A
estas alturas del proceso bolivariano no hay espacio para la
duda: el teniente coronel Hugo Chávez desprecia la democracia
liberal que surge como respuesta al Absolutismo por allá en el
siglo XVII. Este modelo se funda, entre otros principios, en la
división, autonomía y equilibrio entre los poderes públicos, el
Gobierno limitado, el respeto al Estado de Derecho, la propiedad
privada y las minorías. Su talante autocrático lo impulsan a
capturar todo el poder para sí. Es una suerte de Luis XIV
redivivo: en él se concentra los mandos del Gobierno y del
Estado.
En la era chavista
el Gobierno, como cuerpo colegiado, desapareció. El Gabinete
presidencial pasó desde hace años a la más completa
cladestinidad. Por ejemplo, el ministro de Relaciones
Exteriores, Alí Rodríguez, se entera por la prensa y porque se
lo informa su homólogo colombiano (una brillante dama), de que
Chávez tomó unilateral e individualmente la decisión de sacar a
Venezuela de la Comunidad Andina de Naciones (CAN). El ministro
de Finanzas, Nelson Merentes, y el presidente de la Asamblea
Nacional, Nicolás Maduro, reciben la noticia en Aló, Presidente
de que el jefe resolvió comprar bonos basura de Argentina y
regalarle 30 millones de dólares a Evo Morales. Las opiniones de
esos dos altos funcionarios y de los organismos que ellos
dirigen le saben a caramelo al amo de Miraflores. Hasta Fidel
Castro, un tirano cuya crueldad no conoce fronteras, preserva
algunas formas que el caudillo de Sabaneta desprecia sin
miramientos.
Su vocación
autoritaria también le lleva a asumir directamente y sin ningún
tipo de contrapeso el control de todos los poderes del Estado.
La reciente selección del Consejo Nacional Electoral, en la que
pudo haber demostrado cierta amplitud, se convirtió en un nuevo
capítulo para reafirmar su completo dominio de las decisiones
que adoptan las instituciones del Estado. Allí impuso una
relación 4 a 1 a favor del oficialismo. En las elecciones de los
alcaldes de Carrizal y Nirgua, que debieron haber servido como
un micro ensayo transparente de los comicios de diciembre,
ordenó que se utilizaran las capta huellas, impidió que se
revisara el Registro Electoral Permanente (REP) y negó que se
contaran manualmente las papeletas. Sin embargo, su posición
resulta tan inconsistente que hasta los partidarios del MVR, en
vista de la derrota sufrida en Carrizal, exigen que las
papeletas se contabilicen una por una. Su soberbia es
aplastante. En los predios del señor feudal los vasallos hacen
lo que el amo dice y punto. Nada le gustaría más a Chávez que
reeditar la etapa de la Alianza de los Sables, cuando en el
continente campeaba el militarismo y los gobiernos democráticos
constituían una excepción.
Los hechos
demuestran que el país democrático está colocado frente a un
personaje con mentalidad de gamonal. Ahora bien, ese cacique,
igual que cualquier otro de su estirpe, sólo entiende el
lenguaje de la fuerza. Únicamente ceden terrenos como resultado
de derrotas. Imaginarse a un autócrata haciendo concesiones por
razones sentimentales o humanitarias es ser tan ingenuo como
quienes creen que los pajaritos van a la maternidad Concepción
Palacios. La pregunta que debemos responder los demócratas es:
¿en cuál plataforma se construye la fuerza que puede obligar a
Chávez a entregar el poder? Desde mi perspectiva no existe otra
alternativa que la electoral. ¿Por qué?
Porque el propio
comandante está obligado, por las condiciones que imperan en el
campo internacional, a mantenerse dentro de los límites de la
democracia representativa, tal como ocurrió con el Partido
Revolucionario Institucional (PRI) mexicano, y tal como sucede
en la actualidad con Mubarak en Egipto y Putin en Rusia. Ninguno
de estos dos últimos mandatarios sobresalen por su espíritu
democrático; al contrario, ambos son autócratas que utilizan las
elecciones para continuar en el poder. Sin embargo, sería un
error colosal de las fuerzas democráticas de sus respectivas
naciones optar por el camino de la subversión y la violencia. No
sólo serían aplastados por el poder de fuego de esos Estados,
sino que quedarían aislados y desprestigiados ante la comunidad
internacional. En Egipto y en Rusia -además de Bielorrusia y
otras naciones donde dominan esquemas neoautoritarios que se
valen de las consultas comiciales como coartadas para preservar
regímenes que no pueden calificarse de dictaduras sanguinarias
ni de democracias ejemplares la oposición participa en los
comicios. Por supuesto, que estos procesos están amañados y se
dan en medio de cuadros institucionales muy adversos para los
opositores. Sin embargo, esos eventos sirven para que las
fuerzas de resistencia formulen denuncias que se proyectan en el
plano mundial y para que la comunidad internacional coloque la
lupa en esas formas de gobierno.
Las citas
electorales, incluidas las que se realizan en Venezuela, con
todo y el ventajismo oficial que pueda existir, representan
acontecimientos que permiten denunciar la incapacidad, derroche
y corrupción del gobierno, y fomentan el ambiente para que los
problemas cruciales del país se debatan con los responsables de
resolverlos. En torno de estos episodios es posible movilizar
los sectores descontentos con las prácticas autoritarias del
régimen y con el despilfarro e incuria de los gobernantes.
Además, propician la atmósfera para formar una masa crítica que,
además de encarar la incompetencia, proponga alternativas para
superar las enormes dificultades que existen en todos los campos
de la vida nacional.
La decisión de
participar en las elecciones del 3-D para nada significa que la
oposición esté obligada a aceptar las condiciones humillantes
que quiere imponer el teniente coronel. Esas condiciones hay que
modificarlas. Ahora bien, la voluntad caprichosa del caudillo
sólo podrá doblegarse si desde la oposición se pone de
manifiesto una energía que lo haga retroceder. A partir del paro
del 10 de diciembre del 2001 y hasta el 15 de agosto de 2004, es
decir, durante tres años y medio, los sectores democráticos
tuvimos la iniciativa política y logramos conformar una fuerza
que arrinconó al autócrata. Ese poderoso torrente se formó
alrededor de retos electorales (el Firmazo, el Reafirmazo, el
Referendo Revocatorio). Lamentablemente los graves errores que
se cometieron, entre ellos el paro indefinido y los
acontecimientos de la Plaza Altamira, ambos alejados de las
citas electorales, pulverizaron las aspiraciones de la
oposición. Esos traspiés hay que evitarlos. Sin embargo, esos
deslices no hacen sino reafirmar la necesidad de convertir las
elecciones de diciembre en el centro de una estrategia de
relanzamiento de la oposición.