Busco
en todos los servidores de Internet información sobre
las páginas Web de los
dioses. Las respuestas son negativas, lo que confirma mi
vieja afirmación de que los dioses no tienen páginas
Web. Busco información
individual sobre las más recientes palabras de los
dioses de las tres religiones monoteístas y el resultado
es el mismo, lo que confirma mi vieja afirmación de que
los dioses tienen mucho, pero muchísimo tiempo, sin
hablar. Busco información sobre los dioses de las
religiones politeístas y el resultado es el mismo. Hay
información sobre las religiones y sobre los dioses,
pero las religiones no son mi especialidad, apenas soy
un lector de Mircia
Eliade.
Tal búsqueda la hago porque
Chávez se persignó en el podium de la ONU, lo que
resulta tan insólito como que un jefe de estado musulmán
se hubiese puesto allí en dirección a La Meca a recitar
las oraciones o que el Primer Ministro de Israel se
hubiese dedicado a orar como si estuviese ante el Muro
de los Lamentos. El candidato Rosales se dice protegido
con agua bendita, dice trabajar conforme a la voluntad
de Dios, sabe que cosa son aberraciones y virtudes para
los dioses. El presidente invoca constantemente a Jesús,
en infinidad de ocasiones parece un pastor protestante
norteamericano –en el arte lo debe haber entrenado ese
extraño personaje llamado Jesse
Jackson- y su lenguaje de
“amor” es asociado a la voluntad divina. En pocas
palabras, si uno quiere enterarse de la voluntad de los
dioses o, en este extraño caso de religiosidad política,
de la voluntad del Dios cristiano, debe dirigirse a los
dos principales candidatos presidenciales venezolanos.
Tímidamente uno se atrevería a afirmar que Dios debe
estar harto. Pero, más allá, uno podría salir en defensa
de Dios y pedirle a ambos que dejen en paz al Señor.
Para uno Dios es el primer socialista, el que preanunció
su tesis de “socialismo del siglo XXI”; para el otro
Dios está detrás suyo y, literalmente, le dicta sus
palabras. De manera que Dios termina siendo el inventor
del socialismo y de “Mi negra”.
Tengo el más profundo
respeto por todas las religiones, dejo constancia para
evitar alguna reacción equivocada. He sentido una
profunda emoción en los santuarios marianos que he
visitado, sigo considerando el canto que sale de un
minarete en la madrugada como una experiencia sublime y
puedo pasarme ratos largos escuchando
mantras budistas. Aquí no se
trata de unas consideraciones sobre la religión ni
disquisición alguna sobre si los hombres inventaron a
los dioses o los dioses a los hombres. Aquí –toda esta
falsa búsqueda en Internet lo demuestra- se trata de
hacer consideraciones sobre las relaciones entre
religión y política. Y mostrar, claro está, mi molestia
por las continuas referencias a Dios en la campaña
presidencial venezolana. Dios no votará por ambos, no es
ambivalente, pero Dios –considerando su amor infinito-
se deja nombrar por ambos. Que ambos lo utilicen para
congraciarse con la religiosidad del venezolano me
parece una manipulación inaceptable.
Las relaciones entre
política y religión son de vieja data, quizás tan
antigua como el mundo mismo. Aunque nunca está de más
recordar a Constantino dándose cuenta, como buen
político, que asumir el cristianismo podía solidificar
su poder y el del Imperio Romano, tal como sucedió,
permitiendo al cristianismo su establecimiento
definitivo. La separación entre iglesia y Estado
comienza en el siglo XVIII, pero en Venezuela lo único
que nos falta es que los candidatos presidenciales se
alíen directamente con Dios prescindiendo de la Iglesia
y suelten una frase como la de “No reinaré sobre
herejes”, tal como Carlos I de España cuando se vio
enfrentado a la reforma protestante iniciada por Martín
Lutero en sus dominios de
Alemania.
Si de estrategias
electorales se trata, pues nos parecemos en mucho al
detestado imperio, pues los norteamericanos sostienen en
abrumadora mayoría que su presidente debe tener fuertes
convicciones religiosas. No tenemos una ética
calvinista, lo que para muchos es la base del desarrollo
capitalista en el norte, sino una que impide, según
muchos estudiosos, el desarrollo de la riqueza. En
cualquier caso los ejemplos de corrupción en el norte
son mínimos, mientras entre nosotros son abundantes y
grotescos, desde los tiempos mismos de la Colonia, sino
miren los llamados Juicios de Residencia contra los
administradores españoles. Entre nosotros los comandos
de campaña y los candidatos en persona parecen creer que
los votantes se preguntarán, como muchos electores
norteamericanos, cuál de los candidatos cree más en
Jesús para hacerlo depositario de su voto. Parecen
pretender aplicar lo de alguna iglesia evangélica que
manda “tu fe, tu voto”.
Ciertamente, este fenómeno
de competencia por apropiarse de la palabra de Dios es
nuevo entre nosotros. Recuerdo que en la campaña
electoral peruana Ollanta
Humala aseguró que la
homosexualidad era una aberración y contraria a la
voluntad de Dios, pero que yo sepa no ha llegado a
persignarse ni siquiera en el juicio que se le sigue por
violación de los derechos humanos y menos se ha echado
encima agua bendita para espantar a los jueces. El
asunto de la conexión vía satélite con Dios nos
pertenece en exclusiva a los venezolanos. En las
creencias ancestrales brasileñas cada quien habrá
invocado a los dioses de origen africano, pero en
privado, y, al parecer, sin muchos resultados. En plena
crisis de años anteriores caminaba por Altamira una
tarde domingo cuando vi a un
grupo de señoras portando la imagen de la Virgen María y
manifesté mi extrañeza pues no me parecía la ocasión de
alguna fiesta religiosa; se me explicó que se invocaba a
la Madre de Dios contra los íncubos de Palacio. Cuando
regresé a casa me encontré en la televisión al Jefe del
Estado invocando a Dios y asegurando que estaba con él.
De manera que la carrera desenfrenada por el voto de
Dios tiene antecedentes.
Quizás la Iglesia Católica
local debería decir unas palabras al respecto, pues es
el Dios cristiano el que está en disputa. Chávez olvidó
que en lugar de persignarse en la ONU ha debido
mencionar a Mahoma, pues eso le hubiera producido votos
para el Consejo de Seguridad entre su clientela
electoral más cercana, pues cada quien debe buscar los
votos en donde los puede conseguir, como aseguraría
alguno de estos inefables encuestadores que aparte de
números además dicen lo que hay que hacer.
Lo único cierto es que la
mezcla de religión y política ha sido lugar común, pero
uno explosivo. Esta tarea de “evangelización” electoral
que nos está caracterizando puede hacer pasar el poder
religioso de las iglesias a los candidatos
presidenciales. No faltaría más, dado que la jefatura
política pasó de los dirigentes de los partidos a los
dueños de los canales de televisión. Si no se le permite
a Enrique VIII su voluntad puede terminar el rey siendo
jefe de la nueva iglesia.