Chávez jamás aprenderá
a gobernar
Luis Herrera Campins
Los
procesos históricos tienen sus tiempos. Y también su
propia dinámica interna. A veces hay que dejarlos
ahogarse en sus propias aguas, lo que de manera alguna
significa que no se actúe ante ellos. Sólo que hay que
actuar con conciencia, sin apuros y sin pausas,
midiéndolos, observándolos, introduciéndoles una vara
como se hace con un río desbordado para medir el nivel
de las aguas.
Los procesos históricos
deben soportar la habladera de
pendejadas, como esas que corren como troncos
peligrosos sobre el caudal.
“Si Chávez gana con
muchos votos hará lo que le de la gana”.
“Si Chávez gana por una
pequeña diferencia no tendrá cara para enfrentar al
mundo”. Tales afirmaciones indican que se
compite para perder y esto no es una competencia
olímpica, aquí lo importante no es competir sino ganar.
Se dice que “este es
el último chance, o ahora o nunca”, lo que es
una aberración mayor. Pero también los habladores de
pendejadas forman parte de
la escena y no hay nada que hacer, puesto que a lo mejor
se ganan el sustento de esa manera.
El 3 de diciembre no es la
última oportunidad, es el comienzo del fin. Inclusive,
el resultado mismo podríamos considerarlo material de
segunda mano. En ningún caso, sea cual sea la matemática
computarizada que nos endilguen en la noche de ese día,
Chávez podrá hacer lo que le de la gana. Por una razón
muy sencilla: porque intentará hacer lo que le de la
gana y no podrá, porque el tiempo de este proceso
histórico está llegando a su final. El 3 de diciembre,
por el contrario, es el comienzo del fin. Y será así
independientemente del resultado. Lo que le queda a
Chávez es lo que en física se llama “fuerza inercial”,
es decir, los restos de un gran empujón que fue su
triunfo, su revolución y su verborrea. El discurso está
agotado: las diferencias con la revolución cubana son
abismales, el discurso contra el imperialismo no lo
sostendrá. La verborrea ya no alimentará sus turbinas,
las palabras repetidas, repetitivas, incesantes, serán
bloqueadas por los tímpanos cansados. Los beneficiarios
de su derroche se hastiarán, porque hay una ley de la
vida que indica que el que tiene quiere más, o el que
recibe espera un añadido. El clientelismo se derrumbará,
y eso no depende de los precios del petróleo; le
sucederá como a la mujer oportunista que exige al marido
más y más y todo lo recibe, pero en un momento se harta
y lo echa.
El 3 de diciembre no es el
último vaso de agua en el desierto. El 3 de diciembre,
pase lo que pase, se asomarán en el horizonte unos
cocoteros, los del cansancio, que entrado el 2007 se
asociarán al hartazgo de todos, del pueblo mimado y del
pueblo uniformado, de los beneficiarios y de los que no
recibieron nada, de los que hicieron su agosto con los
dineros públicos y de los avispados que huelan que el
manjar está acabándose. De los humillados que fueron
callados con un manotazo y hasta de quienes
vergonzosamente se derriten ante las palabras repetidas,
repetitivas y cansosas.
Cuando el torrente de agua
es incontrolable nadie ve la ineficacia, pero la
ineficacia es como el dinero mal habido, no puede
ocultarse. No saben gobernar, no saben administrar, no
saben ser eficaces. No saben construir, no saben
levantar obra, no saben resolver problemas. No han
resuelto uno solo de los graves problemas del país,
mejor, no han sido capaces de atemperar uno solo, de
rebajar uno solo, de enfrentar uno solo. Allí están
todavía los más humildes acusando a los colaboradores y
manteniendo aquello de “con el caballo no te metas”,
pero eso llegará a su fin, verán que es el régimen mismo
el que no puede resolver porque el régimen es
precisamente el caballo, el responsable supremo, el
ineficaz superior.
Los procesos históricos,
especialmente los torpes e ineficaces como elefante en
cristalería, tienen el momento en que el pueblo les dice
“ahora te voy a dar lo tuyo”. Los procesos históricos
acumulan iras y rencores. Los procesos históricos son
arrasados como diques aunque estos parezcan fortalezas
inexpugnables. Duran lo que tienen que durar y a veces
la historia es cruel alargándolos, pero, en otras
ocasiones, la historia acelera su fin, ayudada por
dirigentes que saben lo que hacen. Y si los pueblos
llegaron al hastío deciden por su cuenta poner fin a la
pesadilla sin esperarlos.
El 3 de diciembre termina la
“fuerza inercial”. El boqueo comenzará de inmediato. La
falta de oxígeno, el cansancio manifiesto, la
respiración entrecortada, las piernas que no responden.
Ni la más avanzada ciencia deportiva ni las más fuertes
bebidas energizantes podrán levantar a este boxeador.
Comenzará a apoyarse en las cuerdas, a mirar desesperado
hacia su esquina, a desear fervientemente que suene la
campana. Pero la campana de la historia sólo suena para
anunciar KO fulminantes. En un segundo se deshacen los
imperios o se caen las fortalezas; a veces tienen fecha
de comienzo como esta del 3 de diciembre.
Después del intento
golpìsta contra
Gorbachov dije para una
televisora de Barquisimeto “lo que regresa a Moscú es la
sombra de Mijail
Gorbachov”. Antes del golpe
había dicho que caería el imperio soviético y que
veríamos a los Popes de la Iglesia Ortodoxa Rusa por las
calles de Moscú paseando los retratos del zar Alejandro.
Así sucedió. Por eso he advertido que quiero una
democracia del siglo XXI. No quiero a los viejos
sacerdotes paseando los viejos retratos y las viejas
mañas por las calles de Caracas.
Ah, el epígrafe de esta
nota. La explicación es esta: hace casi ocho años le
pregunté a Luis Herrera Campins, en el inicio mismo de
este régimen, y en un ejercicio de futurología, cual iba
a ser la causa fundamental de que terminara. Luis me
respondió: “Chávez
jamás aprenderá a gobernar”.