Saramago y la banalidad -
por Aníbal Romero
miércoles,
1 diciembre 2004
Era atractivo presumir que
luego del fin del socialismo real en la URSS y Europa del Este, y
con la Cuba castrista mostrando al mundo sus desvergüenzas, había
concluído la era de los intelectuales itinerantes de la izquierda
internacional, predicando utopías y vendiendo trivialidades. Pero
no, de ninguna manera. He aquí que el régimen revolucionario
venezolano, la misma semana en que se agudizaba su naturaleza
criminal y canalla, nos obsequió con la visita del escritor
portugués José Saramago, un fósil del estalinismo que al igual que
Sartre, Neruda y García Márquez, nunca se cansó de estar
equivocado.
Entre otros desatinos, Saramago afirmó que el régimen chavista
está
"democratizando las instituciones políticas" del país. Podemos
estar seguros que el escritor desconoce lo que aquí ocurre, pero
ello le tiene sin cuidado. Cosas iguales, y aún peores, hizo Jean
Paul Sartre en su tiempo, como por ejemplo respaldar la más
extrema violencia si la misma era "revolucionaria", adular a
Stalin, Castro y Pol Pot, y apoyar los horrores de la revolución
cultural china. Albert Camus siempre tuvo razón frente a Sartre,
pero la intelectualidad de izquierda no lo vió así. Al contrario,
continuaron enarbolando sus patéticas certidumbres hasta que el
muro de Berlín les cayó encima, aplastando décadas de imposturas y
falsificaciones. Los intelectuales de izquierda siguen idolatrando
a Sartre, a pesar de que en materia política fue un desastre.
¿Y qué decir de Neruda y García Márquez, cuya presunta ingenuidad
no ha sido sino un impúdico mito, tras el cual se oculta una
funesta irresponsabilidad moral? El primero le escribía versos
ditirámbicos al "padrecito" Stalin. El segundo jamás ha tenido el
coraje de romper con la tiranía castrista, y se escuda tras sus
esfuerzos para ayudar a uno que otro disidente a escapar de las
garras de un totalitarismo que, sin embargo, no se atreve a
condenar. Mario Vargas Llosa siempre ha tenido razón frente a
García Márquez, y siempre ha acertado en sus descarnados análisis
de la política latinoamericana, pero el odio de la intelectualidad
de izquierda aumenta mientras más razón tiene el ilustre escritor
peruano.
Hubo una época en que ser de izquierda significaba tener
propuestas, rechazar realidades insatisfactorias y presentar
opciones para superarlas. El derrumbe del socialismo real, el
desprestigio del marxismo, y la revelación de los crímenes que
plagan la historia del comunismo dejaron a la izquierda huérfana.
Esa izquierda ciega se niega a admitir que hoy lo revolucionario
es el capitalismo, la democracia representativa, la concepción
liberal de los derechos del individuo y de los límites del poder
del Estado. La izquierda ya no puede ofrecer el socialismo como
alternativa. ¿Qué le queda entonces? Pues la banalización
ideológica, el anti-yanquismo, y consignas antiglobalizadoras que
no por su repetición son menos anacrónicas.
Se me dice que ser de izquierda es comprometerse con la justicia
social, y tengo al respecto dos comentarios: En primer término,
eso también se decía antes, y millones identificaron la justicia
con el fracasado socialismo. ¿Cuál es hoy la propuesta? ¿Y qué se
ofrece en lugar del capitalismo liberal y la democracia
representativa? ¿La tragedia cubana?, ¿el experimento venezolano?,
¿el salvaje modelo chino? En segundo lugar, ¿qué entiende la
izquierda por justicia social, excepto una aspiración abstracta y
bondadosa, sin asidero teórico como tal? La izquierda despliega
consignas como si se tratase de claras fórmulas
político-económicas, y detrás viene la tragedia. La justicia la
queremos todos. Lo importante es: ¿cómo lograrla?
La imprecisión conceptual, un romanticismo tan vacío como
peligroso, y - repito - un visceral anti-yanquismo son los restos
del pensamiento de izquierda en el mundo. Todo ello conjugado con
las banalizaciones de un Saramago o un García Márquez, y
anteriormente de un Sartre o un Neruda, banalizaciones que no
obstante tuvieron y siguen teniendo gravísimas consecuencias, en
Cuba, en Venezuela, en todas partes donde ese izquierdismo
sentimentaloide se transforma en opresión y miseria para la gente,
como lo estamos experimentando acá.
Saramago es, desde el punto de vista político, un personaje
lamentable. Anda por allí respaldando a cualquier caudillo que
hable mal de Bush y de los Estados Unidos, y proclame su amor por
los pobres, sin profundizar un ápice sobre los dramas que se
esconden tras una retórica que ha sido y es fuente de muchos
crímenes. La Academia Sueca seguirá premiando a los Saramago de
este mundo. Jamás lo hará con un Borges, un Malraux, o un Vargas
Llosa. La cultura de izquierda europea, la misma que llevó a
Rodríguez Zapatero a los brazos de Chávez, lo impide. Pero la
Academia Sueca con frecuencia se equivoca.
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