Todavía
hay un grupo importante de políticos e intelectuales que se
resisten a aceptar la naturaleza colectivista del régimen, a
pesar de que los pasos de Hugo Chávez hacia el comunismo son
cada vez más firmes. Algunos comentaristas siguen estableciendo
paralelismos entre los adecos del Trienio (1945-1948) y lo que
ocurre en la actualidad. Craso error de percepción. Es cierto
que la AD que encabeza el golpe contra Isaías Medina Angarita
alimenta pretensiones hegemónicas y que incurre en una larga
lista de desafueros contra los seguidores del General derrocado
y muchos opositores. Pero aquellos excesos no pueden ser
comparados con lo que estamos presenciando. Empezando porque ni
a Rómulo Betancourt, primero, ni a Rómulo Gallegos, después, se
les ocurrió aliarse con Rusia, único país comunista que existía
en la faz de la tierra, ni enemistarse con los Estados Unidos,
potencia mundial que surge de la derrota en la Segunda Guerra
Mundial de los nazis y los otros integrantes del Eje. Al
contrario, AD tuvo clarísimo desde el comienzo de la Revolución
de Octubre que Norteamérica constituía un aliado de primera
importancia para un país petrolero como Venezuela, y que los
rusos representaban un peligro internacional del cual una nación
en tránsito hacia una democracia estable tenía que cuidarse con
sumo celo. En el plano interno, los excesos de los adecos no les
impidieron nombrar a Rafael Caldera, máximo líder de COPEI, como
Procurador General de la República, y permitir que la oposición,
incluido el Partido Comunista, por el que sentía un odio
mellizal, desarrollasen sus actividades en un clima de libertad.
Hoy el panorama es otro. El proyecto de Chávez, como todo
esquema comunista, es hegemónico y excluyente. Comunismo y
democracia, al igual que comunismo y libertad, son términos que
se repelen. No pueden coexistir.
La
hegemonía comunista no significa que la oposición desaparezca
completamente. Sólo en las dictaduras rojas más opresivas toda
forma de oposición es perseguida y destruida. Ese fue el caso
durante la era de Lenin y Stalin en Rusia, de Mao y la
Revolución Cultural, de Pol Pot en Camboya, y de Fidel en Cuba
luego de ser aplastados los focos de resistencia que se formaron
en las montañas del Escambray y la Sierra Maestra, a mediados de
los años sesenta del siglo pasado. Pero en algunos países
comunistas de Europa Oriental, los situados bajo la Cortina de
Hierro, se permitió, y hasta aupó, la existencia de una
disidencia complaciente que funcionaba como una pieza más del
engranaje de dominación. En Budapest, capital de Hungría, el
bellísimo palacio que sirve de sede al Parlamento, y que
rivaliza en pompa con el Palacio Imperial, alojaba también a
parlamentarios de “oposición” que servían para justificar la
supuesta liberalidad del sistema comunista implantado en esa
pequeña nación centro europea entre 1949 y 1989. La
“oposición” que acepta el comunismo, lo mismo que toda
dictadura, es aquella que sirve para cubrir las apariencias de
libertad que requiere todo régimen para lograr la aceptación
internacional. La verdadera oposición, esa que denuncia y
enfrenta los atropellos, que organiza la resistencia activa y
combate sin tregua las prácticas hegemónicas, es asfixiada.
Hugo
Chávez todavía no ha podido aniquilar la oposición
indoblegable. Tal vez sea porque no le hace falta. Posee el
control de todos los poderes públicos, en primer lugar el de la
Fuerza Armada. Encima de los medios de comunicación colocó dos
armas poderosas: la ley resorte y el SENIAT. Ambos misiles con
cabezal atómico han mellado el papel que tuvieron en el pasado
reciente como factores de contención. Ahora esos muros se hallan
resquebrajados, además de que el Gobierno ha fortalecido su
presencia en los medios radioeléctricos, a través de una amplia
red de emisoras de radio y televisión que transmiten todo el día
el evangelio comunista.
El faraón y
su corte acusan a la oposición de armar un escándalo por lo
que ocurre con La Marqueseña, los silos de la Polar, la fábrica
de tomates Heinz y las miles de industrias grandes, medianas y
pequeñas, haciendas, hatos y hasta fundos, que se encuentran en
peligro de ser atacadas por el sarampión tardío que padece el
jefe. Para el comandante toda la tierra del país, y por
extensión, todo lo que se encuentra encima de ella, es propiedad
del Estado. Entonces, ¿cómo no alarmarse si las agresiones a la
propiedad privada las efectúa el Gobierno contra la voluntad
nacional (80% de la población está de acuerdo con la PP) y en
ejercicio de una hegemonía arbitraria y abusiva? La política
puesta en marcha por el caudillo no surge de un acuerdo
nacional, o del consenso obtenido a través de amplias jornadas
de diálogo y negociación con los diferentes sectores que
integran la nación. Nada de eso. Las medidas aplicadas
-anunciadas en el aquelarre del 12 y 13 de noviembre del año
pasado en Fuerte Tiuna (El nuevo mapa estratégico), y aún antes,
en el libro de Blanco Muñoz, Habla el comandante- brotan
de la voluntad omnímoda del autócrata y de su mentor político e
ideológico, Fidel Castro.
Los
comunistas se mueven dentro de las coordenadas trazadas por el
capricho y la iniquidad. Cuando Stalin lanzó la campaña de
colectivización de la tierra, allá por los años 30 del siglo XX,
no le consultó a nadie. Impuso sus designios a golpes y
porrazos, como todo buen déspota, y quienes se resistieron,
seguidores y opositores, fueron aniquilados. Lo mismo hizo Mao
con el “Gran salto hacia delante” (en realidad, gran salto hacia
la barbarie) y Pol Pot en Camboya con el proceso de agrarización.
En las tres sociedades millones de personas inocentes murieron
porque se resistieron a perder sus pertenencias, porque no
quisieron ceder sus propiedades al Estado y porque se negaron a
sumergirse en una aventura colectivista en la que el esfuerzo
individual se perdía en medio de un igualitarismo ramplón e
injusto. En todos esos países predominó el peso del tirano. La
opinión del país no fue considerada. Lo mismo ocurre en la
Venezuela de Chávez. ¿Qué tendremos que hacer para impedir que
se repitan las monstruosidades que se vivieron en Rusia, China y
Camboya, para no hablar de Cuba, que la tenemos al lado?
tmarquez@cantv.net
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