Es
arriesgado hablar en contra de un certamen tan popular, que
atrae a millardos de personas. Pero en aras de decir unas
cuantas verdades, acepto el riesgo. Aclaro de antemano que nunca
he sido aficionado al fútbol por creer firmemente que es una
diversión trivial y pasiva, que ensalza la suerte y sólo sirve
para distraer y hacer ejercitar a unos cuantos jugadores, sin
aportar mucho de útil y constructivo a tantos problemas que
sufre la humanidad y el individuo. Considero al fútbol como un
deporte cuando se participa –yo lo jugaba de muchacho- pero
sentados frente a un televisor, se convierte en una distracción
banal que sólo promueve el sedentarismo, el autoengaño y el
nacionalismo exacerbado.
Ante todo, el show
del mundial es un derroche de dinero que pudiera utilizarse para
objetivos sociales, y luce como los consabidos intentos de los
gobiernos de distraer la atención de sus problemas internos y
las crisis mundiales. Claro que la gente necesita distraerse,
pero el dinero gastado en turismo elitista para ir al mundial
representa un monto millardario y nada despreciable, que pudiera
financiar muchas obras sociales se donara a instituciones
benéficas, especialmente en países donde se mueren de hambre y
enfermedades prevenibles.
Sostengo que el
mundial es otro circo consumista que no agrega mucho al
bienestar y la felicidad humanas, sólo para que unos cuantos
pudientes alardeen que “fueron al Mundial” por esnobismo o para
distraerse de sus problemas diarios, que seguirán iguales
después del evento pero demorados en su solución, tanto para
gobiernos como para individuos. Así, creo que el show
mundialista representa la típica táctica escapista que tanto
daño nos hace y que alimenta nuestra innata renuencia a atacar a
tiempo los problemas de la vida. “Después del mundial, veremos”,
luce mucho como el tradicional y muy latino dicho: “amanecerá y
veremos”, dando un mal ejemplo a los jóvenes, a quienes se les
contagia esa actitud de fatalismo e irresponsabilidad, con un
bombardeo constante de cuñas comerciales, tal como lo
planificaron los astutos promotores y publicistas del evento
para vender productos y servicios.
Asimismo, el
juego en sí, aunque se diga que promueve el trabajo de equipo y
la participación, en realidad hace que algunas “estrellas
goleadoras” busquen destacarse, encumbrarse y cotizarse mejor.
Por otra parte, el fútbol o balompié es una diversión hedonista
que se utiliza para realzar artificialmente la maltrecha
autoestima de muchos, al identificarse con equipos en los que
nunca participaron, y por ende no tienen ningún mérito en su
triunfo. Se trata, entonces de coger “indulgencia con
escapulario ajeno”, como reza el dicho. Al aupar a un equipo, se
parecen mucho a los sufridos romanos liberando tensiones y
vitoreando a sus gladiadores favoritos, solo para fingir
hipócritamente que han sabido escoger bien al ganador, algo que
luce como un logro vacío y artificioso, sin aportar ningún
esfuerzo propio, como en las “victorias” ocasionales de
apostadores sortarios en los juegos de azar.
Luego, el hecho
de hacer tanto escándalo cuando un jugador mete un gol, es otro
indicio de que se trata de una diversión infantiloide que
estaría bien para distraer a los menores, pero en los adultos
luce como un acto casi irracional, o al menos inmaduro, sabiendo
que el azar tuvo mucho que ver en la jugada, aunque a veces haya
jugadores más diestros y avispados que otros. Deberían
preguntarse qué hubiera pasado de no encontrarse el balón en el
sitio preciso y en el momento preciso, con otros jugadores
distraídos, lentos o poco previsivos. Así que, mientras se
felicita efusivamente –en medio de una evidente histeria
colectiva- a los goleadores, no se debería ignorar la lección de
que el gol ha sido probablemente el producto de muchos errores
de estrategia, tácticas y debilidades humanas, y darse cuenta
que se está utilizando mayormente para inflar el ego y el
nacionalismo. El mismo hecho de que a veces gana un equipo y en
otros no, y lo mismo sucede con la surte de los jugadores,
debería reforzar la teoría de que la suerte tiene mucho que ver
en la victoria o derrota, por lo que usar un resultado
circunstancial para alegrarse o deprimirse es algo poco
racional, cuando menos. Como lo reconoció humildemente uno de
los campeones actuales: “triunfar, es pura suerte”.
Lo que nos lleva
al último punto, no menos importante, del nacionalismo
exacerbado que promueve un mundial, que -en lugar de acercar a
los pueblos- los divide en bandos, polarizando las preferencias
tal como sucede en muchos países con los shows electorales u
otros eventos que sirven para distraer la atención, dando la
impresión de que “se ha participado”. Debería recordarse que el
nacionalismo ha sido la causa de tantos males y tantas guerras,
que jamás debería estimularse. En este contexto, lo de “una
fiesta mundial de comprensión y solidaridad” tampoco es muy
convincente, y luce más bien como un lema publicitario para
justificar y motivar a tantos incautos. Las frecuentes reyertas
entre fanáticos irracionales –los “tifossi”, “hoolligans” o
“hinchas- es otro claro ejemplo de que estos partidos estimulan
una polarización indeseable y de un comportamiento antisocial e
intolerante, que sirve sólo para desahogarse y ocultar
temporalmente sus fracasos. En cierto modo, lo mismo sucede con
los terroristas que causan sangrientas fechorías en aras de sus
fanáticas creencias, inculcadas por astutos y ambiciosos
“líderes” que los manipulan en busca de poder o logros macabros
para realzar su maltrecha autoestima, paliar su minusvalía o
ventilar sus frustraciones.
En fin, los
partidos podrán promover una sana competencia entre atletas – y
es mejor que matarse en guerras- pero al gran público sólo
sirve para distraerse por unas semanas de problemas más
apremiantes y serios, sólo para realzar breve y artificialmente
una decaída autoestima, siempre que gane el equipo preferido.
Asimismo los salarios millonarios de las estrellas de fútbol, al
igual que las de la farándula y otros deportes, es otro ejemplo
de una remuneración excesiva e inmerecida, que contrasta con
tantos salarios bajos en actividades más constructivas. Todo
indica que es una actividad que poco contribuye al progreso
mundial, pues sólo sirve para distraer al igual que el cine y
otros espectáculos masivos. Luego, se resalta la importancia de
ganar y no de competir sanamente, como sería deseable, dando una
errada lección a los jóvenes. Asimismo, hay que considerar que
un Mundial sirve para añadir a la autoestima de un pueblo -si
gana o tiene una buena figuración- pero a otros los deprimirá si
perdieron vergonzosamente. Por último, las prematuras
celebraciones de las victorias iniciales, como sucedió con
algunos equipos, sólo indica la falta de realismo y logro que
mantiene a muchas naciones en el atraso permanente.
En el fondo,
deportes como el fútbol promueven la competitividad, y su
aparente estímulo de la solidaridad luce como otro mito
infundado. Por otra parte, en los juegos fuera del Mundial los
triunfos de equipos profesionales no dicen nada sobre la
habilidad de una determinada nacionalidad, al tener jugadores
importados. Asimismo los sonoros vitoreos en casa, estadio o
caravanas, son otra muestra de una exagerada respuesta a un
hecho tan trivial, de escasa significación en materia de logro
colectivo, pues no ha habido participación real. Se trata de un
fenómeno sociológico muy estudiado, el de la pertenencia a un
grupo y de transferencia de imagen, indicativo de la madurez
individual de mucha gente, que necesita a menudo del ambiente
gregario para sentirse segura o realizada, y de compartir
victorias ajenas para sentirse bien.
Ciertamente, y como
toda actividad, un Mundial tendrá ventajas económicas para
algunos, especialmente a los financistas y comerciantes que se
benefician del turismo y las compras, y obviamente para los
organizadores y jugadores –y quizás algunas prostitutas que
hacen su agosto- pero al final no deja mucho a la mayoría y
genera gastos innecesarios o dispendiosos a muchos. Así que la
“fiesta mundial” es sólo beneficiosa para la nación anfitriona,
algunas empresas turísticas y los países vecinos donde se haría
escala, sea obligada o planeada.
Seguramente la
mayoría descartará en forma simplista estas opiniones, y dirán
que son exageradas, o que buscan aguar la fiesta a otros por no
compartir la afición, pero espero que se pregunten antes hasta
que punto hay algo de cierto en estas apreciaciones, hechas con
toda la intención de combatir una práctica aparentemente sana e
inofensiva pero que estimula el escapismo y la
irresponsabilidad. Al menos, mi sinceridad y la lógica de mis
argumentos deberían generar una seria reflexión sobre la
absurdidad de una euforia esencialmente gregaria e infantil
hacia un evento banal al cual se le da demasiada importancia
dentro del frenesí consumista que nos avasalla. Con esto se
prueba que vivimos en un mundo poco racional y manipulado por
los poderosos, con gente que debería haber aprendido a utilizar
los recursos de manera mas eficiente y constructiva, lejos de la
manera tan alegre e irresponsable con que se celebra el
certamen. Después de todo, se trata de otro entretenimiento
diseñado mayormente para fines consumistas y escapistas, al
igual que ciertas fiestas patrióticas, religiosas o en honor a
personalidades –o incluso a padres y madres- que sirven para
demostrar en forma hipócrita un respeto, una admiración y un
cariño a menudo pasajero o inexistentes, que no se manifiesta
fehacientemente fuera del ámbito festivo.
Seguirán más
mundiales, a pesar de las críticas, pues la gente necesita
diversión y eventos gregarios, para alejarse de los serios
problemas personales o socioeconómicos, pero abogo porque no se
les conceda la importancia y cobertura desproporcionada, de modo
de interrumpir arbitrariamente la programación usual –al igual
que ciertas “cadenas” oficiales de radio y televisión- en
perjuicio de derechos individuales, tratando de imponer una
rutina obligada a los que no son fanáticos de este deporte, por
razones perfectamente válidas. Al secuestrar las pantallas por
gran parte del mes, muchos somos víctima de una imposición y una
homogenización indeseables, contrarias a una variedad de gustos
o prácticas que promueven el respeto ajeno y la tolerancia,
verdadera bases de la convivencia social.
rpalmi@yahoo.com