El
descaro y la sevicia con que actuó la delincuencia en el caso de
los hermanos Faddoul, Miguel Rivas y Filippo Sindoni, muestran
una sociedad enferma por el odio y el desprecio a la vida. El
morbo obliga a preguntarse ¿qué está ocurriendo en el país para
que esos seres liberen pasiones tan bajas y para que la crueldad
contra personas indefensas carezca de frenos? Algo muy serio y
muy grave tiene que estar pasando para que afloren semejantes
perversiones, y para que ocurran con tanta frecuencia, pues no
se trata de un episodio aislado en una remota aldea campesina,
como en la novela de Truman Capote, A sangre fría.
El comportamiento de
esos psicópatas que asesinaron con tanta saña a los tres
jóvenes, un adulto y un anciano está íntimamente vinculado con
la atmósfera descompuesta que cubre a la nación desde hace siete
años Desde 1998, cuando sólo
era candidato, Hugo Chávez colocó un ariete sobre las normas de
convivencia. Oficializó el estilo pendenciero que lo caracteriza
desde que llegó al poder. El país está presenciando los
resultados de su palabra fácil e irresponsable, de los factores
perturbadores que introdujo en una sociedad que era mucho más
vulnerable de lo que se creía, y de su trato complaciente con
los transgresores. Esta viendo los frutos de la misión odio,
como la llama Tulio Hernández.
Para que su verbo
incendiario prosperara y produjera los efectos buscados, debía
apoyarse en los antisociales. La arenga inflamada contra los
opositores no tendría consecuencias prácticas si no va
acompañada de un pelotón de fusilamiento que siembre el pánico y
cree la sensación de que las amenazas pueden concretarse en
cualquier momento. Para exaltar los ánimos de los resentidos
acuña frases como ser rico es malo, ser pobre es bueno. O
sea: ser opositor es malo; ser del proceso es bueno. Convierte
el éxito y la fortuna en signo oprobioso de quienes están
contra el régimen.
Sin embargo, el
ejemplo que dan sus colaboradores, cercanos y remotos, no es
precisamente el de la austeridad. Al contrario, en el entorno
presidencial han surgido fortunas súbitas que sólo el tráfico de
influencia y la corrupción pueden explicar. El Poder Judicial y
el Poder Moral, órganos del Estado encargados de garantizar la
administración pulcra de la justicia de las finanzas públicas ,
son cómplices del saqueo del que es objeto el erario público. La
corrupción y la impunidad son los modelos reales que proyecta el
régimen y que les sirve de referencia a los malhechores para
actuar.
El modelo que se
apoya en la delincuencia -algunos lo llaman bonapartismo,
en alusión a Luís Bonaparte, monarca francés de mediados del
siglo XIX, que sembraba el terror entre los tenderos,
comerciantes y artesanos de las ciudades galas- se funda en la
utilización de grupos transgresores como instrumento para
aterrorizar a los adversarios y mantenerlos sojuzgados. Ese
esquema fue aplicado con mucho éxito por Adolfo Hitler a
comienzos de los años 20 del siglo pasado, cuando crea las
tropas de asalto del Partido Obrero Nacional Socialista, las
temibles SA. En la Alemania nazi se hostigó a los judíos y a los
comunistas. Aquí en Venezuela se emplea para acorralar la clase
media, y crear la sensación de que el régimen es indestructible
y eterno porque está dispuesto a apelar a cualquier recurso para
preservarse en el poder. El caos, el terror y el miedo forman
una parte sustancial de todos los regímenes que pretenden
eternizarse. A ese mecanismo apelaron Stalin, Mao y Fidel. Ahora
se utiliza en Venezuela.
La delincuencia es
funcional para el Gobierno, de allí que no tome ninguna
iniciativa seria para depurar las policías y para
profesionalizarlas, ni para adecentar el Poder Judicial y
despolitizarlo. Policías descompuestas y sistema judicial,
sometidos al Ejecutivo, son piezas clave del clima de terror que
necesita el régimen para perdurar.
Cuando Chávez dice
que él no mata ni una mosca, y que cuando ve una cucaracha se
aparta, no hay que creerle, a menos que quien lo escuche sufra
de ingenuidad incurable. El comandante, hay que recordarle,
promovió dos goles de Estado cruentos, en los que murieron y
fueron masacrados jóvenes soldados. Además, el 11-A, después de
haber apostado francotiradores en los alrededores de Miraflores
que dispararon contra una muchedumbre desarmada, ordenó poner en
marcha la operación Ávila, con la que se habría asesinado a
centenas o a miles de manifestantes. Nunca se ocupó de promover
la comisión de la Verdad. Así es que las manos del primer
mandatario no son tan inmaculadas como ahora quiere hacerles
creer a los desprevenidos.
Durante los siete
años de su interminable gobierno, el derecho a la vida ha sido
más vapuleado que nunca antes en la historia de país. La cifra
de muertes violentas se elevó en 2005 a la pavorosa cifra de 13
mil, lo que representó n incremento superior a 400% durante su
administración. Frente a semejante tragedia nacional la
respuesta del gobierno no ha podido ser más inadecuada. Proteger
la vida de los ciudadanos no ha sido nunca una prioridad para el
gobierno de Hugo Chávez. Los funcionarios se ocupan de
maquillar las cifras o de esconderlas, nunca de reducirlas en
la propia realidad. Cuando el teniente coronel o sus aláteres
emiten una declaración es para condenar a los medios de
comunicación y descalificarlos por ser, supuestamente, agentes
de la oposición y del imperialismo. En vez de encarar el drama
con todos los recursos del Estado, se escudan en majaderías que
revelan el desinterés por resolver un problema que está
diezmando a la población.
¿Es esa indeferencia
irresponsable obra del azar? Todo indica que un régimen que se
ufana tanto de sus “planes estratégicos”, contempla la apatía
frente al crimen como parte de esos planes. La verdadera guerra
asimétrica es la que libra el pueblo indefenso contra la
delincuencia. Esa guerra la está ganando el hampa ante la mirada
complaciente del régimen.