¡Insólito!
El locuaz presidente del Consejo Nacional Electoral se indigna y
rasga sus vestiduras, porque una organización muy seria, formada
casi totalmente por gente insospechable de fobia antichavista,
sino mas bien hasta por chavistas de los llamados light,
afirma que ese actual CNE no goza de la confianza del
electorado, ni hace nada por recuperar su confianza, necesaria
para cumplir cabalmente sus funciones y para que la gente
concurra a las elecciones que se avecinan. Lo más cómico es que
el locuaz presidente intenta descalificar a la organización
denunciante, porque en ella, contraviniendo supuestamente una de
sus definiciones estatutarias, figura un miembro que, aunque
independiente, es asesor del partido Primero Justicia. Se
refiere, por supuesto, al historiador y docente universitario
Elías Pino Iturrieta. Como si el locuaz presidente fuera un
angelito serenado, como se decía antes, y no estuviese
irremediablemente hundido hasta la coronilla en el pantano de la
más descarada parcialización progubernamental en sus actuaciones
como miembro prominente del CNE.
Para denunciar, como se ha hecho
reiteradamente, esa descarada parcialización de este señor, y de
casi todo el CNE, en el pasado referendo revocatorio y en las
elecciones de alcaldes y gobernadores que le siguieron, no se
requiere presentar pruebas, porque las pruebas están a la vista
de todos, hasta en abiertas confesiones de sus miembros,
incluido el locuaz presidente. La tendenciosa actuación de todos
ellos fue tan notoria, que todo el mundo lo sabe, y hasta fue
prácticamente reconocida por la OEA y el Centro Carter, no
obstante su temeraria aquiescencia al resultado final del
referendo. Cada ciudadano, votante o no, tiene, o alguna propia
experiencia, o el conocimiento de alguien que la tuvo, que
demuestran esa grosera parcialización y el fraude con que se
adulteró el verdadero resultado del referendo del 15 de agosto
de 2004. Y es así, porque estos señores –Carrasquero, Rodríguez
y Battaglini–, con la arrogancia del que disfruta del poder que
le ha sido otorgado por terceros, no hicieron el menor esfuerzo
por disimular su escandalosa conducta, y, al contrario, actuaron
como esos asesinos en serie de las películas y la televisión,
que deliberada y desafiantemente van dejando regados claros
indicios de sus crímenes y de su autoría de estos.
En todo caso, si de presentar esas
pruebas se tratase, la enumeración no sería nada difícil.
Comenzando por las incontables trabas que, una tras otra,
pusieron al referendo, con el evidente designio de que este no
se realizase. Al mismo tiempo, por si finalmente se llegase al
referendo, como se llegó, se trabajó tramposamente en el
registro electoral, plagándolo de ciudadanos colombianos, y
posiblemente de algunas otras nacionalidades, como ha quedado
demostrado de diversas maneras, una de ellas, muy reciente y de
carácter irrefutable, con la aprehensión de guerrilleros y
narcotraficantes colombianos que estaban desde hacía tiempo en
territorio venezolano, fraudulentamente nacionalizados e
inscritos en el registro electoral. Nadie, ni el más delirante
chavista, va a pensar que estos son casos aislados, sino mas
bien que son la prueba más contundente de la denunciada
adulteración del registro de votantes en las semanas previas al
referendo.
Y que el registro electoral era
fraudulento quedó demostrado también con otras pruebas inmunes a
la tacha. Una de ellas fue la de que posteriormente al referendo
se detectasen numerosas poblaciones donde hubo más votos que
habitantes, a cuya denuncia, ante la imposibilidad de
desmentirla, el locuaz presidente, entonces sólo de la Junta
Electoral Principal, opuso el especioso argumento de que eso no
era el resultado de una manipulación del registro de electores,
sino un error del censo de población.
Igualmente sofística fue la
respuesta del locuaz presidente a las acusaciones,
abrumadoramente comprobadas, de que las máquinas de votación
fueron utilizadas de manera fraudulenta, como se ponía en
evidencia, entre otros hechos, por aparecer muchísimas mesas de
votación en las que coincidencialmente y de modo sistemático
aparecían las mismas cifras de votos para una u otra opción del
referendo, hecho estadísticamente imposible, como lo sabe
cualquiera que tenga una ligera idea de lo que son las
estadísticas, y tal como lo demostraron expertos en la materia
de dentro y fuera del país.
Todo este cúmulo de hechos me permitió señalar, en un artículo
publicado en Venezuela analítica el 18 de agosto de 2004, que lo
ocurrido en Venezuela había sido un fraude continuado, y no
solamente la adulteración de las cifras del referendo, que no
había sido sino la culminación del proceso fraudulento iniciado
meses atrás. En efecto, allí escribí lo siguiente: “No hay duda
de que, ante la forma como la oposición fue removiendo obstáculo
por obstáculo, lo cual hacía pensar que sería imposible evitar
el referendo, la artera troika oficialista en el CNE,
seguramente apremiada por el propio Chávez y sus peones, tuvo
que concebir la carta final: el fraude. Pero no hay duda de que
todo lo actuado hasta ese momento ya era parte del mismo. Por
eso creo que no hay que calificar de fraudulento sólo el conteo
de los votos y la adulteración del resultado, anunciado por
Carrasquero entre gallos y medianoche, pues ese conteo no fue
sino la ejecución material de lo que desde mucho antes estaba
decidido si no se lograba evitar el referendo, y si este se
perfilaba a cierta hora del domingo como una derrota para
Chávez”. Para mi satisfacción, esta observación coincidió en
todas sus partes con una de las conclusiones que semanas más
tarde aparecieron en el Informe de la comisión presidida por el
Dr. Tulio Álvarez, que investigó exhaustivamente el fraude
producido, en el cual se afirmó que había sido un fraude
continuado a lo largo de todo el proceso referendario.
No hay duda, pues, de que la conducta de la troika oficialista
del CNE ha traído como consecuencia que la mayoría del
electorado –incluyendo opositores y chavistas– no tenga
confianza en que las actuaciones de ese organismo sean
imparciales. Se cuentan por miles, si no por millones, los
chavistas que saben que es así, independientemente de que eso
los favorezca. Y la forma tan descarada como han ejercido su
parcialización hace pensar que hay gente para quienes el viejo
aforismo de que “la mujer del César no sólo debe ser honesta,
sino también parecerlo”, mejor se enuncia de forma paródica: “el
tramposo no sólo debe serlo, sino también parecerlo”.
No obstante, todavía el CNE podría mejorar su imagen ante los
electores. Quizás no podrán sus miembros lograr toda la
confianza que un organismo de esa naturaleza debe merecer, como
garantía de que su actuación en los procesos comiciales que
deban organizar será honesta e imparcial. Pero quizás sí
pudieran alcanzar un mínimo de esa confianza, o mejor, una
menor reticencia por parte del electorado. ¿Una utopía? Talvez.
Sólo ellos mismos pueden probar que no lo es.

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