La
vida como un derecho, no una obligación. Con estas palabras
Ramón Sampedro, el cuadraplégico protagonista de la contundente
película Mar Adentro, justifica el derecho de un ser
humano a la eutanasia activa si piensa que no hay dignidad en su
existir. Una propiedad privada sobre la cual cada quien, en
completo y cabal uso de sus facultades, tiene derecho a decidir.
Renunciar a ella es remediar mi sufrimiento, dice postrado desde
su cama, y con mi acto voluntario no le hago daño a nadie.
La
vida como una promesa, no una garantía. Podría convertirse en
mórbida obsesión pensar que cuando nos despedimos de alguien,
quizás lo hagamos por última vez. Pero luego resulta que la
gente se muere. O la matan. La última vez que hablé con Rafael
Vidal los dos estábamos un poco apurados, rumbo a otra cita.
Igual nos dimos el tiempo para conversar, hacer un breve
resumen, darnos un fuerte abrazo. Como siempre, Rafael
transmitía una vitalidad contagiosa. Había, ¿cómo decirlo? una
sensación de plenitud en su mirada. Y quedamos en vernos, así de
leve, como se despide uno todos los días. Un hasta pronto que
resultó más definitivo de lo que pensaba. Abrazar a los seres
queridos con el corazón en el momento es el único talismán
contra la muerte, me digo ahora, pues hay promesas imposibles de
cumplir.
La vida como una consecuencia, no un accidente. No
es inocente ese trágico instante al que llevan una serie de
eventos si ayudamos a su desenlace. Para que Roberto Detto
esquivara a Rafael quizás faltó suerte, una luz roja dos cuadras
antes, unos centímetros más. La vida no es responsable de ir
tramando el devenir, pero nosotros si somos responsables de
conjurar los resultados. La última vez que Roberto Detto se
metió un pase, subió a su Hummer, aceleró a fondo y pensó que
estaba en control, se convirtió en culpable de homicidio. El
perico pisando el acelerador, el hierro pisando la carne, la
insensatez pisando a la inocencia. Detto le quitó la vida a
Vidal y no fue un accidente. Fue un irresponsable que encendió
el motor, como tantas otras veces, y salió a la calle a buscar
una tragedia. Una persona querida, ejemplar, tuvo que morir para
que la vida sentara en el banquillo a Detto. Si no va preso, no
hay justicia. Y si después no sale a la calle a decirle a la
gente, que como él piensa que un auto es un juguete, no aprendió
nada.
La vida como algo que perdona, hasta que no avisa
más. Esta mañana venía en el carro pensando en lo poco
concientes que somos al volante, sonó el celular y atendí. Un
policía me detuvo. No usaba el manos libres. Está demostrado que
hablar por el celular aumenta el riesgo de colisión. Es así,
para aleccionar somos implacables, con nosotros somos
indulgentes. La tragedia y el dolor nos ponen de frente con
nuestras responsabilidades ante la vida. La propia y la ajena.
ebravo@unionradio.com.ve

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