales, su activismo impetuoso,
su aventurerismo", hacen de él el candidato perfecto. El
encuentro se da por intermedio de Flavio Bravo al regreso de
Fidel Castro de Bogotá, a donde había ido para participar en
un encuentro latinoamericano de estudiantes auspiciado por
Perón. Al mismo tiempo se realizaba la Novena Conferencia
Panamericana de Cancilleres que debía inaugurarse el 9 de
abril, de no haberlo impedido el asesinato de Jorge Eliécer
Gaitán, líder del Partido Liberal, provocando la revuelta y
el incendio de Bogotá. Sin embargo, existen testimonios que
afirman que cuando Fidel Castro viajó a Bogotá, en compañía
de Rafael del Pino Siero (ex miembro del ejército
norteamericano, muy cercano a Castro, con quien rompió en
México en vísperas del desembarco del Granma. Detenido en
1959, condenado a 30 años de cárcel, al cabo de 17 apareció
ahorcado en su celda), iba con una misión de la CIA para la
que colaboraban ambos. La misión asignada era la
infiltración de los movimientos estudiantiles
latinoamericanos. Tal vez, el que fuera colaborador de la
CIA lo dotaba ante Grobart de una cualidad mayor. Esa
condición de "agente doble" era para el joven Castro terreno
conocido. No nos referimos a la práctica de la denegación,
traición o virajes, propios del juego político, sino a una
verdadera estructura psicológica derivada de los avatares
del origen de su biografía: la propensión a ser
simultáneamente dos personas; a jugar en dos campos al mismo
tiempo. Opuestos a la idea del personaje íntegro e impetuoso
que representa, ciertos hechos nos hacen entrever su
personalidad doble. El doble le fue dado como un sustrato de
identidad desde su nacimiento: doble hogar, doble nombre,
doble identidad, doble pertenencia familiar.
Esa estructura de lo doble aparece en todas las acciones que
él emprende, ocasionando crisis, pues es una conducta que
aplica el "doble bind", que como se sabe, es el origen de
muchas perturbaciones psíquicas. La inclinación a crear
situaciones dobles es una constante en él. Su capacidad de
infidelidad en las relaciones políticas, el hecho de que
desde 1959 el gobierno real lo detentó primero un gobierno
secreto, y luego en el aparato de gobierno tienen
preeminencia absoluta los servicios de inteligencia y de
control policial. También fue bajo el signo del doble que
organizaba los grupos revolucionarios que debían provocar el
estallido de la revolución en América Latina. De hecho, el
castrismo pone término al tradicional militante bolchevique,
íntegro, austero, discreto, consciente de su heroicidad
anónima. El castrismo dio cabida a un combatiente mitad
agente secreto, mitad cowboy --doble agente-- de heroicidad
escandalosa.
En cuanto a la cooperación que practica con los gobiernos,
en particular los latinoamericanos, la modalidad es la
captación de agentes dentro de aparatos e instituciones del
Estado, y a su vez, infiltración de agentes cubanos bajo
fachada de médicos, técnicos deportivos...; y cuando la
relación se vuelve complicidad, integrará directamente
agentes del aparato de seguridad cubanos al aparato del
Estado receptor, como sucedió en Chile y sucede hoy en
Venezuela. Su capacidad de cambiar de registro, la
maleabilidad de su personalidad, impide que ningún tipo de
negociación concluya con él en algo tangible, pues nunca se
estará tratando con el verdadero, sino con el otro. Y él
mismo no se sentirá concernido, pues siempre será el otro
quien actúe, de allí que la trasgresión sea el ambiente que
mejor le acomode. La ley será siempre la de su voluntad.
Cierre de un período
Resulta imposible bosquejar lo íntegro de una obra de tanta
sutileza y detalles, pero conviene señalar, entre otras
cualidades, el significado que tiene dar a conocer una
versión despojada del aura mítica que siempre ha rodeado a
la figura del caudillo caribeño dentro del panorama político
francés. No fue sino hasta abril, cuando el personal de
seguridad de la embajada cubana, dirigido por el propio
embajador, arremetió con barras de hierro contra la pequeña
manifestación organizada por Reporteros Sin Fronteras para
protestar contra la ola represiva que se abatió contra
periodistas independientes y disidentes, que la opinión
pública francesa comenzó a abrir los ojos ante la anomalía
que representa hoy el régimen de la Isla.
Si en Francia actuaban así, ¿cómo será entonces en Cuba?,
comenzaron a preguntarse en Francia.
Castro l'infidèle cierra un período. Es el divorcio
consumado de las elites políticas francesas --de izquierda y
de derecha-- con el mito castrista. El idilio de más de
cuarenta años de los franceses con el castrismo: uno de los
más persistentes del panorama europeo.
Pese a las crisis surgidas a lo largo de más de cuatro
decenios, entre las cuales el Caso Padilla significó la
primera gran decepción, la fidelidad al mito persistía,
salvo contadas excepciones. Muchos soportaban infracciones
flagrantes a principios inviolables en Europa, so pretexto
de que el régimen cubano le había otorgado la "dignidad" a
su pueblo: de ello se infería que el resto de los pueblos de
América Latina vivían en estado de indignidad.
Siempre alerta a los cambios y a las especificidades
locales, el gobierno de La Habana le otorgó un mínimo
espacio al espíritu crítico de sus incondicionales franceses
a condición de que lo expresaran a sotto voce, en la
intimidad de la embajada. Ello tenía la ventaja de afianzar
más la complicidad: el criticado consolaba al mismo tiempo
al crítico por lo irrealizable de la revolución ideal. Así
se mantenía una situación de afecto-dependencia.
Uno que otro se ha atrevido a emitir, públicamente, alguna
crítica de orden económico; pero las mismas que se admiten
en la propia isla. A lo que no se arriesgaban era a tocar el
ámbito de los derechos humanos. Ese rubro quedaba cubierto
con las campañas contra las dictaduras de Chile, Argentina,
Uruguay, Guatemala... Jamás nadie cuestionó el
intervencionismo militar cubano, ni los métodos empleados
por la policía, ni las parodias de juicio. Y a los aquí
militantes contra la pena de muerte, no les molestaba que en
Cuba se aplicara como método de gobierno. En cuanto a los
balseros, no había de qué ofuscarse, ¿acaso no los había
también que huían de Haití, Santo Domingo y Puerto Rico?
Tampoco son islas muy felices que se diga. Todos los
argumentos son válidos para justificar lo injustificable:
hasta llegar a pretender que todas las islas del Caribe se
valen o son intercambiables. De Cuba y de su historia se
ignora hasta lo más elemental: la versión oficial será
acatada como dogma absoluto. Cualquier texto que pretendiera
dar una imagen más acorde con el contexto real del régimen
cubano, se enfrentaba a los guardianes del mito, que
detentaban el monopolio del tema en las gacetas más
prestigiosas y leídas del país. Castro l'infidèle marca un
antes y un después. Ya nadie puede escudarse en la
ignorancia o pretender ingenuamente, todavía hoy, que "la
isla de nuestros sueños de juventud se volvió la isla de las
pesadillas", como si esas pesadillas fuesen recientes.
Pero sería injusto adjudicar sólo a los franceses el
monopolio de la ceguera en cuanto a Cuba. América Latina no
se queda atrás en la materia y ello reviste una gravedad
mayor, pues son víctimas de la criminalización de los
derechos humanos, y valoran negativa o positivamente los
crímenes, según la simpatía o antipatía que se le profese a
quienes los ordenan, como lo demostró Rigoberta Menchú al
acudir a La Habana para expresar su solidaridad al dictador
cubano. Cuesta admitir la indiferencia de una persona tan
profundamente identificada con la cuestión étnica, ante los
fusilamientos de tres jóvenes negros por el simple hecho de
haber intentado huir de la Isla.
Cuesta aún más admitirlo de quien se ha ganado ante la
opinión pública internacional el título de paladín de los
derechos humanos. Es la misma persona que ha hecho llorar a
millones de personas con el testimonio de la muerte de sus
padres y hermano a manos de los militares guatemaltecos.
Creo necesario acotar, sin buscarles circunstancias
atenuantes a esos crímenes, que fueron cometidos en
Guatemala en un contexto de guerra revolucionaria, lo que no
es el caso de los jóvenes fusilados en Cuba, pese a lo que
afirme Fidel Castro.
Solidarizarse con un gobierno criminal, le quita toda
legitimidad a su acción. En el mismo caso se sitúa el otro
Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel; como también
el sector de las Madres de la Plaza de Mayo, cuya presidenta
Hebe Bonafini, es ya un esperpento lastimoso.
Es de desear que la repercusión de Castro l'infidèle se haga
sentir en América Latina, donde todavía Francia goza de una
influencia innegable, y cesen de continuar midiendo los
derechos humanos con el doble rasero de los crímenes buenos
y los crímenes malos. Que por fin se comprenda que Castro el
infiel es el hombre que se interpuso en el camino, cuando
Cuba andaba en la búsqueda de un cauce.
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