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Vives y aprendes - por Eli Bravo
jueves, 17 febrero 2005

 

 

La vida como un derecho, no una obligación. Con estas palabras Ramón Sampedro, el cuadraplégico protagonista de la contundente película Mar Adentro, justifica el derecho de un ser humano a la eutanasia activa si piensa que no hay dignidad en su existir. Una propiedad privada sobre la cual cada quien, en completo y cabal uso de sus facultades, tiene derecho a decidir. Renunciar a ella es remediar mi sufrimiento, dice postrado desde su cama, y con mi acto voluntario no le hago daño a nadie.

La vida como una promesa, no una garantía. Podría convertirse en mórbida obsesión pensar que cuando nos despedimos de alguien, quizás lo hagamos por última vez. Pero luego resulta que la gente se muere. O la matan. La última vez que hablé con Rafael Vidal los dos estábamos un poco apurados, rumbo a otra cita. Igual nos dimos el tiempo para conversar, hacer un breve resumen, darnos un fuerte abrazo. Como siempre, Rafael transmitía una vitalidad contagiosa. Había, ¿cómo decirlo? una sensación de plenitud en su mirada. Y quedamos en vernos, así de leve, como se despide uno todos los días. Un hasta pronto que resultó más definitivo de lo que pensaba. Abrazar a los seres queridos con el corazón en el momento es el único talismán contra la muerte, me digo ahora, pues hay promesas imposibles de cumplir.

            La vida como una consecuencia, no un accidente. No es inocente ese trágico instante al que llevan una serie de eventos si ayudamos a su desenlace. Para que Roberto Detto esquivara a Rafael quizás faltó suerte, una luz roja dos cuadras antes, unos centímetros más. La vida no es responsable de ir tramando el devenir, pero nosotros si somos responsables de conjurar los resultados. La última vez que Roberto Detto se metió un pase, subió a su Hummer, aceleró a fondo y pensó que estaba en control, se convirtió en culpable de homicidio. El perico pisando el acelerador, el hierro pisando la carne, la insensatez pisando a la inocencia. Detto le quitó la vida a Vidal y no fue un accidente. Fue un irresponsable que encendió el motor, como tantas otras veces, y salió a la calle a buscar una tragedia. Una persona querida, ejemplar, tuvo que morir para que la vida sentara en el banquillo a Detto. Si no va preso, no hay justicia. Y si después no sale a la calle a decirle a la gente, que como él piensa que un auto es un juguete, no aprendió nada.

            La vida como algo que perdona, hasta que no avisa más. Esta mañana venía en el carro pensando en lo poco concientes que somos al volante, sonó el celular y atendí. Un policía me detuvo. No usaba el manos libres. Está demostrado que hablar por el celular aumenta el riesgo de colisión.  Es así, para aleccionar somos implacables, con nosotros somos indulgentes. La tragedia y el dolor nos ponen de frente con nuestras responsabilidades ante la vida. La propia y la ajena.                    

ebravo@unionradio.com.ve 

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