Ahora estamos viendo
los resultados concretos de que Hugo Chávez, durante los casi
siete años de su gobierno, haya privilegiado la agenda
internacional, en donde incluye en puesto de honor las
relaciones con Cuba y Fidel Castro, el apoyo a Evo Morales, a
los piqueteros argentinos, a los grupos izquierdistas que
integran el Foro de Sao Paulo, convertido en Foro Social
Mundial, a los sandinistas y demás sectores de la izquierda
subversiva centroamericana. Estamos presenciando las
consecuencias de su lenguaje pugnaz y su práctica excluyente,
arrogante y sectaria, en la que no cabe el diálogo y la
concertación con sus adversarios. Percibimos los efectos de no
haberse asumido como el Presidente de todos los venezolanos,
sino sólo de esa franja, muchas veces agresiva e intolerante,
que lo respalda de forma incondicional. Vivimos en carne propia
las consecuencias nefastas de que su Gobierno sea gerenciado a
partir de la improvisación, el gasto desmesurado y sin control,
la negligencia, la corrupción impune. Observamos los reflejos de
que la Hacienda Pública se maneje como si fuese la cartera
particular del autócrata, y con ella, por ejemplo, se compre
sin ninguna razón económica que lo justifique, deuda argentina
y ecuatoriana, sin que la Asamblea Nacional ni la Contraloría ni
ninguna otro organismo supervise esas inversiones.
Siete
años acabando con el profesionalismo de la gerencia pública y
desmantelando el Estado laico, para sustituirlo por una
ideocracia fanatizada y obediente de las órdenes políticas del
caudillo, no pasan en vano. La tarea meticulosa y persistente de
imponer un proyecto hegemónico, ahora bautizado -según la
fórmula de ese profesor salido del paleolítico llamado Heinz
Dieterich- socialismo del siglo XXI, está dando sus resultados:
Venezuela se ranchifica a ritmos de vértigo, al tiempo que la
maquinaria gubernamental se traba por todos lados. Además de no
crear riqueza, el Gobierno permite que se destruya la que
existe. ¿Podía esperarse algo distinto de un Gobierno en el que
nada se decide sin contar con la venia del jefe, en el que
desaparecieron los gabinetes sectoriales y en el que el Gobierno
es dirigido domingo a domingo desde Aló, Presidente?
El país
en el septenio de Chávez se ha fracturado no sólo en el plano
político, que lo ha estado desde que asumió la Presidencia de
la República el ya lejano 2 de febrero de 1999, sino en el
sentido geográfico del término: han aparecido enormes cráteres
en las autopistas y carreteras que evidencias la incuria del
comandante, quien pretende utilizar a los ministros de escudo
protector para justificar su desgobierno. Chávez no sólo no
construye nuevas autopistas y carretera, sino que deja
deteriorar las que los gobiernos anteriores dejaron como
patrimonio del país. El hueco que se abrió en la Autopista
Regional del Centro representa una muestra adicional de la
interminable lista de activos, obras artísticas y capital social
que Chávez ha propiciado que se hundan en el abandono. Durante
su mandato más de cuatro mil empresas grandes, medianas y
pequeñas han cerrado sus puertas (cubrir la ruta que va de
Caracas a Puerto Cabello, el eje centro norte costero, resulta
desolador, a pesar de que la nación no ha sostenido un conflicto
bélico con ninguna potencia internacional); el patrimonio
artístico y cultural de Caracas ha sido saqueado o utilizado de
manera abusiva por el régimen, así lo ejemplifican los casos de
las esculturas móviles de Jesús Soto, Alejandro Otero y la
estatua de Cristóbal Colón, destrozada por una turba frenética
de chavistas, frente a la complacencia de las autoridades que
debieron haber impedido semejante acto de barbarie. El Teatro
Teresa Carreño y el Teatro Municipal, acerbo cultural de la
ciudad de Caracas, han sido convertidos por el chavismo en sus
ateneos particulares. Muchos hospitales y escuela ya han corrido
la suerte de los Soto y los Otero.
En todos
los organismos públicos han ido desapareciendo conceptos como
eficacia, eficiencia, evaluación de resultados, supervisión y
control. El aparato gubernamental, y sobre todo los inmensos
recursos públicos provenientes de los altos precios
internacionales del petróleo, Hugo Chávez los utiliza para
implantar un proyecto revolucionario que conspira contra el
presente y el futuro de la nación. El colapso de las vías de
transporte terrestre que circundan a Caracas y otras del
interior de la República, muestran la intrínseca ineptitud de
los gobiernos socialistas, o que tratan de serlo. En el caso de
Chávez, su esquema es todavía más perverso, pues trata de
alcanzar el hipotético socialismo del siglo XXI a base de
petrodólares que gasta sin medida ni concierto. El resultado es
una mezcla explosiva de socialismo y populismo que conduce al
país a la ruina. Dentro de ese patrón cabe el despilfarro de
los dineros públicos, pero no la calidad y los altos niveles de
rendimiento; conviene malbaratar en misiones con efectos
publicitarios inmediatos, pero no invertir en esa labor
rutinaria que es el mantenimiento de autopistas y carreteras;
tiene sentido alimentar una amplia clientela que recibe
créditos, becas y diferentes tipos de dádivas del Gobierno,
pero no fomentar la inversión privada doméstica e internacional
que crea empleos en los que se exige disciplina y
responsabilidad; es coherente incorporar y mantener un amplio
sector de empleados públicos que cobran dos veces al mes, pero
no incorporar profesionales competentes con criterios propios y
formación calificada.
El hueco de
Paracotos representa una metáfora de lo que ha significado
Chávez para Venezuela. La fosa que mantiene parcialmente
incomunicada la capital de la República, reproduce ese túnel sin
salida en el que entramos en 1999 y del que sólo podremos salir
cuando el viejo golpista, ahora convertido en socialista,
abandone Miraflores.
tmarquez@cantv.net
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