Sin Castro, el cambio es imparable
por Carmen
Muñoz
- ABC, España
23
abril 2006
Cuando
las fuerzas de Castro comienzan a flaquear en público -un
breve desmayo primero, una caída después- y aunque el
régimen se empeñe en ocultar su parkinson, lo cierto es que
el dictador cubano cumple 80 años el próximo agosto y es
inevitable pensar en el futuro del país después de su
muerte. Mientras el Gobierno asegura que todo está atado y
bien atado en la figura de su hermano Raúl -sólo cinco años
menor- son muchas las incógnitas que se abren, incluida la
de la sucesión.
Dentro y fuera de la isla se
aguarda ese futuro con optimismo, aunque también con temor a
la violencia y al caos. «Me impongo ser optimista sobre el
futuro de Cuba, los cubanos también nos merecemos ese
optimismo posible», afirma desde La Habana el escritor
Leonardo Padura. Sólo los más positivos creen que los
cambios serán rápidos y pacíficos. La mayoría de los
consultados por ABC apuestan por transformaciones graduales,
tal vez traumáticas, e incluyen a miembros del régimen en la
transición a la democracia. EE.UU. considera, sin embargo,
que el pueblo debe ser único protagonista del proceso. «La
transición la realizarán los propios cubanos y no va a estar
dirigida por Washington, ni por Miami», precisa el cubano
Adolfo Franco, administrador para América Latina y el Caribe
de USAID, organismo dependiente del Departamento de Estado.
Nadie apunta a un regreso masivo del exilio, aunque sí ven
decisivo su apoyo para la reconstrucción. Y muchos sostienen
que la división entre los cubanos es un «mito» creado por la
dictadura. «El supuesto revanchismo es una invención del
aparato de propaganda del régimen», señala el escritor
Carlos Alberto Montaner.
La mayoría de los pronósticos aventuran el comienzo de la
transición a la muerte de Castro, pero advierten de que la
oposición interna debe ya trabajar unida. Carlos Malamud,
investigador del Real Instituto ElCano, afirma que los
escenarios son diversos y dependen de «quién y cómo va a
controlar el Gobierno, y de si Fidel Castro va a sobrevivir
o no a su hermano». Un proceso rápido y sin violencia
dependerá, a su juicio, del papel de los siguientes actores:
«El Gobierno, sobre todo el Ejército, que tiene un papel
clave, la Iglesia, el exilio de Miami, Estados Unidos y
España».
No muy bien atado
Raúl Castro es el número dos desde los tiempos de Sierra
Maestra. Las leyes establecen que ocuparía automáticamente
la jefatura del Estado. Pero tiene casi 75 años, puede morir
antes y ahí es donde no todo está tan bien atado. El mismo
Castro es consciente de que «unas generaciones van a
sustituir a otras». En una entrevista al director de Le
Monde Diplomatique, Ignacio Ramonet, reconoce acerca de su
hermano que «si a mí me pasa algo mañana, con seguridad se
reúne la Asamblea Nacional y lo eligen a él... pero ya él me
va alcanzando en años, ya es un problema más bien
generacional». Un extracto de la entrevista de Ramonet ha
sido la respuesta de la Embajada de Cuba en Madrid al
cuestionario que ABC le remitió para este reportaje.
El recambio generacional del que
habla Castro lo representa el ministro de Exteriores, Felipe
Pérez Roque, «una de las figuras emergentes que está llamado
a jugar un papel decisorio», explica Malamud. Otras figuras
clave son el presidente de la Asamblea Nacional, Ricardo
Alarcón. y el vicepresidente Carlos Lage. Aunque el
disidente Oswaldo Payá no entra en ese juego y apunta a un
solo sucesor, «el pueblo soberano».
Los primeros momentos «pueden
ser de desconcierto, pues el miedo no sólo está integrado en
el pueblo, sino en la misma nomenclatura», pronostica desde
París Ileana, hija de Antonio de la Guardia, militar caído
en desgracia y fusilado en 1989. Ileana no descarta que
«desaparecido el jefe, afloren los intereses de clanes,
llegando incluso al enfrentamiento entre ellos por el
poder».
Sea quien sea el sucesor, el
panorama cambiará de modo irreversible «después de una
presencia omnímoda como la de Castro», vaticina un
diplomático español que reclama el anonimato. Los escenarios
son múltiples, añade: «Una "dictablanda" con acuerdos de
seguridad con EE.UU.; disturbios entre los que quieren ir
más rápido y los que desean mantener el statu quo o, por qué
no, una transición suave».
Vladimiro Roca, presidente del Partido Socialdemócrata e
hijo del histórico del comunismo cubano Blas Roca, apunta a
un «fracaso de la oposición pacífica» si el futuro es
violento. «Estamos buscando los cambios de forma pacífica»,
recalca. El escritor exiliado en España Raúl Rivero aboga
por un «cambio gradual, con inteligencia, para evitar que
los cubanos sigamos siendo víctimas de esta dictadura y nos
veamos envueltos en una guerra civil. Sería un triunfo del
dictador muerto».
Asignatura pendiente
Quien no es nada optimista es Elizardo Sánchez, presidente
de la Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación
Nacional, que considera que la «pobreza sin precedentes» en
la isla y la situación «muy desfavorable» en derechos
humanos «puede empeorar y a la larga crearse un vacío de
poder». Tampoco cree que la transición será rápida: «Todos
los cubanos tenemos una asignatura pendiente que no se
aprende en pocos días, la convivencia pacífica civilizada y
la tolerancia hacia los que piensan diferente». También es
pesimista Gisela Delgado, una de las Damas de Blanco y
esposa del preso político Héctor Palacios, que lamenta el
«odio y rencor» exacerbado por los que «se han comprometido
con el régimen por unas migajas».
El vicario de los dominicos en Cuba, el español Manuel Uña,
recuerda a ABC unas palabras recientes del cardenal Jaime
Ortega: «La teología de la comunión que emergió con toda
luminosidad en el Concilio Vaticano II ha sido y será el
quehacer de la Iglesia en Cuba. En esta perspectiva de
comunión se inscribe la necesaria reconciliación, no tanto
ni sólo entre cristianos y marxistas, sino entre todos los
cubanos».
Otra opinión coincidente es que
la influencia de Madrid y Washington será decisiva. Aunque
la mayoría destaca los lazos históricos entre Cuba y España,
cree que al final el referente será EE.UU. Pero no en todo,
según señala el director de la consultora Mercados
Emergentes, Íñigo Moré: «Mientras media Iberoamérica
implanta regímenes en sintonía ideológica con La Habana, es
bastante improbable que en Cuba se declare una democracia
liberal».
Jesús Gracia, embajador en La
Habana entre 2001 y 2004, es partidario de «relativizar» la
influencia de España: «Hay dos millones de cubanos en EE.UU.,
los cubanos de dentro y fuera de la isla son los que deberán
tener mayor protagonismo».
La responsable de Relaciones Internacionales del PSOE,
Trinidad Jiménez, afirma que España «va a tratar de mantener
la misma relación estrecha, fluida y especial» que tiene con
todos los países de la región. Su homólogo del PP, Jorge
Moragas, destaca que la clave es «preparar a la oposición y
al pueblo con tiempo», así como que la influencia española
«depende de lo que hagamos ahora».
Desde Miami, el presidente del Grupo de Estudios de Cuba,
Carlos Saladrigas, reconoce que «por razones históricas,
geográficas, políticas y económicas, EE.UU. jugará un papel
influyente», pero confía en que «no se le vaya la mano e
interfiera en los asuntos que sólo pertenecen a los
cubanos». Ese interés de Washington crecerá si, como
subrayan varios analistas, se llega a descubrir petróleo en
la isla.
A la espera de un futuro prometedor , numerosas empresas
españolas se encuentran en «una buena posición de salida».
«Nadie nos ha puesto una pistola, sabemos a lo que nos
arriesgamos y, además, se nos recibe mejor que en otros
países llamados hermanos; la apuesta es a pasar el presente,
y se está pasando dignamente, y con perspectiva de futuro»,
afirma un empresario con intereses en la isla, el único que
ha accedido a hablar con este periódico. «El capital es
cobarde», justifica.