La
vasta obra teatral de Shakespeare ha sido una fuente constante
de inspiración para el cine, especialmente en el mundo de habla
inglesa, donde William Shakespeare es considerado como
uno de los personajes más influyentes del segundo milenio, al
menos según una encuesta del canal A&E-Mundo. Aunque sigue
habiendo muchas lagunas en la vida del dramaturgo, se le
atribuye una treintena de obras, entre dramas y comedias, además
de numerosos sonetos, escritos durante la era isabelina,
conociéndose sólo que nació y murió en Stratford-upon-Avon, se
casó a los 18 años, tuvo tres hijos, y que produjo personalmente
muchas de sus obras en teatros ingleses.
Shakespeare en el cine
Una prueba reciente de esta afición del público en el
norte, lo constituye el regular éxito de taquilla de la cinta
El mercader de Venecia, a pesar de tratarse de una obra poco
comprendida, siendo las más populares -tanto en el cine como en
el teatro- las tragedias de Romeo y Julieta, Otelo y
Hamlet, quizás sus obras más gustadas por la sencilla trama
y la profundidad de sus mensajes. Por ello, estas piezas cuentan
con excelentes versiones cinematográficas, recordándose de la
primera el excelente filme de Renato Castellani de 1954 y
la hermosa producción de Franco Zeffirelli de 1968,
mientras Otelo inspiró a clásicos del cine como las
versiones de Orson Welles y Laurence Olivier , y
Hamlet disfrutó de cuatro buenas versiones: la del mismo
Olivier, que ganó el Oscar de 1948, la del ruso Grigori
Kozintsev de 1964 (con diálogos traducidos por Boris
Pasternak), la de Zeffirelli de 1991 con Mel Gibson,
y finalmente la extensa y lujosa adaptación libre de Kenneth
Branagh de 1996, ambientada a principios del siglo XX, con
un atractivo reparto estelar que contaba –además de Branagh- a
una decena de luminarias. Del mismo Branagh vimos con agrado la
elegante Mucho ruido y pocas nueces y su espectacular
Henry V, mientras del maestro Olivier también vimos
fidedignas versiones de Ricardo III, Como gustéis y Rey Lear.
De paso, esta última obra fue objeto de una
interesante adaptación ‘orientalizada’ del gran director
Akira Kurosawa y hasta el prolífico Woody Allen se
atrevió a trasladar a tiempos modernos y con su particular
estilo burlón la comedia Sueño de una noche de verano.
Un
reparto de luminarias
Para El mercader de Venecia, obra escrita a fines
del siglo XVI y en la plenitud de la carrera del dramaturgo, el
director Michael Radford también cedió a la tentación de
llenar la pantalla de grandes actores, obviamente para atraer
más público a una obra poco conocida y que sólo había sido
llevada al cine una vez, hace tres décadas, en una versión
modernista casi desconocida con el gran Olivier. El mismo
Radford no es un director taquillero, ya que sólo disfrutó de
un éxito de crítica y público con el memorable Il Postino
(sobre la vida de Pablo Neruda en Italia), el cual obtuvo
una nominación al Oscar de 1994. Anteriormente, Radford había
llamado la atención con una pasable versión de la obra de
George Orwell, “1984”,
con un decadente Richard Burton. Por esto, en su nuevo
filme, Radford se aseguró la presencia de estrellas de moda como
Al Pacino y Jeremy Irons, ambos ganadores del
Oscar en los años 90, y Joseph Fiennes, veterano del
teatro británico y a quien habíamos admirado como el propio
bardo en la laureada Shakespeare apasionado.
En el teatro esta compleja obra no es tan atractiva a
la vista, por lo que Radford apeló al recurso de filmarla en la
bella Venecia, afortunadamente una ciudad que ha cambiado muy
poco desde fines del siglo XVI, aunque tuvo grandes tropiezos
por la molesta afluencia de turistas y los estragos del tiempo.
Sin embargo, logró cuidadosos encuadres a todo color que parecen
verdaderas postales publicitarias, algo que algunos criticaron
por distraer al espectador de la enredada peripecia, que hay que
seguir atentamente para poder comprenderla, al igual que sucede
con otras intricadas obras de Shakespeare.
¿Antisemitismo en la trama?
Aún con la visión simplista de Shakespeare en pleno
Renacimiento, el dinámico y sustancioso argumento de El
mercader de Venecia, está llena de moralejas diversas sobre
la amistad, el amor, la moral, la codicia, la lealtad y la
venganza, temas típicos de sus obras. El héroe es Bassanio, un
joven endeudado (interpretado por Fiennes), quien aspira casarse
con una rica heredera, Portia, por lo que solicita un préstamo
de su amigo, el mercader Antonio (Irons) para aparentar ser
pudiente y así competir con tres pretendientes, entre ellos el
rico príncipe de Marruecos. Al estar Antonio corto de dinero le
sirve de fiador a su amigo ante el prestamista Shylock (Pacino),
un judío que odia a Antonio por viejas ofensas, y quien exige en
la cláusula penal del contrato la cesión (literalmente) de ‘una
libra de carne’ del cuerpo de Antonio si éste no cumple con el
pago en tres meses. La tensión aumenta cuando los barcos
mercantes de Antonio tardan en regresar y se aproxima la
fatídica fecha, con Shylock insistiendo fríamente en la morbosa
penalidad. Precisamente, ya que este personaje sale muy mal
parado, la obra siempre ha sido atacada en ciertos círculos por
su supuesto antisemitismo, y el mismo Radford tuvo que
defenderse de esa acusación en varios festivales. Una crítica
poco aplicable ya que no toma en cuenta el contexto histórico,
cuando los judíos estaban siendo desterrados de casi toda Europa
y existían muchos prejuicios contra esa minoría, por cobrar
altos intereses sobre sus préstamos. Sin embargo, la película
parece haber calado bien, máxime con la deslumbrante presencia
de la novata inglesa Lynn Collins como la heredera. En
fin, según la crítica, se trata de una obra entretenida por sus
grandes recursos técnicos y actorales, que seguramente tendrá
una buena acogida cuando se estrene en Venezuela, a pesar de que
en el ámbito latino el teatro de Shakespeare no cuenta con
muchos adeptos entre el gran público.

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