La carrera despavorida
emprendida por la clase media después de las amenazas del
alcalde Metropolitano, Juan Barreto, dirigidas a expropiar los
campos de golf de La Lagunita y el Country Club, y a incautar y
confiscar inmuebles privados, así como el crecimiento de la
candidatura de Manuel Rosales en ese sector, obligaron a Hugo
Chávez a modificar el tono de su campaña. Ahora adoptó un estilo
almibarado y empalagoso que resulta más falso que un billete de
15 bolívares. Similar a que Mike Tyson quisiera aparecer vestido
de hermanita de la caridad o de bailarín de música clásica. Este
giro hacia poses melifluas tiene desconcertados hasta a sus
colaboradores más cercanos. Resulta una ironía ver a Francisco
Ameliach, William Lara, Lina Ron y, ¡fin de mundo!, Luis Tascón,
hablándoles de amor a los venezolanos. Estos aguerridos
combatientes de la revolución, que han defendido los círculos
bolivarianos, la “esquina caliente”, La Hojilla, que escriben en
Aporrea y que hablan a troche y moche de lucha de clases y odio
a la oligarquía, de forma inopinada pasaron a ser modositas
figuras que quieren resolver los graves problemas del país con
puro amor.
El más
insólito de todos los comediantes es, por supuesto, el
comandante Chávez. Él, que dio dos golpes de Estado cruentos,
rompiendo así la paz que reinaba en el país desde que la
guerrilla fue derrotada política y militarmente, que hablaba de
las cúpulas podridas y que prometió freír en aceite la cabeza de
adecos y copeyanos, que mandó aplicar el Plan Ávila el 11-A, que
promueve la guerra asimétrica contra los Estados Unidos, e
inicia una carrera armamentista que incluye la compra de cien
mil fusiles Kalashnikov, buques artillados y aviones de caza, y
que durante casi tres lustros ha promovido el odio y el
resentimiento entre los venezolanos, ahora –sin explicar las
causas de ese cambio, ni pedir perdón por todos los excesos y
abusos cometidos- pretende que los votantes le crean que la
única fuerza que lo mueve es el amor. Extraño megalómano y
autócrata éste. Resulta que no el apetito insaciable de poder y
el afán por eternizarse en Miraflores la energía que lo mueve,
sino el afecto por sus semejantes. ¿En cuál lugar de su escala
particular colocará la inteligencia de los venezolanos?
Al
mismo tiempo que el comandante orquesta una campaña millonaria
para lavarse el rostro y aparecer como un amable y desinteresado
apóstol, permite que las bandas armadas del oficialismo ataquen
sin piedad las marchas y manifestaciones de Manuel Rosales,
varios pescadores de Güiria son asesinados, los mineros de La
Paragua son masacrados sin que haya ninguna explicación oficial
de los hechos, mantiene una guerra sórdida con Guatemala por un
puesto en el Consejo de Seguridad, mientras les ordena a sus
subalternos que se mantengan rodilla en tierra y bayoneta calada
contra el imperialismo. Además, se alinea con los regímenes de
Irán y Corea del Norte, dos de las naciones más guerreristas del
planeta. Es decir, Chávez es una contradicción permanente, no
solo con respecto del pasado lejano, sino también del presente
inmediato. Su discurso meloso no guarda relación alguna con los
hechos que protagoniza, ni con las ideas que defiende y
proclama.
De todas
formas no conviene descalificar totalmente el gesto
presidencial, sobre todo porque el país se encuentra en plena
campaña electoral. Resulta oportuno recordarle a Chávez que
obras son amores, y que su pasión por Venezuela debería
reflejarse en un amplio conjunto de acciones que demostrarían su
hipotético cariño por el país. Sin el propósito de jerarquizar,
tendría que emprender las siguientes acciones.
Reintegrar a los
despedidos de PDVSA, pagarles sus salarios caídos y, a aquellos
que ya no pueden retornar, pagarles sus prestaciones sociales.
Eliminar la Lista de Tascón, reivindicar a las miles de personas
que han sido afectadas por este instrumento excluyente y
fascista, y pedirle perdón a la nación por haber permitido que
muchos de quienes firmaron hayan pasado a formar parte de un
gueto parecido al de Varsovia. Declarar una amnistía política,
como suele ocurrir en épocas electorales, de modo que no haya
presos políticos; se liberaría, así, a personas injustamente
detenidas como el ex gobernador de Yaracuy, Eduardo Lapi, a los
comisarios Henry Vivas, Lázaro Forero e Iván Simonovis, al
general Francisco Usón, entre otros. Acabar con el abuso obsceno
de poder y el ventajismo irritante que tiñe toda la campaña
electoral, de forma que la competencia entre él y Rosales
transcurra en un ambiente más equilibrado. Abrir las puertas de
Venezolana de Televisión a la oposición y, de paso, cerrar esa
trinchera del odio que es La Hojilla. Permitir que las marchas,
manifestaciones y concentraciones de Manuel Rosales se
desenvuelvan sin verse acosadas por las huestes armadas del
chavismo. Dejar de utilizar el terror, el chantaje y la amenaza
para obligar a la gente a que acuda a los actos del gobierno.
Eliminar las captahuellas y todos los mecanismos de presión
sobre los empleados públicos para que voten a su favor. Detener
la compra de lealtades en el exterior, que de paso resultan pura
hipocresía, e invertir esos cuantiosos recursos en construir un
país moderno y equitativo, cuyo principal instrumento de reparto
de la riqueza sean los sueldos y salarios.
Si Hugo Chávez
acometiera este conjunto de iniciativas, estaría demostrando que
su amor por Venezuela es genuino. Que no tiene pliegues, ni
forma parte de una farsa montada para engañar incautos. Sin
embargo, del personaje puede esperarse cualquier comportamiento.
Ya hemos visto lo que ocurrió después de su supuesto
arrepentimiento el 13 de abril de 2002.