El alcalde metropolitano, doctor Juan Barreto, declaró en días
recientes que diseñará un instrumento legal para que todos
aquellos inquilinos que hayan pagado cinco veces el precio de la
vivienda donde habitan, pasen a ser sus legítimos propietarios.
No es justo, dice, que quien haya cancelado esa cantidad de
veces el valor nominal de un inmueble, no se convierta en su
verdadero propietario. Tanta generosidad de un funcionario
público no se ve ni siquiera en La ciudad del Sol, la
romántica utopía publicada por Tommaso Campanella en 1602.
El extravagante
criterio del alcalde en realidad se le podría aplicar a
cualquier bien o activo. Por ejemplo si una próspera fábrica,
digamos de calzados, funciona en un local alquilado, y el
empresario que la gerencia ha pagado cinco veces el valor del
galpón, pues el inmueble debe pasar a manos del acomodado
capitalista, no importa que el dueño del inmueble sea un modesto
trabajador que con los frutos de sus prestaciones sociales
compró el establecimiento. Lo mismo podría decirse del dueño de
una empresa textil, pongamos por caso. Si esa empresa ha sido
exitosa y ha logrado incrementar cinco veces el capital con el
que comenzó sus actividades, según Barreto pues debería pasar a
ser patrimonio de los trabajadores o del Estado. Si se proyecta
el razonamiento del funcionario metropolitano hasta sus últimas
consecuencias, nada quedaría a salvo de esa frontera de los
cinco años. El respeto al contrato, tan importante para
que una economía crezca, queda abolido, al igual que el concepto
de propiedad. Se esfuman los límites entre lo
mío y lo tuyo; entre mis derechos y
los tuyos. El dominio particular y exclusivo sobre un
determinado bien por parte de un individuo o grupo, que entraña
la noción de propiedad, queda pulverizado con la doctrina
Barreto. El alcalde metropolitano es la punta de lanza del
régimen para ir aplicando en la ciudad el mismo método de
confiscación y expropiación que desde hace algunos años el
régimen utiliza en el campo. El ataque a los propietarios de
viviendas secundarias es una nueva versión de las invasiones,
sólo que un poco más sofisticada y demagógica.
La reforma urbana en
Cuba a comienzos de los años 60 del siglo pasado partió de
principios similares a los que enuncia el doctor Barreto. No era
justo que hubiese personas y familias que tuviesen más de una
vivienda, cuando muchas otras no tenían ni siquiera donde
cobijarse, decían los barbudos revolucionarios. La innovadora
iniciativa fue acogida con beneplácito por las por las personas
favorecidas. Esta disposición estuvo acompañada por la decisión
de impedir que el sector privado de la economía invirtiera en
el área de la vivienda. ¿Cuál fue el resultado que se obtuvo
poco tiempo después? Los vástagos de las familias favorecidas
por la bondadosa revolución crecieron y al poco tiempo
necesitaron nuevas viviendas para formar tienda aparte. Sin
embargo este paso nunca pudieron darlo, pues el Estado cubano,
inepto en todos los campos ligados a la calidad de vida y al
confort, nunca las construyó. Hoy la gente de la Habana vive
hacinada en casas de vecindad que se dividen y subdividen en
infinitas partículas. Sólo los favoritos del Partido Comunista
logran ponerse en una modesta vivienda. Esa es la fórmula que
propone Barreto: demagogia hoy para que mañana todos cohabiten
encaramados unos sobre otros.
Como dice el lugar
común, el alcalde ataca los síntomas, pero no se interesa por
erradicar las causas. Con las nuevas técnicas que existen en el
mundo de la construcción y con el control que el Gobierno ejerce
sobre la actividad financiera, podría promover un agresivo plan
de construcción de viviendas en Caracas y en todo el territorio
nacional. Lo que debería ampliar es la oferta, en vez de acudir
a mecanismos compulsivos como los que propone. Esas fórmulas
autoritarias que quebrantan el derecho de propiedad y
desincentivan la inversión particular, crean muchos más
problemas que los que pretenden resolver. Además del caso cubano
pueden señalarse los ejemplos de la antigua Unión Soviética y
todos los países de Europa del Este en la era comunista. En
Hungría, luego de la Segunda Guerra Mundial, cuando se
impusieron los rusos, los burócratas que llegaron al poder
decidieron dividir los apartamentos más espaciosos para que
fueran compartidos por varias familias. Las propiedades fueron
confiscadas y las viviendas pasaron a ser propiedad del Estado.
Cada familia (dos, tres o más, dependiendo del tamaño del
apartamento) tenía la posesión y el usufructo del pequeño
espacio que le había sido asignado por el Estado, pero no era
propietaria y, por lo tanto, no podía venderlo ni dejarlo en
herencia. El resultado fue que una ciudad tan hermosa como
Budapest fue convirtiéndose en el asiento de miles de familias
aglomeradas en espacios reducidos y asfixiantes. Con el desplome
del comunismo y el retorno a la civilización, los nuevos
gobiernos han promovido la inversión privada en el sector de la
construcción, lo cual ha ayudado a resolver el drama del
hacinamiento. De paso miles de antiguos propietarios están
reclamando el derecho sobre sus viejos inmuebles. El Gobierno,
para dar señales inequívocas de que está interesado en apuntalar
el derecho de propiedad para atraer la inversión extranjera de
todas partes de mundo, les está retornando la titularidad.
Barreto es una
pieza dentro de un engranaje que Chávez quiere poner a
funcionar. Las confiscaciones, expropiaciones e invasiones
recrean las viejas recetas estatistas probadas por todos los
países comunistas. Esas fórmulas han fracasado de manera
estrepitosa. En los gobiernos que tuvimos a partir de 1958 se
construían más de cien viviendas al año. La parte más gruesa la
aportaba el empresariado privado. El socialismo del siglo XXI no
construye ni la quinta parte de esa cifra. Sin embargo, eso sí,
amenaza a los propietarios de inmuebles -quienes han invertido
sus ahorros en estos bienes para protegerse de la inflación y de
la devaluación- con despojarlos de sus pertenencias. Hugo Chávez
y su adlátere Barreto castigan a quienes han tenido éxito, a
quienes han acumulado una pequeña fortuna y a quienes han
invertido en Venezuela. Esta es la doctrina Chávez- Barreto.