El
gobierno de Hugo Chávez se vuelve cada vez más insolente.
Empezando por el teniente coronel, el régimen en su conjunto
actúa como si Venezuela fuese una gran encomienda regida por un
amo y sus acólitos, quienes no tienen obligación de rendirle
cuenta de sus actos a nadie. Esto incluye, desde luego, a los
ciudadanos que pagamos cada vez más impuestos, a los empresarios
que son esquilmados por esa especie de Santa Inquisición
tributaria en la que se convirtió el SENIAT, y a los grupos más
desfavorecidos, que ven cómo la riqueza petrolera -supuestamente
propiedad de todos los venezolanos, especialmente de los más
pobres - se volatiliza en viajes
faraónicos e inútiles de Hugo Chávez y su séquito, ayudas
dispendiosas a países que luego el autócrata amenaza y
chantajea, y la consabida corrupción, que crece como células
cancerosas por todo el organismo social.
Los
desplantes del dictador en cierne no menguan, sino que arrecian
en medio de la campaña electoral. Después de casi ocho años de
un gobierno que ha disfrutado de los ingresos petroleros más
abundantes de los que se tenga memoria, el palmarés que se
exhibe no puede ser más lamentable. Venezuela es un país
asediado por la pobreza, el desempleo, la informalidad, el
deterioro de su infraestructura y la delincuencia, que no
distingue entre sexo, edades ni nacionalidades. En medio de este
ambiente, la gran oferta que Chávez le propone al país consiste
en modificar la Constitución para reelegirse indefinidamente.
Convertirse en monarca, o, mejor, en caudillo eterno, como su
amado Fidel Castro. Transformar el acto de votación en un rito
vacío que sólo serviría para darle a su mandato un barniz de
legitimidad. El fiscal Isaías Rodríguez, siempre dispuesto a
obedecer las órdenes de su jefe, ya dijo que ese cambio sólo
requiere una reforma o enmienda constitucional, y de ningún modo
una modificación más sustancial, pues implica el tránsito del
régimen presidencialista al régimen parlamentario, tal como
sostiene Herman Escarrá.
La
reelección de Hugo de Hugo Chávez se ha convertido en una
obsesión para todos los organismos públicos. Desaparecieron las
líneas que, en un Estado laico con un gobierno civil, deben
separar los intereses políticos sectoriales del interés público
general. Esta distancia, esencial para comprender el origen y
desarrollo de los Estados modernos, fue anulada por la
arrogancia del Gobierno. Alvin Lezama, presidente de CONATEL, un
ente con representación plural, se pasea en el mitin de inicio
de la campaña por la reelección del comandante, con una franela
roja, insignia del chavismo. A ese mismo señor, el rector
principal del CNE, Vicente Díaz, le envió hace más de un mes una
comunicación en la que le solicita un informe de la campaña
oficialista en los medios de comunicación, y el funcionario ni
siquiera se da por enterado. Sin embargo, Francisco Ameliach,
dirigente del Comando Miranda, le remite una carta en la que
habla de la supuesta propaganda subliminal de Manuel Rosales en
Globovisión, y la respuesta de CONATEL es inmediata y
contundente: una comisión del organismo se presentó en las
oficinas de la estación. Al órgano encargado de velar por la
calidad e imparcialidad de las transmisiones radioeléctricas le
preocupa mucho una propaganda pretendidamente “subliminal”
(concepto cuestionado por los expertos en comunicación), pero se
hace de la vista gorda con la programación completa de
Venezolana de Televisión, concebida para exaltar la figura del
caudillo de Sabaneta y su lamentable gobierno, y agredir sin
misericordia a la oposición, especialmente a través de esa
letrina que se conoce con el nombre de La Hojilla.
En
los operativos de cedulación que adelanta la DIEX, los
funcionarios se visten con franelas rojas con leyendas que
hablan del nuevo triunfo de Chávez o invitan a construir el
socialismo del siglo XXI. Lo mismo ocurre en las dependencias
oficiales, llenas de carteles que aluden a la obra del gobierno
bolivariano y a su jefe. Los organismos del gobierno y del
Estado han sido forzados a plegarse a ese anacronismo que es el
comunismo chavista. A la presidenta del CNE no la inquieta que
no exista ningún reglamento que regule el uso de los recursos
públicos por parte del Presiente de la República, en trance de
reelegirse. Las cadenas y los interminables Aló, Presidente,
en los que se mezcla maliciosamente el Chávez presidente y el
Chávez candidato, le parecen a Tibisay Lucena prácticas inocuas
que hablan de la fortaleza democrática de la nación. Los viajes
a Cuba, con el puro afán de prodigarle un alo de consuelo
al anciano dictador de esa isla, le cuestan a
la nación una fortuna inmensa, que ni la
Asamblea Nacional ni la Contraloría supervisan, ni cuestionan.
La grotesca politización de las Fuerzas Armadas forma un aparte
de otro capítulo.
Todos
estos abusos insolentes, y muchos más, se cometen sin que el
Poder Moral diga ni pío. Ni siquiera por pudor se quejan o
emiten la más leve crítica los máximos representantes de la
Fiscalía, la Defensoría del Pueblo o la Contraloría. Al
contrario, la actuación de estos personajes siempre sirve para
justificar los desmanes y obscenidades del MVR y de los
funcionarios más obsecuentes del gobierno.
Los abusos
de poder no parecen obra del azar o del simple capricho de Hugo
Chávez y su entorno. Son demasiados y, además, bien orquestados.
Salvo los desmanes de Juan Barreto, que provocaron algunas
respuestas airadas de varios de sus camaradas, el régimen suele
actuar de forma acompasada. Los excesos de Chávez son aplaudidos
en Aló, Presidente, avalados con la presencia en un acto
de los jefes de los poderes públicos o mediante una declaración
de prensa pomposa, en la que se ponen de manifiesto las artes de
oficiantes de funcionarios que deberían oponerse a que los
desplantes se cometan. El plan consiste en crear en todos los
espacios del país, la sensación de que la reelección de Chávez
es inevitable y que su poder y control sobre el país, absoluto.
Se reproduce el viejo esquema totalitario (fidelista, maoísta,
hitleriano, stalinista) según el cual, las fisuras abren brechas
que conducen al eventual desplome del régimen.
Frente a
este modelo cerrado de control total que intenta proyectar
Chávez, el país democrático está respondiendo. La candidatura de
Manuel Rosales se ha ido afincando en los sectores populares. La
gente se está atreviendo. El nerviosismo del gobierno refleja
que hay preocupación en sus filas. A pesar de los denodados
intentos por construir un círculo de hierro en torno de Chávez,
los ciudadanos, frente a la insolencia, prefieren la democracia
y la pluralidad.