Los
dictadores suelen recurrir a los niños para masajearse el ego.
Mientras más sanguinarios, más se aprovechan de ellos para
proyectar una imagen de mansedumbre con la que ocultan sus
largos colmillos. Stalin y Mao fueron maestros. Castro ha
mantenido la tradición. Ahora es Chávez el que toma el testigo.
Al teniente coronel
le pareció poco el Bolívar de Río de Janeiro y la escuela de
Samba Vila Isabel, y el domingo 5 de marzo decidió propiciar su
propio carnaval en Aló Presidente, con la ayuda del
subalterno y obsecuente ministro de Educación, Aristóbulo
Istúriz. En vez de una carroza flaqueada por esculturales
morenas, el instrumento utilizado para agigantar el yo del
teniente coronel fue una niña que bien podría emplear su tiempo
leyendo los cuentos de los hermanos Grim, jugando con sus
muñecas de trapo y aprendiendo las primeras lecciones de
aritmética. Isturiz entregó como ofrenda una inocente criatura
que actuó como victima propiciatoria. ¿Cuántas horas habrá
pasado esa criatura tratando de aprenderse al caletre ese largo
discurso de lisonjas al caudillo, críticas al ALCA y loas al
ALBA? Que se recuerde, al menos quienes nos espigamos con la
democracia, nunca se había visto una función tan deplorable. Hay
que volver a leer La fiesta del Chivo para ver si Vargas
Llosa narra un episodio que rivalice en decadencia con el que
ese día presenciamos.
Por cierto, a
propósito del tema, ¿qué será de la vida del Defensor del Pueblo
y del Fiscal, que deberían ocuparse de que la LOPNA se cumpla,
de impedir que estos abusos se cometan, y, cuando sucedan, de
asegurarse de que los responsables sean castigados? Desde luego
que esos personajes deben estar felices de que el autócrata sea
objeto del ditirambo infantil. Ellos forman parte del coro de
alabarderos que rodean al líder. Sin embargo, ¿dónde están las
madres y los padres del proceso que no salen a defender la salud
mental de sus hijos?; ¿dónde está el Consejo Nacional de
Derechos del Niño, Niña y Adolescente?. Con respecto al
presidente de CONATEL, ya confesó que está demasiado ocupado
para perder su tiempo viendo Aló, Presidente. Podemos
imaginar el destino que le espera por su osadía.
Esa niña es fiel
reflejo de la concepción que acerca de la educación tienen
Chávez e Istúriz: la escuela es el lugar donde se adoctrina a
los alumnos en el credo revolucionario; el espacio en el que la
ideología ocupa el puesto de la ciencia y el pensamiento crítico
e independiente; es el sitio donde se difunde la religión
oficial y se exalta la imagen del autócrata. La educación
bolivariana en realidad es la educación staliniana y fidelista
que despersonaliza, robotiza y aliena. Es la enseñanza en reino
del Big Brother orwelliano y de Un mundo feliz de
Huxley. Es la (des)formación desde la perspectiva totalitaria:
anula la voluntad del individuo, lo fanatiza y lo reduce a ser
pieza de un engranaje cuyo curso no tiene capacidad de
modificar.
Ya desde el
Proyecto Educativo Nacional (PEN), cuyo diseñador fue Carlos
Lanz, hoy atrincherado en la Corporación Venezolana de Guayana,
a partir de donde proyecta construir el “hombre nuevo”, el
régimen le puso el ojo a la educación como mecanismo para
recrear en gran escala los valores de la ideología
revolucionaria. Ese esquema dio lugar al decreto 1011, a los
intentos de intervenir la educación privada básica y
diversificada, a la Misión Robinson, a la Misión Ribas, a la
Misión Sucre, a la Universidad Bolivariana, al proyecto de
reforma de la Educación Superior, y a los demás experimentos
para subordinar todo el sistema de enseñanza a la religión
bolivariana. El régimen ha tenido claro desde el principio que
sus deseos de eternizarse pasan por introducir en los niños los
principios cuasi religiosos del bolivarianismo, en la versión
degradada que este asume en la mente del autócrata.
El cambio del
calendario escolar con el objetivo de exaltar los golpes de
Estado del 4 de febrero y del 27 de noviembre, y el caos y la
anarquía del 27 de febrero, además del Porteñazo y el Carupanazo,
se inscriben en esa lógica: modificar la historia, para que los
niños y jóvenes honren unas fechas que sólo mediante el
escamoteo pueden parecer gloriosas. Esta tergiversación de la
historia y de la realidad permite que el Presidente de la
República y el Ministro de Educación -que tienen la obligación
de preservar la integridad física y mental de todos los
venezolanos, especialmente de un grupo tan vulnerable como los
niños- manejen sin escrúpulos de ninguna naturaleza a una
pequeña, como si ella fuese parte de un engranaje mecánico. La
robotización es el ideal supremo de este tipo de (des)formación,
y colocó en el rojo su forma de expresión plástica: hasta el
Parque del Este está teñido de este penetrante color.
El modelo educativo
chavista en realidad no le agrega nada al viejo patrón comunista
y totalitario. Copia, sin agregarle mucho valor, el esquema
soviético, el maoísta, el fidelista, el coreano y todos aquellos
en los que el culto a la personalidad y la degradación de los
funcionarios subalternos forma parte esencial del funcionamiento
del orden establecido. El sistema educativo en esos estados
actúa como un instrumento de sometimiento a la ideología del
grupo gobernante, y como un factor para reclutar fieles para la
religión oficial. En esas experiencias la sociedad está
concebida como una organización confesional: Como un gran
monasterio en el que el prior es alabado y temido. Lástima por
la inocente infanta. ¡En manos de quien cayó!