No
es un ejercicio sencillo establecer qué resultaba más repugnante
del Aló, Presidente del domingo 17 de julio, si ver al
caudillo en abierto y cobarde ejercicio abusivo del poder, o
presenciar la abyecta entrega de la jauría de ministros y
ministras que se congraciaban y reían a mandíbula batiente
cuando Chávez, violando las normas que rigen el horario infantil
de la Ley de Contenidos precisamente el Día del Niño, escarnecía
al cardenal Rosalio Castillo Lara y profanaba la memoria del
cardenal Ignacio Velazco, este último sin posibilidades de
replicar el insulto.
Chávez ya
no genera sorpresas. De él cualquier desplante puede esperarse,
así como cualquier contradicción con sus propias opiniones
recientes o remotas. En 1992 dirigió dos golpes de Estado
sangrientos, pero hoy acusa de golpista a monseñor Castillo
Lara, cuya única arma ha sido el Evangelio. En la madrugada del
12 de abril de 2002, durante su segunda rendición, empapó de
lágrimas la sotana de monseñor Baltazar Porras, y un poco
después elevó, junto al fallecido cardenal Velazco, sus
oraciones al Santísimo pidiéndole que lo ayudara a reducir su
soberbia, uno de los siete pecados capitales que con frecuencia
comete (quienes lo conocen de cerca dicen que comete algunos
otros); resulta que ahora el difunto Cardenal no merece sino el
desprecio del hoy de nuevo arrogante mandatario. La ira de
Chávez se debe a que la inmensa autoridad de monseñor Castillo
Lara le salió al paso a esa colosal farsa que son las elecciones
del próximo 7 de agosto y que denunció sin ambigüedades lo que
todo el mundo sabe: que el Consejo Nacional Electoral en manos
de ese genio del mal llamado Jorge Rodríguez, se convirtió en un
ministerio más de los muchos que tiene el Gabinete Ejecutivo.
El prestigio del Cardenal, hoy jubilado, se puso al servicio de
una causa noble y justa: desconocer un Gobierno que se ha
convertido en una dictadura revestida con un tenue barniz de
legalidad. Esa postura digna y firme fue la que disparó los
sensibles fusibles del jefe de Estado.
Paso ahora a los ministros. ¿Cuál será el tipo de sangre que
circula por el cuerpo de Aristóbulo Istúriz, nada más y nada
menos que ministro de Educación y Deportes, una vez más objeto
de los chistes racistas del Presidente de la República? ¿Qué se
moverá por las venas de María Cristina Iglesias, ministra del
Trabajo, y de Elías Jagua, ministro de Economía Popular, ambos
sociólogos egresados de la UCV, recinto en el que la tolerancia
y la convivencia se defienden como valores inquebrantables? Por
cierto que con Jagua la democracia fue especialmente permisiva.
Cuando estudiaba en la UCV, era uno de los tunantes que cada
jueves participaba en la quema de algún vehículo o en el
secuestro de algún camión o autobús. Nunca las autoridades
ucevistas lo entregaron a la policía. Jamás lo expulsaron. Su
rebeldía, con capucha y sin causas, era vista con benevolencia
por una institución que jamás lo trató como el bandido que era.
María Cristina y Aristóbulo, que deben incluir en su currículo
su tránsito por Acción Democrática, hasta ayer decían
enardecerse cuando presenciaban una injusticia cometida por
quienes detentan el poder.
Como
ocurre en todas las autocracias comunistas, y la que tenemos
aquí avanza viento a favor hacia allá, el déspota se rodea de
incondicionales que le aplauden a rabiar sus desmanes y se
humillan ante sus exabruptos. Stalin forzaba a bailar danzas
cosacas a Nikita Jruschov. Entre sus secuaces se encontraban los
que llevaban un registro detallado de los minutos que aplaudían
los miembros del entorno más inmediato de Koba, el temible. ¡Ay
de aquellos que se cansaran de aplaudir! Les esperaban los
gélidos desiertos de Siberia. Sólo podían suspender el choque
de las palmas cuando el dictador, compadecido del esfuerzo de
sus camaradas, con una leve señal ordenaba suspender el tributo.
Fidel insulta públicamente a sus colaboradores más cercanos
para demostrar su poder omnímodo. La ruta trazada por Stalin y
Fidel guía los movimientos del gamonal vernáculo.
En sus comienzos
Aló Presidente fue concebido como una forma de conectar al
primer mandatario directamente con el pueblo. Las llamadas del
soberano debían ser atendidas sin intermediarios por el líder.
Se satisfacía así una de las recomendaciones de Norberto
Ceresole: la relación del caudillo con el pueblo debe ser
directa. Con el tiempo este formato sencillo fue cambiando, pues
ya no satisfacía el inmenso ego del autócrata. Ahora es una
demostración de fuerza ante el país y sobre todo frente a sus
eventuales competidores internos, además de control pleno del
poder. Los favorecidos están a la diestra del señor
todopoderoso. Los caídos en desgracia quedan fuera del círculo
de hierro. Los elegidos ingresan a la corte de genuflexos
obligados a perder todo sentido de la dignidad y el decoro.
Esos ministros
serviles deberían saber que en las autocracias comunistas, las
pruebas de fidelidad y sumisión que reclama el jefe van in
crescendo. Mientras mayor es el poder del amo, mayores las
demostraciones de obsecuencia que deben dar sus súbditos. Hoy
los ministros de Chávez aplauden los vejámenes a la Iglesia
Católica por intermedio de los monseñores Castillo Lara y
Velazco. Pronto las víctimas serán otros personajes más
cercanos a esos funcionarios, si es que no son ellos mismos.
¿Volverán a reírse y aplaudir? ¿Quién se conmoverá por ellos? La
benevolencia de la democracia con Jagua, Istúriz e Iglesia no se
repetirá cuando la furia del jefe comunista caiga sobre ellos.
tmarquez@cantv.net
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