A
Hugo Chávez no se le ha ocurrido mejor idea para organizar la
campaña electoral de 2006 que invocar el fantasma del
antiimperialismo norteamericano. En vez de aprovechar la cada
vez más escuálida popularidad que lo soporta para relanzar la
economía, recuperar la deteriorada infraestructura del país,
mejorar la desmantelada red hospitalaria, fortalecer la
actividad agrícola para que seamos menos dependiente de las
importaciones, utilizar el petróleo como instrumento para
insertarnos de manera provechosa en la dinámica globalizadora,
el comandante escogió librar un enfrentamiento absurdo con Gerge
Bush y su Gobierno. De un solo plumazo nos colocó en un
escenario decorado según la usanza de comienzos del siglo XX y
las décadas de la Guerra Fría.
En
este combate quimérico e irresponsable contra el “imperio”
norteamericano, se nota una profunda subestimación y desprecio
por la inteligencia de la gente de a pie. ¿Acaso se le puede
convencer al ciudadano común y corriente que la administración
Bush tiene algún interés en invadir Venezuela, cuando nuestro
país a lo largo de un siglo, y en medio de las enormes tensiones
que hubo en la época más dramática del enfrentamiento entre la
URSS y USA, mantuvo relaciones cordiales y estrechas con el país
del norte? ¿En qué cabeza cabe que un socio tan importante como
Venezuela dentro de la geopolítica de la región pueda ser objeto
de una acción militar por parte de los marines? El
sentido común y la larga tradición de coexistencia pacífica
entre los gobiernos de ambos países les indican a los
venezolanos que la treta del comandante lo esta conduciendo a
practicar un juego peligroso. La temeridad no reside tanto en
que el Pentágono o el grupo de halcones, que sin duda influye en
la política exterior norteamericana, decida eventualmente
llevar adelante una acción más radical contra Chávez, sino en
que el mandatario criollo se está aliando con factores que
perturban el tablero internacional. El hombre de Sabaneta ha
sustituido al coronel Muammar Gaddafi como el enfant
terrible de la política internacional. Mientras el jefe de
la revolución Libia se ha distendido y aproximado a la Unión
Europea y a Estados Unidos, especialmente después del atentado
contra las torres gemelas, el teniente coronel vernáculo, en el
mismo lapso, ha ido girando hacia posiciones más extremas. Al
punto que sus nexos con el déspota que gobierna a Cuba parecen
una historia de los hermanos Grimm, frente a la amenaza que
representa la cercanía de Chávez al régimen teocrático de Irán.
La vocación
expansionista, imperialista en términos ideológicos y
culturales, de los grupos musulmanes más dogmáticos que
controlan el Estado iraní, y su lucha sin tregua contra
Occidente, lo cual no les impide propiciar la existencia de
enormes colonias en cada uno de los países más importantes de
Europa, coloca la política exterior venezolana con respecto a la
nación persa en una zona de conflicto. ¿Aparte de ser miembros
de la OPEP, cuáles rasgos en común puede haber entre el sistema
teocrático de Irán y un Estado seglar como el que, formalmente,
existe en Venezuela? Muy pocos. Desde la asunción al poder de
Mahmud Ahmadineyad, las escasas conquistas obtenidas durante el
período renovador de Jatami retrocedieron. En el plano cultural
el hermetismo oscurantista ha vuelto por sus fueros. También se
han alejado los aires renovadores de la política de coexistencia
pacífica y entendimiento con sus vecinos propiciada por Jatami.
El aspecto más dramático de este retroceso lo representa la
posición ante Israel, sociedad a la que Ahmadineyad ha
amenazado con desparecer del globo terrestre. De allí que la
proposición de enriquecer el uranio y reactivar las plantas de
energía atómica, haya encendido todos los radares de la
comunidad internacional. ¡Habría que imaginar a la antigua
Persia con bombas atómicas!
La lucha
irracional de Chávez contra los Estados Unidos lo está llevando
a estrechar sus lazos con un régimen con vocación imperial, que
se opone a la democracia, que tiraniza a la mujer –la mitad de
la población- que utiliza una legalidad que en muchos casos
ignora y relega las conquistas de Occidente en materia de
derechos humanos y Estado de Derecho, y que, lo más temible, se
ha convertido en una seria amenaza para la paz en el Medio
Oriente y en todo el mundo. Invocar el antiguo principio de la
autodeterminación de los pueblos para justificar este
acercamiento no es más que un ardid. El multiculturalismo, el
respeto a la diversidad y a la autodetermnación pueden conducir
a mantener la neutralidad en el campo las relaciones
internacionales, pero no a utilizarlos como coartada para
explicar pactos injustificables que colocan a Venezuela de
espaldas al resto de las naciones del continente y del mundo,
incluidas las naciones árabes, que habría que suponer que
coinciden con Irán.
El
antiimperialismo concebido como artimaña nos puede causar graves
dificultades a los venezolanos. La cercanía con Irán en la
actual coyuntura busca el propósito de provocar a los Estado
Unidos, y de paso a la inmensa mayoría de los países del
planeta. Hasta dónde llegará esta aventura no podemos saberlo
con exactitud. Lo que sí es cierto, como lo han advertido
distintos analistas, es que en su afán por irritar a Bush,
Chávez ha llegado demasiado lejos y está entrando en una zona
de riesgo que debe preocupar seriamente a la nación. La
inquietud se incrementa cuando se escuchan discursos como el
del general Raúl Isaías Baduel el Día de la Juventud. Su
proclama guerrerista se alinea con la estrategia diseñada por
Hugo Chávez y el MVR, pero no con las genuinas aspiraciones de
una nación que necesita salir del subdesarrollo y vivir en paz
con todos los países, cercanos o distantes. Afortunadamente la
gente prefiere seguir el modelo de los peloteros de grandes
ligas que visitaron al embajador de los Estados Unidos, W.
Brownfield, en un gesto de buena voluntad, que seguir el ejemplo
de caudillos militaristas obsesionados con fantasmas que sólo
aparecían de vez en cuando en los cementerios medievales.