La matanza de La
Paragua recuerda los peores sucesos de la Guerra de Vietnam,
especialmente los crímenes cometidos en My Lai, aquella aldea
campesina donde, en 1965, soldados norteamericanos masacraron a
mujeres, ancianos y niños, por el solo placer de acabar con la
vida ajena. My Lai se convirtió en un icono de la lucha de los
pacifistas y antiguerreristas norteamericanos y de todas partes
del mundo donde hubo manifestaciones de protesta contra el
desgarrador conflicto del sureste asiático. Posteriormente,
Francis Coppola recreó en Apocalipsis Now esa orgía de
sangre.
Aquí en Venezuela
probablemente no habrá marchas de denuncia y ningún cineasta que
aspire a obtener un crédito del gobierno podrá llevar a cine
esos sangrientos sucesos. Tampoco podrá llevar al celuloide lo
ocurrido en Fuerte Mara, donde murieron calcinados varios
soldados jóvenes, detenidos para que pagaran penas por actos de
indisciplina. El país ignora quiénes son los más altos
responsables de tal brutalidad. Lo que si sabe es que el general
Francisco Usón, experto en ignición, paga condena por haber
dado públicamente una explicación técnica acerca de por qué y
cómo pudieron haber ocurrido los hechos. El régimen chavista es
benigno con los criminales (allí están los pistoleros de Puente
Llaguno) y cruel con los inocentes, sobre todo si militan en el
campo de la oposición.
La respuesta del
régimen ante el asesinato de los mineros por parte de miembros
del TO5 es de un cinismo que enardece. Jesse Chacón, para
variar, cuando apareció la denuncia públicamente, acusó a los
medios de comunicación de estar, de nuevo, inventando una
historia tortuosa. De no haber sido por la valentía de los
medios y el coraje del minero que sobrevivió a los disparos que
le incrustaron los miembros del ejército, el ataque en el cerro
Papelón no se habría conocido, ni habría causado la justa
indignación que ha suscitado La ministra de Ambiente, Jacqueline
Faría, señala que los mineros, algunos indígenas, eran unos
depredadores que violaban las leyes ambientales. En el caso de
que eso fuese cierto, ¿en un país donde el derecho a la vida
supuestamente es sagrado, era esa una razón suficiente para
masacrar a un grupo de personas indefensas? El propio Ministerio
de Ambiente había engañado y manipulado a los pobladores de esa
comunidad, pues les había prometido dar el entrenamiento técnico
y el auxilio financiero para reconvertirlos en productores
agrícolas. Nada de eso ocurrió. Esos trabajadores, siguiendo el
principio del “hurto famélico” defendido por el comandante
Chávez, intentaron retornar a lo que saben hacer: explotar las
minas de oro y diamante. Por su parte, el gobernador de Bolívar,
general (r) Francisco Rangel G., cuando se refiere a los hechos,
alude a las víctimas con tal desprecio, que poco le falta para
afirmar que están bien muertos y enterrados. Ni siquiera guarda
las reglas elementales de solidaridad con los deudos.
Hugo Chávez habla de
“uso excesivo de amas”. Dice que “no quedará nada oculto, nada
oscuro, ni nada impune”. No es que uno desconfíe de la palabra
presidencial, pero desde que el caudillo asumió la Presidencia,
ha cometido tantas arbitrariedades y apañado tantos abusos, que
lo mínimo que uno debe estar es alerta para no dejarse
encandilar por ofertas engañosas que se lanzan al boleo en plena
campaña electoral. Chávez se opuso a la creación de la Comisión
de la Verdad, que hubiese permitido clarificar los hechos
acaecidos alrededor del palacio de Miraflores el 11 de abril de
2002. Ese día murieron 20 personas, la mayoría por disparos
efectuados por francotiradores apostados en los alrededores de
la casa de gobierno. Esta emboscada formaba parte del plan de
defensa diseñado por el autócrata. En esa jornada hubo un uso
“excesivo de armas” por parte de quienes acordonaban y defendían
al mandatario. Los culpables de esa sangría nunca se conocerán.
A Chávez no le conviene. Puede salpicarlo la sangre. En
contrapartida se ensañó contra los comisarios Henry Vivas,
Lázaro Forero e Iván Simonovis, presos por órdenes directas del
jefe de Estado. Se negó a formar la Comisión de la Verdad, pero
calificó de héroes nacionales a los pistoleros de Puente Llaguno.
Al caso de Fuete Mara ya me referí El chivo expiatorio es el
general Francisco Usón, preso por órdenes del primer mandatario.
Se podrían citar algunos ejemplos más de uso excesivo de armas y
violencia, como el asesinato de la señora Maritza Ron y el del
“caballero” Joao Govella, cuyo destino constituye un misterio.
Todos se pierden en las nebulosas.
Por el guión que
está elaborando el gobierno a través de distintos voceros, todo
indica que la masacre de La Paragua puede terminar en la captura
de algunos ofíciales y suboficiales de menor rango, mientras que
la densa trama de complicidades que explican ese ataque artero,
quedará escondida. El libreto apunta hacia un enfrentamiento
entre ejército y mineros que realmente nunca ocurrió. La
connivencia con el delito cometido por miembros del estamento
militar suele darse en regímenes como el de Chávez, que
politizan la institución castrense, la sacan de sus predios
naturales y la convierten en el brazo armado del autócrata que
gobierna. El caudillo está destruyendo la democracia, acabando
con las instituciones independientes y militarizando la sociedad
en todos sus estamentos. Su relación con la Fuerza Armada ha
perdido, en buena medida, el carácter institucional que tenía.
Trata de convertirla en una réplica de la Guardia Republicana
creada por Sadam Hussein. Los sucesos acaecidos en La Paragua
constituyen una buena oportunidad para apreciar hasta dónde los
militares han sido penetrados por la descomposición.
Ahora deberían tomar
la palabra personajes como José Vicente Rangel, Isaías
Rodríguez, Vladimir Villegas y Germán Mundaraín, insignes
defensores de los derechos humanos y quienes montaron en cólera
cuando el ejército cometió desmanes durante El Caracazo, o
cuando el episodio de El Amparo. El episodio actual es una buena
oportunidad para que demuestren que no son cómplices de las
atrocidades que la guerra asimétrica endógena esta provocando, y
que persiguen los crímenes de lesa humanidad allí donde se
produzcan, no importa quién los cometa. ¿Lo harán? Existen
suficientes razones para dudar de la coherencia de esos
caballeros.