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La
Teología de la Confusión
por Aníbal Romero
miércoles, 4
mayo 2005
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Los
buenos sentimientos no son suficientes para articular una teoría
social; menos aún para sistematizar una propuesta política
viable y
civilizada. La Teología de la Liberación es un excelente ejemplo
de
intenciones idealistas que sustituyen la precisión conceptual y
la
claridad filosófica. Los que la defienden aseveran que la
dignidad de
los pobres, por el hecho de ser pobres, es sustantiva y posee
una
espiritualidad superior. Por otro lado, sin embargo, argumentan
que los
pobres deben liberarse. ¿De qué y para qué, cabría preguntarse?
Si ser
pobres es digno, ¿para qué entonces dejar de serlo? Este es un
dilema
fundamental para una teoría que presuntamente desea acabar con
la
pobreza en América Latina. A fin de cuentas no sabemos si los
teólogos
de la liberación quieren ponerle fin a la miseria, o más bien
pretenden
hacerla común eliminando a los ricos y asegurándose que todos
seamos
pobres, y por lo tanto dignos.
No pocos entre los teólogos de la liberación y sus simpatizantes
eran
socialistas radicales hasta hace poco, pero los horrores del
llamado
socialismo real les han moderado, al menos en apariencia. La
realidad,
no obstante, es que su radicalismo ha perdido todavía mayor
contacto con
el curso de los eventos luego del fin del comunismo, y ha
entrado al
plano de un romanticismo político nebuloso. Las críticas al
capitalismo
se unen ahora al superficial cuestionamiento de las fórmulas
socialistas, pero ello no culmina en una propuesta distinta sino
apenas
en el esbozo de una quijotesca tercera vía, que nadie explica
con un
mínimo de rigor conceptual.
Existen dos maneras de organizar una economía moderna. Por una
parte
está el capitalismo, que implica la propiedad privada de los
medios de
producción; por la otra el socialismo, que significa la
propiedad
estatal y colectivizada de los medios de producción. Ni Suecia,
ni
Noruega, ni Dinamarca, para citar tres casos de interés, son
sociedades
socialistas, lo que ocurre es que con sus pequeñas poblaciones y
elevada
productividad pueden darse el lujo, por ahora, de sostener un
Estado de
bienestar (welfare state) basado en altas tasas impositivas
sobre los
particulares, y la redistribución colectiva de esas cargas. La
China, un
modelo diferente, intenta combinar una extensa área económica
socialista
empobrecida, ineficaz y a punto de colapso, con un espacio
creciente en
el que impera un capitalismo salvaje que -ojalá- se civilizará
algún
día. Veremos allí posiblemente un choque de trenes entre la
libertad
capitalista y el empeño del liderazgo comunista por preservar su
control
autocrático.
En cuanto a América Latina, es cierto que existen grandes
desigualdades
sociales en la región, pero las mismas no serán minimizadas con
buenos
deseos y homilías a la pobreza. Los países asiáticos muestran el
camino,
y están procurando sacar de la miseria a las masas mediante el
único
método conocido capaz de lograrlo: la economía de mercado
capitalista en
un marco de leyes comunes, con base en derechos firmes de
propiedad y
seguridades a la inversión. Por fortuna para esas naciones del
Asia, la
Teología de la Liberación no ha echado raíces en sus latitudes,
y
tampoco el extravío intelectual generalizado que asfixia a los
latinoamericanos en la pobreza.
La Teología de la Liberación -en verdad una Teología de la
confusión- es
otra expresión ideológica del mismo ánimo colectivista que
impulsa a
demagogos de izquierda como Hugo Chávez. Estos supuestos amigos
de los
pobres, en lugar de orientar sus naciones hacia el capitalismo
con
democracia, libertad, y voluntad de ampliar la riqueza e
incorporar a
los que aspiran trabajar y superarse, escogen el socialismo o lo
disfrazan de indescifrable tercera vía, hundiendo a sus países
en la
opresión, la ruina y el fracaso. Su socialismo tiene un fin, que
no es
precisamente sacar a los pobres de su abismo, sino asegurar un
férreo
control político sobre la sociedad.
Sorprende que defensores de la Teología de la Liberación afirmen
que el
desarrollo económico y la tecnología han dejado de ser vehículos
de
oportunidades para los pobres. Me pregunto qué dirán de ello las
decenas
de millones que en India, Malasia, Singapur, Indonesia,
Filipinas,
China, Corea del Sur, Taiwan, Pakistán, y Bangladesh -por
ejemplo- han
dejado atrás la pobreza estos pasados años, en medio de altas
tasas de
crecimiento originadas en la economía de mercado libre. ¿Nos
dicen que
sigue habiendo pobreza en el mundo? Pues sí, desde luego. Con
semejante
constatación no vamos a ninguna parte. La cuestión es
preguntarse: ¿cómo
crecer económicamente y de qué forma reducir la pobreza de modo
perdurable? No creo que fórmulas colectivistas como la Teología
de la
Liberación sirvan para otra cosa que afianzar los prejuicios
socialistas
de costumbre, aparte de atizar resentimientos que a la postre
generan
las turbulencias revolucionarias que hoy vivimos en Venezuela.
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