El
desarrollo de un país se encuentra indisolublemente vinculado al
crecimiento económico. En términos más sencillos, el ascenso de
las condiciones de vida de la población, medido en la cantidad y
calidad de los servicios de los cuales dispone para satisfacer
sus necesidades cotidianas, no puede producirse sin que haya
expansión de la actividad productiva. La generación de empleos
estables y bien remunerados, la construcción de vías de
comunicación, la fundación de empresas, el mejoramiento de la
educación y la salud, la seguridad pública, y todos los demás
aspectos que contribuyen a mejorar el entorno social, requieren
de una inversión que únicamente puede darse en medio del auge de
la actividad económica. Sin embargo, puede ocurrir la paradoja
de un crecimiento económico sin desarrollo social; sin que se
modifiquen de forma sustancial las características del entorno
de la gente. Esta incongruencia viene registrándose en Venezuela
desde que los precios internacionales del petróleo comenzaron a
empinarse de forma sostenida hace casi seis años.
Por
cierto que Hugo Chávez insiste donde va, dentro y fuera del
país, que el repunte de los precios se debe a la política de su
gobierno revolucionario. Nada más desconectado de la realidad.
En ese aumento ni siquiera la OPEP ha jugado un papel esencial.
La causa primordial del auge es el apogeo de la actividad
económica mundial, especialmente en China, que se olvidó de las
enseñanzas de Mao Zedong, en la India, en los Estados Unidos y
en Japón. Este último país está saliendo de la recesión que lo
afectó durante varios años. Ese hecho es tan contundente, que la
cesta petrolera venezolana ha retrocedido alrededor de ocho
dólares en los últimos tres meses, sin que el señor Rafael
Ramírez ni el teniente coronel hayan podido hacer nada para
impedirlo. La razón de la caída en pendiente es la contracción
de la demanda por parte de China y la modificación de las
expectativas sobre el desenvolvimiento de la economía planetaria
durante el curso de los próximos años. La política
“revolucionaria” no puede modificar la Ley de la Gravedad.
Volviendo a
lo nuestro, desde que se disparó el precio del crudo Venezuela
ha crecido a unas tasas que llenan de orgullo al jefe de Estado,
al profesor Jorge Giordani y al resto de los miembros del
gabinete económico. El Banco Central da cuenta de esa escalada.
Los índices son reconocidos por el Fondo Monetario
Internacional, por el Banco Mundial y por las calificadoras de
riesgo, organismos todos que sitúan a Venezuela entre las
naciones de América Latina y el mundo con mayor dinamismo en los
últimos años. Los funcionarios de un régimen tan dado a la
palabrería hueca y a la retórica decimonónica, enloquecen con
los fríos números de la estadística. Se acuerdan de Pitágoras
cuando les conviene.
Resulta
innegable que desde 2003 se ha producido un crecimiento
significativo de la actividad económica. Sin embargo, la
pregunta que hay que formularle a un gobierno que se asume
socialista, redentor de los pobres y solidario con los
menesterosos, es: ¿ese crecimiento se ha traducido en desarrollo
para el país?; ¿han mejorado notablemente las condiciones de
vida de los trabajadores y demás grupos necesitados?; ¿ha salido
una cifra importante de familias de la pobreza y se ha
incorporado a la clase media? Nada, o muy poco de esto ha
ocurrido. Después de varios años de bonanza petrolera, el
período más prolongado del que se tenga memoria, las condiciones
de la inmensa mayoría de la población se encuentran igual o peor
que en 1998, cuando el precio del crudo frisaba los 9 dólares
por barril.
Desde el
tipo de alimentación hasta el consumo de electricidad por
familia, todos los indicadores que permiten medir la calidad de
vida de la población, se han mantenido estancados o han
retrocedido desde que míster Chávez asumió el poder.
Sería interesante que el caudillo respondiera, por ejemplo,
¿cuántos kilómetros de carretera y autopistas se han construido
durante su mandato?; ¿cuántas viviendas para los pobres?;
¿cuántas escuelas para que estudien los niños de la calle,
asistan al doble turno escolar y coman tres veces al día?;
¿cuántos hospitales y centros de atención médica se han
levantado para reguardar la salud del pueblo?; ¿qué hace el
gobierno para impedir la masacre que comete diariamente la
delincuencia en el país?; ¿dónde se establecieron las nuevas
industria que proporcionan empleo bien remunerados? ¿por qué no
controla la inflación en los alimentos? Las preguntas incómodas,
esas que el teniente coronel evita responder, podrían
multiplicarse hasta el infinito, sin que pueda responderlas de
forma racional. Carecen de contestación sensata porque el
autócrata, en su infinita irresponsabilidad e ineptitud,
despilfarra los ingentes recursos proporcionados por el crudo en
ayuda a dictaduras oprobiosas como la de Fidel Castro, a
ciudades opulentas como Londres, a líderes neoautoritarios como
Evo Morales y a gallos con espuelas bien afiladas como Néstor
Kirchner; además, compra armas para una hipotética guerra que
sólo él desea y alienta.
El
“desarrollo”, tal como lo entiende el jefe del MVR, no consiste
en aplicar políticas universales de reparto y redistribución del
ingreso nacional (por eso es que le da miedo ir a La Lagunita),
sino en concederles dádivas a sus partidarios a través de unas
misiones que ya carecen de atractivo y cuyo impacto se ha ido
extinguiendo de forma irremediable. Otro rasgo de su modelo de
desarrollo “endógeno” consiste en crear cooperativas socialistas
que nacen y mueren a un ritmo demencial, pues los
cooperativistas, cuando se dan cuenta de que han sido embarcados
en esas quiméricas unidades, las abandonan sin compasión.
Lamentablemente, bajo la conducción de Hugo Chávez la nación
está desperdiciando una excepcional oportunidad para
desarrollarse plena e integralmente. Está desaprovechando la
posibilidad de que los más pobres abandonen la miseria, que los
informales se establezcan sólidamente, que los trabajadores
progresen, que la clase media se afiance y crezca, que los
empresarios vean crecer sus negocios, que el país se modernice y
que la sociedad en su conjunto avance de forma homogénea por el
camino del progreso. Tanta incuria deberá pagarla muy caro el 3
de diciembre.