Nota: este
artículo analiza las razones del fracaso de las
encuestas ante las elecciones nicaragüenses. Fue
escrito y publicado inmediatamente después de
las elecciones. Contrariamente a sus
presuntuosas predicciones que daban ganador a
Ortega por inmensas diferencias electorales,
terminó triunfando Violeta Chamorro por una
diferencia de 17 puntos. ¿Sucederá lo mismo en
Venezuela? Analícelo y pronostique usted mismo.
De una cosa puede estar seguro: las encuestas
suelen darse con unos portazos descomunales.
Como el del caso nicaragüense.
Resultados
1990: sorpresa inesperada
Como en 1984, la
población nicaragüense participó masivamente:
votó el 86% de la población inscrita. Violeta
Chamorro logró el triunfo con el 57.7% de los
votos. El FSLN consiguió el 40.8%. Para la
mayoría de los observadores, tanto en Nicaragua
como en Estados Unidos, la derrota sandinista
fue una sorpresa inesperada. Para los votantes
de ambos lados los resultados provocaron una
auténtica conmoción.
Desde la derrota sandinista de 1990, los
estudiosos de la política nicaragüense se han
empeñado en entender el por qué de la derrota
del FSLN. Retrospectivamente, ha sido fácil
encontrar razones. En los meses previos a las
elecciones muy pocos la hubieran pronosticado
con certeza. Simpatizantes sandinistas al
interior de Nicaragua y opositores de los
sandinistas a lo interno de la administración
Reagan, esperaban una victoria del FSLN.
Connotadas organizaciones de sondeo de opinión
pública en los Estados Unidos - incluyendo The
Washington Post, NBC y Greenberg-Lake -
informaron de los resultados de sus estudios,
que mostraban ventaja para el FSLN. A las mismas
conclusiones llegaron repetidos estudios
realizados por organizaciones nicaragüenses e
institutos de investigación extranjeros que
sondearon permanentemente la opinión pública.
Una revisión cuidadosa revela que hubo algunas
encuestas que sí pronosticaron la derrota del
FSLN, aunque apenas fueron escuchadas.
1989: ¿por
qué tantos indecisos?
Nunca sabremos todo
lo que nos gustaría acerca de quién y por qué
votó por la UNO en 1990. No obstante,
la derrota del FSLN y el error en no
pronosticarla, deja una estela de serios
interrogantes sobre la validez del uso de
encuestas de opinión pública orientadas a
pronosticar resultados electorales en un país en
guerra, sometido a fuertes presiones externas y
con una larga tradición de represión y disimulo.
Estos interrogantes también incluyen dudas
acerca de la posibilidad de la democracia en un
pequeño país cuando se enfrenta a una poderosa
oposición externa.
Las primeras encuestas de opinión pública en
torno a las elecciones de 1990 fueron realizadas
siete meses antes, en agosto de 1989. Era un
tiempo interesante para examinar la opinión
pública pre-electoral, porque aunque todavía no
existía formalmente la UNO, era claro que muchos
partidos se oponían a los sandinistas, como lo
habían hecho en 1984. Aún estaba lejana la
posibilidad de que los partidos se tragaran sus
diferencias y coexistieran bajo un mismo
paraguas opositor. Cuando se realizaron estas
primeras encuestas, el FSLN aparecía como el
único partido de importancia, cohesionado,
viable y capaz de competir en la campaña
electoral. Una encuesta temprana, realizada por
el instituto nicaragüense de investigación
ITZTANI, mostraba un 32% de apoyo al FSLN y un
19% para el conjunto de todos los restantes
partidos. Similares perfiles se mantuvieron
durante los últimos meses de 1989 y provocaron
la generalizada impresión, tanto en los Estados
Unidos como en Nicaragua, de que el FSLN estaba
muy adelante en las preferencias de la
población.
Sin embargo ya en estas encuestas tempranas
aparecían también pájaros de mal agüero para el
FSLN, aunque fueron prácticamente ignorados.
Muchos entrevistados -algunas veces la
mayoría- no expresaban opinión favorable a
ningún partido, negándose a responder preguntas
sobre el candidato o el partido de su
preferencia o evitando esas preguntas con
tácticas evasivas. Sin que lo
notaran los observadores electorales parecía
estar reapareciendo la tradición del güegüense.
Al evaluar encuestas de opinión se suele tratar
las no-respuestas (personas que se niegan a
responder) como indecisos, omitiéndolos del
análisis. Los analistas consideran que los que
no responden son indecisos que al final deciden
su preferencia y dividen su voto en porcentajes
similares a los de quienes sí dieron una
respuesta clara por un partido. Así, los que
responden de modo claro son asumidos como
representantes de los que no responden. Este
enfoque condujo a muchos encuestadores a
pronosticar el resultado de la elección en base
únicamente a los que respondieron, anticipando
así una ventaja para el FSLN.
Esta práctica, aunque posiblemente defendible en
democracias establecidas, fue altamente
cuestionable en Nicaragua. El número de
no-respuestas a las preguntas sobre la
preferencia o intencionalidad del voto, fue
elevado. Tasas del 10 al 15% son consideradas
normales en democracias avanzadas, pero en
Nicaragua las encuestas tempranas marcaron tasas
entre el 30 y el 50%. ¿Por qué tantos no
quisieron revelar su preferencia? En el ambiente
tan politizado de la Nicaragua revolucionaria,
¿era tanta la gente realmente indecisa? En la
primera encuesta de ITZTANI de septiembre/89,
cuando la UNO apenas existía y los sandinistas
parecían como el único partido viable para
competir, ¿por qué solamente el 32% de los
entrevistados dijeron que apoyarían al FSLN?
¿Indecisión o
disimulo?
Las encuestas
tempranas son normalmente consideradas sólo como
un indicador preliminar de opinión pública. En
vista de la derrota sandinista, encuestas
tempranas como la de ITZTANI podrían haber sido
más valiosas de lo que consideraron los
encuestadores, precisamente porque no mostraron
mas ventaja para el FSLN entre los que
respondieron. A la luz de esta hipótesis, los
abstencionistas o indecisos de entonces eran ya
un indicador de opinión pública, un indicador de
que el apoyo al FSLN no era tan fuerte como se
deducía. En la medida en que se aproximaba el
día de las elecciones y se realizaban más
sondeos, las tasas de no-respuestas se reducían.
En las encuestas dirigidas por organizaciones
nicaragüenses y estadounidenses, creció
continuamente la ventaja del FSLN mientras
bajaba la tasa de no-respuesta. Estos resultados
condujeron a los analistas a creer que los
sandinistas ganarían con clara ventaja. Sin
embargo, la clave pudo estar en que en esos
últimos sondeos la gente era menos sincera que
en los tempranos.
Un análisis de las diversas
encuestas de opinión me ha llevado a creer que
la arraigada tradición nicaragüense de esconder
la propia opinión pudo despistar a los analistas
y llevarlos a pronosticar incorrectamente. Esto
podría explicar cómo se llegó a la impresión de
que el FSLN tenía ventaja, cuando en la realidad
nunca la tuvo.
El instituto de investigaciones DOXA, con sede
en Caracas, realizó una serie de sondeos de
opinión pública en los tres meses anteriores a
las elecciones. Las actividades de esta
organización y sus resultados recibieron
relativamente poca atención tanto en Nicaragua
como en los Estados Unidos. A diferencia de las
organizaciones nicaragüenses y estadounidenses,
DOXA pronosticó correctamente la
victoria de la UNO, siendo así
que, como tantas otras organizaciones, también
recibió un gran número de no-respuestas a la
pregunta sobre la intención de voto. Tampoco
DOXA consideró las no-respuestas para predecir
los resultados electorales. Pero sí consideró
acertadamente la leve evolución de las
tendencias de apoyo en estos tres meses.
No respuesta
= apoyo a la UNO
Los resultados de
DOXA contenían aún más información de la que sus
mismos analistas percibieron. A partir de los
datos de DOXA y de sus interpretaciones, resulta
notoria la sorprendente cercanía que logramos
entre el pronóstico y los resultados
electorales, sólo especulando en torno a la
preferencia partidaria de las personas que no
respondieron. Esto muestra que probablemente se
dio una clara correlación entre las tasas de
no-respuesta y el apoyo a la UNO. Es válido
pensar que al menos una proporción sustancial
del apoyo a la UNO se manifestó como
no-respuesta en todas las encuestas. Si esta
relación es tan clara en los sondeos hechos por
una organización venezolana no vinculada a
ninguno de los partidos contendientes ni a los
Estados Unidos, ¿cuánto más fuerte pudo ser esta
relación en los sondeos en los que las personas
encuestadas percibían un sesgo político en el
encuestador? Nunca conoceremos con toda certeza
la validez de esta hipótesis, pero podemos estar
razonablemente seguros de que la sorpresiva
victoria de la UNO surgió de esa parte del
electorado que se negó a responder a la pregunta
sobre su intención de voto.
Aquí está la clave de la debacle de los
pronósticos de 1990: las no-respuestas fueron
ignoradas en los pronósticos. Es cierto que las
organizaciones de opinión pública hubieran hecho
tal vez el ridículo si aventuraban pronósticos
definitivos en base a las preferencias políticas
que escondían las no-respuestas, pero hubiera
sido preferible que al menos hubieran
conjeturado en torno a tan grande y silencioso
grupo.
Los sorpresivos resultados de 1990 no hubieran
sido tan conmocionantes si los datos de las
encuestas se hubieran analizado tomando en
cuenta la tradición del güegüense y la antigua
tendencia a camuflar las opiniones políticas o a
aparecer vacilante en dependencia de quién las
escucha.
¿Presión o
sentir que soy presionado?
¿Qué podemos
aprender de las elecciones de 1990? ¿Qué podemos
decir acerca de la democracia en Nicaragua,
basados en el fracaso de las encuestas y en la
importancia de las no-respuestas? Aunque
Nicaragua ha sido escenario de dos auténticas
elecciones y vive actualmente con un régimen
civil electo democráticamente, la profundidad,
envergadura, salud y estabilidad de la
democracia nicaragüense están todavía en
discusión.
Los nicaragüenses pueden realizar elecciones y
votar en ellas. Pueden colocar en el poder a
regímenes civiles. Si esta práctica se mantiene
durante un largo período de tiempo, podrá
afirmarse que Nicaragua goza de una democracia
formal y constitucional. Pero si
existen nicaragüenses que seleccionados al azar
por investigadores no se sienten cómodos
expresando sus opiniones y no confían en que sus
opiniones van a permanecer confidenciales,
entonces la democracia nicaragüense es más
superficial de lo que parezcan mostrar los
aspectos institucionales. Si el camuflaje de las
opiniones persiste de unas elecciones a otras,
si en el largo plazo esta realidad pervive,
conducirá a la estabilización de una democracia
meramente formal.
¿De qué tenían miedo los nicaragüenses en 1990?
Los simpatizantes de la UNO dicen que los
sandinistas eran represivos y que presionaban a
la gente. Los sandinistas argumentan que la
presión de los Estados Unidos influyó en las
elecciones de manera mucho más fundamental,
aunque de modo indirecto. Los simpatizantes del
FSLN dicen que los nicaragüenses tenían miedo de
votar por el FSLN porque temían la continuación
de la guerra y del bloqueo económico. A ambos
lados les asisten razones. Es posible que los
nicaragüenses se sintieran injustamente
presionados por ambos lados y desde muy
diferentes direcciones. También es posible que
sus temores fueran exagerados o hasta
infundados. Con todo, independientemente del
origen de la renuencia a responder, o de si eran
o no justificados los sentimientos de miedo,
hubo una clara percepción de riesgo y de presión
en bastantes sectores del electorado.
Todo esto pareciera indicar que las elecciones
de 1990 fueron mucho menos democráticas de lo
que su formal apariencia nos ha hecho creer. Si
la gente estuvo realmente presionada o no, es
secundario ante el hecho de que sí se sintió
presionada. Con verdad o sin ella,
justificadamente o no, dicha percepción refleja
algo sobre la naturaleza de la democracia en
Nicaragua. Es imposible saber en qué medida el
ambiente no democrático afectó el resultado
final de las votaciones. ¿Un ambiente de menor
presión hubiera cambiado los porcentajes y los
resultados? Nunca lo sabremos.
Desde esta perspectiva, los sondeos electorales
descubrieron algo mucho más importante que los
resultados electorales. Las encuestas revelaron
una lamentable presión sobre las elecciones.
Revelaron miedo, desconfianza, cautela e
incomodidad, características todas de una
elección que no es plenamente abierta ni
democrática. Revelaron a una población que
aunque participaba en una elección técnicamente
limpia y pluralista continuaba actuando como si
estuviera viviendo bajo circunstancias
represivas. Las encuestas revelaron lo que la
elección misma ocultó: la percepción de un
ambiente no democrático en ocasión de una
elección democrática.