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La organización del desamparo y la preparación de las hallacas
por Teódulo López Meléndez  
ábado, 8 julio 2006

 

No recuerdo en que contexto exacto habló Hannah Arend de “desamparo organizado”, pero si se recuerda su obra en conjunto seguramente lo hizo ante el brote totalitario que caía sobre Europa y en el marco del desasosiego de su época.  

El desamparo se organiza por necesidad ante una persecución, pero se organiza para minimizar el sufrimiento, para cubrir psicológicamente las penurias, para tener un rostro que mirar en la tragedia. Desamparo es no tener amparo, el desamparado es el que está separado o dislocado, desamparar es dejar sin amparo a alguien. Ese dislocado no tiene fuerza ni estrategia para enfrentar el mal que lo acecha. Se queja en su desamparo de no haber tomado previsiones, de haber sido descuidado en sus análisis, de haber escondido el rostro tras las cortinas pensando que el acechante no venía sobre él.  

El desamparo en política es producto de la ausencia de cultura y de criterio. Otras veces de hipnotismo de masas, como en el caso de las grandes dictaduras totalitarias del siglo XX, pero aún en estas últimas hay razones de otra índole, como vengar afrentas contra la propia nacionalidad, descubrir un violento contraste entre la grandeza supuestamente merecida y un  estado real de cosas donde prevalecen la humillación y el desprecio. Siempre hay razones para que los pueblos caigan en el desamparo. Son de signo negativo o de signo positivo, sólo que lo positivo es generalmente apariencia. 

El desamparo produce espejismos, tiene un efecto parecido al del sol del desierto quemando arena y tostando cerebros. Por doquier se comienzan a ver palmeras y una fuente de agua cristalina. El desamparado es un zombi que se une a otros para levantar escapes y refugios, salidas artificiales, repeticiones constantes sobre la proximidad del oasis hasta que el desamparado se convence que el oasis está efectivamente delante. 

Los desamparados se unen para auto complacerse en la visión falsa. Todos repiten el oasis está delante y así se apaciguan y entran en una especie de euforia que se convierte en protector y cuyos efectos opioides sedan y las conciencias entran en un mar de tranquilidad. Si el oasis no está delante, como efectivamente no estaba, se complacerán los pobres desamparados repitiendo que cumplieron con su deber, que buscaron el oasis, que agotaron sus energías en el empeño y, en consecuencia, ya no se les pida nada más, que cumplieron con su deber de buscar el oasis. 

Si se les dice que el oasis jamás estuvo delante entrarán en aletargamiento, no responderán a las señales visibles de una caravana que se dirige por ruta segura hacia un sitio de aprovisionamiento. Alegarán que no se puede buscar el oasis, sin comprender que lo buscaron donde sólo había un espejismo.  

Los pueblos desamparados se organizan para perder el tiempo, para gastar energías donde no deben, para ayudarse en su desamparo con mentirijillas. Sólo las direcciones fuertes los pueden sacar del trauma posparto fallido. A veces duran decenios escarbando la tierra con el arado de la resignación, sentimiento al que están muy proclives los pueblos que organizan el desamparo.  

Los pueblos desamparados que meten la pata por sus autoengaños se distraen preparando sopa de coles en las cocinas destartaladas y recordándose de cuando podían echar un pedazo de carne en el hervido.  Entonces deciden que no quieren oír hablar más de desamparo, como si borrándolo del léxico cotidiano lo conjuraran.  Los verdaderos dirigentes, los que aparecen siempre después de los desastres, se sentirán impotentes para despertar a aquél pueblo comedor de coles, pero deberán insistir, aunque el pueblo se dedique a levantar falsos ídolos y a entrar en pecaminosas actividades. Si la voz es fuerte, decidida, sin titubeos y sin dobleces, los comedores de coles desamparados terminarán la pequeña juerga de su falta de cultura política y tal vez sea posible arrancarles un hálito para la marcha hacia el lugar de la seguridad y de la salvación. 

La organización de los pueblos desamparados es efímera como el espejismo. Los falsos profetas se evaporan, al igual que a sus palabras se las lleva el viento. No duran nada en el imaginario, son lanzados al olvido y algunos, desesperados en la soledad, regresan humildes a los predios que supuestamente combatieron. Es muy propio de los pueblos desamparados por su falta de cultura política, por la manipulación a que han sido sometidos y son sometidos, este tipo de comportamiento que les parece salvador, absolvedor de conciencias, limpiador  de reclamos, tranquilizante que les permite decir que arriesgaron todo sin arriesgar nada. Entonces alegarán que no hay espíritu navideño, que no hay voluntad para hacer las hallacas, pero que de todas maneras harán unas poquitas para no perder la tradiciones y la costumbres. Por encima del olor a güisqui que quedará como resaca de “mientras se pueda” tendrá que venir una dirección a latiguear, a sustituir la organización del pueblo desamparado por una organización de pueblo combatiente.

tlopezmelendez@cantv.net

 
 
 
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