La
obra bufa titulada “Tribunal Antiimperialista” se inscribe en la
clásica tradición de los tribunales constituidos por Stalin
durante los célebres Juicios de Moscú, a mediados de los años 30
del siglo pasado, que le sirvieron de marco al temible déspota
comunista para asesinar, con una manto de legalidad, a todos sus
opositores, reales o inventados, y así acabar con cualquier
posibilidad de relevo en el poder. En esa misma onda se mueven
los juicios revolucionarios presididos por el Che Guevara en la
fortaleza militar La Cabaña, en La Habana, en los que mediante
fórmulas sumarias acribilló en el paredón a centenas de cubanos
acusados de “contrarrevolucionarios”, sin abogado defensor y con
jueces que previamente habían recibido la orden de condenarlos y
aplicarles la pena capital. Frente a la duda, ¡mátenlo!, fue la
orden terminante girada por el jefe guerrillero. Así funcionaba
la justicia en Cuba en los inicios de la revolución, y así sigue
funcionando. En sus tribunales se condenó a muerte al general
Arnaldo Ochoa y a los tres jóvenes que hace dos años
secuestraron un yate para huir del infierno comunista, y se
castiga a la disidencia, acosada por turbas castristas y por el
G-2.
El Tribunal Antiimperialissta que
sentenció a George Bush y al Gobierno de los Estados Unidos por
“crímenes contra la humanidad” constituye una metáfora de cómo
funciona el Poder Judicial y la justicia en la Venezuela
bolivariana: sin imparcialidad, sin independencia, con
dictámenes previos y sin abogados defensores, tal como dijo José
Vicente Rangel al instalar el “tribunal”. Así es el Poder
Judicial que está procesando a los generales Usón y Poggioli,
que conoce la causa de los comisarios Vivas, Forero y Simonovis,
que se encarga de enjuiciar a los presos del Táchira y a Carlos
Ortega, que se niega a investigar la muerte de la señora Maritza
Ron, a pesar de que los posibles asesinos fueron fotografiados
por los reporteros gráficos de los periódicos más importantes
del país, y que no exige aclarar las condiciones en que fue
masacrado el abogado Antonio López Castillo por una comisión
policial que inventó un enfrentamiento que, según declaraciones
de testigos presenciales, nunca existió. En ese Poder quieren
empotrar a María Corina Machado y a todo el equipo de Súmate,
con el fin de hacer desaparecer la herramienta tecnológica más
eficaz con que cuenta la democracia.
El fulano
“tribunal”, constituido en el marco del Festival Mundial de la
Juventud y los Estudiantes, busca alimentar el odio de las
nuevas generaciones contra el Gobierno de una nación, que si
bien ha cometido numerosos errores en política internacional, ha
sido una de las democracias más sólidas y avanzadas del mundo,
y ha servido de freno para contener la vocación expansionista
del nazifascismo, el comunismo e ideologías totalitarias, como
las que animan a los fundamentalistas islámicos. ¿Qué habría
sido de Europa y del mundo si los Estados Unidos no se
incorporan a la alianza que enfrentó con todo su potencial
bélico a ese ser demencial que era Hitler? Y después de
finalizada la II Guerra Mundial y consolidado Stalin en el
Kremlin ¿qué habría sido de Europa occidental y del resto del
planeta, si USA no hubiese asumido con voluntad indoblegable el
reto de bloquear la posibilidad de que el comunismo se
extendiera más allá de la “cortina de hierro”?
La Organización del Tratado del
Atlántico Norte (OTAN), alianza liderada por los
norteamericanos, sirvió de escudo protector contra los planes de
Stalin, primero, y luego de los otros gobernantes soviéticos,
que no se conformaban con verse restringidos a los países
satélites que integraban el Pacto de Varsovia. De no haber sido
por los Estados Unidos la humanidad habría tenido muchos Gulags.
Los norteamericanos asumieron la inversión militar que les
impidió a los rusos secuestrar a Europa occidental, tal como -violando
los acuerdos de Potsdam, Yalta y Teherán- habían hecho con
Europa oriental Además, los gringos auxiliaron a Europa con el
Plan Marshall, que rescató a millones de europeos, alemanes
entre ellos, de la miseria y el hambre que habían dejado los
seis años de la hecatombe provocada por los nazis.
En
América latina, si bien es cierto que el Gobierno norteamericano
se equivocó al apoyar dictaduras como las de Trujillo, Pérez
Jiménez (idolatrado por el hombre de Sabaneta) y Somoza, o al
conspirar contra los gobiernos constitucionales de Salvador
Allende y Jacobo Arbenz, no es menos cierto que ha sido el
principal antídoto contra el virus comunista que siempre ha
tratado de introducir Castro en la región. Sin los
norteamericanos no habríamos padecido una Cuba y un Fidel, sino
muchas islas caribeñas y numerosos dictadores barbudos. De
George Bush no se puede decir que sea simpático y agraciado.
Carece del encanto de Bill Clinton, por ejemplo. Pero el hombre
ha tenido coraje para defender la democracia y la cultura
occidental, y actualmente se levanta como el principal obstáculo
al proyecto comunista que Hugo Chávez y su protegido Fidel, han
delineado para Venezuela. Ambos gobernantes tratan de implantar
un modelo similar al que sufre el territorio insular desde hace
medio siglo. Bush es el más importante aliado que tienen los
sectores democráticos nacionales frente al proyecto hegemónico
que trata de imponer el comandante. Sólo tendríamos que imaginar
lo que habría ocurrido en Venezuela si en vez de estar Bush en
la Casa Blanca, hubiese sido un mandatario débil y complaciente
como Jimmy Carter. El autócrata criollo habría avanzado como río
en conuco. De la democracia fundada en 1958 no quedaría ni
rastro. Venezuela sería una nación fundida con Cuba, y el
comunismo se habría decretado ya, tal como lo hizo Fidel en
1961.
Por cierto, de
la persona que instaló el evento del Poliedro, y que fungió como
su Presidente, no puede decirse lo que se afirma de los buenos
vinos: que envejecen con nobleza y dignidad. Todo lo contrario,
ese señor avanza hacia el ocaso reptando. Hoy se presta para
todas las majaderías de su jefe, como si de un adolescente se
tratase.
tmarquez@cantv.net
|