Esta
es la foto fija de una nación errante. Un close up a casi el 20%
de los habitantes de un país -hombres y mujeres de todas las
edades y de todos los signos- que llevan medio siglo con el
cuerpo en otras tierras y el espíritu en las ruinas de una isla
en el Caribe.
Es una aproximación al exilio más
atacado, incomprendido y, a veces, olvidado, de la historia
política contemporánea. Un grupo juzgado siempre de una manera
alevosa: el todo por la parte (desde luego por la más frágil y
expuesta) por facilismo y para complacer agendas e intereses
reconocibles que alguna vez fueron muy poderosas y ahora viven
de atropellos pasados.
Es el único caso en que las mismas
fuerzas que han expulsado a miles y miles de personas del lugar
donde nacieron y están los huesos de sus ancestros, dictan los
improperios y las marcas que deben llevar por el mundo los
desterrados, cómo se les debe tratar y qué rango humano se
merecen.
Ha pasado todo esto porque varias
generaciones de simpatizantes del régimen cubano diseminados por
el mundo le han servido, entre otras fidelidades, para demonizar
a quienes botaban del país por la fuerza, como un trasto, la
escoria de un proceso, un enemigo peligroso, después de años de
cárcel o bajo amenazas y otras técnicas de acoso.
Los pequeños grupos iniciales, que
salieron en el mismo 1959, cercanos a la dictadura de Fulgencio
Batista o sus compañeros en los viajes inaugurales, familias
dueñas de las grandes fortunas criollas, sirvieron para
estigmatizar a todos y establecer esa carnicería verbal que hoy,
a 48 años de la apertura de la ruta maldita, persigue a personas
que nacieron después, mucho después, en Miami o en Madrid, en
México, en Estocolmo y Venezuela o a jóvenes que se pasaron la
infancia con la mano en alto en las escuelas, al son de un coro
de consignas, jurando que serían como el argentino Ernesto
Guevara.
Lo que pasa es que es más fácil y
más cómodo encasillar a más de un millón de personas que tratar
de entender qué hace esa cantidad de gente por el mundo.
Porque es bien conocido que después
de aquellos grupos radicales, salieron de Cuba, año tras año,
corrientes enteras de intelectuales, de trabajadores, de
pequeños empresarios (hacia 1968), hasta que en 1980, por el
puerto de El Mariel, al norte de La Habana, se marcharon rumbo a
EEUU en cuanto barco apareció en el mar, 125.000 cubanos que,
desde luego, nada tenían que ver con el otro dictador, ni con
las clases poderosas del país.
Ahora, después de medio siglo, en el
panorama del exilio, que vive mayoritariamente en el sur de La
Florida, se puede apreciar un registro de posiciones políticas
amplio y variado que es el que existe en cualquier sociedad.
Es cierto que se mantiene un pequeño
grupo de héroes y heroínas radiofónicos que compiten en
ferocidad verbal y ataques despiadados con las emisoras del
Gobierno cubano. También es cierto que allí viven y trabajan
miles, una franca y reconocida mayoría de personas, que
promueven un tránsito pacífico, con justicia y castigos para los
culpables, pero que pueda llevar al país a la democracia
verdadera y al desarrollo económico.
Hay grupos de empresarios de todos
los niveles en el mismo camino, así como profesores (en todo el
mundo académico de Estados Unidos) que estudian con rigor la
realidad cubana y no quieren darle satisfacción a la dictadura
que a sus años de guerra silenciosa, siga el estruendo de una
guerra civil.
Están organizados los liberales,
cuyo líder es el escritor y periodista Carlos Alberto Montaner;
los demócratacristianos, socialdemócratas y muchas agrupaciones
de otros signos que tienen asiento en Francia, Suecia, Puerto
Rico y España.
Es curioso como en muchas
conversaciones que se dan por esos mundos, haya una prevención
especial contra el pensamiento cubano de derecha. Se oye decir a
menudo: hay que tener cuidado que no entre la derecha en Cuba.
Es como si ese pueblo, esa nación no tuviera derecho a tener
cualquier tipo de ideas. Puede haber derecha en Chile y en
Ecuador, nunca en La Habana. Y la noticia que les tengo es
desoladora, hay, incluso dentro del país, muchas personas
jóvenes con esa inclinación y esa línea ideológica.
Viven por estos mundos también
cubanos que en esa geometría se ven más a la izquierda, al
centro y hasta en el borde del vacío. Hay posiciones que se
salen de la opción bárbara de ser un protectorado de Estados
Unidos (que no tiene, por lo que sabe, ningún interés) o seguir
bajo el castrismo con y sin Castro. Hay mucha gente organizada y
que trabaja por una solución entre cubanos, de respeto a las
ideas ajenas y de convivencia en paz.
Creo que todas esas posiciones del
exilio y otras que no he podido reseñar, merecen respeto.
Incluyo la de los violentos de la radio que, por otra parte, han
mantenido bajo el fuego de propios y extraños, un discurso
extraviado, pero de una sostenida firmeza hertziana.
Una palabra final para Guillermo
Cabrera Infante, Gastón Baquero, Heberto Padilla, Levy Marrero,
Lidia Cabrera, Jesús Díaz, Manuel Moreno Fraginals y otros
hermanos mayores que se quedaron con el boleto de regreso entre
las manos.