Todo
estaba fríamente calculado: el Tribunal Supremo de Justicia de
vacaciones y, por lo tanto, inhabilitado para resolver el
recurso de amparo que los afectados introducirían; el país semi
anestesiado por el asueto escolar; la oposición enfrascada en el
debate sobre la conformación de las planchas unitarias para
encarar con un poquito de mayor fortaleza las elecciones de
diciembre, cuidadosamente preparadas por el ministerio de
asuntos electorales que preside el psiquiatra Rodríguez. En este
cuadro, zass, se produjo el zarpazo: Hugo Chávez, según
palabras del ministro de Agricultura y Tierras, Antonio Albarrán,
ordenó intervenir el hato La Marqueseña, la fábrica de enlatados
Alimentos Heinz, los silos de la agroindustria Promabasa,
propiedad de Polar, y el matadero industrial Fribarsa. De esta
forma responde el comandante al llamado al diálogo formulado por
Fedecámaras a través de su presidente, José Luis Betancourt.
Después el Gobierno considera una calumnia que el Índice
Mundial de Libertad Económica, elaborado anualmente por el
prestigiosos Instituto Fraser de Canadá, coloque a Venezuela en
el lugar 124 de la tabla, el mismo de la República Democrática
del Congo, y sólo por encima de Zimbabwe, Myanmar (Birmania) y
Burundi, todos países muy pobres sometidos a crueles regímenes
despóticos. Estas intervenciones -que se mueven entre la
expropiación y la confiscación, pues no se sabe a ciencia cierta
si el Estado indemnizará a sus legítimos propietarios o
simplemente se adueñará a la brava de esos bienes- forman parte
de esa novela cuyos capítulos anteriores tratan de la invasión
impune de edificios en distintas zonas de Caracas, la toma de
haciendas y fundos en varios estados, intervenciones de los
hatos Charcote y Piñero y la expropiación de industrias como
Venezolana de Papel (Venepal).
El socialismo del siglo XXI necesita reubicar el
lugar y significado de la propiedad privada. Una de las líneas
maestras del proyecto hegemónico chavista pasa por allí: nadie
puede estar seguro de lo que hasta ahora ha detentado. La
posesión de un determinado bien no necesariamente significa
su propiedad. La propiedad -aunque se deriva de la propia
naturaleza humana, así como el intercambio comercial o la
división del trabajo- la preserva el sistema judicial. Es, en
consecuencia, un fenómeno de naturaleza jurídica. Si no existe
un Estado de Derecho que la garantice, la propiedad privada
desaparece o es sometida a tantos ataques que se debilita al
extremo. En Venezuela estamos de vuelta a medioevo, cuando los
siervos de la gleba tenían la posesión de la tierra y los
instrumentos de labranza, pero la propiedad pertenecía al señor
feudal.
Formalmente la propiedad está garantizada en la
Constitución, artículo 115. La presencia de Venezuela en la
Comunidad Andina de Naciones y en MERCOSUR, así como la búsqueda
de aliados para el ALBA, permiten pensar que el Gobierno no
abolirá este principio. El revuelo que causaría entre los
aliados, reales o potenciales, sería tan grande que Chávez
difícilmente escogerá este peligroso atajo. Sin embargo, lo que
sí le atrae, y donde actúa como un Alfred Hitchock, es crear
suspenso. Incertidumbre constituye la clave de su juego. Ya
apareció el doctor Isaías Rodríguez, quien salió de la
vicepresidencia de la Republica a la Fiscalía General, con un
retorcido argumento jurídico en el que antepone el “interés
general” al “interés particular”. La violación de la
Constitución se “justificaría”, según el refinado abogado,
porque el Estado debe velar por los supremos intereses de la
nación, entre los cuales sobresale la condición de los más
pobres. En el caso de La Marqueseña, ahora se descubre que como
parte de esos “supremos intereses” se encuentra el hecho de que
Pedro Pérez Delgado, Maisanta, bisabuelo del teniente coronel
que despacha desde Miraflores, de acuerdo con la confesión que
éste le hiciera a Agustín Blanco Muñoz, era el auténtico
propietario de esas fecundas tierras. Se trata de una
reivindicación familiar y de un reencuentro con el antepasado al
que el bisnieto tanto admira. El episodio con los silos de la
Polar fue de lo más pintoresco. El ministerio de Agricultura y
Tierras y el Instituto Nacional de Tierras (INTI) por un lado
dicen que en los silos las condiciones de trabajo son
infrahumanas y dantescas; por el otro, los trabajadores declaran
que se encuentran de maravilla y que lo mejor que el Gobierno
puede hacer por ellos es dejarlos trabajar tranquilos. De nuevo
a los subalternos se les ve la costura.
No puede ser de otro modo. El propósito de
Chávez y su socialismo del siglo XXI consiste en crear la
sensación de que el país entero, incluidos sus gentes y los
bienes muebles e inmuebles, le pertenecen. Se encuentran bajo su
total custodia. Si concede islas de libertad para que prospere
la iniciativa privada es porque su generosidad carece de
límites. Además, hay que cubrir ciertas formas para que las
sanciones de la comunidad no se desaten y para que los amigos
internacionales no se alejen. No obstante, hay que introducir
agentes patógenos como el miedo en todos los poros de la
sociedad, tal como logró hacerlo Fidel a comienzos de la
revolución en Cuba. Para eso cuenta con el control del Poder
Judicial. Se puede anticipar que, con casi absoluta seguridad,
el fallo del TSJ será favorable al Gobierno cuando conozca el
caso de La Marqueseña. Ya las líneas maestras las trazó Isaías.
Las expropiaciones y confiscaciones forman parte del proceso
revolucionario del que es tan devoto el presidente del máximo
Tribunal, Omar Mora Díaz. Sin embargo, Chávez dirá que el
socialismo del siglo XXI protege la propiedad, no esa que el
mundo occidental conoce desde hace cinco siglo, y que soltó las
amarras para que la humanidad saliera del atraso medieval y
despegará hacia los niveles de bienestar y prosperidad que las
naciones más modernas del planeta disfrutan, sino otra, muy
bolivariana, muy chavista y muy retrógrada, que permite que un
pequeño grupo de incondicionales del régimen autoritario se
conviertan en amos y señores de la nación.
Con el socialismo del siglo XXI estamos viviendo
los episodios de abigeato, abusos y tropelías que de forma
brillante describe José León Tapia en su impactante Tierra de
marqueses, cuya trama también transcurre en Barinas.
tmarquez@cantv.net
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