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La corte de los bandidos
por Trino Márquez
sábado,  23 julio 2005

 

     No es un ejercicio sencillo establecer qué resultaba más repugnante del Aló, Presidente del domingo 17 de julio, si ver al caudillo en abierto y cobarde  ejercicio abusivo del poder, o presenciar la abyecta entrega de la jauría de  ministros y ministras que se  congraciaban y reían a mandíbula batiente cuando Chávez, violando las normas que rigen el horario infantil de la Ley de Contenidos precisamente el Día del Niño, escarnecía al cardenal Rosalio Castillo Lara y  profanaba la memoria del cardenal Ignacio Velazco, este último sin posibilidades de replicar el insulto.

         Chávez ya no genera sorpresas. De él cualquier desplante puede esperarse, así como cualquier contradicción con sus propias opiniones recientes o remotas. En 1992 dirigió dos golpes de Estado sangrientos, pero hoy acusa de golpista a monseñor Castillo Lara, cuya única arma ha sido el Evangelio. En la madrugada del 12 de abril de 2002, durante su segunda rendición, empapó de lágrimas la sotana de monseñor Baltazar Porras, y un poco después elevó, junto al fallecido cardenal Velazco, sus oraciones al Santísimo pidiéndole que lo ayudara a reducir su soberbia, uno de los siete pecados capitales que con frecuencia comete (quienes lo conocen de cerca dicen que comete algunos otros); resulta que ahora el difunto Cardenal no merece sino el desprecio del hoy de nuevo arrogante mandatario. La ira de Chávez se debe a que la inmensa autoridad de monseñor Castillo Lara le salió al paso a esa colosal farsa que son las elecciones del próximo 7 de agosto y que denunció sin ambigüedades lo que todo el mundo sabe: que el Consejo Nacional Electoral en manos de ese genio del mal llamado Jorge Rodríguez, se convirtió en un ministerio  más de los muchos que tiene el Gabinete Ejecutivo. El prestigio del Cardenal, hoy jubilado, se puso al servicio de una causa noble y justa: desconocer un Gobierno que se ha convertido en una dictadura revestida con un tenue barniz de legalidad. Esa postura digna y firme fue la que disparó los sensibles fusibles del jefe de Estado.

         Paso ahora a los ministros. ¿Cuál será el tipo de  sangre que circula por el cuerpo de Aristóbulo Istúriz, nada más y nada menos que ministro de Educación y Deportes, una vez más objeto de los chistes racistas del Presidente de la República? ¿Qué se moverá por las venas de María Cristina Iglesias, ministra del Trabajo, y de Elías Jagua, ministro de Economía Popular, ambos sociólogos egresados de la UCV, recinto en el  que la tolerancia y la convivencia se defienden como valores inquebrantables? Por cierto que con Jagua la democracia fue especialmente permisiva. Cuando estudiaba en la UCV, era uno de los tunantes que  cada jueves participaba en la quema de algún vehículo o en el secuestro de algún camión o autobús. Nunca las autoridades ucevistas lo entregaron a la policía. Jamás lo expulsaron. Su rebeldía, con capucha y sin causas, era vista con benevolencia por una institución que jamás lo trató como el bandido que era. María Cristina y Aristóbulo, que deben incluir en su currículo su tránsito  por Acción Democrática, hasta ayer decían enardecerse cuando presenciaban una injusticia cometida por quienes detentan el poder.

         Como ocurre en todas las autocracias comunistas, y la que tenemos aquí avanza viento a favor hacia allá, el déspota se rodea de incondicionales que le aplauden a rabiar sus desmanes y se humillan ante sus exabruptos. Stalin forzaba a bailar danzas cosacas a Nikita Jruschov. Entre sus secuaces se encontraban los que llevaban un registro detallado de los minutos que aplaudían los miembros del entorno más inmediato de Koba, el temible. ¡Ay de aquellos que se cansaran de aplaudir! Les esperaban los gélidos desiertos  de Siberia. Sólo podían suspender el choque de las palmas cuando el dictador, compadecido del esfuerzo de sus camaradas, con una leve señal ordenaba suspender el tributo. Fidel insulta públicamente  a sus colaboradores más cercanos para demostrar su poder omnímodo. La ruta trazada por Stalin y Fidel guía los movimientos del gamonal vernáculo.

En sus comienzos Aló Presidente fue concebido como una forma de conectar al primer mandatario directamente con el pueblo. Las llamadas del soberano debían ser atendidas sin intermediarios por el líder. Se satisfacía así  una de las recomendaciones de Norberto Ceresole: la relación del caudillo con el pueblo debe ser directa. Con el tiempo este formato sencillo fue cambiando, pues ya no satisfacía el inmenso ego del autócrata. Ahora es una demostración de fuerza ante el país y sobre todo frente a sus eventuales competidores internos, además de  control pleno del poder. Los favorecidos están a la diestra del señor todopoderoso. Los caídos en desgracia quedan fuera del círculo de hierro. Los elegidos ingresan  a la corte de genuflexos obligados a perder todo sentido de la dignidad y el decoro.

Esos ministros serviles deberían saber que en las autocracias comunistas, las pruebas de fidelidad y sumisión que reclama el jefe van in crescendo. Mientras mayor es el poder del amo, mayores  las demostraciones de  obsecuencia que deben dar sus súbditos. Hoy los ministros de Chávez aplauden los vejámenes a la Iglesia Católica por intermedio de los monseñores Castillo Lara y Velazco. Pronto las víctimas serán otros personajes  más cercanos a esos funcionarios, si es que no son ellos mismos. ¿Volverán a reírse y aplaudir? ¿Quién se conmoverá por ellos? La benevolencia de la democracia con Jagua, Istúriz e Iglesia no se repetirá cuando la furia del jefe comunista caiga sobre ellos. 

tmarquez@cantv.net                  

 
 
 
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