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El cerco a los periodistas
por Trino Márquez
jueves, 16 marzo 2006

 

        Los chavistas, incluyendo al jefe, sienten una especial predilección por atacar al periodismo crítico, sobre todo si quienes lo ejercen son mujeres. Se inclinan por la misoginia. La lista de agresiones es larga: Patricia Poleo, Marta Colomina, Marianela Salazar e Ibéyise Pacheco, por el lado femenino;  y Gustavo Azócar, por el masculino. Estos son los nombres más sonoros y los que han sido blanco de los dardos más afilados. Sin embargo,  no son los únicos. Los caporales del régimen han arremetido con sevicia contra jóvenes comunicadores de Globovisión,  Radio Caracas Televisión,  El Nacional y otros  medios de comunicación televisivos, radiales e impresos que mantienen una actitud crítica frente a la ruina material y moral que  significa este gobierno para Venezuela.

La posición firme de Marta Colomina casi le cuesta la vida en un atentado que, por supuesto, el ministro de Relaciones Interiores y Justicia, responsable directo de la seguridad de todos los ciudadanos del país, nunca se ha molestado en investigar, y mucho menos explicar. Patricia fue obligada a huir del  país para no correr riesgos innecesarios, después de que el “testigo estrella” del abogado colocado en la cúspide de la Fiscalía General de la República, la acusase de formar parte del complot que acabó con la vida de Danilo Ánderson. A Ibéyise le reactivaron un juicio por una causa que  se consideraba prescrita. Azócar es un preso particular del gobernador del Táchira.  A Marianela la acosan porque dizque injurió a José Vicente Rangel,  personaje incalumniable por la sencilla razón de que se le puede aplicar el célebre proverbio que reza: ladrón que roba ladrón tiene cien años de perdón. Desde su columna de El Universal, su programa en Televén y, ahora que ejerce la vicepresidencia, desde el diario oficialista Vea -donde escribe con el seudónimo “Marciano”-, se  encarga de lanzar montañas de lodo y excremento contra sus adversarios políticos y contra aquel que simplemente no le caiga en gracia. ¿Alguien recuerda que ese señor alguna vez se haya retractado de los miles de infundios y calumnias proferidas? La expresión perdón, me equivoque no forma parte de su diccionario de frases célebres.

La escalada actual contra los periodistas a lo mejor cede un poco en las próximas semanas, cuando las elecciones del 3 de diciembre aparezcan un poco más claras en  panorama político. Mostrarle a la comunidad internacional un grupo de connotados comunicadores sociales presos o perseguidos, mancha con tinta indeleble el pergamino democrático que quiere exhibir el régimen.

Ahora bien, el hostigamiento a los medios y a los periodistas forma parte de la naturaleza de regímenes revolucionarios, personalistas y autoritarios como el que preside el teniente coronel. Una de las primeras medidas que adoptó Vladimir Lenin al tomar el Palacio de Invierno fue acabar con toda la prensa libre que existía en Rusia. Terminar con la brutal represión zarista era una de las banderas que izaban los bolcheviques. Pero ocurre que durante la dinastía de los Romanov existían cientos de periódicos que respondían a las más diversas tendencias ideológicas y políticas de la época. El líder  de la Revolución Rusa consideró que esta apertura era parte de esas libertades “formales” de la “democracia burguesa” y, en consecuencia, que resultaba inconveniente para los fines de instaurar el socialismo y la dictadura del proletariado.  Por lo tanto, ordenó clausurar los periódicos y perseguir a quienes ejercieran el periodismo de forma clandestina. El admirado “hermano mayor” del teniente coronel, Fidel Castro, hizo lo propio en Cuba a partir de 1959. El comunismo no puede convivir con la libertad de información y expresión, decía el barbudo guerrillero. Ordenó cerrar todos los diarios y revista que expresaban la compleja diversidad de posiciones políticas que había en Cuba durante la época de Fulgencio Batista. La famosa Bohemia, una de las publicaciones con mayor proyección continental,  fue  decapitada cuando su línea editorial se apartó de lo que el comandante consideraba el perfil revolucionario. En la isla antillana todos los medios impresos, radiales y televisivos fueron confiscados y estatizados. Granma pasó a ser el símbolo del periodismo comprometido con la revolución: no se criticaba, sólo se alababa.

El modelo ideado por Lenin y continuado por Castro (y por todos los demás déspotas comunistas) es el que merodea la mente del autócrata vernáculo. Desde luego, las condiciones del planeta no son similares a las de 1917 o a las de 1959. En la actualidad los cambios tecnológicos que se han producido no permiten imponer una dictadura mediática tan férrea como la de los bolcheviques o la del Movimiento 26 de Julio. Las conquistas civiles han colocado la libertad de información y de comunicación como un derecho humano anterior y por encima de los Estados. Los neoautoritarismos al estilo del que trata de imponer Hugo Chávez están obligados a coexistir con ciertas formas de libertad de prensa. En esta burbuja consiguen parte del oxígeno que les dan la cuota de legitimidad que necesitan para perpetuarse, manteniendo las apariencias democráticas.  En este campo dan un paso adelante, dos pasos atrás, como recomendaba Lenin. Ordenan la captura inmediata de Ibéyise, pero, en un acto de supuesta benevolencia, le dan la casa por cárcel. Atacan y aflojan. Este es su estilo.

Nada le gustaría más al autócrata, a su vicepresidente y, por lo visto, a su ministro de Educación, que todos los periodistas fuesen como los de Venezolana de Televisión: ciegos, sordos y mudos frente a lo que ocurre en el país. O como la niña Nazareth, quien se aprendió al caletre el largo libelo contra el ALCA y las alabanzas al caudillo. Pero, se tendrán que bajar de esa nube. En la lucha contra la dictadura de Pérez Jiménez los periodistas democráticos nunca se acobardaron. Al contrario, desempeñaron un papel estelar. Ahora tampoco defraudarán a la nación.

          tmarquez@cantv.net

 
 
 
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