La
fulminante derrota sufrida en Perú por el teniente coronel que
se sienta en Miraflores produjo una corriente de aire fresco en
esta parte del continente. Hugo Chávez colocó un collar de bolas
criollas alrededor del cuello de Ollanta Humala. El peso de esta
ancla fue tan aplastante, que el exótico personaje, uno de cuyos
propósitos consistía en reeditar el imperio incaico, no pudo
salir a flote. Los pesimistas, convencidos de que América Latina
en los inicios del siglo XXI gira de forma ineluctable hacia la
izquierda populista radical, ahora cuentan con razones para ver
la realidad con otros cristales. La región, salvo Venezuela,
Cuba y Bolivia, se inclina hacia el centro socialdemócrata,
socialcristiano, liberal o nacionalista moderado. Nada de
extremismos. Estos sólo causan tragedias como la que sufre
Venezuela desde hace ocho años y Cuba desde hace medio siglo.
Bolivia es otro
cuento. Allí la pobreza es secular. El malestar social y la
inestabilidad política han provocado cerca de un centenar de
gobiernos en algo más de 160 años desde la Independencia. Las
etapas en las que esa nación ha visto reducir las desigualdades
y disfrutar de cierto progreso, son esas en las que han
gobernado mandatarios que evaden los extremos. En cambio,
períodos revolucionarios como el del general Juan José Torres,
ocasionaron la destrucción del débil aparato productivo, la
caída de la producción, desempleo y miseria. Para mayor
desgracia, el Che Guevara -ese temible santón, antecedente
cercano de los integristas islámicos- seleccionó al país andino
como el centro de operaciones de lo que sería el movimiento
guerrillero que crearía en Latinoamérica muchos Vietnam. El
fanático comunista fracasó en sus propósitos. Sin embargo, de
esa lamentable experiencia quedó algo positivo: las Fuerzas
Armadas adquirieron una sólida conciencia anti comunista. El
señor Evo Morales no debe perder de vista esta condición.
Cualquier desvarío puede eyectarlo de la silla presidencial como
corcho de limonada. Otro golpe de Estado poco significaría en la
historia institucional boliviana.
Además de
Perú, el proyecto expansionista de Chávez ha salido averiado en
Colombia donde, a pesar del previsible triunfo de Álvaro Uribe,
asombra el altísimo porcentaje que obtuvo: 62% de los votos.
También recibió lo suyo en Costa Rica, donde un moderado como
Oscar Arias, defensor del libre tratado con los Estados Unidos
conquistó la victoria ante un candidato que levantó con furia
las banderas del antinorteamericanismo. En Nicaragua el pupilo
del caudillo de Sabaneta, Daniel Ortega, se desinfla en las
encuestas. En El Salvador y Guatemala, a pesar del apoyo activo
del mandatario venezolano, los candidatos “bolivarianos” no
esponjan. Andrés Manuel López Obrador, el líder mexicano al que
se le ha identificado con el chavismo, se desmarcó con claridad
del mandatario venezolano. Después de la contundente respuesta
de Vicente Fox y del pueblo mexicano a los insultos de Chávez,
López Obrador entendió que con amigos como ese no se necesitan
enemigos. Además, el abanderado del Partido de la Revolución
Democrática (PRD) no encarna ningún proyecto anti
norteamericano, ni anti liberal. Las relaciones con los Estados
Unidos, la apertura de la economía y la globalización, tres
artículos de fe chavista, no están en peligro. Hay que añadir el
discreto distanciamiento de Lula, el crecimiento de la opción
centrista en Ecuador y los morenos que recibió la diplomacia
venezolana en la reciente reunión de la OEA. La montaña de
petrodólares invertida por el teniente coronel para expandir y
consolidar su proyecto continental, está pariendo un ratón.
Claro, siempre habrá roedores que se aprovechen de su manga
munificente para congraciarse con él, mientras tras bastidores
se burlan de los anacronismo del jefe de Estado venezolano y
brindan con buenos vinos con el embajador del imperio del Norte.
En medio de su
delirio egocéntrico el comandante Chávez ha perdido de vista que
en la era de la globalización, de las operaciones financieras
instantáneas, del dominio de la televisión (¿podría existir el
frenesí por el mundial de fútbol si no existiesen los
satélites?), de los acuerdos supranacionales y de la creciente
tendencia hacia la uniformidad cultural, exportar a la fuerza
revoluciones como las que predicaban Marx y Engels en El
Manifiesto Comunista, ya no resulta posible. Los únicos
modelos que pueden exportarse -y esto de forma espontánea, sin
agredir el principio de la autodeterminación y la no injerencia-
son aquellos que han resultado exitosos en sus lugares de
origen. Los que han impulsado el bienestar y la equidad de los
pueblos. Chile y España constituyen dos ejemplos que los
dirigentes de América Latina, sin vociferar con estridencia,
están siguiendo. Ambas naciones han logrado niveles de calidad
de vida envidiables en períodos relativamente cortos. En los dos
casos se han logrado acuerdos nacionales de largo plazo. El
Gobierno, los empresarios, los trabajadores y el conjunto de la
sociedad civil, se han comprometido en alianzas que preservan
la estabilidad política y garantizar el crecimiento económico en
un ambiente de solidaridad y justicia social.
En cambio el modelo
stalinista de exportar revoluciones (el que le gusta a Chávez)
condujo al fracaso y al despotismo. Después de haber optado,
tras la muerte de Lenin, por la tesis del “socialismo en un solo
país” -lo cual implicó la industrialización compulsiva de la
URSS y el asesinato de millones de campesinos que se negaron a
la colectivización forzosa- una vez triunfante en la II Guerra
Mundial, Stalin decidió que había llegado el momento de extender
las fronteras del comunismo soviético y crear su propia zona de
seguridad. Fue así como los tanques rusos que habían liberado
del yugo nazi a Europa del Este, incluida Berlín, recibieron la
orden de apostarse en ese el territorio, desde Alemania hasta
Polonia. La bota nazi fue sustituida por la de los comunistas.
El “socialismo real” se impuso a sangre y fuego. A partir de ese
momento comenzó una tragedia que duraría algo más de cuatro
décadas. Solo ahora esas naciones disfrutan de la prosperidad
que el socialismo les negó.
Europa aprendió la
lección. El viejo continente se mueve en un espectro que va de
la centro izquierda a la centro derecha. Los comunistas quedaron
para piezas de museo. América Latina, a pesar de que va a un
ritmo más lento, también parece haber sacado sus propias
conclusiones. Venezuela, por obra de un autócrata situado a
espaldas de la realidad, es de las pocas naciones incapaz de
comprende lo que ocurre en la historia. Veamos si lo que
acontece a nuestro alrededor nos da fuerza para obligar al
caudillo vernáculo a corregir el rumbo o a entregar el poder.
La espada de Bolívar debe regresar al cofre de donde jamás debió
haber salido.