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El giro de Isaías
por Trino Márquez
viernes, 25 noviembre 2005

 

        Cuando la inmensa mayoría oficialista que dominaba la Constituyente incorporó la  figura del Poder Ciudadano (PC) en la Constitución de 1999, muchos sospechamos que el fulano poder se convertiría en una coartada para encubrir y justificar los abusos del Gobierno contra quienes le combatieran, y, además, actuaría como instrumento para perseguir y descalificar las exigencias de los sectores opositores. Con su existencia, sería más sencillo justificar la división entre ciudadanos de primera y ciudadanos de segunda. Lamentablemente no nos equivocamos. Seis años después de aprobada la Constitución, el PC sólo ha servido para acrecentar el poder del Estado y el Gobierno sobre los  grupos que se resisten al gobierno autocrático de Hugo Chávez. No había que ser muy zahorí para anticiparse a los resultados. El uso de fachadas es típico de los regímenes con pretensiones hegemónicas. La temible Comisión Extraordinaria, la Cheka, creada por Lenin inmediatamente después del triunfo de los bolcheviques para exterminar a todos los grupos disidentes y desatar el terror entre la población, tenía ese inocuo nombre, que daba la impresión de ser un equipo de abnegados comunistas ocupados en atender las necesidades de las clases sociales más desamparadas de la población rusa. Desde siempre jugar con  claro oscuros les gusta a los déspotas.

         Desde sus inicios el PC  no ha ocultado su servilismo hacia el Presidente y el “proceso”. Cuando por allá en los años 1999 y 2000 las marchas, a pesar de ser reducidas, eran agredidas por Lina Ron y sus forajidos, el Defensor del Pueblo y el Fiscal guardaban silencio. A los “escuálidos” se les podía violar su derecho a manifestar. La “esquina caliente”, lugar de la Plaza Bolívar donde se atrincheraban las tropas de asalto chavistas para agredir a cuanto paisano (a) con cara de oligarca pasara, jamás fue recriminado por el PC. Las largas y continuas cadenas presidenciales, verdaderas agresiones a la privacidad de los hogares de los más pobres, nunca han sido objetadas por Isaías y Mundaraín. Los abusos y atropellos cometidos por el Gobierno contra el general Usón, el general Poggoli, y los comisarios Vivas, Forero y Simonovis, entre muchas otras víctimas del régimen, jamás han sido cuestionados por el PC. Sin embargo, a los “pistoleros de Puente Llaguno”, no obstante las evidencias, el PC nunca solicitó  que se les castigara. Tampoco al “caballero” Joao de Coveia, el gatillo alegre de la Plaza Altamira, ni a los  asesinos de la señora Maritza Ron, aunque existen fotografías que identifican plenamente a los tunantes. La indiferencia cómplice ha sido uno de los rasgos del comportamiento de Mundaraín e Isaías.

         Sin embargo, con el caso de Danilo Anderson  se ha producido un giro en la actuación del fiscal Isaías que no debe subestimarse. De la indiferencia lacaya se ha pasado a la acción agresiva e intimidante. El cruel asesinato de Anderson lo está utilizando el régimen para ir saldando cuentas progresivamente con sus viejos y nuevos adversarios. Se puso en movimiento un mecanismo de intimidación y chantaje que busca aterrorizar a personas, grupos y sectores  que han demostrado mayor arrojo en el enfrentamiento al comandante. Esta también es una vieja práctica autoritaria, utilizada tanto por comunistas como por fascistas. El 30 de agosto de 1918, recién estrenado en el poder, Lenin fue objeto de un atentado por parte de un militante de los socialistas revolucionarios que se oponían al poder creciente y arrollador de los bolcheviques. Lenin, a pesar de que quedó maltrecho, no falleció. El episodio fue utilizado por los bolcheviques para imponer el “terror rojo”. En algunas ciudades se fusiló sin fórmula de juicio a los prisioneros; 1.300 sólo en Petrogrado. Un poco más tarde, en La revolución proletaria y el renegado K. Kautsky, Lenin  abogó por la implantación de la  dictadura y el terror. “Colgad a no menos de un centenar del kulaks (campesinos ricos), ricachones y  chupadores de sangre  conocidos (y aseguraos de que los colgáis a la vista de todo el mundo)”, este es el lenguaje empleado por el jefe de la Revolución Rusa en un telegrama confidencial  enviado a los dirigentes bolcheviques de la ciudad de Panza el 11 de agosto de 1918.

         Famoso es el caso de Serguéi Kírov, jefe del Partido Comunista Ruso en Leningrado. Este funcionario, estrecho colaborador de Stalin, fue asesinado en extrañas condiciones. Las evidencias responsabilizan al propio dictador de la URSS. El crimen de Kírov dio origen a una de las “purgas” más pavorosas de las que se tenga memoria. Stalin aprovecho la ocasión para liquidar a gran parte de sus adversarios reales o ficticios. También es ampliamente conocida la furia desatada por Hitler contra los judíos y los comunistas tras el incendio del Reichstag, que él mismo había ordenado. Atentados fallidos (y en cierto modo casuales), o conjuras milimétricamente calculadas, siempre les han servido a las dictaduras para desatar campañas de hostigamiento y aniquilación de la oposición. En Terrorismo y comunismo, Trotski hace una apología del terror de masas, ese que perfora hasta los huesos de los ciudadanos,  induciéndolos a dejar el campo libre a quienes tienen un ansia   insaciable de poder.

         Por supuesto que el crimen de Anderson no calca los ejemplos que  menciono. Los hechos nunca se repiten de la misma forma. Los clones históricos no existen. Sólo es posible establecer analogías entre experiencias que se parecen.  Sin ánimos de simplificar,  el giro que le ha dado Isaías al atentado que acabó con la vida del joven fiscal del Ambiente, más que aclarar los acontecimientos que ocurrieron ese día y establecer responsabilidades precisas, tiende sobre ese episodio una sombra que lo encubre y distorsiona. La actuación de Isaías, sus contradicciones, dudas, ambigüedades y falta de transparencia, parecieran formar parte de una amplia maniobra para inculpar personas que no tienen ninguna relación con el caso, mientras que libera a los verdaderos responsables. La vuelta dada por Isaías posee todos los rasgos de una vendetta política y de un mensaje cuyos destinatarios no son sólo las víctimas directas del Fiscal (Patricia, Mezherane, Escalante y Romaní), sino el gremio y sector al que cada uno de ellos pertenece: periodistas, empresarios, militares activos y militantes de oposición. ´

El régimen necesita crear ese ambiente de terror e inseguridad del que hablaban Lenin, Trotski, Hitler y, que tanto le ha servido a Fidel para eternizarse en el poder. Isaías se lo está proporcionando.

tmarquez@cantv.net

 
 
 
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