Cuando
Chávez se siente acorralado, ve que las cosas no le están
saliendo tan bien (o tan mal) como espera, o quiere llevar
adelante sin mayores resistencias algunos de los diversos planes
de destrucción del país, lanza fuegos artificiales para
distraer y crear la ilusión de que su revolución avanza a paso
de vencedores. Sólo la debilidad famélica de la oposición ha
impedido golpear al Gobierno con mayor fuerza por el vil
asesinato de los estudiantes de la Universidad Santa María; el
engaño cruel del que han sido objeto los miles de damnificados
dejados por las lluvias y la desidia en Vargas y otros estados;
el drama homérico que viven los presos de la mayoría de las
cárceles del país, a pesar de que apenas sobrepasan los 20.000;
el saqueo de las reservas internacionales, la desaparición del
bolívar y la extinción progresiva del Banco Central; la
destrucción de Pdvsa; y, en fin, el deterioro general que se ve
por todos lados, sobre todo en Caracas, sucia y abandonada,
ahora más dividida que nunca en guetos que no se comunican entre
sí.
El nuevo
espejismo del “proceso” es la “revolución cultural” dirigida a
rescatar las costumbres autóctonas y combatir el pitiyanquismo.
Se trata, según la atosigante jerga oficial, de salir al
encuentro de nuestras raíces e historia para rendirles un
merecido homenaje a nuestros antepasados. Hipotéticamente se
busca exaltar las virtudes del joropo, el tamunangue, el Pájaro
Guarandol, el golpe tocuyano y las maracas. Todos los
venezolanos, incluidos los del Country Club, tendrán que
demostrar su amor a la tierra de Bolívar, engalanando el suelo
patrio por sus cuatro costados con el tricolor de la bandera
nacional. Lo lamentable de todo este barroquismo es que las
tradiciones que alimentan nuestras nostalgias y recuerdos, en
manos de Chávez terminarán convirtiéndose en una tortura
medieval. Por el camino que vamos, los jóvenes al final odiarán
a Juan Vicente Torrealba y al “Indio” Figueredo, y oirán con
desazón Concierto en la llanura o Fiesta en Elorza.
Sin
embargo, sería una subestimación imperdonable creer que la RC
chavista no pasa de ser una más de las iniciativas pintorescas
que emprende el régimen. Al contrario, la RC podría convertirse
en pieza maestra de la “revolución dentro de la revolución”. En
una forma de adoctrinamiento y fanatización perfectamente
engranada con la reforma del sistema educativo, la creación de
las milicias y de la Policía Nacional. La primera vez que Fidel
Castro lanzó su célebre frase todo dentro de la revolución,
nada contra la revolución, nada fuera de la revolución, fue
en un encuentro con intelectuales, precisamente el grupo que con
mayor fuerza comenzó a oponerse a los planes dictatoriales y
totalitarios del hoy decrépito tirano. Los regímenes con una
marcada propensión al autoritarismo siempre inventan una
“revolución cultural” o “una nueva cultura”. Lo usan como
astringente para borrar los valores predominantes e imponer los
valores, gustos y costumbres que se adecuan a los intereses de
la revolución; o, dicho en términos más precisos, a los del jefe
del grupo que toma el poder.
Esa
monstruosidad llamada “realismo socialista”, licuó la
imaginación de los artistas e intelectuales rusos, e impidió
que -por ejemplo en el campo de la literatura, extraordinarias
plumas como las de Dostoievski, Tolstoi o Chéjov- tuviesen
continuidad en la Rusia del siglo XX. El “realismo socialista”
se le debe a la RC que promovida por Lenin
y Stalin después de 1917. Los grandes escritores soviéticos de
la centuria que acaba de concluir fueron disidentes que, como
Boris Pasternak y Alexandr Solzhenitsin, enfrentaron la
ideología y la cultura oficial con toda la fuerza que sus
respectivas prosas le permitieron. Luego el “realismo
socialista” es adoptado por Fidel como si se tratase de su
propia cosecha. Su RC consistió en reproducir lo que Stalin,
Jruschov y Brézhnev habían hecho en la URSS. La RC cubana
rescató las raíces africanas de la isla, pero acabó con
escritores excelsos como Cabrera Infante, Raúl Arenas y Zoé
Valdés. A los primeros disidentes que decidieron quedarse en la
isla los persiguió y acorraló. Así transcurrieron los días
finales de José Lezama Lima. Los excelentes novelistas que han
resistido con reciedumbre numancina la arremetida oficial, sin
abandonar el territorio cubano, viven alejados de los agasajos y
prebendas que la nomenclatura fidelista les reserva a sus
acólitos. Allí se encuentran Leonardo Padura y Pedro Juan
Gutiérrez. La más famosa y trágica de las “revoluciones
culturales” ha sido la China de la era de Mao. La pudibundez y
pacatería de los chinos, mientras Mao se refocilaba con jóvenes
de ambos sexos en sus aposentos, llegó a tales niveles que el
milenario país pasó a parecerse a las aldeas medievales del
siglo XII. La RCCh logró inculcar terror hasta en los genes. En
este período, oír a Beethoven o los Beach Boys (engendros del
imperio yanqui) era un pecado antirrevolucionario que se pagaba
con la muerte. La vida de millones de adolescentes fue aplastada
por un genocida enloquecido por el poder, que pregonaba que el
trabajo intelectual era dañino para el alma, y que lo único que
reconfortaba el espíritu era el trabajo manual. ¡Mueran los
intelectuales! fue una de las consigas más voceadas por los
Guardias Rojos. En medio del delirio por poco muere un novelista
excelso como Gao Xingjian, premio Nobel de Literatura 2001. La
RC en la Camboya de Pol Pot costó más de 2 millones de muertes,
la inmensa mayoría profesionales e intelectuales citadinos, y se
hizo para rescatar la ruralidad de los camboyanos.
En
los países que he mencionado, todos comunistas, la RC ha
servido para acabar con la cultura, la imaginación, la
creatividad, la libre expresión y el desarrollo de las potencias
creativas del pueblo, como decía Aquiles Nazoa. Ha sido un
instrumento de control y dominación totalitario, que lleva
delante de forma soterrada o abierta, según los casos, el
sometimiento de los pueblos. La RC de Chávez está comenzando
como un proceso pintoresco impulsado por un caudillo igualmente
folclórico. Pero, ¿hasta dónde llegará?
tmarquez@cantv.net
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