La
campaña electoral pasada arrojó, en distintos planos, un saldo
altamente positivo para la oposición democrática. Ese resultado
pudo apreciarse en la actitud de la gente luego de que el
Consejo Nacional Electoral anunciase los resultados de la
consulta, pero sobre todo después de las acertadas ruedas de
prensa e intervenciones de Manuel Rosales, Teodoro Petkoff y
Leopoldo López. Ni la frustración ni la depresión afectaron a la
inmensa mayoría de quienes habían votado por el gobernador del
Zulia. Salvo algunas cuantas mentes afiebradas, que viven de las
fábulas y han perdido todo sentido de la realidad y la
responsabilidad, y se han dedicado a alimentar versiones
extravagantes de lo que ocurrió en esa jornada, la gente
reaccionó reconociendo que la oposición es minoría y que el
futuro democrático habrá que construirlo a base de mucho tesón y
muchos aciertos.
Los dos principales
partidos opositores que surgieron de la consulta del 3 de
diciembre son Un Nuevo Tiempo y Primero Justicia. Considero poco
probable que estas dos agrupaciones decidan fundirse en una sola
organización, al menos en el corto plazo. UNT es de orientación
socialdemócrata, mientras PJ apunta más hacia una posición de
centro liberal, aunque su directiva se resista a asumir de forma
desembozada una definición ideológica con ese perfil (o con
cualquier otro). En el futuro cercano lo previsible es que ambas
agrupaciones se dediquen a tallar sus vértices programáticos, y
a precisar las acciones a partir de las cuales enfrentarán ese
capricho delirante de Chávez llamado “socialismo del siglo XXI”.
Un proyecto hegemónico de dominación total como el que pretende
implantar el autócrata no puede encararse con éxito sin una
visión, también global, de lo que debe ser la nación. Dentro de
esta cosmovisión resulta muy importante la dimensión
internacional, ámbito al que, debido a la celeridad y al poco
tiempo de la campaña, la oposición no pudo prestarle la debida
atención durante el capítulo electoral.
Pasada la página, y
habiendo entrado en una nueva etapa de resistencia y lucha, la
oposición, especialmente Manuel Rosales, tiene que resaltar el
enorme significado de este aspecto para impedir que Venezuela se
convierta en un territorio a total merced de un caudillo como
Chávez, que se mueve dentro de un modelo cuyas coordenadas están
definidas por el colectivismo, el militarismo, el populismo
autoritario y todos los demás componentes que cuestionan la
democracia.
Si bien es cierto
que el comandante vive obsesionado por la idea de convertirse en
el sucesor de Fidel Castro, razón por la cual sobrevalora su
peso en el continente y en el planeta, hay que admitir que su
estrategia ha alcanzado algunos logros importantes. Hoy su
figura es conocida y reconocida entre las más destacadas de la
izquierda radical en el globo terrestre. Esta presencia,
obtenida con la chequera petrolera, le ha ganado apoyo y
popularidad entre los grupos que en América Latina, Europa y
otras partes del mundo, siguen considerando el capitalismo como
un régimen económico inhumano y a los Estados Unidos como
encarnación del oprobio. Todavía más: Hugo Chávez ha demostrado
habilidad para ganarse o neutralizar a figuras como Lula y
Michelle Bachelete, jefes de Estado situados en el terreno de la
socialdemocracia, el Estado de Bienestar y la centro izquierda.
Además, Lula y Bachelete creen firmemente en la democracia como
un sistema que permite renovar los poderes públicos y rotar los
gobiernos, creencia que se evaporó de la mente de Chávez hace
mucho tiempo o, lo más probable, en la que nunca creyó.
Manuel Rosales
necesita consolidarse como un líder nacional con proyección
continental. Es inconveniente que el hombre de Sabaneta siga
actuando como si fuese el único líder del país que merece ser
conocido por la comunidad internacional. Los límites domésticos
en los que ha tenido que actuar la oposición, y que no pudo
trascender Rosales, hay que superarlos. La batalla contra el
esquema autoritario y anacrónico que propone Chávez hay que
trasladarlo también al plano multinacional. Fuera de nuestras
fronteras es muy poco lo que se sabe de los afanes hegemónicos y
de la autocracia que se ha venido tejiendo en Venezuela desde
hace ocho años. El costoso lobby que paga el gobierno y
la complicidad de la prensa e intelectuales a que siguen
admirando a Fidel Castro y la revolución cubana, han tendido un
manto que oculta lo que realmente ocurre en el país. Afuera se
desconoce que todo el poder del Estado está concentrado en el
primer mandatario; que no existe ni la menor independencia ni
equilibrio entre los poderes públicos; que la riqueza petrolera
y PDVSA, la principal empresa del país, y en teoría propiedad
de todos los venezolanos, es manejada a discreción por el
presidente de la República; que las Fuerzas Armadas han sido
sometidas a un agresivo programa de politización y
desprofesionalización; que el Gobierno trata de convertir el
sistema educativo en un vasto instrumento para la fanatización y
el culto a la personalidad; que hay presos políticos, igual que
en Cuba; y que los medios de comunicación y la libertad están
permanentemente amenazadas por un mandatario cuya vocación de
poder es insaciable.
Esta realidad es
ignorada, mientras los epígonos del régimen hablan de una nueva
democracia participativa y de un sistema social más justo que
les ha permitido a los pobres asumir el papel protagónico que la
democracia anterior les negaba. Inversiones y distorsiones que
deben combatirse con una presencia más dinámica en la esfera
internacional.
Nota bene:
esta será mi última entrega por esta temporada; que la pasen
bien en Navidad y Año Nuevo.