El
ministro de Educación y Deportes, profesor Aristóbulo Istúriz,
ha declarado en repetidas oportunidades y en distintos
escenarios, que la educación tiene que estar al servicio
incondicional del proyecto revolucionario que lidera su
comandante y jefe, Hugo Chávez. Debe ser el instrumento
fundamental de adoctrinamiento socialista. En sus propios
términos: “Cada maestro tiene que estar casado con el modelo de
República y nuestra ideología política tiene como objetivo
construir la ideología socialista del siglo XXI”. A lo cual
agrega de forma insolente: “Estoy politizando la educación, ¿y
qué?” En otras palabras, somos los dueños del país y hacemos
aquí lo que nos da la gana. Llamativa la afirmación, sobre todo
porque proviene de un maestro que debería conocer los deberes
que le impone la deontología. Pero, del profe Istúriz no hay que
esperar mucho en el terreno de la ética. Él es el mismo que
repite “la historia la escriben los vencedores”, frase cínica
que luce muy bien en labios de un Stalin, de un Hitler, de un
Castro, pero no en los de un docente obligado a narrar los
hechos tal como ocurren, para lo cual debe estar enterado de la
metodología de estudio de la historia, una de las ramas de esa
disciplina que más ha desvelado a los investigadores preocupados
para evitar precisamente esa aberración que asume como correcta
el ministro. Se nota que el funcionario no sigue el modelo de la
escuela anglosajona, ni de la francesa, sino que prefiere el
patrón impuesto por la antigua Academia de Ciencias de la URSS,
donde la historia se adaptaba al capricho del vencedor, Stalin.
Fue así como cuando sus “académicos” escribieron la historia de
la Revolución Rusa, desaparecieron del mapa las figuras de
Trotsky, Zinoviev y Bujarin, para sólo mencionar tres nombres
muy destacados. Se preservó Lenin porque era inconveniente
borrarlo. Al final del cuento, daba la impresión de que los
sucesos de Octubre de 1917 habían ocurrido por el genio
inconmensurable de Koba (Stalin), quien había contado la ayuda
de un eficiente colaborador llamado Volodia (Lenin).
Este es el tipo de
historia y de enseñanza que le gusta a Istúriz desde que se
acomodó al lado de los triunfadores: la que falsifica y adultera
los hechos; la que actúa como el Lecho de Procusto, pues va
recortando y tallando los acontecimientos hasta que quepan en el
molde previamente fraguado por quienes alcanzaron el poder. Hay
que reconocerle al ministro que ha sido consecuente con los
preceptos que asumió desde que adoptó la fe chavista (el
bolivarianismo es algo mucho más serio): cambió el calendario
escolar, y ahora la nuevas fechas patrias son aquéllas que
exaltan la gesta liderada por su jefe; la historia nacional se
enseña en una serie de etapas que preparan la llegada del nuevo
Mesías; y la quinta república representa la cima del devenir,
con ella se inicia una fase de paz y prosperidad indetenible e
irreversible para el país.
La otra educación,
la laica, la que surge luego de un duro combate con el fanatismo
religioso, las ideologías oscurantistas y el Estado absolutista,
no le interesa. La educación republicana -la que enseña a pensar
de forma crítica, la que entrena para la descripción, la que
permite asociar procesos en apariencia independientes, la que
establece diferencias entre la forma y los contenidos, la que
estimula la descomposición y luego la síntesis, la que exige
pruebas y demostraciones, la que desecha los dogmas
preestablecidos-, se le antoja subversiva, pues puede poner en
tela de juicio la hegemonía de los vencedores.
La educación que
propicia Istúriz es la de un solo libro, tal como lo cuentan Gao
Xingjian en su extraordinaria novela El libro de un hombre solo
y Dai Sije en Balzac y la joven costurera china. En estas dos
exquisitas obras sus autores, ambos chinos exiliados en Francia,
narran los avatares de los intelectuales durante la época de la
Revolución Cultura. Muestran la soledad y la impotencia de los
individuos frente a un régimen de oprobio que recortó el
horizonte del pueblo y lo obligó a leer sólo el Libro Rojo de
Mao. Las dos asumen la denuncia del totalitarismo impuesto por
Mao Zedong durante la época de la Revolución Cultural en el
campo del pensamiento, la educación y las artes. Junto al
alegato contra el adoctrinamiento y el fanatismo comunista,
ambos escritores reivindican la palabra y el pensamiento libre
como herramientas de la libertad.
El esquema maoísta
es el mismo que adopta la república de cartón que defiende
Istúriz. Aquí se busca acabar con la educación civil, seglar y
republicana que se afianza a partir de 1958, para sustituirla
por el adoctrinamiento y la ideologización que reclama ese
engendro llamado el socialismo del siglo XXI. Al igual que en la
China de Mao, el profe Istúriz se propone educar y “reeducar” a
los niños, jóvenes y adultos a partir de los cánones de esa
quincalla ideológica que es el movimiento que lidera el
comandante. Es la educación para el fanatismo, la ceguera, la
entronización de la lucha de clases, la violencia, la guerra y
el culto a la personalidad del caudillo. El lugar del Libro Rojo
lo ocupan los manuales elaborados por los pedagogos cubanos, los
mismos que justifican la dictadura de medio siglo impuesta por
el doctor Fidel Castro Ruz, y que les parece extraordinario que
el pueblo cubano no tenga acceso a Internet, no pueda informarse
a través de la televisión satelital, el uso de las
fotocopiadoras esté sometido a férreos controles y solo se pueda
leer Granma.
La revolución
educativa de la que habla Istúriz en realidad en un enorme salto
hacia el pasado más remoto. Es una transformación reaccionaria y
conservadora en el más estricto sentido de la expresión, pues
defiende valores similares a los que proclamaban los grupos
confesionales que se oponían a que la educación se independizara
del predominio de los grupos religiosos más beatos. Esos valores
adquirieron un nuevo rostro cuando el marxismo se convierte en
la doctrina oficial del Estado soviético, a partir de la
dictadura de Lenin. El esquema bolchevique se extiende a los
países de la órbita soviética de Europa del Este y luego al
resto de los países comunistas del mundo.
Los ataques de
Istúriz a la enseñanza seglar en los primeros niveles de la
educación persiguen también acabar con la autonomía
universitaria. Las fuerzas democráticas estamos obligados a
enfrentar sin tregua en el plano intelectual, académico y ético
tal pretensión hegemónica. No se puede permitir que el libro
rojo de Aristóbulo se imponga.