En
este lugar de los Estados Unidos la abundancia desemboca en
exceso para convertirse en una caricatura del mundo. Más allá de
las calles están las montañas peladas, el viento seco y el cielo
sin nubes. Adentro de este espejismo urbano están todas la
tentaciones que el cuerpo pueda fantasear. Las Vegas es un
boulevard de casinos y hoteles rodeado por edificios que
pretenden ser una ciudad y que viven de la industria del
desenfreno. Una quimera en medio del desierto.
Tiene razón quien describió a Las
Vegas como Disney para adultos. Eso si, Walt remojado en varios
litros de ginebra. Acá todo entretiene, apuesta, marea y
envuelve. En las vallas y gigantescas pantallas de video no hay
productos sino espectáculos, música, cuerpos desnudos, todo lo
que pareciera estar al alcance pero que no, no existe, no es del
todo real. En las fachadas que dan al boulevard hay foros
romanos, barcos piratas, volcanes en erupción, la torre Eiffel y
el puente de Brooklyn. Por detrás hay puertas de metal y
camiones que descargan toneladas de comida y se llevan millones
de dólares en moneditas. Las Vegas es un simulacro descarado que
no oculta su alma de cartón.
Impresiona ver al dinero
acariciándose a si mismo y la fortuna que esta autocomplacencia
genera. Es una ciudad-buffet para consumo inmediato. Una
inmensa máquina tragamonedas disparando luces de colores. Las
columnas de esta fantasía son los delirantes hoteles de 2 mil
habitaciones. En el corazón de estas colmenas están los casinos:
apenas pones un pie adentro te enfrentas a un hervidero de
destellos y sonidos que no para jamás. A las seis de la mañana
encuentro gente desayunando un martini y una ronda de póker.
Afuera, en la esquina, veo a un cura pidiendo dinero para los
albergues y a su lado una mejicana de baja estatura repartiendo
tarjeticas donde se ofrecen mujeres por 45 dólares. Satisfacción
garantizada. No en balde a esta ciudad la conocen como Sin City,
la ciudad del pecado.
Pero hace años que Las Vegas
disfrazó su imagen de Sodoma y Gomorra. Para atraer a toda la
familia ahora ofrece exhibiciones de Monet, zapatos Prada,
restaurantes cinco estrellas, reliquias museográficas y
espectáculos de Celine Dion. El diablo en piel de cordero para
turistas que no se atreven a abandonar sus represiones y por eso
da la impresión de que ni siquiera el desmadre es real. Es la
ilusión del desmadre que nunca llega a ser tal.
Decía Platón que los humanos apenas
logramos ver las sombras del mundo ideal reflejadas en el fondo
de una caverna. Saramago tomó esta imágen, analizó con ella el
fenómeno de los centros comerciales y escribió una poderosa
novela. Las Vegas es como el epítome de ese reflejo imperfecto:
el más grande mall del planeta a donde vienen los
turistas para soñar que hay un mundo ideal donde todo es
posible.
Si se tiene el
dinero, la suerte y las ganas de tragarse el cuento.
ebravo@unionradio.com.ve

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