Con
la designación del general de división Julio Quintero Viloria
como comandante de las “reservas militares y movilización
nacional”, el presidente Chávez dio un paso decisivo en la
configuración del modelo revolucionario bolivariano. No es un
nombramiento habitual ni se trata de activar la reserva
tradicional en situaciones de guerra.
En la práctica, se decreta la creación de un nuevo componente,
sin vinculación con los mandos naturales de la FAN y bajo las
órdenes directas del jefe del Estado en absoluta correspondencia
con un proyecto político.
Es una decisión cuyos efectos inmediatos en la instancia
castrense y en la opinión pública serán atenuados por el asueto
de Semana Santa, pero que gravitarán inevitablemente en el
futuro del país.
De hecho, es el nacimiento de una forma de milicia (con
antecedentes en Cuba, Nicaragua y Panamá) que será privilegiada
como el “brazo armado” del régimen y que permite legitimar a los
círculos bolivarianos y los grupos paramilitares que en los
últimos años han actuado como instrumento de intimidación y
agresión contra los opositores.
Por esta vía también se consolida la relación cívico–militar
estipulada en el diseño original de la intentona golpista del 4
de febrero de 1992, como un elemento clave de la propuesta
militarista, ahora impropiamente denominada como “socialismo del
siglo XXI”.
Una jugada prevista y lógica en el cronograma chavista. El
blindaje legal, con la aprobación de un conjunto de leyes
punitivas, mediante el cual se reducen los espacios de la
disidencia y el debate plural; la reciente sentencia de la Sala
Constitucional del TSJ que abre la posibilidad de una represión
indiscriminada y masiva; la asfixia del sector privado mediante
la construcción de un aparato económico alternativo con el uso
de los ingresos petroleros, como lo ilustra el ex gerente de
investigaciones económicas del BCV José Guerra; la
identificación casi orgánica con la dictadura castrista y el
empeño en levantar un enemigo externo con una supuesta invasión
de Estados Unidos, se vinculan de modo estrecho con el anuncio
de la nueva fuerza militar, hecho por el mandatario en Aló,
Presidente.
No obstante, son pertinentes cuando menos dos interrogantes:
¿si el régimen ha logrado, después de una operación limpieza en
la oficialidad institucional desde 2002; la penetración del
evangelio fidelista y el debilitamiento de su capacidad
operativa, tener una influencia determinante en los altos mandos
de la FAN, por qué la necesidad de apelar a otra estructura? ¿si
el presidente de la República es el comandante en jefe de la
Fuerza Armada Nacional por qué asumir la jefatura en igual rango
de una organización diferente?
Las reservas militares, y ésa ha sido la función de aparatos
similares en otros países, asumen un compromiso con un
liderazgo, un caudillo o una causa ideológica. La FAN está
estructuralmente comprometida con objetivos nacionales como la
preservación de la soberanía y las garantías ciudadanas.
Las “milicias”, en cuyo funcionamiento se obvia la
intermediación jerárquica, cumplen también la función de un
elemento disuasivo e intimidatorio en el seno del propio
estamento militar y para toda la sociedad, que suele desatar
–como se ha demostrado en Venezuela– mecanismos de resistencia
frente a regímenes autocráticos que por definición son
excluyentes y enemigos de los valores consustanciales a la
democracia.
(*)
El Nacional, edición del martes 22 marzo 2005
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