La mejor prueba de que
a Hugo Chávez le interesa tanto el amor por Venezuela como el
color de los calcetines que se usa cada día, es el apoyo
irrestricto que le ofreció a la infame intervención del ministro
de Energía y Petróleo, Rafael Ramírez, en el antiguo CIED. Esas
palabras, cargadas de rencor y resentimiento contra todo lo que
signifique pluralidad, libertad de pensamiento, libertad de
conciencia y meritocracia, fueron aplaudidas a rabiar por el
Presidente de la República, a pesar de que se produjeron en
medio de una campaña multimillonaria, dirigida a convencer a los
electores indecisos y a los abstencionistas que podrían
inclinarse por su opción candidatural, pues él representa,
supuestamente, la armonía, la reconciliación y la paz.
Hablar de amor y practicar el odio forma parte de esa polaridad
en la que se debate continuamente el caudillo. La incongruencia
sintetiza el signo de su accionar como jefe de Estado y
dirigente político. Habla de integración latinoamericana, pero
ataca a la Comunidad Andina de Naciones (CAN) y saca a Venezuela
de esta importante instancia de negociación y comercio
subregional, una de las pocas en las que ha cristalizado la
integración en esta parte del continente. Denuncia a George W.
Bush como genocida y guerrerista, y al mismo tiempo se embarca
en la carrera armamentista más agresiva que se recuerde en la
historia nacional, protege a las FARC y alienta la formación de
grupos paramilitares como los Tupamaros y los Carapaica, que
andan armados hasta los dientes, y no precisamente para
resguardar las seguridad de los vecinos del 23 de Enero. Se
declara enemigo público del imperialismo norteamericano,
mientras simultáneamente, valiéndose del petróleo, practica una
suerte de subimperialismo con la mayoría de los pequeños y
medianos Estados de Centroamérica y el Caribe. Habla de
tolerancia y democracia, pero mantiene Venezolana de Televisión
y VIVE como cotos cerrados del gobierno y, de paso, aúpa a esa
cloaca llamada La Hojilla, que no corta sino infecta por las
efusiones nauseabundas que exhala. Se refiere a sí mismo cono un
líder democrático que ha sido electo en comicios transparentes,
pero se niega a eliminar las captahuellas, dispositivo concebido
para atemorizar al electorado más vulnerable (empleados
públicos, contratistas, becarios, prestamistas, pensionados)
frente a los chantajes del Gobierno. La inconsistencia se
aprecia por todos lados.
Visto
desde otro ángulo, el “rojo, rojito” del que habla Ramírez y el
resto de las corte oficial, incluido Jorge Valero, uno de los
numerosos viceministros que dirigen la Cancillería, no se
restringe a PDVSA, sino que se extiende a todo el país, gracias
a la infinita incompetencia de esta administración. La
inseguridad personal durante los últimos 8 años se ha convertido
en el problema más grave de la nación. Las páginas de sucesos
(rojas) se han ampliado porque los periódicos en sus espacios
habituales no pueden informar con un mínimo de rigor acerca de
lo que ocurre en el tenebroso mundo de hampa. La cifra de
muertes violentas como resultado de la acción de la
delincuencia, dan vértigo. Ya es un lugar común decir que
Venezuela es el país más violento de esta parte del planeta. El
gobierno no es capaz, probablemente porque no le interesa, de
instrumentar un plan para reducir la inseguridad a los niveles
promedio que muestran las naciones altamente urbanizadas del
Tercer Mundo. En esta materia, por lo tanto, la acción del
gobierno chavista está en rojo.
En la
materia relacionada con el desarrollo económico, aumento de la
inversión, creación de empleos, reducción de la informalidad y
de la pobreza, ocurre otro tanto. El gobierno de Hugo Chávez
está más rojo que el mismísimo Satanás. Si se aparta la
inversión en petróleo y telecomunicaciones, que generan muy poco
empleo, la inversión bruta de capital ha sido raquítica desde
que el comandante llegó a Miraflores. Las razones de este
famélico flujo son ostensibles: cuál inversionista sensato se
arriesga a invertir en un país donde su gobierno se propone, a
estas alturas del siglo XXI, implantar el comunismo, sustituir
el dinero (valor de cambio) por el trueque, y en vez de
aprovechar las enormes ventajas que ofrece le ofrece la
globalización a un país petrolero, propone como alternativa la
endogenización; es decir, quién se atreve a arriesgar su capital
en un país que marcha en sentido contrario al que avanzan la
inmensa mayoría de los países de mundo, los cuales, por
añadidura, fomentan la libre empresa y resguardan la propiedad
privada, derecho al que colocan entre los derechos naturales del
hombre, esto es, lo ubican por encima del ámbito del Estado. El
esquema colectivista e intervencionista adoptado por Chávez
explica el pobre desempeño de la economía venezolana, a pesar de
la montaña de petrodólares que han ingresado a las arcas
nacionales desde 2003. Nunca se habían visto resultados tan
mediocres en medio de un ciclo de auge de los hidrocarburos.
Otra
área en la que hay que sacarle tarjeta roja al gobierno y a su
comandante se relaciona con la salud, la educación y la
seguridad social. La desnutrición infantil y las enfermedades
asociadas con este indicador, se mantienen firmes como una roca.
La Misión Barrio Adentro, que al comienzo deslumbró, hoy se
encuentra desmantelada en un nivel cercano a 70%. La educación,
el gobierno la pretende convertir en un inmenso aparato para la
ideologización y fanatización de los niños y jóvenes. La Misión
Robinson, que hipotéticamente había erradicado el analfabetismo,
está demostrando que, además de costosa, fue un relativo
fracaso, pues más de un millón de venezolanos aún no saben leer
ni escribir. El sistema de seguridad social, que debió haber
entrado en vigencia hace 8 años, no se encuentra ni en estado
larvario. El ataque al sistema “neoliberal” condujo a no contar
con ningún sistema.
En el
terreno de la infraestructura el rojo pasa a escarlata. El
símbolo más elevado de la obra del gobierno socialista es la
trocha y un tren que no beneficia a más de 20% de la población
de los Valles del Tuy.
El ministro
Ramírez, con ese gesto de arrogancia propio de los jerarcas de
los regímenes autoritarios, asomó el hilo de todas las costuras
rojas que tiene el comandante y su gobierno.