El
licenciado egresado de la Escuela de Historia de la UCV, Samuel
Moncada, actual ministro de Educación Superior, llegó a ese
despacho con el firme propósito de destruir las universidades
autónomas, críticas y, en consecuencia, laicas, para que su
lugar lo ocupen los centros de enseñanza al servicio del credo
bolivariano y del socialismo (en realidad, comunismo) del siglo
XXI. Universidades que actúen como madrazas (escuelas talibanas)
dirigidas por obsecuentes, verbigracia, el odontólogo Emil
Calles, quien funge de rector de la USR. Esa fue la misión que
le asignó Hugo Chávez. El comandante no tolera la oposición en
ningún frente, menos en el académico. Luego de la derrota
aplastante de los tomistas de la UCV en el año 2001, del fracaso
de los candidatos a Rector del oficialismo y de la incapacidad
de los seguidores del “proceso” de materializar la
“Constituyente universitaria”, con la que pretendían llevar a
cabo la revolución en la educación superior, el autócrata optó
por cercar financieramente a las universidades, con el fin de
someterlas a sus designios. A las universidades autónomas –UCV,
LUZ, ULA, UDO y UC- el Gobierno las quiere transformar en
grandes liceos, en las que se transmita información básica sobre
las disciplinas del saber científico, pero en las que no exista
ninguna capacidad de producción de conocimientos innovadores, y
mucho menos críticos acerca de lo que ocurre en Venezuela. El
arma que el Ejecutivo utiliza para agredir no es la bayoneta ni
el fusil. Con la apatía del gremio de los profesores y del de
los empleados, no hace falta que el Gobierno apele a la
violencia desembozada. Los encapuchados que todos los jueves
incendiaban carros en la plaza Las Tres Gracias o frente al
Jardín Botánico, hoy son ministros o altos funcionarios. Los
dirigentes gremiales que durante los gobiernos de Lusinchi o
Caldera promovieron largas huelgas o levantaron enormes
pancartas en la sede de la Asociación de Profesores para
protestar contra Antonio Luis Cárdenas o Teodoro Petkoff,
ministros de Caldera, porque no elevaban los sueldos de los
docentes, en la actualidad no hacen nada eficaz para impedir
que la actividad docente e investigativa se desenvuelva en
condiciones adecuadas, y para evitar que la remuneración del
personal docente se convierta en polvo. Su protesta no pasa de
comunicados desabridos, carentes de toda fuerza y capacidad de
convocatoria. De repente esa dirigencia perdió el coraje que
antes exhibía. No se le ocurre ninguna ninguna protesta firme,
mientras el lugarteniente de Chávez, Samuel Moncada, avanza
impertérrito hacia la conquista de la plaza que se le encomendó.
El presupuesto
que la OPSU y el MES aprobaron para 2006, y que obligaron
aceptar a las universidades nacionales, sólo contempla un
incremento de 3.5% con respecto al del año 2005. Ni siquiera
aumenta el porcentaje de inflación que el BCV reconoce que habrá
para el 31 de diciembre del año en curso, y mucho menos el que
prevé para el próximo. En términos reales, por lo tanto, se
producirá una merma significativa de los ingresos, lo cual
afectará el desempeño de la docencia, la investigación y la
extensión. La partida para reposición de cargos queda seriamente
lesionada, lo mismo que el pago a los profesores jubilados.
Mientras esto ocurre con las universidades autónomas, se
privilegia a la Universidad Bolivariana y la Universidad de
la Fuerza Armada, dos instituciones apéndice del socialismo del
siglo XXI.
El discurso con
el que se recubre el asedio a las casas superiores de estudio es
el de la igualdad y la equidad. Ahora bien, ¿qué significan esos
conceptos en una institución que por su propia naturaleza es
elitesca y de excelencia? Todas las universidades autónomas
tienen programas para favorecer estudiantes que provienen de
los sectores socioeconómicos con menores recursos. El problema,
en consecuencia, no reside allí, sino en las dificultades que
surgen una vez que esos estudiantes se incorporan como alumnos
regulares. Mantener a un estudiante dentro del sistema superior
implica un gasto que la propia universidad sólo puede asumir
parcialmente mediante becas y otras ayudas. Y es precisamente
éste uno de los rubros afectados por la falta de asignaciones
adecuadas. Por otra parte, el acceso de esos alumnos a textos y
bibliografía especializada, así como a computadoras,
laboratorios e Internet, se limita severamente porque las
universidades, por las barreras financieras, no pueden
proporcionarles a todos los estudiantes la misma oportunidad. En
dos platos: la universidad no crea las desigualdades, sino que
las reproduce, a pesar de los esfuerzos que realiza para impedir
que la brecha entre ricos y pobres conspire contra estos
últimos. Al restringirles presupuesto a las universidades
nacionales, el comandante Chávez, y su subalterno, el licenciado
Moncada, atacan a los estudiantes más débiles, a los que no
poseen una computadora en su casa, a los que no pueden comprar
libros, a los que no pueden suscribirse a revistas
especializadas, a los que no están en capacidad de subsanar sus
debilidades mediante cursos de extensión. Afecta a las centenas
de miles de familias que se han hundido en la pobreza durante
estos siete años.
El discurso
igualitario y equitativo de Chávez y Moncada representa otra
farsa más del socialismo del siglo XXI. Con él, ambos pretenden
ocultar el proyecto hegemónico que inspira al hombre de Barinas.
Lo que a ellos les interesa es aniquilar todo vestigio de
pensamiento independiente, crítico y creador. Las universidades
de la Rusia comunista estaban totalmente sometidas a la
ideología oficial, al marxismo oficial, como se conocía la
liturgia creada por las distintas academias de ciencias de la
URSS. Así son las universidades en Cuba, donde sólo ingresan
estudiantes con una amplia trayectoria en el Partido Comunista,
incluida la fase de Pioneros. Aquí ya hemos visto algunos de
esos especímenes. El ideal de universidad para el dúo
Chávez-Moncada es ése en el que sus autoridades, profesores,
estudiantes, empleados y obreros formen parte de las milicias,
de la Guardia Territorial, hablen contra el imperialismo
norteamericano, alaben el socialismo del siglo XXI, vayan al
Teresa Carreño a aplaudir al caudillo, se hermanen con Fidel, y
conviertan la Ciudad Universitaria en sede de cuanta misión se
le ocurra al Presidente.
Estas metas no
las lograrán, pero lo que sí están obteniendo es la destrucción
progresiva de las universidades. ¿Qué haremos sus dolientes?
tmarquez@cantv.net
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