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La espada de Bolívar se extravió
por Trino Márquez
jueves, 8 junio 2006

 

La fulminante derrota sufrida en Perú por el teniente coronel que se sienta en Miraflores produjo una corriente de aire fresco en esta parte del continente. Hugo Chávez colocó un collar de bolas criollas alrededor del cuello de Ollanta Humala. El peso de esta ancla fue tan aplastante, que el exótico personaje, uno de cuyos propósitos consistía en reeditar el imperio incaico, no pudo salir a flote. Los pesimistas, convencidos de que América Latina en los inicios del siglo XXI gira de forma ineluctable hacia la izquierda populista radical, ahora cuentan con razones para ver la realidad con otros cristales. La región, salvo Venezuela, Cuba y Bolivia, se inclina hacia el centro socialdemócrata, socialcristiano,  liberal o nacionalista moderado. Nada  de extremismos. Estos sólo causan tragedias como la que sufre Venezuela desde hace ocho años y  Cuba desde hace medio siglo.

Bolivia es otro cuento. Allí la pobreza es secular. El malestar social y la inestabilidad política han provocado cerca de un centenar de gobiernos en algo más de 160 años desde la Independencia. Las etapas en las que esa nación ha visto reducir las desigualdades y disfrutar de cierto progreso, son esas en las que han gobernado mandatarios que evaden los extremos. En cambio, períodos revolucionarios como el del general Juan José Torres, ocasionaron la destrucción del débil aparato productivo, la caída de la producción, desempleo y miseria. Para mayor desgracia, el Che Guevara    -ese temible santón, antecedente cercano de los integristas islámicos- seleccionó al país andino como el centro de operaciones de lo que sería el movimiento guerrillero que crearía en Latinoamérica muchos Vietnam. El fanático comunista fracasó en sus propósitos. Sin embargo, de esa lamentable experiencia quedó algo positivo: las Fuerzas Armadas adquirieron una sólida conciencia anti comunista. El señor Evo Morales no debe perder de vista esta condición. Cualquier desvarío puede eyectarlo de la silla presidencial como corcho de limonada. Otro golpe de Estado poco significaría en la historia institucional boliviana.

Además de Perú, el proyecto expansionista de Chávez ha salido averiado en Colombia donde, a pesar del  previsible triunfo de Álvaro Uribe, asombra el altísimo porcentaje que obtuvo: 62% de los votos. También recibió lo suyo en Costa Rica, donde un moderado como Oscar Arias, defensor del libre tratado con los Estados Unidos conquistó la victoria ante un candidato que levantó con furia las banderas del antinorteamericanismo. En Nicaragua el pupilo del caudillo de Sabaneta, Daniel Ortega, se desinfla en las encuestas. En El Salvador y Guatemala, a pesar del apoyo activo del mandatario venezolano, los candidatos “bolivarianos” no esponjan. Andrés Manuel López Obrador, el líder mexicano al que se le ha identificado con el chavismo, se desmarcó con claridad del mandatario venezolano. Después de la contundente respuesta de Vicente Fox y del pueblo mexicano a los insultos de Chávez, López Obrador entendió que con amigos como ese no se necesitan enemigos. Además, el abanderado del Partido de la Revolución Democrática (PRD) no encarna ningún proyecto anti norteamericano, ni anti liberal. Las relaciones con los Estados Unidos, la apertura de la economía y la globalización, tres artículos de fe chavista, no están en peligro. Hay que añadir el discreto distanciamiento de Lula, el crecimiento de la opción centrista en Ecuador y los morenos que recibió la diplomacia venezolana en la reciente reunión de la OEA.  La montaña de petrodólares invertida por el teniente coronel para expandir y consolidar su proyecto continental, está pariendo un ratón. Claro, siempre habrá roedores que se aprovechen de su manga munificente para congraciarse con él, mientras tras bastidores se burlan de los anacronismo del jefe de Estado venezolano y brindan con buenos vinos con el embajador del imperio del Norte.

En medio de su delirio egocéntrico el comandante Chávez ha perdido de vista que en la era de la globalización, de las operaciones financieras instantáneas, del dominio de la televisión (¿podría existir el frenesí por el mundial de fútbol si no existiesen los satélites?), de los acuerdos supranacionales  y de la creciente tendencia hacia la uniformidad cultural, exportar a la fuerza revoluciones como las que predicaban Marx y Engels en El Manifiesto Comunista, ya no resulta posible. Los únicos modelos que pueden exportarse -y esto de forma espontánea, sin agredir el principio de la autodeterminación y la no injerencia- son aquellos que han resultado exitosos en sus lugares de origen. Los que han impulsado el bienestar y la equidad de los pueblos. Chile y España constituyen dos ejemplos que los dirigentes  de América Latina, sin vociferar con estridencia, están siguiendo. Ambas naciones han logrado niveles de calidad de vida envidiables en períodos relativamente cortos. En los dos casos se han logrado acuerdos nacionales de largo plazo. El Gobierno, los empresarios, los trabajadores y el conjunto de la sociedad civil, se han comprometido en alianzas que  preservan la estabilidad política y garantizar el crecimiento económico en un ambiente de solidaridad y justicia social.

En cambio el  modelo stalinista de exportar  revoluciones (el que le gusta a Chávez) condujo al fracaso y al despotismo. Después de haber optado, tras la muerte de Lenin, por la tesis del “socialismo en un solo país” -lo cual implicó la industrialización compulsiva de la URSS y el asesinato de millones de campesinos que se negaron a la colectivización forzosa- una vez triunfante en la II Guerra Mundial, Stalin decidió que había llegado el momento de extender las fronteras del comunismo soviético y  crear su propia zona de seguridad. Fue así como los tanques rusos que habían liberado del yugo nazi a Europa del Este, incluida Berlín, recibieron la orden de apostarse en ese el territorio, desde Alemania hasta Polonia. La bota nazi fue sustituida por la de los comunistas. El “socialismo real” se impuso a sangre y fuego. A partir de ese momento comenzó una tragedia que duraría algo más de cuatro décadas. Solo ahora esas naciones disfrutan de la prosperidad que el socialismo les negó.

Europa aprendió la lección. El viejo continente se mueve en un espectro que va de la centro izquierda a la centro derecha. Los comunistas quedaron para piezas de museo. América Latina, a pesar de que va a un ritmo más lento, también parece  haber sacado sus propias conclusiones. Venezuela, por obra de un autócrata situado a espaldas de la realidad, es de las pocas naciones incapaz de comprende lo que ocurre en la historia. Veamos si lo que acontece a nuestro alrededor nos da fuerza para obligar al caudillo vernáculo a corregir  el rumbo o a entregar el poder. La espada de Bolívar debe regresar al cofre de donde jamás debió haber salido.

          tmarquez@cantv.net

 
 
 
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