La
frase acuñada por Manuel Rosales según la cual la jornada del
3-D significó un triunfo político en medio de un revés
electoral, sintetiza perfectamente lo ocurrido ese día. Ese casi
40% de venezolanos que se manifestó a favor de Rosales, posee el
significado de la conmovedora victoria tanto para el candidato
como para el movimiento.
La lucha de la
oposición fue épica contra un Gobierno autoritario y
todopoderoso que utilizó, sin escrúpulos, el enorme poder y
riqueza petrolera y el control ilimitado de casi todas las
instituciones del Estado y los organismos de la Administración
Pública, para clientelizar, amenazar y chantajear a un extenso
sector del electorado, empezando por quienes trabajan al
servicio del Estado. Los funcionarios, lista en mano, fueron
obligados a uniformarse de rojo y asistir a los actos públicos
del candidato-Presidente. El erario público, las oficinas
gubernamentales, las instituciones del Estado, las estaciones de
televisión, las emisoras de radio y los periódicos del Gobierno,
se alinearon para adelantar una campaña en la que no hubo
equidad entre el candidato del régimen y el aspirante de la
alternativa democrática. El Presidente de la República aspiró a
ser reelecto sin que la Asamblea Nacional, el Poder Electoral o
el Poder Moral, dictaran un reglamento que estableciera los
límites de la actuación del jefe del Estado. El ventajismo fue
obsceno en la fase previa a la consulta. Por eso, a pesar de
haber sido unos comicios vigilados por observadores nacionales e
internacionales y auditados, la cita se realizó en un ambiente
en el que predominó un marcado desequilibrio a favor del primer
mandatario, sin que ninguna institución pública se opusiera a
esos abusos.
En esta
atmósfera viciada, los resultados obtenidos por lucen
asombrosos. A
mediados de 2006 la oposición estaba desmovilizada. El fracaso
en el revocatorio, la actitud errática de sus líderes y la
incapacidad para aprovechar la abstención del 4-D de 2005,
sembraron el escepticismo entre la mayor parte de los ciudadanos
que habían marchado, firmado y expresado de distintas formas su
descontento con el Gobierno. En pocos meses este estado de
ánimo, en el que se combinaron la rabia con la resignación, se
modificó. La misma gente que expresaba su desconfianza en el
proceso comicial o creía que no era posible alterar el cuadro
político a través del voto, salió a las calles a manifestar con
entusiasmo y a prepararse para llegar a la convocatoria del 3-D
en las mejores condiciones posibles. Manuel Rosales, que al
comienzo parecía un invitado de ocasión, se convirtió, gracias
al apoyo de los ciudadanos y a su propia reciedumbre, en una
alternativa real de poder.
Las elecciones
modificaron el mapa político del país. Durante más de año y
medio Hugo Chávez copó la escena, sin que apareciese en el
horizonte ninguna opción atractiva. Ahora el cuadro varió. La
oposición emergió con ímpetu y reclama un espacio que tendría
que reflejarse en la Asamblea Nacional En una de de sus primeras
declaraciones como Presidente (re)electo, Chávez señaló que no
contempla introducir una reforma constitucional que permita
adelantar las elecciones parlamentarias. Dijo: los errores, como
en el béisbol, se pagan; la oposición se negó a participar en
los comicios de diciembre de 2005, y ahora tendrá que esperar
hasta 2010 para poder aspirar a tener presencia en ese foro.
Esta es una manifestación de arrogancia por parte de quien ganó
con una cómoda mayoría y, además, fue tratado con guantes de
seda por la democracia, luego de equivocarse y fracasar en
1992. A la oposición le corresponde lograr que esta reforma se
concrete.
Además del plano
político, el proyecto chavista debería ser reconsiderado en su
dimensión ideológica y cultural. El despertar de esos grupos
sociales que se sacudieron el marasmo y la desidia para
manifestar su respaldo a la fórmula presentada por la opción
democrática, demuestra que un amplio sector de la nación está en
desacuerdo conque en Venezuela se imponga el socialismo, un
régimen económico y social fracasado en todo el planeta. Una
resistencia similar ocurre con las ideas anticapitalistas y
antiglobalizadoras, así como con los planes de atacar la
propiedad privada y la libre iniciativa. El desarrollo endógeno,
el trueque y todas las demás antiguallas que propone el primer
mandatario, también son rechazadas por un grueso sector de la
población. Sin embargo, Chávez insiste en que él recibió un
cheque en blanco para implantar el socialismo. Esta es una
interpretación incorrecta de los resultados electorales. El
socialismo sólo podrá establecerse en Venezuela mediante la
represión y el autoritarismo, y reduciendo los espacios
democráticos, pues al menos 70% de los ciudadanos está en contra
de la aplicación de un modelo colectivista similar al cubano,
tal cual pretende el Presidente reelecto.
La campaña electoral
deja las bases para construir una fuerza organizada. La
democracia demanda nuevas agrupaciones que reúnan a sectores con
distintos intereses particulares, pero con un propósito común:
asegurar la vigencia de las libertades, el desarrollo económico
y la equidad social. La materialización de esas organizaciones
permitirá impedir que la frustración se adueñe de los sectores
que apoyaron a Manuel Rosales y, con un claro plan de trabajo y
un programa de reivindicaciones realista, permitirá encarar
con éxito las exigentes jornadas que vendrán para preservar la
libertad. Entre ellas está la de impedir que la reforma de
carácter socializante que Chávez propondrá, triunfe en el
referendo aprobatorio que tendrá que realizarse.
Un Nuevo Tiempo,
Primero Justicia y el resto de partidos y agrupaciones que
participaron en el proceso electoral, están obligados a asegurar
que el revés electoral no termine transformándose también en una
derrota política.