La
reacción del régimen frente al inmenso desencanto puesto de
manifiesto el 4-D no ha podido ser más soberbia y, por
paradójico que parezca, más servil frente al caudillo.
Acostumbrado a
comprar lealtades a punta de petrodólares, de los cuales algún
día no remoto tendrá que dar cuenta frente a todos los
venezolanos, Chávez ha reaccionado con furia bíblica ante los
informes preliminares, pero muy bien fundamentados y ecuánimes,
de la OEA y la Unión Europea. Se trata, según su atrabiliaria
interpretación de los hechos, de una conjura urdida por los
sectores de la derecha internacional, a cuya cabeza se encuentra
nada más ni nada menos que mister Danger, George W. Bush. A
despecho de lo dicho cuando esbozó el Nuevo Mapa Estratégico en
Fuerte Tiuna los días 11 y 12 de noviembre de 2004, que admitió
que la abstención sería fatal para su revolución, ahora se niega
a aceptar que el pueblo ya no muerde el anzuelo de su verbo
exaltado y de su retórica vacía. La causa de la abstención no la
encuentra en el desencanto y frustración que su incompetencia
provocan, sino en el complot de agentes y fuerzas
contrarrevolucionarias. Astuto como es, ¿pensará en serio que
existe tal conspiración, o intenta vanamente negar las
verdaderas causas que él conoce como nadie?
Todos los
monaguillos del amo del poder han entrado en dura competencia
para ver cuál se arrastra más rápido hasta el último sótano.
Nicolás Maduro declara que la nueva Asamblea Nacional –parecida
a los parlamentos de las repúblicas democráticas populares de la
URSS y de los antiguos países socialistas de Europa oriental-
legislará para que el hombre de Sabaneta gobierne sin
dificultades hasta 2030. ¿Se habrá dado cuenta el zar de la
Asamblea que el pueblo, con su ensordecedor silencio, le dijo
¡NO! a la forma de Chávez conducir la nación y el Gobierno?
Juan Barreto, en vez de ocuparse del problema de la basura y de
la inseguridad –que para eso está allí- señala que “ya basta
de elecciones; el pueblo quiere a Chávez sin más interferencias
comiciales”. En otras palabras, todo el poder para el nuevo
dictador. William Lara pregona que el MVR sólo se reunirá con
las organizaciones que hayan participado en la consulta del 4 de
diciembre. Pues entonces lo hará únicamente con las que tienen
representación parlamentaria; o sea, las chavistas. ¿Habrá oído
Lara alguna vez la famosa frase de Isaac Rabin, el primer
ministro israelí asesinado por un fanático ultraderechista,
según la cual el mérito de una negociación consiste en
entablarla y llegar a acuerdos con los adversarios?
Jorge Rodríguez, vapuleado por la masa, Súmate y los partidos,
amenaza con su “jamás renunciaré”. En un país donde las
instituciones funcionen con independencia y equilibrio, ese
psiquiatra tendría que estar explicando por qué el CNE no logró
crear confianza en el electorado, ni siquiera entre los
partidarios del Gobierno, a pesar de la fabulosa suma de dólares
invertidos en una tecnología que ha convertido el proceso
electoral venezolano en el más moderno y, sobre todo, más
sofisticado del mundo. ¿Esa inversión, y ese sacrificio
financiero, no se habían realizado para lograr transparencia y
asegurar el entusiasmo de los ciudadanos? ¿Quién le exige
cuentas al doctor Rodríguez por esa oferta engañosa y por ese
inmenso fraude? Su figura quedará irremediablemente asociada con
la de Eduardo Semtei, aquel oscuro personaje que tarareaba “el
28, el 28, el 28”, y que jamás rindió un informe sobre la
fortuna que le costó a Venezuela el aplazamiento de las
elecciones que debían celebrase el 28 de mayo de 2000.
No
aparece un funcionario del Gobierno, tampoco un dirigente del
partido oficialista o del CNE, que exprese con algún sentido
autocrítico el análisis de la crisis de representatividad y la
debacle que significó el 4-DD para la democracia. La arrogancia
con la que ha reaccionado el régimen en todas sus instancias,
permite suponer que Chávez y sus secuaces optaron por el camino
del enquistamiento, la exclusión y la represión. La ancestral
crítica del comandante a la democracia representativa, ahora se
manifestará de múltiples formas. La condena injusta y cruel
contra Carlos Ortega muestra lo que les puede ocurrir a otros
dirigentes de la oposición en el futuro cercano. Oscuros son los
augurios en torno a Simonovis, Forero y Vivas, así como al resto
de los presos políticos, incluido el empresario Nelson Mezerhane.
Las demandas de la oposición por un nuevo CNE -lo cual pasa por
la salida de Rodríguez, Battaglini y compañía, pero no sólo por
allí- no luce sencilla. El psiquiatra, de forma implícita, ha
recibido el apoyo de Chávez y José Vicente Rangel. A lo mejor el
juego de fuerzas internas dentro del oficialismo conduce a la
defenestración del presidente del CNE, pero esto en modo alguno
es garantía de que quien lo sustituya reúna el. equilibrio e
imparcialidad que el restablecimiento pleno de la democracia
representativa exige. Tampoco parece sencillo lograr el resto
de las condiciones que permitirían tener unas elecciones
confiables en diciembre de 2006: eliminación de las captahuellas,
auditoría del REP, conteo manual de los votos, impedir (o al
menos reducir) el monárquico abuso por parte de Chávez de los
recursos del Estado para financiar su campaña.
El
comandante parece haber escogido el camino transitado por Fidel
Castro a comienzos de los años 60: acorralar la oposición,
controlar todas las instituciones del Estado, convertir las
elecciones en un simulacro, gobernar a pesar de ser minoría.
Esta alternativa le ha servido a Castro para mandar con mano de
hierro durante casi medio siglo en esa isla caribeña. La
realidad venezolana es muy distinta. Aquí existe una tradición
democrática que nunca tuvo el territorio antillano. Esto,
lamentablemente, no lo percibe el profesor Agustín Blanco Muñoz
en todas sus complejas consecuencias. Para este desatacado
analista, la democracia venezolana entró en una pendiente
inclinada que no puede revertirse en el corto ni mediano plazo.
Presume que la realidad se congeló el día de la consulta
electoral y que en Venezuela comenzó una era glacial. El
historiador no recuerda que el imperio ruso y el totalitarismo
de las naciones del este de Europa, se desmoronaron sin que la
oposición democrática contase con un solo diputado en los
distintos parlamentos, ni un representante en ninguno de los
diversos organismos creados por la burocracia comunista. Si
esto ocurrió en el socialismo del siglo XX, ¿por qué no puede
suceder en el del siglo XXI? Además, a ABM le parecía una
insensatez ir a votar con ese CNE. Entonces, ¿en qué quedamos?
La consecuencia inevitable de abstenerse era entregarle el
Parlamento completo a Chávez. ¿Cómo impedir este resultado si la
gente, y no los partidos, habían tomado la firme determinación
de no dejarse manipular por el comandante y el CNE? De lo que se
trata ahora es de pasar de la abstención a la protesta cívica
activa. El año que viene lo podemos lograr.
NB:
Feliz Navidad y Feliz Año. Nos vemos en enero próximo.
tmarquez@cantv.net
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