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Desbordados
por el
crimen
por Teodoro Petkoff - Tal Cual
miércoles,
5 abril
2006
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Recién inhumado
el señor Filippo Sindoni, el país vuelve a ser sacudido en
sus fibras más íntimas por el brutal asesinato de los
hermanos Faddoul y de quien los llevaba al colegio.
Todo el mundo está conmovido y conmocionado por el inmenso
dolor que embarga a los padres y demás familiares de los
infortunados adolescentes y de su acompañante. En un momento
como este podemos hacer nuestras las palabras del ministro
del Interior Jesse Chacón, cuyo llamado a la unidad del país
para hacer frente a la tremenda calamidad social que
significa la vertiginosa expansión de la criminalidad y de
la delincuencia en general, no vacilaríamos en atender.
Pero es imposible no llamar la atención del propio Ministro
sobre las cosas extrañas que están ocurriendo en los cuerpos
policiales y en relación con éstos, a los cuales se les
supone en la primera trinchera del combate contra el delito.
Una policía corrompida es parte del problema y no parte de
la solución.
Desde hace años se viene denunciando la existencia de los
llamados grupos de “exterminio” en varias de las policías
estadales. El único juicio adelantado contra integrantes de
uno de tales grupos, el de Portuguesa, terminó con la
libertad de los acusados.
La investigación que se intentó contra un grupo similar en
Guárico quedó enredada en las mallas de la confrontación
política entre partidos del gobierno y sin resultados. En
varios otros estados, han sido señaladas operaciones de
tales grupos criminales, que so capa de “eliminar” presuntos
o reales delincuentes ( “justicia” que está expresamente
prohibida por la Constitución), han devenido en grupos de
extorsionadores y asesinos por encargo, sicarios al servicio
de quien pague por sus servicios. En la Plaza Bolívar de San
Cristóbal cualquiera puede “alquilar” los “servicios” de un
sicario por un módico precio. Eso a la vista de las
autoridades, en un estado donde sólo se puede desarrollar
cualquier actividad económica si se paga “vacuna” y donde
las llamadas FBL, a las cuales se señala como vinculadas a
uno de los partidos del gobierno, actúan con total
impunidad. En Aragua, la situación ha llegado a un punto tal
que el propio gobernador ha solicitado la intervención de la
policía estadal y existe la generalizada sospecha de que el
secuestro de Sindoni fue realizado por funcionarios
policiales.
Lo importante sería saber quién garantiza la idoneidad de
los interventores. Hace pocos días Fermín Mármol León
denunció la desprofesionalización de los cuerpos policiales
y corren extraños y persistentes rumores sobre vínculos
entre la División contra las drogas del Cicpc y el
narcotráfico.
Lo que se ha hecho en la Policía Metropolitana y en la de
Libertador, cubriendo muchas de sus plazas directivas y de
sus filas con militantes políticos de algunos de esos grupos
“duros” cuya acción se produce en esa zona grisácea entre la
política y el hampa común, es de una gravedad que el
gobierno no ha debido dejar pasar. Como no se ha debido
dejar pasar esa distribución gratuita de motos, que circulan
sin placas ni identificación alguna, tripuladas por matones
armados, cuya función no aparece nada clara pero que no
pocas veces andan como escoltas de altos funcionarios.
La existencia de policías paralelas en franca complicidad
con funcionarios activos, y que operan como organizaciones
al servicio del chantaje, del narcotráfico y de la guerra
sucia contra políticos y otros hombres públicos, es también
un dato que una real lucha contra el delito no puede dejar
escapar. El Estado no puede permitir esta clase de
organismos delictivos.
Quisiéramos creer en las palabras, obviamente sentidas, de
Jesse Chacón, pero obras son amores, ministro.
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