La
suspensión de parte del bombeo de crudo de yacimientos en Alaska
los ataques de insurgentes a las instalaciones de Nigeria e
Irak, los temores a una guerra regional en el Oriente Medio por
la confrontación de Occidente con Irán, y el temor los venideros
huracanes dañen nuevamente las instalaciones petroleras en el
Golfo de México, son todos factores que han hecho subir
exageradamente los precios del crudo, invitando a buscar
alternativas al viscoso fluido energético.
Todo esto se
añade la ajustada tolerancia entre la demanda y la producción
permisible, lo que hace que cualquier nueva restricción a la
producción -- por guerras, huracanes o accidentes-- no pueda ser
atendida por los actuales productores, que bombean a total
capacidad, excepto en el caso de Arabia Saudita, que pudiera
suplir poco más de un millón de barriles diarios adicionales.
Esto, sin olvidar las crecientes necesidades de economías en
rápido desarrollo, como las de China e India, que aumentan su
sed de petróleo a una tasa que duplica la de las naciones
industrializadas.
Entra en escena el
átomo
Dadas las
dificultades nombradas, no es de extrañar que el precio de un
barril de petróleo se esté acercando a los $ 80, aunque a veces
parece estabilizarse en el rango de $ 60-70. Naturalmente, a
estos precios se hace rentable el desarrollo de fuentes alternas
de energía como las renovables (solar, eólica, biocombustibles,
hidrógeno), y se empieza a mirar nuevamente con interés a la
energía nuclear, especialmente para la generación de
electricidad, olvidando los desastres de Chernobyl y de la Isla
de Tres Millas, y el otro millar de accidentes -mayores y
menores- ocurridos a lo largo de la utilización de esta fabulosa
pero riesgosa fuente energética.
Actualmente,
mientras países como EE.UU., Brasil, Argentina, China e India
buscan ampliar su plantel de plantas atómicas, otras naciones
más conciencia ecológica –como Italia y Alemania- están
desmantelando sus actuales reactores, ante la presión de los
grupos ambientalistas que condenan este tipo de energía por su
potencial de hacer mucho daño si algo nada mal. Otras naciones
-como Irán- aseguran que es para reducir el consumo interno de
petróleo y maximizar sus exportaciones, aunque el secreteo del
programa hace sospechar que puede tener intenciones militares, o
simplemente nacionalistas.
De hecho, aparte
de las nuevas disposiciones del Departamento de Energía de EE.UU.
para promover la construcción de nuevas plantas atómicas,
algunos artículos y reportajes empiezan a calificar a la energía
nuclear como la “nueva energía verde”, ya que supuestamente no
produce gases de invernadero y por ende no contribuye al
calentamiento global. Sin embargo, en la mayoría de esos
artículos se nota un interés político en disminuir la
dependencia petrolera y un interés económico en reactivar a todo
tren una industria decaída en las dos décadas recientes,
ignorando los riesgos que conlleva esta compleja tecnología.
Los riesgos más
comunes
Técnicamente, hay
toda una gama de factores riesgosos a tomar en cuenta al
considerar una reactivación de la industria nuclear para fines
pacíficos, para evitar costosos errores que pagarán las
generaciones venideras. Pero, ante todo, conviene demoler el
mito de que la energía atómica no contribuye al calentamiento
global, ya que en la extracción minera, el transporte de
minerales azarosos y el enriquecimiento de uranio se puede
generar cerca de la tercera parte de los gases de invernadero
que produce una planta con petróleo o carbón. La construcción de
las plantas también consume grandes cantidades de energía, por
las enormes cúpulas protectoras y las torres de enfriamiento que
se requiere. Esto, sin contar las toneladas de vapor producido
constantemente en las torres de enfriamiento, y las aguas
calientes vertidas en ríos vecinos, que también calientan el
ambiente y modifican los ecosistemas.
En segundo lugar
-aunque no menos importante- está la disposición de los desechos
nucleares, operación que requiere de sitios seguros para
depositarlos por largos períodos, ya que no hay modo de
neutralizarlos, quemarlos o desintegrarlos. Así, en el mundo
entero, las plantas atómicas producen cada año unas 300 mil
toneladas de desechos radioactivos, que normalmente se almacenan
en pipotes metálicos cerca de las plantas o se colocan en
depósitos subterráneos o piscinas cerradas, en espera de sitios
más seguros. En EE.UU. se trató de declarar un desierto de
Nevada como “sumidero atómico”, y se pensaba enterrar ahí todos
los barriles de las plantas atómicas del país, pero tardíamente
se descubrió que la zona tiene fallas sísmicas y la
radioactividad podría filtrarse al exterior con cualquier
terremoto.
Ciertos países
subdesarrollados han hecho negocios ofreciendo sus regiones
desérticas como basureros, pero las organizaciones ecológicas
–siempre opuestas a la energía atómica- denuncian rápidamente
estos controversiales arreglos, generalmente plagados de
corrupción. La realidad es que todos los países se tienen que
“calar”sus propios desechos, y ver cómo disponen de ellos en
forma segura, a menos que hagan trampa. Obviamente, tirarlos a
los océanos es una operación éticamente condenable y penada por
las leyes internacionales, cuya supervisión corresponde a la
Agencia Internacional de Energía Atómica.
A pesar de todas
las precauciones, centenares de barriles se han deteriorado con
el tiempo, filtrando los desechos a acuíferos porosos y luego a
ríos, lagos o mares cercanos. El Uranio y Plutonio apagados, el
Estroncio-90 y el Cesio-90 --todos productos radioactivos de la
fisión nuclear— empiezan a filtrarse a las aguas y eventualmente
son absorbidos por la vegetación, que es consumida por animales,
por lo que llega al hombre consumiendo leche y carne. Las
malformaciones genéticas, los cánceres y la fibrosis cística que
pueden causar a los habitantes de zonas cercanas a las plantas
es uno de los grandes problemas de las mismas, y uno bien
difícil de solucionar en el futuro previsible.
El riesgo del
terrorismo
Pero quizás el
riesgo mayor de las plantas nucleares es que su sola
peligrosidad las convierte en objetivos ideales de grupos
terroristas. Los que viven cerca de una planta atómica deben
tener pesadillas sobre algún avión que pueda estrellarse en la
misma –al estilo 11/9—produciendo un desastre mayor que el de
Chernobyl. Asimismo, con los desechos radioactivos de una planta
nuclear, se puede ensamblar las llamadas “bombas sucias”, que
utilizan explosivos tradicionales para esparcir la
radioactividad en un radio de varios kilómetros. Aún si no hace
mucho daño físico, había que evacuar toda una metrópoli en caso
de estallar una bomba sucia en su centro. También podría
producirse en cualquier momento un sabotaje de los sistemas de
seguridad, que produzca una falla mecánica o eléctrica que
expone los elementos fisionables a un calentamiento tal que
funde la edificación y atraviesa el suelo, causando el temible
“síndrome de China”, admirablemente denunciado en la película
del mismo nombre hace un cuarto de siglo. Por último, el uranio
o plutonio enriquecido almacenado en las plantas podría ser
sustraído y utilizado, con un enriquecimiento posterior, para la
producción de bombas atómicas, que en manos de naciones
irresponsables pueden detonar guerras mundiales.
Como puede
verse, la tecnología para la generación de energía nuclear, es
todavía compleja y llena de riesgos, así que la decisión de
incursionar en ella debe ser tomada con mucha reflexión y
prudencia. Igualmente, la aparición de nuevas naciones nucleares
sin tradición tecnológica debe ser vista con cierta
preocupación, en vista de las terribles consecuencias que puede
acarrear el manejo inseguro de materiales atómicos y desechos
radioactivos, tanto para la gente de los países productores como
para las vecinos, pues la radioactividad traspasa fácilmente las
fronteras nacionales, como lo aprendieron dolorosamente los
países de Europa oriental en 1986. Esperamos que la ONU y las
organizaciones ambientalistas puedan inyectar un poco de
sensatez en esta desenfrenada carrera hacia la energía nuclear,
acelerando el desarrollo y la aplicación de energías renovables
y ecológicamente aceptables.
Apéndice:
Total de plantas atómicas: 441 (2006)
(Países con plantas nucleares: 33)
Naciones con más de 10 plantas |
EE.UU. |
103 |
Canadá |
18 |
Francia |
59 |
Alemania |
17 |
Japón |
55 |
Ucrania |
15
|
Rusia |
31 |
India |
15 |
UK |
23 |
Suecia |
10 |
Corea S. |
20 |
China |
10 |
rpalmi@yahoo.com