En
las democracias normales durante los períodos electorales los
mandatarios tratan de evitar toda colación que desestabilice el
orden, cree incertidumbre o quebrante la confianza en la solidez
del sistema. Ese no es el estilo de la revolución de opereta que
lidera Hugo Chávez. El tono de la actual campaña electoral es
diametralmente distinto al que imperó durante la jornada del año
2000, cuando Chávez se relegitimó, o la de 2004, cuando la
coyuntura del referendo revocatorio. En esas oportunidades
-aunque siempre pugnaz, sobre todo en el plano internacional- el
teniente coronel redujo la intensidad de la polémica. Se adornó
con una piel de corderito para disimular los colmillos de
autócrata. Habló de amplitud, tolerancia, comprensión y todas
esas ideas que los demócratas de verdad defienden y practican.
Ahora el panorama ha cambiado. Los dirigentes importantes del
MVR tienen un libreto que deben seguir rigurosamente.
Como Venezuela le
queda muy pequeña al ególatra, el guión que Chávez se asignó a
sí mismo tiene como punto cardinal su conversión definitiva en
líder continental y mundial del antiimperialismo, el
antinorteamericanismo, el anticapitalismo y la antiglobalización.
Con Fidel Castro a punto de abandonar este Valle de Lágrimas, el
caudillo de Sabaneta se siente en el legítimo derecho de
encarnar el papel que durante largo tiempo desempeño el dictador
antillano, y que antaño cumplieron Tito y Nasser. Para sus
propósitos utiliza la riqueza petrolera como si fuese obtenida
con su trabajo y esfuerzo, y no le importa asociarse con los
países más atrasados y autoritarios del planeta: Corea de Norte,
Irán, Siria, Cuba y Bielorrusia. Va a China y evita hablar de
Deng Xiao Ping, artífice de la transformación económica
capitalista que está permitiendo que el país arruinado que dejó
Mao Zedong y su locura comunista, se esté convirtiendo en la
potencia emergente más poderosa del planeta y que millones de
chinos estén saliendo de la pobreza. En el frente interno
Chávez se encarga de exponer y defender las grandes líneas del
socialismo del siglo XXI: propiedad colectiva, con énfasis en la
autogestión, la cogestión y las cooperativas; desarrollo
endógeno, politización de las Fuerzas Armadas y construcción de
las milicias y el ejército paralelo. Es la figura que se ocupa
de diseñar las grandes líneas del modelo totalitario que le
propone a los venezolanos. Desde luego que en el horizonte
cercano, al igual que su maestro, el abogado Castro Ruz, no
aparece ni por asomo la posibilidad de relevo en el poder. Habla
y se comporta como si hubiese notariado un pacto con Satanás que
le asegura su permanencia indefinida en Miraflores.
El otro
personaje que aparece con un rol bien definido es el alcalde
metropolitano, Juan Barreto. Esta criatura, especialmente dotado
para las peleas en el inside, no ignora que el decreto de
expropiación de los campos de golf del Caracas Country Club y
del Valle Arriba Golf Club constituye una aviesa provocación que
asusta a la clase media, y que, de paso, no resuelve el problema
de la vivienda de los grupos de menores ingresos, sino que
tiende a hacerlo aún más agudo, pues al atacar la propiedad
privada, desestimula la inversión en el área de la construcción,
donde la iniciativa particular resulta decisiva para la
construcción masiva de viviendas. Por lo tanto, no es por
ignorancia que Barreto arremete como un Panzer. Cumplir con las
metas que dentro de la estrategia global se le ha asignado
resulta prioritario. Su actuación, que combina el cálculo frío
con una fingida espontaneidad, indica que se le ha pedido que
actúe como un ariete contra la clase media y las propiedades que
poseen los grupos que la integran, dos blancos claves del
socialismo del siglo XXI. La plataforma de lanzamiento del
primer misil que debía disparar fue el Teatro Teresa Carreño,
donde acribilló cobardemente a Leopoldo López y Enrique Capriles.
Cuando muchos ingenuos pensaron que después de las reacciones
que ese acto vil provocó, Barreto retrocedería en sus desmanes,
resulta que aprobó la expropiación de los terrenos de golf.
¿Después de tantos
años de gobierno bolivariano y luego de más de casi dos años de
ser Alcalde Metropolitano, de dónde le salió esa fiebre
expropiadora al doctor Barreto? ¿Le resultaba muy arduo esperar
hasta enero próximo para embestir contra esas propiedades? Desde
luego que diferir unos pocos meses una decisión tan polémica,
por lo arbitraria, no habría tenido ninguna importancia. Lo que
explica el exabrupto es el deseo de polarizar la campaña
electoral. Convertirla en una batalla épica entre ricos y
pobres; entre poseedores y desposeídos. Escenario en el
que Chávez siempre gana. Es probable que luego
de las mediciones estadísticas en las que se evalúe el impacto
de las medidas del alcalde, el régimen retroceda, y aparezca
algún dirigente del MVR, incluso el propio Chávez, actuando
como un factor de ponderación. El policía “bueno”, según el
clásico esquema harto conocido.
Ahora bien, aunque
alguna disculpa se diese o, en un acto amable, la decisión del
Cabildo Metropolitano se revisase, los venezolanos debemos
convencernos de que mientras esta nueva élite se encuentre en
el poder, el país andará de sobresalto en sobresalto. A Hugo
Chávez no le interesa la construcción de un país tranquilo,
estable, en el que predomine la confianza, en el que el reparto
del ingreso lo realice la propia sociedad mediante la creación
de empleo y riqueza. Un modelo como este, que tenga a la clase
media y a los trabajadores como protagonistas, no cabe en el
proyecto hegemónico del autócrata. Chávez se ha propuesto
construir una nación dividida, fragmentada por el odio y el
resentimiento, pues es en ella donde obtiene la mayoría que le
permite seguir gobernando Su ideal apunta a contar con un
Estado propietario de toda la riqueza nacional y sobre el cual
él posee el control total, de modo que el ingreso de los
venezolanos provenga de las misiones, becas, canonjías,
prebendas y subsidios que suministre el Gobierno a través de los
distintos organismos oficiales. Un Estado y un Gobierno en el
que todas las decisiones importantes pasen por sus manos, de
modo que el ingreso de cada familia parezca una concesión
generosa del gamonal. Para alcanzar ese Estado totalitario y la
sociedad cerrada, atemorizada y sumisa que le es propia, se
necesita de la confrontación permanente. Su campaña electoral se
parecerá a un campo de batalla. Su única virtud consiste en que
no miente: dice que nos conducirá a la barbarie y, si lo
dejamos, lo hará. Allí está Cuba como ejemplo.
El 3 de diciembre
Venezuela optará entre la beligerancia permanente que Chávez y
compañía proponen, y la posibilidad de reconstruir la nación en
el clima unitario que exige la superoración del atraso y la
conquista del desarrollo.