La
cita electoral del 3 de diciembre representa una estación
crucial de la historia del país. Se enfrentan dos enfoques
distintos, e incluso, opuestos de concebir la política, la
sociedad y el Estado. Desde luego que las elecciones se
realizan para contar los votos. La aritmética es la operación
matemática esencial. De la consulta saldrá un ganador y un
perdedor, hablando en términos estrictamente pitagóricos. Sin
embargo, para ninguno de los dos bandos en pugna la historia
habrá concluido. Sólo se habrá iniciado un nuevo ciclo.
En el caso de que
el Gobierno pierda, tendrá como tarea recomponer sus bases
sociales, evaluar el discurso y la proposición que le presentó
al país, y establecer cómo utilizará el inmenso poder con el que
cuenta en las numerosas instituciones del Estado que controla.
El oficialismo tendría que admitir que su proyecto es inviable y
que el pueblo no acepta el socialismo ni el comunismo. Sin
embargo, su fuerza acumulada le permitiría reestructurarse en un
período relativamente breve, y aparecer de nuevo como una
alternativa para los sectores que en el pasado se sintieron
atraídos por la oferta programática y el discurso del actual
Presidente de la República.
Si ocurriese lo
contrario, es decir, que fuese la oposición la que saliese
numéricamente derrotada, el candidato perdedor tendría que
asumir la responsabilidad de construcción y dirigir un amplio
movimiento que reúna a la mayor parte de los partidos, grupos y
sectores que participaron en la campaña electoral. Lo que ha
conquistado la oposición y su líder, el gobernador del Zulia, no
es poca cosa. Su esfuerzo ha sido titánico y los resultados
asombrosos. A mediados de 2006 una amplia franja de la oposición
estaba desmovilizada, producto de su frustración y desconfianza
en quienes aparecían públicamente como sus voceros y dirigentes.
El fracaso en el revocatorio, la actitud errática de los líderes
de aquella jornada y, luego, la incapacidad para aprovechar la
enorme abstención del 4 de diciembre de 2005, sembraron el
escepticismo entre la mayor parte de los ciudadanos que habían
marchado, firmado y expresado de distintas formas su descontento
con el Gobierno.
En muy pocos meses
este estado de ánimo, en el que se combinaban la rabia con la
resignación, se modificó. La misma gente que expresaba su
desconfianza frente al proceso electoral o que creía que no era
posible alterar el cuadro político nacional a través de las
elecciones, salió a las calles a manifestar con entusiasmo y a
prepararse para llegar a la convocatoria de diciembre en las
mejores condiciones posibles. El abanderado opositor, que al
comienzo aparecía como una comparsa dentro de un baile en la
cual parecía ser un invitado de ocasión, se convirtió, gracias
al apoyo de los ciudadanos de todas las clases sociales y a su
propia reciedumbre, en una amenaza real para el candidato a la
reelección.
En esos grupos
sociales que salieron del marasmo y la desidia existe un enorme
potencial para construir una fuerza organizada, que será
necesaria, incluso en el caso de que la oposición saliese
triunfadora en los comicios. Las democracias más estables son
aquellas en las que existen partidos políticos sólidos, capaces
de establecer alianzas y llegar a acuerdos permanentes con
diferentes factores de poder dentro de una sociedad. La
democracia venezolana requiere con urgencia que los viejos
partidos políticos que surgen después de la muerte de Juan
Vicente Gómez, cuando la nación sufre un vuelco radical, sean
sustituidos por nuevas agrupaciones policlalistas que reúnan a
personas con distintos intereses particulares, pero con un solo
propósito común: asegurar la vigencia de la democracia, el
desarrollo de la nación y la equidad social.
La reconstrucción
del país necesita de partidos políticos y organizaciones de la
sociedad civil que asuman, con un sentido de permanencia, las
tareas que permitan superar los gigantescos problemas que el
país confronta en todas las áreas. El restablecimiento de un
clima de confianza y armonía, el desarrollo económico, la
creación de empleos, la reducción de la pobreza, el combate a la
delincuencia y el rescate de la seguridad ciudadana, tareas que
el Gobierno, viejo o nuevo, deberá acometer, podrán cristalizar
si existen acuerdos políticos que les den viabilidad.
La cristalización de
esa fuerza por parte de la oposición permitirá preservar el
triunfo, si se obtiene; e impedirá que la frustración se adueñe
de nuevo de los ciudadanos, si es que es que se pierde. Además,
numerosos desafíos deberá afrontar la oposición. Allí están los
referendos revocatorios de gobernadores y alcaldes, y los
referendos consultivos que el Gobierno tendrá que convocar para
aprobar cualquier reforma o enmienda constitucional. Todos estos
compromisos requerirán de una oposición tan firme como la que se
expresó durante la campaña electoral. La historia no se detiene.