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Serlo y parecerlo - por Alexis Márquez Rodríguez
sábado, 19 marzo 2005

 

¡Insólito! El locuaz presidente del Consejo Nacional Electoral se indigna y rasga sus vestiduras, porque una organización muy seria, formada casi totalmente por gente insospechable de fobia antichavista, sino mas bien hasta por chavistas de los llamados light, afirma que ese actual CNE no goza de la confianza del electorado, ni hace nada por recuperar su  confianza, necesaria para cumplir cabalmente sus funciones y para que la gente concurra a las elecciones que se avecinan. Lo más cómico es que el locuaz presidente intenta descalificar a la organización denunciante, porque en ella, contraviniendo supuestamente una de sus definiciones estatutarias, figura un miembro que, aunque independiente, es asesor del partido Primero Justicia. Se refiere, por supuesto, al historiador y docente universitario Elías Pino Iturrieta. Como si el locuaz presidente fuera un angelito serenado, como se decía antes, y no estuviese irremediablemente hundido hasta la coronilla en el pantano de la más descarada parcialización progubernamental en sus actuaciones como miembro prominente del CNE.

 

Para denunciar, como se ha hecho reiteradamente, esa descarada parcialización de este señor, y de casi todo el CNE, en el pasado referendo revocatorio y en las elecciones de alcaldes y gobernadores que le siguieron, no se requiere presentar pruebas, porque las pruebas están a la vista de todos, hasta en abiertas confesiones de sus miembros, incluido el locuaz presidente. La tendenciosa actuación de todos ellos fue tan notoria, que todo el mundo lo sabe, y hasta fue prácticamente reconocida por  la OEA y el Centro Carter, no obstante su temeraria aquiescencia al resultado final del referendo. Cada ciudadano, votante o no, tiene, o alguna propia experiencia, o el conocimiento de alguien que la tuvo, que demuestran esa grosera parcialización y el fraude con que se adulteró el verdadero resultado del referendo del 15 de agosto de 2004. Y es así, porque estos señores –Carrasquero, Rodríguez y Battaglini–, con la arrogancia del que disfruta del poder que le ha sido otorgado por terceros, no hicieron el menor esfuerzo por disimular su escandalosa conducta, y, al contrario, actuaron como esos asesinos en serie de las películas y la televisión, que deliberada y desafiantemente van dejando regados claros indicios de sus crímenes y de su autoría de estos.

 

En todo caso, si de presentar esas pruebas se tratase, la enumeración no sería nada difícil. Comenzando por las incontables trabas  que, una tras otra, pusieron al referendo, con el evidente designio de que este no se realizase. Al mismo tiempo, por si finalmente se llegase al  referendo, como se llegó, se trabajó tramposamente en el registro electoral, plagándolo de ciudadanos colombianos, y posiblemente de algunas otras nacionalidades, como ha quedado demostrado de diversas maneras, una  de ellas, muy reciente y de carácter irrefutable, con la aprehensión de guerrilleros y narcotraficantes colombianos que estaban desde hacía  tiempo en territorio venezolano, fraudulentamente nacionalizados e inscritos en el registro electoral. Nadie, ni el más delirante chavista, va a pensar que estos son casos aislados, sino mas bien que son la prueba más contundente de la denunciada adulteración del registro de votantes en las semanas previas al referendo. 

 

Y que el registro electoral era fraudulento quedó demostrado también con otras pruebas inmunes a la tacha. Una de ellas fue la de que posteriormente al referendo se detectasen numerosas poblaciones donde hubo más votos que habitantes, a cuya denuncia, ante la imposibilidad de desmentirla, el locuaz presidente, entonces sólo de la Junta Electoral Principal, opuso el especioso argumento de que eso no era el resultado de una manipulación del registro de electores, sino un error del censo de población.

 

Igualmente sofística fue la respuesta del locuaz presidente a las acusaciones, abrumadoramente comprobadas, de que las máquinas de votación fueron utilizadas de manera fraudulenta, como se ponía en evidencia, entre otros hechos, por aparecer muchísimas mesas de votación en las que coincidencialmente y de modo sistemático aparecían las mismas cifras de votos para una u otra opción del referendo, hecho estadísticamente imposible, como lo sabe cualquiera que tenga una ligera idea de lo que son las estadísticas, y tal como lo demostraron expertos en la materia de dentro y fuera del país.

 

Todo este cúmulo de hechos me permitió señalar, en un artículo publicado en Venezuela analítica el 18 de agosto de 2004, que lo ocurrido en Venezuela había sido un fraude continuado, y no solamente la adulteración de las cifras del referendo, que no había sido sino la culminación del proceso fraudulento iniciado meses atrás. En efecto, allí  escribí lo siguiente: “No hay duda de que, ante la forma como la oposición fue removiendo obstáculo por obstáculo, lo cual hacía pensar que sería imposible evitar el referendo, la artera troika oficialista en el CNE, seguramente apremiada por el propio Chávez y sus peones, tuvo que concebir la carta final: el fraude. Pero no hay duda de que todo lo actuado hasta ese momento ya era parte del mismo. Por eso creo que no hay que calificar de fraudulento sólo el conteo de los votos y la adulteración del resultado, anunciado por Carrasquero entre gallos y medianoche, pues ese conteo no fue sino la ejecución material de lo que desde mucho antes estaba decidido si no se lograba evitar el referendo, y si este se perfilaba a cierta hora del domingo como una derrota para Chávez”. Para mi satisfacción, esta observación coincidió en todas sus partes con una de las  conclusiones que semanas más tarde aparecieron en el Informe de la  comisión presidida por el Dr. Tulio Álvarez, que investigó  exhaustivamente  el fraude producido, en el cual se afirmó que había sido un fraude  continuado a lo largo de todo el proceso referendario.

 

No hay duda, pues, de que la conducta de la troika oficialista del CNE ha traído como consecuencia que la mayoría del electorado –incluyendo opositores y chavistas– no tenga confianza en que las actuaciones de ese organismo sean imparciales. Se cuentan por miles, si no por millones, los chavistas que saben que es así, independientemente de que eso los favorezca. Y la forma tan descarada como han ejercido su parcialización hace pensar que hay gente para quienes el viejo aforismo de que “la mujer del César no sólo debe ser honesta, sino también parecerlo”, mejor se enuncia de forma paródica: “el tramposo no sólo debe serlo, sino  también parecerlo”.

 

No obstante, todavía el CNE podría mejorar su imagen ante los electores. Quizás no podrán sus miembros lograr toda la confianza que un organismo de esa naturaleza debe merecer, como garantía de que su actuación en los procesos comiciales que deban organizar será honesta e imparcial. Pero quizás sí pudieran alcanzar un mínimo de esa confianza, o mejor, una menor  reticencia por parte del electorado. ¿Una utopía? Talvez. Sólo ellos mismos pueden probar que no lo es.

 

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