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Postal desde Las Vegas
por Eli Bravo
jueves, 21 abril 2005

 

 

  En este lugar de los Estados Unidos la abundancia desemboca en exceso para convertirse en una caricatura del mundo. Más allá de las calles están las montañas peladas, el viento seco y el cielo sin nubes. Adentro de este espejismo urbano están todas la tentaciones que el cuerpo pueda fantasear. Las Vegas es un boulevard de casinos y hoteles rodeado por edificios que pretenden ser una ciudad y que viven de la industria del desenfreno. Una quimera en medio del desierto.

            Tiene razón quien describió a Las Vegas como Disney para adultos. Eso si, Walt remojado en varios litros de ginebra. Acá todo entretiene, apuesta, marea y envuelve. En las vallas y gigantescas pantallas de video no hay productos sino espectáculos, música, cuerpos desnudos, todo lo que pareciera estar al alcance pero que no, no existe, no es del todo real. En las fachadas que dan al boulevard hay foros romanos, barcos piratas, volcanes en erupción, la torre Eiffel y el puente de Brooklyn. Por detrás hay puertas de metal y camiones que descargan toneladas de comida y se llevan millones de dólares en moneditas. Las Vegas es un simulacro descarado que no oculta su alma de cartón.

            Impresiona ver al dinero acariciándose a si mismo y la fortuna que esta autocomplacencia genera.  Es una ciudad-buffet para consumo inmediato. Una inmensa máquina tragamonedas disparando luces de colores. Las columnas de esta fantasía son los delirantes hoteles de 2 mil habitaciones. En el corazón de estas colmenas están los casinos: apenas pones un pie adentro te enfrentas a un hervidero de destellos y sonidos que no para jamás. A las seis de la mañana encuentro gente desayunando un martini y una ronda de póker. Afuera, en la esquina, veo a un cura pidiendo dinero para los albergues y a su lado una mejicana de baja estatura repartiendo tarjeticas donde se ofrecen mujeres por 45 dólares. Satisfacción garantizada. No en balde a esta ciudad la conocen como Sin City, la ciudad del pecado.

            Pero hace años que Las Vegas disfrazó su imagen de Sodoma y Gomorra. Para atraer a toda la familia ahora ofrece exhibiciones de Monet, zapatos Prada, restaurantes cinco estrellas, reliquias museográficas y espectáculos de Celine Dion. El diablo en piel de cordero para turistas que no se atreven a abandonar sus represiones y por eso da la impresión de que ni siquiera el desmadre es real. Es la ilusión del desmadre que nunca llega a ser tal.

            Decía Platón que los humanos apenas logramos ver las sombras del mundo ideal reflejadas en el fondo de una caverna. Saramago tomó esta imágen, analizó con ella el fenómeno de los centros comerciales y escribió una poderosa novela. Las Vegas es como el epítome de ese reflejo imperfecto: el más grande mall del planeta a donde vienen los turistas para soñar que hay un mundo ideal donde todo es posible.

Si se tiene el dinero, la suerte y las ganas de tragarse el cuento.

ebravo@unionradio.com.ve 

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