El “Tipo”, como
acertadamente lo llama Manuel Rosales, es un libro abierto.
Todos los mecanismos proyectivos que se estudian en los libros
introductorios de Psicología y Psicoanálisis aparecen dibujados
en su personalidad. Él coloca en el “otro” algo que constituye
parte esencial de su propia personalidad, pero que le perturba
e, incluso, le avergüenza. El “Tipo” entró en la Academia
Militar cuando la guerrilla y la subversión izquierdista habían
sido derrotas, la mayor parte de los grupos levantados en armas
se habían pacificado y se habían incorporado a la vida
institucional. Habían pasado a formar parte del Congreso de la
República con una fracción minoritaria, pero significativa y,
sobre todo, vociferante, que denunciaba y combatía los desmanes
de Acción Democrática y COPEI. Su incorporación a las Fuerzas
Armadas no lo hizo por amor, como ahora pretende hacerles creer
a los incautos, sino como parte de un plan que por aquel
entonces se denominaba “entrismo”, y que consistía en ir copando
las instituciones de la democracia burguesa desde “adentro”. Es
decir, actuar como el Caballo de Troya para asaltar y destruir
esas organizaciones. Ese proyecto fue concebido y ejecutado por
las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional, FALN, cuyo máximo
líder era Douglas Bravo.
Como
bien se sabe, una vez en la institución castrense, el “Tipo”
comenzó a conspirar sin tregua para desestabilizar la democracia
surgida tras la caída de Marcos Pérez Jiménez. Por su locuacidad
incontenible, se sabe del juramento del Samán de Güere, de las
logias militares, del MBR-200 y del primer ensayo de golpe de
Estado que se produjo con el movimiento de las tanquetas frente
al Ministerio de Relaciones Interiores en noviembre de 1988. Su
comportamiento insurreccional culminó, durante su etapa de
militar activo, con la asonada del 4-F. Más de una década de
desvelos golpistas concluyeron con su rendición en el Museo
Militar, sin haber podido ni siquiera tomar La Casona, ni
derrotar militarmente a doña Blanca Rodríguez de Pérez, quien
junto a sus nietos enfrentó con valentía a las tropa de asalto.
De la
desestabilización durante la etapa miliar, el “Tipo” pasó a
desequilibrar en lo que podría llamarse la etapa presidencial.
Como Presidente no se ha cansado de perturbar el orden
democrático, al que mantiene entrando y saliendo de terapia
intensiva: forzó la Constitución de 1961 para convocar la
Constituyente sin necesidad de enmendar esa Carta (para lo cual
contó con el apoyo de algunos notables juristas); la
Constituyente ignoró al Congreso electo en 1998, al tiempo que
creó un Congresillo designado a dedo por el caudillo, el cual
legisló de acuerdo con los intereses exclusivos del mandatario;
declaró el carácter supraconstitucional de la Constituyente, lo
cual le permitió violentar todas las instituciones del Estado en
diciembre de 1999, un año después de haber obtenido el triunfo
electoral; decretó la provisionalidad indefinida de las
disposiciones transitorias contenidas en la Constitución de
2000. Con estas y otras medidas similares, el “Tipo” se
convirtió en un autócrata: acabó con los vestigios de autonomía
y equilibrio entre los poderes y sometió bajo su férula
inflexible a todas las instituciones del Estado. En otros
términos, subvirtió el orden democrático, una de cuyas
características esenciales reside en la independencia y armonía
ente las distintas ramas del Poder.
En la fase
electoral que atraviesa el país, una de las consecuencias más
irritantes de este desajuste que ha sufrido la democracia, se
expresa en el comportamiento obscenamente parcializado de la
mayoría oficialista que domina el CNE. Sus integrantes se
comportan como miembros de la dirección nacional del MVR. Ni
siquiera guardan las formas elementales de respeto por la
inteligencia cuando intentan justificar el uso de las
captahuellas, la desmesura del Registro Electoral Permanente, el
exabrupto de no abrir todas las urnas y contar cada uno de los
votos. La arrogancia que exhiben los dirigentes chavistas ha
sido calcada por los rectores al servicio del “proceso”.
El
“Tipo”, consumado desestabilizador, resulta que ahora denuncia
un plan subversivo por parte de la oposición. Primera y obvia
pregunta: ¿quién lo diseño y quién está en capacidad de
ejecutarlo? Los militares que le exigieron la renuncia el 11-A y
los que luego se instalaron en la Plaza Altamira, pasaron a
condición de retiro (pocas personas con menos poder que ellos);
están presos, andan clandestinos o huyeron del país. Entonces,
por el lado de los militares insurreccionales no tendría nada
que temer. Por el flanco de la oposición civil, la inmensa
mayoría de sus militantes están dedicados a la campaña
electoral, convencidos de que la mejor forma de salir de un
gobierno nefasto como el actual es mediante el ejercicio del
sufragio. Esto, por cierto, no puede decirlo ni el “Tipo” ni sus
aláteres.
Lo
que el “Tipo” debe sospechar, y con razón, es que una
institución como la Fuerza Armada, con casi un siglo de fundada,
que observa, analiza y explica lo que ocurre en la nación y en
el entorno internacional, a pesar de todos los planes para
politizarla, fanatizarla y convertirla en una guardia de
centuriones en torno al ególatra, aún preserva un sólido número
de oficiales y tropa democrática, que no comparte el proyecto
comunista del “Tipo”, ni están dispuestos a acompañarlo en una
aventura que pase por desconocer los resultados electorales, en
el caso, altamente probable, de que estos favorezcan a Manuel
Rosales.
El
verdadero plan desestabilizador que tiene acorralado al “Tipo”
es su infinita ineptitud para gobernar y su enorme atraso
ideológico. La inseguridad personal, la inflación en los
alimentos, el caos de los servicios públicos, la pobreza y el
desempleo, todos problemas agravados por él, son sus verdaderos
enemigos. Además, pretender imponer en Venezuela el comunismo
del siglo XXI (colectivismo, desarrollo endógeno, trueque,
ataque a la propiedad privada y a la libre iniciativa, estatismo
desbordado, antinorteamercanismo a ultranza) constituye una
propuesta contranatura, que conspira contra la vocación de un
país que en unas cuantas décadas experimentó el salto
modernizador más espectacular del continente.
El fracaso
del “Tipo” en todos los planos construye el motivo de su
desestabilización.