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La hegemonía comunista
por Trino Márquez
jueves, 29 septiembre 2005

 

          Todavía hay un grupo  importante de políticos e intelectuales que se resisten a aceptar la naturaleza colectivista del régimen, a pesar de que los pasos de Hugo Chávez hacia el comunismo son cada vez más firmes. Algunos comentaristas siguen estableciendo paralelismos entre los adecos del Trienio (1945-1948) y lo que ocurre en la actualidad. Craso error de percepción. Es cierto que la AD que encabeza el golpe contra Isaías Medina Angarita alimenta pretensiones hegemónicas y que incurre en una larga lista de desafueros contra los seguidores del General derrocado y muchos opositores. Pero aquellos excesos no pueden ser comparados con lo que estamos presenciando. Empezando porque ni a Rómulo Betancourt, primero, ni a Rómulo Gallegos, después,  se les ocurrió aliarse con Rusia, único país comunista que existía en la faz de la tierra, ni enemistarse con los Estados Unidos,  potencia mundial que surge de la derrota en la Segunda Guerra Mundial de los nazis y los otros integrantes del Eje. Al contrario, AD tuvo clarísimo desde el comienzo de la Revolución de Octubre que Norteamérica constituía un aliado de primera importancia para un país petrolero como Venezuela, y que los rusos representaban un peligro internacional del cual una nación en tránsito hacia una democracia estable tenía que cuidarse con sumo celo. En el plano interno, los excesos de los adecos no les impidieron nombrar a Rafael Caldera, máximo líder de COPEI, como Procurador General de la República, y permitir que la oposición, incluido el Partido Comunista, por el que sentía un odio mellizal, desarrollasen sus actividades en un clima de libertad. Hoy el panorama es otro. El proyecto de Chávez, como todo esquema comunista,  es hegemónico y excluyente. Comunismo y democracia, al igual que comunismo y libertad, son términos que se repelen. No pueden coexistir.

         La hegemonía comunista no significa que la oposición desaparezca completamente. Sólo en las dictaduras rojas más opresivas toda forma de oposición es perseguida y destruida. Ese fue el caso durante la era de Lenin y   Stalin en Rusia, de Mao y la Revolución Cultural, de Pol Pot en Camboya, y de Fidel en Cuba luego de ser aplastados los focos de resistencia que se formaron en las montañas del Escambray y la Sierra Maestra, a mediados de los años sesenta del siglo pasado. Pero en algunos países comunistas de Europa Oriental, los situados bajo la Cortina de Hierro, se permitió, y hasta aupó, la existencia de una disidencia complaciente que funcionaba como una pieza más del engranaje de dominación. En Budapest, capital de Hungría, el bellísimo palacio que sirve de sede al Parlamento, y que rivaliza en pompa con el Palacio Imperial, alojaba también a parlamentarios de “oposición” que servían para justificar la supuesta liberalidad del sistema comunista implantado en esa pequeña nación centro europea entre 1949 y 1989.   La “oposición” que acepta el comunismo, lo mismo que toda dictadura, es aquella que sirve para cubrir las apariencias de libertad que requiere todo régimen para lograr la aceptación internacional. La verdadera oposición, esa que denuncia y enfrenta los atropellos, que organiza la resistencia activa y combate sin tregua las prácticas hegemónicas, es asfixiada.

         Hugo Chávez todavía no ha podido aniquilar  la oposición indoblegable. Tal vez sea porque no le hace falta. Posee el control de todos los poderes públicos, en primer lugar el de la Fuerza Armada. Encima de los medios de comunicación colocó dos armas poderosas: la ley resorte y el SENIAT.  Ambos misiles con cabezal atómico han mellado el papel que tuvieron en el pasado reciente como factores de contención. Ahora esos muros se hallan resquebrajados, además de que el Gobierno ha fortalecido su presencia en los medios radioeléctricos, a través de una amplia red de emisoras de radio y televisión que transmiten todo el día el evangelio comunista. 

       El faraón y su corte acusan a la oposición de  armar un  escándalo por lo que ocurre con La Marqueseña, los silos de la Polar, la fábrica de tomates Heinz y las miles de industrias grandes, medianas y pequeñas, haciendas, hatos y hasta fundos, que se encuentran en peligro de ser atacadas por el sarampión tardío que padece el jefe. Para el comandante toda la tierra del país, y por extensión, todo lo que se encuentra encima de ella, es propiedad del Estado. Entonces, ¿cómo no alarmarse si las agresiones a la propiedad privada las efectúa el Gobierno contra la voluntad nacional (80% de la población está de acuerdo con la PP) y en ejercicio de una hegemonía arbitraria y abusiva? La política  puesta en marcha por el caudillo no surge de un acuerdo nacional, o del consenso obtenido a través de amplias jornadas de diálogo y negociación con los diferentes sectores que integran la nación. Nada de eso.  Las medidas aplicadas -anunciadas en el aquelarre del 12 y 13 de noviembre del año pasado en Fuerte Tiuna (El nuevo mapa estratégico), y aún antes, en el libro de Blanco Muñoz, Habla el comandante- brotan de la voluntad omnímoda del autócrata y de su mentor político e ideológico, Fidel Castro. 

         Los comunistas se mueven dentro de las coordenadas trazadas por el capricho y la iniquidad. Cuando Stalin lanzó la campaña de colectivización de la tierra, allá por los años 30 del siglo XX, no le consultó a nadie. Impuso  sus designios a golpes y porrazos, como todo buen déspota, y quienes se resistieron, seguidores y opositores, fueron aniquilados.  Lo mismo hizo Mao con el “Gran salto hacia delante” (en realidad, gran salto hacia la barbarie) y Pol Pot en Camboya con el proceso de agrarización. En las tres sociedades millones de personas inocentes murieron porque se resistieron a perder sus pertenencias, porque no quisieron ceder sus propiedades al Estado y porque se negaron a sumergirse en una aventura colectivista en la que el esfuerzo individual se perdía en medio de un igualitarismo ramplón e injusto. En todos esos países predominó el peso del tirano. La opinión del país no fue considerada. Lo mismo ocurre en la Venezuela de Chávez. ¿Qué tendremos que hacer para impedir que se repitan las monstruosidades que se vivieron en Rusia, China y Camboya, para no hablar de Cuba, que la tenemos al lado?

tmarquez@cantv.net

 
 
 
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