Los
chavistas, incluyendo al jefe, sienten una especial predilección
por atacar al periodismo crítico, sobre todo si quienes lo
ejercen son mujeres. Se inclinan por la misoginia. La lista de
agresiones es larga: Patricia Poleo, Marta Colomina, Marianela
Salazar e Ibéyise Pacheco, por el lado femenino; y Gustavo
Azócar, por el masculino. Estos son los nombres más sonoros y
los que han sido blanco de los dardos más afilados. Sin embargo,
no son los únicos. Los caporales del régimen han arremetido con
sevicia contra jóvenes comunicadores de Globovisión, Radio
Caracas Televisión, El Nacional y otros medios de comunicación
televisivos, radiales e impresos que mantienen una actitud
crítica frente a la ruina material y moral que significa este
gobierno para Venezuela.
La posición firme
de Marta Colomina casi le cuesta la vida en un atentado que, por
supuesto, el ministro de Relaciones Interiores y Justicia,
responsable directo de la seguridad de todos los ciudadanos del
país, nunca se ha molestado en investigar, y mucho menos
explicar. Patricia fue obligada a huir del país para no correr
riesgos innecesarios, después de que el “testigo estrella” del
abogado colocado en la cúspide de la Fiscalía General de la
República, la acusase de formar parte del complot que acabó con
la vida de Danilo Ánderson. A Ibéyise le reactivaron un juicio
por una causa que se consideraba prescrita. Azócar es un preso
particular del gobernador del Táchira. A Marianela la acosan
porque dizque injurió a José Vicente Rangel, personaje
incalumniable por la sencilla razón de que se le puede aplicar
el célebre proverbio que reza: ladrón que roba ladrón tiene
cien años de perdón. Desde su columna de El Universal, su
programa en Televén y, ahora que ejerce la vicepresidencia,
desde el diario oficialista Vea -donde escribe con el seudónimo
“Marciano”-, se encarga de lanzar montañas de lodo y excremento
contra sus adversarios políticos y contra aquel que simplemente
no le caiga en gracia. ¿Alguien recuerda que ese señor alguna
vez se haya retractado de los miles de infundios y calumnias
proferidas? La expresión perdón, me equivoque no forma
parte de su diccionario de frases célebres.
La escalada
actual contra los periodistas a lo mejor cede un poco en las
próximas semanas, cuando las elecciones del 3 de diciembre
aparezcan un poco más claras en panorama político. Mostrarle a
la comunidad internacional un grupo de connotados comunicadores
sociales presos o perseguidos, mancha con tinta indeleble el
pergamino democrático que quiere exhibir el régimen.
Ahora bien, el
hostigamiento a los medios y a los periodistas forma parte de la
naturaleza de regímenes revolucionarios, personalistas y
autoritarios como el que preside el teniente coronel. Una de las
primeras medidas que adoptó Vladimir Lenin al tomar el Palacio
de Invierno fue acabar con toda la prensa libre que existía en
Rusia. Terminar con la brutal represión zarista era una de las
banderas que izaban los bolcheviques. Pero ocurre que durante la
dinastía de los Romanov existían cientos de periódicos que
respondían a las más diversas tendencias ideológicas y políticas
de la época. El líder de la Revolución Rusa consideró que esta
apertura era parte de esas libertades “formales” de la
“democracia burguesa” y, en consecuencia, que resultaba
inconveniente para los fines de instaurar el socialismo y la
dictadura del proletariado. Por lo tanto, ordenó clausurar los
periódicos y perseguir a quienes ejercieran el periodismo de
forma clandestina. El admirado “hermano mayor” del teniente
coronel, Fidel Castro, hizo lo propio en Cuba a partir de 1959.
El comunismo no puede convivir con la libertad de información y
expresión, decía el barbudo guerrillero. Ordenó cerrar todos los
diarios y revista que expresaban la compleja diversidad de
posiciones políticas que había en Cuba durante la época de
Fulgencio Batista. La famosa Bohemia, una de las publicaciones
con mayor proyección continental, fue decapitada cuando su
línea editorial se apartó de lo que el comandante consideraba el
perfil revolucionario. En la isla antillana todos los medios
impresos, radiales y televisivos fueron confiscados y
estatizados. Granma pasó a ser el símbolo del periodismo
comprometido con la revolución: no se criticaba, sólo se
alababa.
El modelo ideado
por Lenin y continuado por Castro (y por todos los demás
déspotas comunistas) es el que merodea la mente del autócrata
vernáculo. Desde luego, las condiciones del planeta no son
similares a las de 1917 o a las de 1959. En la actualidad los
cambios tecnológicos que se han producido no permiten imponer
una dictadura mediática tan férrea como la de los bolcheviques o
la del Movimiento 26 de Julio. Las conquistas civiles han
colocado la libertad de información y de comunicación como un
derecho humano anterior y por encima de los Estados. Los
neoautoritarismos al estilo del que trata de imponer Hugo Chávez
están obligados a coexistir con ciertas formas de libertad de
prensa. En esta burbuja consiguen parte del oxígeno que les dan
la cuota de legitimidad que necesitan para perpetuarse,
manteniendo las apariencias democráticas. En este campo dan
un paso adelante, dos pasos atrás, como recomendaba Lenin.
Ordenan la captura inmediata de Ibéyise, pero, en un acto de
supuesta benevolencia, le dan la casa por cárcel. Atacan y
aflojan. Este es su estilo.
Nada le gustaría
más al autócrata, a su vicepresidente y, por lo visto, a su
ministro de Educación, que todos los periodistas fuesen como los
de Venezolana de Televisión: ciegos, sordos y mudos frente a lo
que ocurre en el país. O como la niña Nazareth, quien se
aprendió al caletre el largo libelo contra el ALCA y las
alabanzas al caudillo. Pero, se tendrán que bajar de esa nube.
En la lucha contra la dictadura de Pérez Jiménez los periodistas
democráticos nunca se acobardaron. Al contrario, desempeñaron un
papel estelar. Ahora tampoco defraudarán a la nación.